Con una sonrisa pidió perdón a Sonny, quien hizo un gesto de comprensión.
Michael, cómodamente sentado y con el teléfono a su derecha, estudió a ambos hombres. Cuando Hagen entró en la habitación, Sonny había corrido a abrazarle, Michael no pudo evitar sentirse celoso al pensar que entre Sonny y Hagen existía una intimidad mucho mayor que entre él y su hermano.
– Bueno, vamos al grano -dijo Sonny-. Tenemos que hacer nuestros planes. Echa una ojeada a la lista que hemos confeccionado Tessio y yo. Tessio, pasa tu copia a Clemenza.
– Si vamos a hacer planes -dijo Michael-, Freddie tiene que estar presente.
– Freddie no nos sirve de nada -replicó Sonny con cierto sarcasmo-. El médico dice que ha sufrido un _shock_ tan fuerte que necesita guardar reposo absoluto. No lo entiendo, de veras. Freddie siempre ha sido un muchacho duro. Supongo que para él fue horrible ver cómo disparaban a papá; siempre ha pensado que el Don es Dios. Tú y yo somos diferentes, Mike.
– Dejemos fuera a Freddie -dijo Hagen, rápidamente-. Mantengámoslo al margen de todo, absolutamente de todo. Ahora, Sonny, hasta que la crisis haya pasado, creo que deberías permanecer en casa. Aquí estás seguro. No menosprecies a Sollozzo, es un verdadero _pezzonovante_, un hombre con lo que hay que tener. ¿Tenemos gente en el hospital? Sonny asintió en silencio.
– La policía vigila allí, pero los nuestros han podido visitar tranquilamente a papá. ¿Qué piensas de la lista, Tom?
Hagen enarcó las cejas.
– Por Dios, Sonny, creo que lo has tomado como un asunto personal. El Don lo hubiera considerado como una simple disputa de negocios. Sollozzo es la clave. Lo único que procede, pues, es eliminarlo a él. Olvidemos de momento a los Tattaglia.
Sonny miró a sus dos _caporegimi_. Tessio se encogió de hombros, mientras decía:
– Es una medida adecuada.
Clemenza, en cambio, guardó silencio.
– Hay un punto que está fuera de discusión -apuntó Sonny, dirigiéndose a Clemenza-. No quiero volver a ver a Paulie. Él será el primero de la lista.
El gordo _caporegime_ asintió.
– ¿Qué hay de Luca? -preguntó Hagen-. A Sollozzo no pareció preocuparle mucho. Y eso me preocupa a mí. Si Luca nos ha traicionado, nos encontramos en peligro. Eso es lo primero que tenemos que averiguar. ¿Ha conseguido alguien ponerse en contacto con él?
– No -dijo Sonny-. Le he estado llamando durante toda la noche. Quizás esté con alguna mujer.
– No -respondió Hagen-. Nunca pasa toda la noche con mujeres. Cuando ha terminado, se va a su casa. Mike, sigue marcando su número hasta que conteste.
Obedientemente, Michael marcó el número de Luca. Nadie atendió la llamada. Finalmente, colgó.
– Sigue probando cada quince minutos -ordenó Hagen.
– Bien, Tom, tú eres el _consigliere_ -dijo Sonny con impaciencia-. Aconséjanos. ¿Qué demonios piensas que deberíamos hacer?
Hagen se sirvió un poco de whisky.
– Negociaremos con Sollozzo hasta que tu padre pueda ocuparse del asunto. Incluso podríamos llegar a un acuerdo, si fuese necesario. Cuando tu padre se levante de la cama, podrá dejar el asunto definitivamente zanjado, y todas las Familias le apoyarán.
– ¿Me consideras incapaz de manejar a Sollozzo? -preguntó Sonny, irritado.
– Sonny, estoy seguro de que podrías acabar con él -dijo Hagen, mirándolo a los ojos-. La familia Corleone es la más poderosa. Tienes a Clemenza y a Tessio, que si llega el caso pueden disponer de un millar de hombres. Pero con ello se produciría una verdadera carnicería a lo largo de toda la Costa Este, aparte de que las demás Familias culparían de todo a los Corleone. Nos ganaríamos una gran cantidad de enemigos. Y eso es algo que tu padre siempre ha evitado.
Al mirar a Sonny, Michael comprendió que éste había aceptado bien las palabras de Hagen. Sin embargo, después de breves instantes, Sonny dijo al _consigliere_:
– ¿Y si mi padre muere? ¿Cuál sería entonces tu consejo?
– Sé que no me harías caso -contestó Hagen sin alterarse-, pero te aconsejaría llegar a un verdadero acuerdo con Sollozzo en lo de las drogas. Sin los contactos políticos y la influencia personal de tu padre, la familia Corleone pierde la mitad de su fuerza. Sin tu padre, las otras Familias de Nueva York tal vez se decidieran a apoyar a los Tattaglia y a Sollozzo, sólo para evitar una larga y destructiva guerra. Si tu padre muere, trata con Sollozzo. Luego, espera.
Sonny estaba pálido de ira.
– Para ti es muy fácil decir esto. No han disparado a tu padre.
– He sido para él un buen hijo, quizá mejor que tú o Mike -replicó Hagen rápidamente, sin disimular su orgullo-. Te estoy dando mi opinión profesional. Personalmente, puedes estar seguro de que quiero matar a esos cerdos.
La emoción con que Hagen había hablado avergonzó a Sonny.
– Por Dios, Tom, no tomes a mal mis palabras -se disculpó-. No pretendía ofenderte.
Sonny siguió murmurando excusas, mientras los demás esperaban, silenciosos y violentos por la escena anterior. Finalmente, Sonny habló, con voz tranquila.
– Esperaremos a que el viejo esté en condiciones de ponerse al frente de todo. Pero, mira Tom, quiero que permanezcas en la alameda. No quiero que te arriesgues. En cuanto a ti, Mike, mantente alerta, aunque no creo que Sollozzo intente nada contra ti. Si se atreviera a atacar a los miembros de la Familia, llevaría las de perder; todo se volvería contra él. Pero sé cuidadoso, de todos modos.
Tessio, tú ten a tus hombres en reserva; que vayan husmeando por la ciudad. Tú, Clemenza, cuando hayas arreglado lo de Paulie Gatto, lleva a tus hombres a la casa y a la alameda, para que sustituyan a los de Tessio. Oye, Tessio, mantén a tus hombres en el hospital. Tom, bien sea por teléfono, bien a través de un mensajero, empieza las negociaciones con los Tattaglia y con Sollozzo, a primera hora de mañana. Tú, Mike, hazte acompañar mañana por un par de hombres de Clemenza a casa de Luca; espera a que salga o averigua dónde diablos se ha metido. De haber oído lo de papá, es capaz de haber ido a cazar a Sollozzo. No puedo creer que haya traicionado a su Don, por mucho que Sollozzo le haya ofrecido.
– Tal vez no deberíamos mezclar a Mike ten directamente en esto -dijo Hagen a regañadientes.
– De acuerdo -respondió Sonny-. Olvídalo, Mike. De todos modos, te necesito aquí, junto al teléfono. Y eso es más importante que lo otro.
Michael permaneció en silencio. Se sintió inútil, casi avergonzado. Al ver los rostros impasibles de Clemenza y de Tessio, se dio cuenta de que ambos estaban ocultando su desprecio por él. Descolgó el auricular y marcó el número de Luca Brasi. Mantuvo el receptor pegado al oído durante un buen rato, pero nadie contestó a la llamada.
6
Peter Clemenza durmió mal aquella noche. Por la mañana se levantó temprano y se preparó el desayuno, consistente en un vaso de «grappa» y un grueso trozo de salami de Génova con un pedazo de pan italiano, que cada día le dejaban en la puerta, como en los viejos tiempos. Luego se bebió una taza de café mezclado con anís. Mientras iba por la casa, con su albornoz y sus zapatillas de fieltro rojo, pensaba en el trabajo que le esperaba durante el día. La noche anterior, Sonny Corleone le había dicho muy claramente que debía ocuparse de Paulie Gatto. Y el trabajo debía realizarse ese mismo día.
Clemenza estaba preocupado. No porque Gatto hubiera sido su protegido y se hubiese convertido en traidor. Esto para nada influía en el juicio del _caporegime_. Después de todo, los antecedentes de Paulie eran intachables. Procedía de una familia siciliana, se había criado en el mismo barrio que los chicos de los Corleone, e incluso había ido a la escuela con uno de ellos. Había recibido la educación adecuada. Se le había puesto a prueba, y los resultados habían indicado claramente que no era un hombre ambicioso. Luego, cuando hubo demostrado su valor, la Familia le había dado oportunidad de ganarse bien la vida, concediéndole un porcentaje de las recaudaciones del East Side. Clemenza sabía que Paulie Gatto incrementaba sus ingresos con trabajos por cuenta de terceros, cosa que iba contra las normas establecidas por la Familia, pero esto no era sino un signo de su valía. El quebrantamiento de dichas normas era considerado una muestra de iniciativa, similar a la del caballo de carreras que quiere estar siempre en la pista.
Además, Paulie Gatto nunca había ocasionado problemas con sus trabajos particulares. Siempre habían sido meticulosamente planeados y llevados a cabo sin llamar la atención y sin que llegaran a producirse ni tan siquiera heridos: el robo de una nómina de tres mil dólares en Manhattan, el de la de una pequeña fábrica de porcelana en los barrios bajos de Brooklyn, etc. Después de todo, siempre era interesante para un joven hacerse con un sobresueldo para sus gastos personales. Nada malo había en ello. ¿Quién hubiera imaginado que Paulie Gatto se convertiría en traidor?
Lo que preocupaba a Clemenza era, en realidad, un problema administrativo. La ejecución de Paulie Gatto era cosa hecha, pero ¿a quién escogería para sustituirlo? Era un puesto importante, por lo que debía poner mucho cuidado en la elección. Desde luego, se trataba de un asunto delicado. El sustituto debía ser duro y listo. Debía saber mantener la boca cerrada, incluso cuando la policía le apretara las clavijas, un hombre respetuoso con la siciliana ley del silencio, la amena. Y luego ¿cómo debería serle compensado el ascenso? Clemenza había insinuado varias veces al Don la conveniencia de recompensar mejor a los hombres decisivos dentro de la organización, pero el Don nunca había querido escucharle. De haber recibido más dinero, tal vez Paulie no se hubiera dejado sobornar por aquel maldito Turco.
Finalmente, por un proceso de eliminación, en la mente de Clemenza quedaron sólo tres nombres. El primero era un hombre que trabajaba con los estibadores de color de Harlem. Era un individuo de gran fuerza física y extraordinaria simpatía personal, que sabía tratar a la gente y se hacía respetar y temer. Sin embargo, Clemenza lo descartó después de media hora de sopesar los pros y los contras. Se llevaba demasiado bien con la gente de color, lo cual permitía suponer cierta debilidad de carácter. Además, sería muy difícil de reemplazar en su actual puesto.
En segundo lugar Clemenza consideró a un hombre muy trabajador que servía fielmente a la Familia. Se ocupaba de los clientes morosos de la zona de Manhattan. Había empezado como corredor de apuestas. Al final Clemenza llegó a la conclusión de que todavía no estaba capacitado para ocupar un cargo tan importante como el de Paulie Gatto.
Se decidió por Rocco Lampone, que había efectuado un breve pero rápido aprendizaje dentro de la Familia. Durante la guerra había sido herido en África, y fue licenciado en 1943. Debido a la escasez de hombres jóvenes, Clemenza lo había contratado, a pesar de que Lampone estaba parcialmente incapacitado, ya que incluso cojeaba al andar. Clemenza lo introdujo en el mercado negro de las ropas de vestir y entre los empleados gubernamentales encargados de los bonos de comida. Tiempo después, Lampone era el que lo controlaba todo. La cualidad que más valoraba Clemenza era su buen criterio. Sabía que no valía la pena hacerse fuerte en asuntos que en el peor de los casos podían costar una multa o seis meses de cárcel, cosas que, en definitiva, eran tonterías, si se tenían en cuenta los grandes beneficios que se obtenían. Tenía el sentido común de saber cuándo podía amenazar. En definitiva, era un hombre discreto; exactamente lo que interesaba a la Familia.
Clemenza se sintió satisfecho. Acababa de resolver un comprometido problema administrativo. Sí, Rocco Lampone sería el hombre adecuado. Le ayudaría incluso en lo de Paulie. Clemenza había decidido ocuparse personalmente del asunto, no sólo para ayudar a un hombre nuevo e inexperto a recibir su «bautismo de sangre», sino también porque quería saldar una cuenta pendiente. Paulie había sido su protegido, él le había ascendido, incluso por delante de gente más leal y capacitada. Paulie no sólo había traicionado a la Familia, sino también a su «padrone», Peter Clemenza. Esta falta de respeto tenía que ser castigada.
Todos los detalles estaban ya arreglados. Paulie Gatto había recibido instrucciones de pasar a recogerle a las tres de la tarde con su propio automóvil. Clemenza cogió el teléfono y marcó el número de Rocco Lampone. No se dio a conocer, sino que se limitó a decir:
– Ven a mi casa, tengo un trabajo para ti. Le gustó el hecho de que la voz de Lampone, a pesar de lo temprano de la hora, no denotara sorpresa ni sonara soñolienta. Se había limitado a decir que de acuerdo. Era un buen elemento.
– No corras -añadió Clemenza-. Come tranquilamente antes de venir a verme. Eso sí, no llegues más tarde de las dos.
Recibida la conformidad de su interlocutor, Clemenza colgó. Ya había dado las órdenes oportunas para que sus hombres reemplazaran a los de Tessio en la alameda, y así se había hecho. Sus subordinados eran hombres capacitados, de forma que él nunca tenía que inmiscuirse en la mecánica de las operaciones.
Decidió lavar su Cadillac. Le gustaba su coche. Su marcha era tan suave y su interior tan cómodo, que a veces, cuando hacía buen tiempo, prefería estar sentado en su interior que en la sala de estar de su casa. Lavar el coche le ayudaba a pensar; lo tenía comprobado. Recordaba a su padre haciendo lo mismo que él, pero con las muías, allá en Italia.
Clemenza trabajaba dentro del caluroso garaje, pues odiaba el frío. Acabó de madurar sus planes. Debía tener cuidado con Paulie. Era como una rata, olía el peligro. En ese momento, a pesar de toda su dureza debía de estar temblando de miedo, sabiendo que el Don estaba vivo. Pero Clemenza estaba acostumbrado a estas circunstancias, normales en su trabajo. Primero debía encontrar una buena excusa que justificara el hecho de que Rocco los acompañara. Segundo, tenía que inventarse una misión lo bastante delicada como para requerir la presencia de tres hombres.
Desde luego, aquello no era imprescindible. Paulie Gatto podía ser eliminado sin tantos requisitos. No tenía escapatoria. No obstante, Clemenza estaba firmemente convencido de la importancia de hacer las cosas bien, sin dejar cabos sueltos. Uno nunca podía saber lo que iba a suceder; después de todo, se trataba de cuestiones de vida o muerte.