Un día más largo que un siglo - Айтматов Чингиз Торекулович 12 стр.


En Kumbel se efectuaba la expedición de los movilizados. Los formaron en filas, pasaron lista y los distribuyeron por los vagones. Y entonces fue cuando sucedió una extraña historia.

Cuando Kazangap iba con su columna a embarcar, uno de los empleados de la oficina de reclutamiento le alcanzó por el camino.

- ¡Asanbáyev Kazangap! ¿Quién es aquí Asanbáyev? ¡Que salga de la formación! ¡Sígame!

Kazangap hizo lo que se le decía.

- ¡Yo soy Asanbáyev!

- ¡La documentación! Correcto. Es él. Ahora, sígame. Y volvieron atrás, a la estación, donde estaba instalada la oficina de reclutamiento. Aquel hombre le dijo:

- Sabes qué, Asanbái, anda, vuélvete a casa. Que te vayas a casa. ¿Entendido?

- Entendido –respondió Kazangap, aunque no había comprendido nada.

- En este caso, vete, no estorbes el paso. Estás libre.

Kazangap se quedó en medio de la zumbante multitud de los que partían y de quienes iban a despedirlos sumido en una confusión total. Al principio incluso se alegró de que las cosas tomaran aquel cariz, pero de pronto sintió un sofoco insoportable ante una idea que fulguró en las profundidades de su conciencia. ¡Conque era eso! Y empezó a abrirse paso por entre el bloque de gente hacia la puerta del jefe de la oficina de reclutamiento.

–¿Adónde vas? ¿Dónde te metes? –le gritaron quienes querían también llegar al jefe de la oficina.

–¡Tengo un asunto urgente! ¡El tren va a partir, mi asunto es urgente! –Y se abrió paso.

En el despacho, lleno de humo de tabaco hasta formar una neblina azulada, rodeado de teléfonos, papeles y personas, un hombre medio canoso, enronquecido, levantó de la mesa su convulsa cara cuando Kazangap se acercó hasta él.

- ¿Qué quieres? ¿Cuál es el problema?

- No estoy de acuerdo.

- ¿No estás de acuerdo en qué?

- Mi padre fue rehabilitado como víctima de los excesos. ¡No era un kulak!¡Comprobad todos vuestros documentos! Fue rehabilitado como campesino medio.

- ¡Espera, espera! ¿Qué quieres?

- Si no me aceptáis por esa causa, es una injusticia.

- Oiga, no diga desatinos. Kulak,campesino medio... ¿quién se ocupa ahora de esas cosas? ¿De dónde caes tú? ¿Quién eres?

Asanbáyev, del apartadero de Boranly-Buránny. El jefe se puso a ojear las listas.

- Haberlo dicho. No me vengas con cuentos. ¡Que si el campesino medio, que si pobre, que si kulak!¡Tienes un destino! Te llamaron por equivocación. Hay una orden del propio Stalin: no tocar a los ferroviarios, que todos permanezcan en sus puestos. Anda, no molestes, vete a tu apartadero y haz tu trabajo...

La puesta de sol lo cogió por el camino, no lejos de Boranly-Buránny. Se acercaban de nuevo a la línea del ferrocarril, se oían ya los silbidos de los trenes que pasaban en uno y otro sentido, y se podía distinguir la composición de los convoyes. Desde lejos, en medio del desierto de Sary-Ozeki, parecían de juguete. A sus espaldas el sol se apagaba lentamente iluminando, y al propio tiempo sombreando, los limpios barrancos y montículos de los alrededores; a la vez que el crepúsculo crecía invisible sobre la tierra oscureciendo el aire y saturándolo con el perfume azul y frío de la tierra primaveral que aun conservaba restos de la humedad invernal.

–¡Éste es nuestro Boranly! –señaló con la mano Kazangap volviéndose hacia Yediguéi en el camello y hacia Ukubala que caminaba a su lado–. Queda muy poco, si Dios quiere pronto llegaremos y podréis descansar.

Ante ellos, en un lugar donde el ferrocarril dibujaba un zigzag apenas perceptible sobre la superficie del desierto, había unas casitas, y en la vía paralela, esperando que se abriera el semáforo se encontraba un tren de paso. Y más allá, y por los lados, se veía el campo liso y llano, el declive suave de las depresiones, un mudo e inconmensurable espacio, estepa y más estepa...

El corazón de Yediguéi se desanimó: él era un hombre de la estepa costera, estaba acostumbrado a los desiertos del Aral, pero no esperaba aquello. Del mar azul eternamente cambiante, en cuyas orillas había nacido, ¡a aquella sequedad de muerte! ¿Cómo podría vivir allí?

Ukubala, que caminaba a su lado, alargó la mano hasta tocar el pie de Yediguéi y dio algunos pasos sin retirar la mano. Él la comprendió. «No importa –decía con el gesto–, lo importante es que recuperes la salud. Viviremos y luego ya veremos...»

Así se acercaron al lugar donde debían, como resultó luego, pasar largos años, todo el resto de su vida.

Pronto se apagó el sol, y ya en tinieblas, cuando tan claras y precisas aparecían en el cielo de Sary-Ozeki multitud de estrellas, llegaron a Boranly-Buránny.

Durante algunos días vivieron en casa de Kazangap. Luego, fueron a vivir aparte. Les dieron una habitación en una barraca que había para los obreros de la vía, y con eso empezaron la vida en aquel nuevo lugar.

Pese a todas las incomodidades, y a la soledad de Sary-Ozeki, angustiosa especialmente en los primeros tiempos, hubo dos cosas que fueron muy beneficiosas para Yediguéi: el aire y la leche de camella. El aire tenía una pureza primitiva, habría sido difícil encontrar otro lugar tan virgen como aquél, y en cuanto a la leche, Kazangap se lo solucionó, les cedió el ordeño de una de sus dos camellas.

–Mi mujer y yo hemos hablado sobre todo esto –dijo–, tenemos suficiente leche para nosotros, quedaos vosotros con el ordeño de nuestra Cabezablanca.Es una camella joven, muy lechera, va para el segundo parto. Cuidadla vosotros y beneficiaos. Sólo tened cuidado de no perjudicar a la cría. Será para vosotros, así lo hemos decidido mi mujer y yo, para ti, Yediguéi, para la recría, como principio. Si la cuidas bien, se formará un rebaño a su alrededor. Si después se te ocurre partir, puedes venderla y tendrás dinero.

El hijo de Cabezablanca–de negra cabeza, diminuto, con oscuras gibas infantiles– hacía sólo una semana y media que había nacido. Y tenía unos ojazos conmovedores: enormes, abultados, húmedos, brillando con infantil ternura y curiosidad. A veces empezaba a correr de un modo muy gracioso, a saltar y a juguetear junto a su madre, y cuando lo dejaban en el cercado, la llamaba con voz plañidera, casi humana. Quién habría podido pensarlo: era el futuro Burani Karanar.El mismo incansable y poderoso camello que se convertiría con el tiempo en la celebridad de la región. Había muchas cosas en la vida de Yediguéi relacionadas con ese animal. Pero entonces, el pequeño necesitaba un cuidado constante. Yediguéi le tomó un gran afecto. Ocupaba en él todo el tiempo libre de que disponía. Antes, cuando aún estaba en el Aral, tenía cierta práctica en ese asunto, y entonces le fue muy útil. Al llegar el invierno, el pequeño Karanarhabía crecido notablemente y ante la inminencia de los fríos le confeccionaron un caliente telliz que se abrochaba bajo la barriga. Resultaba muy gracioso con aquel paramento: sólo quedaban fuera la cabeza, el cuello, las patas y las dos gibas. Así anduvo vestido todo el invierno y comienzos de primavera, pasando días enteros en la estepa a cielo abierto.

Durante el invierno de aquel año, Yediguéi advirtió que gradualmente recuperaba las fuerzas perdidas. Incluso ni se dio cuenta de cuándo había dejado de darle vueltas la cabeza. Poco a poco desapareció el continuo zumbido de sus oídos, y dejó de sudar durante el trabajo. Y en mitad del invierno, cuando se acumularon grandes montones de nieve en las vías, ya pudo acudir a ayudar como todos los demás. Y luego cobró tanta fuerza –pues era joven, y de naturaleza enérgica– que llegó a olvidar lo duro y mal que lo había pasado recientemente, cuando apenas podía arrastrar los pies. Se habían cumplido las palabras del doctor de la barba roja.

En los momentos apacibles, Yediguéi solía bromear con el camellito, acariciándolo, abrazándose a su cuello y diciéndole:

–Tú y yo somos algo así como hermanos de leche. Fíjate cómo has crecido tú con la leche de Cabezablanca,y yo, según creo, me he librado de la debilidad de la contusión. Quiera Dios que para siempre. La diferencia está en que tú chupabas del pezón y yo ordeñaba y hacía shubat...

Muchos años después, cuando Karanarhabía alcanzado su fama en Sary-Ozeki hasta el punto de que iban especialmente a sacarle fotografías –eso fue cuando la guerra ya se había olvidado, los hijos estaban en la escuela, el apartadero disponía de su propia bomba de agua, con lo que el problema de su abastecimiento se había resuelto definitivamente y Yediguéi había colocado ya la casa bajo un techo metálico, en una palabra, cuando la vida después de tantas privaciones y sufrimientos había entrado por fin en un cauce digno y normal de toda vida humana–, fue entonces cuando tuvo lugar una conversación que Yediguéi recordó después por mucho tiempo.

La llegada de corresponsales gráficos –así se presentaron ellos– fue un caso raro, quizá único, en la historia de Boranly-Buránny. Los vivarachos y charlatanes corresponsales, que eran tres, no se mostraron avaros en promesas: habían ido, dijeron, para publicar en todas las revistas y periódicos las fotografías de Burani Karanary de sus dueños. El ruido y la agitación del entorno no gustaron demasiado a Karanar,que chillaba irritado, hacía crujir sus dentadas fauces y levantaba su inalcanzable cabeza para que lo dejaran en paz. Los forasteros tenían que rogar continuamente a Yediguéi que calmara al camello, que le diera la vuelta, ora así, ora asá. Y Yediguéi, a su vez, llamaba a los niños, a las mujeres y al propio Kazangap, para que, naturalmente, no le retrataran sólo a él sino a todos juntos, suponiendo que así sería mejor. Los corresponsales accedían gustosamente y disparaban diversas máquinas. El no va más fue cuando cargaron a todos los niños sobre Burani Karanar,dos en el cuello y otros cinco sobre la espalda, en el centro el propio Yediguéi, como diciendo: «¡Ved qué fuerza la de este camello!». ¡Aquello fue todo algarabía y alegría! Pero luego los corresponsales confesaron que para ellos lo más importante era fotografiar al semental solo, sin personas. ¡Por favor, no faltaría más!

Y entonces los fotógrafos empezaron a retratar a Burani Karanarapuntándole por los flancos, por delante, por detrás, de cerca, de lejos, de todas las maneras que supieron y pudieron; luego, con la ayuda de Yediguéi, empezaron a medirlo: la altura hasta la melena, el perímetro torácico, el carpiano, la longitud del tronco, y lo anotaban todo entusiasmados:

–¡Un bactriano soberbio! ¡Aquí sí que funcionaron perfectamente los genes! ¡Un tipo clásico de bactriano! ¡Qué pecho tan poderoso! ¡Qué exterior tan perfecto!

Naturalmente resultaba muy halagador para Yediguéi escuchar aquellas opiniones, pero tuvo que preguntar qué significaban aquellas palabras, desconocidas para él, como «bactriano», por ejemplo. Resultó que así se llamaba científicamente una antiquísima especie de camellos.

- ¿O sea, que es un bactriano?

- Y de rara pureza. Un diamante.

- ¿Y para qué todas esas mediciones?

- Son datos científicos.

Por lo que respecta a las revistas y periódicos, los forasteros habían exagerado, naturalmente, ante los de Boranly para darse más importancia, pero medio año más tarde enviaron un manual destinado a las facultades zootécnicas dedicadas a la cría de camellos, y en la cubierta del libro lucía sus encantos un bactriano clásico: Burani Karanar.También enviaron un puñado de fotografías, entre ellas algunas en color. Incluso por estas fotografías se podía llegar a la conclusión de que fue una época alegre y feliz. Las dificultades de la posguerra habían quedado atrás, los niños ya habían entrado en la adolescencia, los mayores estaban vivos y sanos, y la vejez rondaba aún escondida más allá de las montañas.

Aquel día, Yediguéi sacrificó un cordero en honor de los huéspedes y ofreció un gran ágape a todos los de Boranly. Había shubat,vodka y toda clase de manjares. En aquella época solía pasar por el apartadero el vagón-almacén móvil del DAO (Departamento de Aprovisionamiento Obrero) llevando todo cuanto uno pudiera desear. Con tal de que tuviera dinero. Había allí cangrejos de todo género, caviar negro y rojo, diferentes especies de pescado, coñac, salchichas, caramelos, etc., etc. Pero, caramba, cuando hay de todo no se compra mucho en el vagón. ¿Para qué lo superfluo? Ahora, el almacén móvil hace tiempo que ha desaparecido de las vías...

Pero entonces tuvieron una estupenda sobremesa, bebieron incluso por Burani Karanar.La conversación puso de manifiesto que los huéspedes habían oído hablar de Karanara Elizárov. Éste les contó que en Sary-Ozeki vivía su amigo Burani Yediguéi quien poseía el camello más hermoso del mundo. ¡Burani Karanar!¡Elizárov, Elizárov! Magnífica persona, conocedor de Sary-Ozeki, sabio... Cuando Elizárov iba a Boranly-Buránny, se reunían los dos con Kazangap, y mantenían un sinfín de conversaciones a lo largo de noches enteras...

En aquella sobremesa contaron a los huéspedes, ora Kazangap, ora Yediguéi –continuando y complementando uno a otro lo que narraban– la leyenda de Sary-Ozeki sobre los antepasados de la actual raza de camellos, sobre la famosa camella Akmai,de cabeza blanca, y su no menos famosa dueña Naiman-Ana, que descansaba en el cementerio de Ana-Beit. ¡He aquí, pues, de dónde procedía la estirpe de Burani Karanar!Los de Boranly esperaban que quizá algún periódico publicara aquella vieja historia. Los huéspedes la escucharon con interés, pero seguramente consideraron que sólo era una leyenda local que se transmitía de generación en generación. Pero Elizárov era de otra opinión. Consideraba que la leyenda de Akmaipodía perfectamente reflejar lo que había ocurrido, como él decía, en aquella realidad histórica. Le gustaba escuchar esas historias y conocía no pocas tradiciones de la estepa...

Al caer la tarde se despidieron de los huéspedes. Yediguéi se sentía satisfecho y orgulloso. Por eso dijo algo sin pensarlo bien. En realidad, había bebido con los huéspedes. Pero lo dicho, dicho está.

–Qué, kazajo, confiésalo –dijo a Kazangap–, ¿no lamentas, como un pecado, haberme regalado la cría Karanar?

Kazangap le miró con una sonrisa burlona. Por lo visto, no esperaba una salida semejante. Y después de una pausa, respondió:

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