– Me he preguntado muchas veces de quien fue la idea.
– Apenas era un cachorro. Rinaldi lo oyo gemir en el bosque. Preguntamos por los pueblos y pusimos letreros por Castelnau, pero nadie se presento para reclamarlo.
– Que raro.
Ella se apoyo contra las rodillas de Stephen y sonrio.
– ?Sigues loco por Claire? Supongo que debes de estarlo o no habrias venido.
El rio y le tiro de un mechon.
Lo cierto era que habia estado a punto de quedarse en Paris. Habia tenido un enorme
7
El almuerzo consistio en sopa de ajo y hierbas, rinones de vaca con cebolla frita, fricando de pato, una fuente de alcachofas marinadas, guisantes, un pequeno solomillo asado rociado de tuetano derretido y con una guarnicion de tuberculos, ensalada de achicoria y lengua de buey. El postre -tarta de limon, galletas, cerezas, fresas y compota de ciruela- aguardaba en el aparador.
– ?Mirad esas zanahorias! -exclamo Mathilde-. ?Y los nabos! Los han cortado en forma de flores y estrellas, de algo que podria haber sido un barco o un sombrero.
– Berthe penso que atraerian al forastero de temperamento artistico -dijo Jacques.
– ?Que delicia! Transmita mi mas sincero agradecimiento a Berthe.
– Cuando yo era joven -comento Saint-Pierre- estaba de moda servir el pollo al estilo murcielago. Se trataba de atar el ave con las alas estiradas sobre el estomago y las patas dobladas debajo, y a continuacion golpearlo hasta romper los huesos grandes. Se servia a la parrilla con una salsa de hierbas.
– ?Es cierto que en el Nuevo Mundo cada dia comen patatas? -Claire arrugo la nariz-. No me las imagino imponiendose en Francia, por mucho que digan que su sabor es comparable al de las trufas y las castanas.
– ?Pero si son deliciosas, correctamente preparadas con mantequilla y sal! Y dicen que nutritivas. ?No es cierto, Morel?
– Si el ciudadano Parmentier es de fiar, asi es. -Sentado a la derecha de Sophie, a Joseph le costaba no distraerse con el escote de su vestido-. De cualquier modo, el defiende la patata como pienso para animales. Y como cultivo barato y que llena adecuadamente el estomago de los pobres.
– Bueno, supongo que ellos comeran cualquier cosa.
– No tan de buena gana como imaginas. En Borgona se ha extendido el rumor de que las patatas producen lepra, de modo que nadie se atreve a plantarlas. Cuando la supersticion revuelve el puchero, el apetito no siempre es la mejor salsa.
– Cuando sea mayor no pienso comer mas que verdura.
– «Con leche, huevos, ensalada, queso, pan moreno y vino corriente me doy por suficientemente agasajado» -cito Stephen-. De modo que, en cuestiones dieteticas, eres una rousseauniana ortodoxa.
– Esto no tiene nada que ver con el y su nauseabundo
– ?Coincide usted con Rousseau en que los hombres que comen carne son mas proclives a la violencia que los que la evitan? -Sophie iba peinada de manera distinta, los tirabuzones le caian con suavidad alrededor de la cara. El se habia cortado el pelo muy corto y se lo habia peinado hacia delante al nuevo estilo revolucionario. ?Lo habia notado ella?
– Bueno, en lo que se refiere a las pruebas cientificas… Pero, como recordaran, para apoyar su afirmacion cita la barbarie de los ingleses locos por el roast beef… un argumento bastante contundente, ?no les parece?
Con las risas de los comensales, la opresion que Joseph sentia en el pecho disminuyo. ?Que importaba si su mejor abrigo tenia las mangas gastadas? Se ajusto los anteojos, sintiendose cada vez mas osado.
– Tal vez la preferencia de Rousseau por la dieta vegetariana sea una metafora inconsciente de su creencia en que la desigualdad que existe en nuestra sociedad permite a los ricos canibalizar a los pobres.
En el silencio que siguio, Sophie ladeo la cabeza y miro a Joseph. Lo miro de verdad, como si lo viera por primera vez, penso el, notando que se ruborizaba. Ella desvio la cara.
– Un tema fascinante, la conexion entre el cambio social y las modas culinarias. -Saint-Pierre se limpio la boca con una servilleta-. Hace doscientos o trescientos anos en este pais, las especias orientales como el jengibre, la pimienta de malagueta, la galanga y demas, se utilizaban a diario en las cocinas aristocraticas. Luego, el siglo pasado, nuestros cocineros empezaron a criticar los platos con especias que se seguian sirviendo en el resto de Europa. Nuestras hierbas autoctonas hicieron furor. Ahora comemos comida sazonada con perifollo, tomillo, estragon, cebollinas, albahaca… hierbas tan accesibles al campesino como a su senor. Se podria sostener que cuando disminuyen las diferencias entre la cocina de los pobres y la de los ricos, es inevitable una revolucion.
– Mi padre esta escribiendo un tratado sobre la historia de la cocina francesa -explico Sophie. En uno de los ojos, el izquierdo, tenia una mota dorada en su iris marron oscuro. Y en mitad de la frente, una pequena arruga vertical. A Joseph esas imperfecciones se le antojaban una clase superior de perfeccion. Volvio a apurar su copa.
– Ultimamente he estado pensando en los pasteles de carne. ?Por que han caido en desgracia? En la Edad Media se cubria todo de masa. En los banquetes, los grandes trozos de carne siempre se servian dentro de una costra de masa, y en la mesa de un pobre todo acababa convertido en pastel: los lirones, los tejones.
– Nosotros tambien contamos entre los pobres -dijo Mathilde a Joseph-. Mas que nunca ahora, que los tribunales se han declarado en vacaciones indefinidas y los magistrados se ven obligados a vivir de sus fortunas. Como mi padre no tiene ninguna, pronto estaremos comiendo exclusivamente patatas. No me quejare. Mostrare alegre fortaleza ante la adversidad.
– Confio en que podamos ahorrarnoslo. -Pero la expresion de Saint-Pierre era sombria.
– El viejo sistema sera reemplazado por jueces y tribunales que habran sido elegidos por votacion -dijo Joseph-. Sera mas justo. La justicia no debe estar corrupta… -Y se apresuro a anadir-: Naturalmente, no era mi intencion…
Saint-Pierre resto importancia al comentario con un ademan.
– Tiene toda la razon. Hace un siglo que los tribunales estan pidiendo una reforma.
– El tiempo no ha vuelto a ser el mismo desde que esa gente empezo a hacer cosas con cometas durante las tormentas de rayos.-Jacques salio de la habitacion indignado, acompanado de un estruendo de platos que no presagiaba nada bueno.
– Se esta volviendo imposible -comento Claire a Sophie-. Tu no lo notas porque te has acostumbrado.
– ?Se presentara a las elecciones, senor?
A Joseph no le paso por alto el «senor». Pero ?que podia esperarse de un forastero? El mismo habia sido incapaz de dirigirse a Saint-Pierre como ciudadano, de modo que no lo habia llamado de ninguna manera. Ultimamente habia estas pequenas dudas, pequenos obstaculos alrededor de los cuales discurria la conversacion.
– No tengo eleccion. Dicen que recuperaremos el poder adquisitivo de nuestros sueldos deduciendolos de nuestros impuestos, pero… -Saint-Pierre se encogio de hombros-. Mientras tanto, preferiria no poner a prueba la fortaleza de Mathilde.
En el centro de la mesa habia un recipiente lleno de rosas. Stephen arranco una, torciendo el arreglo y esparciendo petalos.
– Son sorprendentes los colores que hay en una sola flor. Fijense… rosa oscuro tenido de burdeos y morado. Y en el centro un tono mas palido. ?Como se llama, Sophie?
–
Brutus ?
– Ser amable con las cultivadoras de rosas seria lo mas practico.
– De modo que es su favor, Sophie, el que debo ganar. ?Que me pediria?
– Oh -respondio ella alegremente-, lo habitual. Una aguja de oro de un pajar, una hoja del arbol que crece en la cima de una montana de cristal, un puente que vaya hasta la luna. Solo lo imposible.
– En tal caso, tengo alguna posibilidad. ?Acaso no es ese el cometido de los artistas y los revolucionarios, la busqueda de lo imposible? -Y, con un elegante ademan, Stephen le ofrecio la rosa.
Ella giro la flor entre los dedos y acabo poniendosela en su escote de encaje. Mantuvo la cabeza baja. Saltaba a la vista su satisfaccion. Si pudiera estrangularlo, penso Joseph. Cuanto me gustaria verle adquirir ese tono rosa oscuro tenido de burdeos. Y morado.
?Por que hasta las mujeres mas excelentes…?
– La verdad, Sophie -dijo Claire-, ese tono de rosa desentona con tu vestido.
8
Iba a salir para Burdeos a primera hora del dia siguiente. Hasta entonces habian hablado mucho de arte -es decir, el habia hablado y ella escuchado- y se habian mirado a los ojos. Habian leido en alto
9
La caligrafia de Stephen, muy espaciada e innovadoramente puntuada, serpenteaba sobre dos hojas de papel.
– Solo ha escrito por una cara. -Mathilde nunca habia visto semejante despilfarro-. Supongo que eso denota un artistico desprecio hacia las preocupaciones mundanas.
– Denota que es rico -dijo Sophie.
El les informaba de que las posadas de Suiza eran extremadamente limpias y la comida extremadamente mala. Tenia dificultades para entender lo que le decia la gente. Las montanas eran todo cuanto habia osado esperar: «Cada dia me despierto sintiendome muy pequeno ante la Naturaleza en su mas sublime manifestacion: una magnifica y severa doncella». Habia nadado en sus lagos, encajados cual joyas azules en estrechos valles, con sus aguas «heladas pero intensamente estimulantes. Siento mi alma purificada, como un nino puesto en un mundo recien creado».
– Leere este ultimo trozo a Jacques -dijo Mathilde-. Sigue protestando por la cantidad de agua caliente que Stephen le hacia traer. Dice que es antinatural que alguien se bane tres veces a la semana, por mucho que venga de un lugar donde los salvajes caminan haciendo el pino.
– Creo que se ha confundido de salvajes.
– ?Crees que viajaremos algun dia? Rinaldi dice que en la palma de mi mano esta escrito un largo viaje por mar. Espero que tenga razon; me muero por ver el oceano. Y hacerme tatuar el brazo como el, para demostrar que he estado en el Pacifico. No puedo decir que me tiente Suiza… toda esa gente sintiendose sublime en sus lagos.
– Tal vez vayamos un dia a Paris. Si no se tardara siete dias en un coche de cuatro caballos, piensa en el gasto. Y padre pondria mala cara en cuanto se lo insinuaramos, y no pronosticaria mas que mal tiempo y bajeza moral.
– ?Que me dices de la victoria de las virtudes republicanas? -A Mathilde le encantaba leer los periodicos. El farrago de noticias locales y extranjeras, ensayos, canciones (letra y musica), adivinanzas, enigmas, resenas, escandalos, insinuaciones y debates casaba muy bien con sus gustos eclecticos.
– Es cierto. Y para recordarnoslo, Stephen te ha enviado un regalo.
–
10
La mujer lo detuvo en una calle de Lacapelle, poniendole una mano en la manga.
– Joseph. -La cara angular enmarcada en cabello castano y ensortijado no carecia de atractivo. Pero no tenia la menor idea de quien era.
La verguenza hizo reir a la mujer.
– No me reconoces. -Solto una risita, llevandose a los labios unos dedos huesudos, de unas cortas. Con ese gesto, los anos se desvanecieron.
– Lisette Mounier.
Se quedaron sonriendo mientras la gente se desviaba bruscamente, suspirando o maldiciendo. El retrocedio hasta un portal cercano y tiro de ella.
– Lisette Ricard. -Cuando el se quedo mirandola, anadio-: Paul no te ha dicho nada, veo. Le dije que te conoci hace mucho tiempo, antes de que te fueras a estudiar para medico.
– Sabia que estaba casado, por supuesto. -Joseph jugueteo con sus anteojos. Ella tenia un hueco en el lado izquierdo de la boca, donde le faltaba un diente. Ella siguio su mirada y se llevo una mano rapidamente a los labios. El se apresuro a decir-: Tienes buen aspecto.
Y era cierto; estaba muy delgada, con la piel tirante, pero iba limpia y respetablemente vestida. En las orejas llevaba unos pequenos pendientes de oro y un bonito broche le sujetaba el chal. Ricard debia de haber sido un excelente partido para una joven como ella, cuyo padre era un techador alcoholico y mugriento, rapido con los punos si una mujer o un nino andaba cerca. Joseph le tenia miedo y cruzaba la calle o se metia en un callejon si lo veia acercarse.
Le pregunto por la familia.
– Mi madre vive con mi hermana, ?te acuerdas de Marie?, en las afueras de la ciudad. El marido de Marie tiene un campo, les va bien. Los chicos… -Se encogio de hombros-. Hemos perdido el contacto. Guillaume esta en la marina, creo.
– ?Y tu padre?
– Murio poco despues de que te fueras. Se cayo de un tejado. Debia de estar mas borracho que de costumbre.
– Lo siento.
– Yo le odiaba -dijo ella con inesperada vehemencia. Tambien habia conservado esa forma de acalorarse sin previo aviso.
– ?Cuanto tiempo llevas casada?
– Cinco anos. Tengo dos hijas. Nuestro hijo murio.
Debia de tener dieciseis anos escasos cuando se caso, practicamente una nina. Sin embargo, tenia un aspecto ligeramente reseco que le hacia aparentar mas anos. Lo veia por todas partes en esas calles: el inconfundible sello del hambre, generaciones enteras.
– Supongo que tu has estado demasiado ocupado con tus libros para buscar una mujer.
– Algo parecido. -El recordaba vividamente el beso que le habia dado en la fria y humeda habitacion donde vivian los Mounier, mientras unos ninos se revolcaban alrededor y ella trataba de revolver la sopa. ?Tenia siete anos? ?Ocho?
– ?Y ahora?
– No es que ahora abunde el interes femenino por un medico sin dinero y con poco porvenir.
– Oh, no lo se -dijo ella muy seria-, las mujeres pueden ser muy tontas. -Luego se agito y se toqueteo el chal-. Debo irme. Tengo una chica que nos echa una mano en la tienda y la casa, y se supone que tiene que vigilar a los ninos, pero… -con un movimiento de la cabeza- ya sabes como son estas chicas. Tengo que hacer casi toda la compra personalmente, por miedo de lo que pueda traerme. El otro dia le vendieron bonigas de caballo molidas como cafe… ?te lo imaginas?
Su orgullo era patente: ?tener a una chica de la que quejarse!
– Te ha ido bien, Lisette -dijo el-. Paul es un hombre excepcional.
Los ojos castano claro de ella eran exactamente del mismo color que su cabello. Escudrinaron la cara de Joseph como tratando de descifrar un secreto grabado en ella. Puso su ligera mano en la de el como un pequeno y frio animal.