El Hobbit - Tolkien John Ronald reuel 20 стр.


Pero no había nada, nada de nada, y ninguno estaba en disposición de ir a buscar algo o encontrar el sendero perdido. ¡El sendero perdido! En la fatigada cabeza de Bilbo no había otra cosa. Se sentó y clavó los ojos en los árboles que se sucedían en interminables hileras, y al cabo de un rato todos callaron otra vez.

Todos excepto Balin. Mucho tiempo después que los otros hubieran dejado de hablar y cuando ya habían cerrado los ojos, Balin seguía aún murmurando y riendo entre dientes.

—¡Gollum! ¡Caramba! Así fue como llegó a escabullirse delante de mí, ¿no? ¡Ahora me lo explico! Arrastrándose en silencio, nada más, ¿no, señor Bolsón? ¡Los botones todos sobre el umbral! El bueno de Bilbo... Bilbo... Bilbo... bo... bo... bo... —Y poco después se quedó dormido, y durante un largo rato no se oyó nada.

¡Pobre señor Bolsón!... Fue una larga y aburrida temporada la que pasó en aquel sitio, a solas, y siempre oculto, nunca atreviéndose a sacarse el anillo, y apenas atreviéndose a dormir, aun escondido en los rincones más oscuros y remotos que podía encontrar. Por hacer algo se dedicó a recorrer el palacio del rey elfo. Unas puertas mágicas cerraban la entrada, pero a veces podía salir, si era rápido. Compañías de los Elfos del Bosque, algunas veces con el rey a la cabeza, salían de cuando en cuando de cacería, o a otros asuntos, a los bosques y a las tierras del Este. Entonces, si Bilbo se apresuraba, podía deslizarse fuera detrás de ellos; aunque era un riesgo muy peligroso. Más de una vez estuvo a punto de ser alcanzado por las puertas, cuando batían juntas al pasar el último elfo; todavía no se atrevía a marchar entre ellos a causa de la sombra que echaba (tenue y vacilante a la luz de las antorchas), o por miedo a que tropezasen con él y lo descubriesen. Y cuando salía, lo que no era muy frecuente, no servía de mucho. No deseaba abandonar a los enanos, y en verdad sin ellos no hubiera sabido adónde ir. No podía marchar al paso de los elfos cazadores durante el tiempo que estaban fuera, así que nunca descubría los caminos de salida del bosque y se quedaba errando tristemente por la floresta, aterrorizado de perderse, hasta que aparecía una oportunidad de regresar. Además pasaba hambre fuera, pues no era cazador, mientras que en el interior de las cavernas podía ganarse la vida de alguna forma, robando comida del almacén o la mesa cuando no había nadie a la vista.

«Soy como un saqueador que no puede escapar, y ha de seguir saqueando miserablemente la misma casa, día tras día», pensaba. «¡Ésta es la parte más monótona y gris de una desdichada, fatigosa e incómoda aventura! ¡Desearía estar de vuelta en mi agujero-hobbit junto a mi propio fuego, y a la luz de la lámpara!» A menudo deseaba también enviar un mensaje de socorro al mago, pero aquello, desde luego, era del todo imposible; y pronto comprendió que si algo podía hacerse, tendría que hacerlo él mismo, solo y sin ayuda.

Por fin, luego de una o dos semanas de esta vida furtiva, observando y siguiendo a los guardias y aprovechando todas las oportunidades, se las arregló para descubrir dónde estaban encerrados los enanos. Encontró las doce celdas en sitios distintos del palacio, y al cabo de un tiempo consiguió conocer el camino bastante bien. Cuál no sería su sorpresa cuando oyó por casualidad una conversación de los guardianes y se enteró de que había otro enano en prisión, en un lugar especialmente profundo y oscuro. Adivinó en seguida, por supuesto, que se trataba de Thorin; y descubrió al poco tiempo que la suposición era correcta. Por último, después de muchas dificultades consiguió encontrar el lugar cuando nadie rondaba y tener unas palabras con el jefe de los enanos.

Thorin se sentía demasiado desdichado para que sus propios infortunios continuaran enfadándolo mucho tiempo, y ya estaba pensando en contarle al rey todo lo del tesoro y la búsqueda (lo que prueba qué deprimido se sentía), cuando oyó la vocecita de Bilbo en el agujero de la cerradura. No podía creerlo. Pronto, sin embargo, entendió que no podía estar equivocado y se acercó a la puerta; y sostuvo una larga y susurrante conversación con el hobbit al otro lado.

Así fue como Bilbo fue capaz de llevar en secreto un mensaje de Thorin a cada uno de los otros enanos prisioneros, diciéndoles que Thorin, el jefe, estaba también en prisión, muy cerca, y que nadie revelara al rey el objeto de la misión, no todavía, no antes que Thorin lo ordenase. Pues Thorin se sintió otra vez animado al oír cómo el hobbit había salvado a los enanos de las arañas, y resolvió de nuevo no pagar un rescate (prometiéndole al rey una parte del tesoro) hasta que toda otra esperanza de salir de allí se hubiese desvanecido; en realidad hasta que el extraordinario señor Bolsón Invisible (de quien empezaba a tener en verdad una opinión muy alta) hubiese fracasado por completo en encontrar una solución más ingeniosa.

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