Un día más largo que un siglo - Айтматов Чингиз Торекулович 42 стр.


Abutalip volvió al departamento y tomó a disgusto la mochila olvidada. Cuando volvió a salir al pasillo a punto estuvo de tropezar con dos miembros del servicio local que iban por el vagón con aire apresurado y preocupado.

–¡Deténte! –el vigilante empujó a Abutalip contra la pared–. ¡Deja paso! Que pasen los camaradas.

Al salir del vagón, Abutalip oyó que aquellos dos hombres llamaban a la puerta del departamento de Tansykbáyev.

–¡Camarada Tansykbáyev! –llegaron sus voces agitadas–. ¡Bienvenido! ¡Le esperábamos con impaciencia! ¡Con qué impaciencia! Tenemos aquí una buena nevada. ¡Disculpe! ¡Permita que nos presentemos, camarada comandante!

La escolta armada –tres hombres con gorras de orejeras y uniforme de soldado– estaba abajo esperando al preso, a quien tenían orden de conducir a un coche cerrado a través de las vías.

–¡Anda, baja! ¿Qué esperas? –le apresuró uno de los hombres de escolta.

Acompañado por el vigilante, Abutalip descendió en silencio los peldaños del vagón. Se respiraba un aire frío muy vivo, caía polvo de nieve. Las manillas heladas le cortaban cruelmente la mano. Oscuridad rota por las luces de las vías de una estación desconocida, maraña de raíles barridos por la ventisca, inquietantes silbidos de las máquinas de maniobras.

–¡Entrego al preso número noventa y siete! –informó el vigilante a la escolta.

–¡Tomo al preso número noventa y siete! –respondió como un eco el jefe de la escolta.

–¡Listos! ¡Andando donde te manden! –dijo a Abutalip el vigilante como despedida. Y luego añadió sin saber por qué–: Allí te meterán en un coche y te llevarán...

Abutalip avanzó bajo escolta por las vías, saltando al azar los raíles y las traviesas. Caminaban hundiéndose en la nieve. Abutalip llevaba la mochila al hombro. Ora aquí, ora allá, sonaban los silbidos de las locomotoras del turno de noche.

Los colegas de Orenburg habían acudido al departamento de Tansykbáyev para llevarlo a un hotel; no obstante, se quedaron un poco para celebrar su llegada. Dispuestos a entablar amistad, los colegas propusieron beber y tomar alguna cosa allí mismo, en el departamento, tanto más por ser de noche y hora no laboral. Quién no habría aceptado. Durante la conversación, Tansykbáyev juzgó posible decir que el asunto estaba en vías de arreglo, que podían estar seguros del éxito del careo, motivo por el cual habían venido de Alma-Atá.

Los colegas pronto se hicieron amigos. Estaban conversando animadamente cuando sonaron en el exterior unas voces excitadas y el ruido de pasos por el pasillo del vagón. El vigilante y un soldado de escolta irrumpieron en el departamento. El soldado estaba ensangrentado. Con la cara horrorosamente alterada, saludó a Tansykbáyev y gritó:

–El preso número noventa y siete ha muerto!

–¿Cómo que ha muerto? –saltó fuera de sí Tansykbáyev–. ¿Qué significa muerto?

–¡Se ha arrojado bajo una locomotora! –precisó el vigilante jefe.

–¿Qué significa que se arrojó? ¿Cómo se arrojó? –Tansykbáyev sacudió furioso al vigilante.

Cuando llegamos a las vías, las máquinas de maniobras se movían a derecha e izquierda –empezó a explicar confusamente el soldado–. Estaban moviendo un convoy. De acá para allá... Nos detuvimos a esperar que pasara... Y el preso blandió de pronto la mochila, me golpeó en la cabeza y se echó directamente bajo la máquina, bajo las ruedas...

Todos guardaron silencio, completamente confundidos ante lo inesperado del suceso. Tansykbáyev empezó a prepararse febrilmente para salir.

–¡Qué canalla, qué malvado, se ha librado! –soltó con un temblor en la voz–. ¡Arruinó tódo el asunto! ¡Ah! ¡Qué cosas! ¡Escapó, realmente, escapó! –hizo un gesto de desesperación con la mano y se sirvió un vaso lleno de vodka.

Sus colegas de Orenburg, sin embargo, no dejaron de advertir al soldado que toda la responsabilidad de lo sucedido recaía en la escolta...

CAPÍTULO X

En el océano Pacífico, al sur de las Aleutianas, bastante después de mediodía. Continuaba la misma tempestad, y seguían por todo el espacio visible las hileras de olas, una tras otra, constituyendo el invisible movimiento del elemento líquido de horizonte a horizonte. El portaviones Conventsiase balanceaba ligeramente sobre las olas. Se encontraba en el mismo lugar de antes, a la misma distancia por aire de San Francisco que de Vladivostok. Todos los servicios del barco, del programa científico internacional, estaban en tensión, perfectamente preparados para pasar a la acción.

En aquel momento tenía lugar a bordo del portaviones una reunión de urgencia de las comisiones plenipotenciarias que estudiaban la extraordinaria situación planteada como resultado del descubrimiento de una civilización extraterrestre en el sistema del astro Poseedor. Los paritet-cosmonautas 2-1 y 1-2, que estaban con los extraterrestres por su libérrima voluntad, se encontraban todavía en el planeta Pecho Forestal después de la triple advertencia del Centrun, a través de la estación orbital Paritet, en el sentido de que en ningún caso emprendieran ninguna acción hasta recibir indicaciones precisas del Centrun.

Esta orden categórica reflejaba en realidad no sólo la confusión de las mentes, sino también una situación excepcionalmente complicada que se agudizaba de forma incontenible, una incandescencia de la discordia en las relaciones entre las dos partes, que amenazaba con la ruptura total de la cooperación, y lo que es peor, con una abierta confrontación. Lo que recientemente suscitaba en las partes un interés por integrar la potencia técnico-científica de los Estados líderes –el programa «Demiurg»—, había quedado automáticamente en segundo plano y había perdido de golpe toda su importancia a la vista del super-problema inesperadamente planteado con el descubrimiento de una civilización extraterrestre. Los miembros de la comisión sólo comprendían claramente una cosa: aquel inaudito descubrimiento, que no podía compararse con ningún otro, ponía definitivamente a prueba los fundamentos de la cooperación mundial actual, todo lo que se había propugnado, cultivado y elaborado en la conciencia de las generaciones de siglo en siglo, todo el conjunto de normas de existencia. ¿Podía alguien atreverse a dar tan temerario paso? Y eso sin entrar ya en elucubraciones sobre la seguridad total del globo terráqueo.

Y aquí, como suele ocurrir siempre en todos los momentos críticos de la historia, se pusieron al descubierto con toda su fuerza las radicales contradicciones entre los dos sistemas socio-políticos de la Tierra.

El estudio de la cuestión se desorbitó hasta llegar a ardientes debates. Las diferencias de puntos de vista y de enfoque, adoptaban cada vez más el carácter de posiciones irreconciliables. El asunto se desplazaba impetuosamente hacia la confrontación, hacia las amenazas mutuas, hacia conflictos que, escapando al control, eran capaces de conformar una guerra mundial. Por ello, cada parte intentaba abstenerse de los extremismos ante el peligro común que representaba semejante desarrollo de los acontecimientos, pero el factor más moderador era el repudio, o más exactamente, el peligro de un estallido de la conciencia terrena que pudiera producirse espontáneamente si la noticia de la civilización extraterrestre se convertía en un hecho de general conocimiento... Nadie podía dar una seguridad sobre los resultados de este desenlace...

Y la sensatez se impuso. Las dos partes llegaron a un compromiso, un compromiso obligado, lo repetimos, sobre una base rigurosamente valorada. A tenor del mismo, se envió a la estación orbital Paritet un radiograma cifrado del Centrun con el siguiente contenido:

«A los cosmonautas 1-2 y 2-1. Se os comunica la obligación de poneros inmediatamente en contacto por radio, mediante los sistemas de a bordo de la Paritet, con los paritet-cosmonautas 1-2 y 2-1 que se encuentran en una galaxia fuera del sistema solar, en el llamado sistema del astro Poseedor, en el planeta Pecho Forestal. Es indispensable informarlos urgentemente de que, en base a las conclusiones de las comisiones de las dos partes, que estudian los informes sobre la civilización extraterrestre descubierta por los paritet-cosmonautas 1-2 y 2-1, el Centrun ha adoptado una resolución inapelable:

»a) No permitir el regreso de los ex paritet-cosmonautas 1-2 y 2-1 a la estación orbital Paritet, y por ello tampoco a la Tierra, como personas indeseables para la civilización terrestre.

»b) Declarar a los habitantes del planeta Pecho Forestal que rehusamos entrar en cualquier tipo de contacto con ellos por considerarnos incompatibles desde el punto de vista de la experiencia histórica, de los intereses vitales de ambas partes y de las peculiaridades del actual desarrollo de la sociedad humana en la Tierra.

»c) Prevenir a los ex paritet-cosmonautas 1-2 y 2-1, así como a los extraterrestres que se hallan en contacto con ellos, para que no intenten establecer contacto con los terrícolas, y mucho menos penetrar en la esfera periférica de la Tierra, como tuvo lugar en el caso de la visita de los extraterrestres a la estación orbital Paritet en la órbita "Tramplin".

»d) Con objeto de aislar la esfera periférica de la Tierra, ante la posible intrusión de aparatos voladores de procedencia extraterrestre, el Centrun declara que se establece con carácter de urgencia un régimen transcósmico extraordinario que lleva el nombre de Operación Anillo y que consiste en la programación de una serie de cohetes-robots militares de protección en las órbitas correspondientes, calculados para destruir mediante radiaciones láser-nucleares cualquier objeto que se acerque por el cosmos al globo terráqueo.

»e) Llevar a conocimiento de los ex paritet-cosmonautas 1-2 y 2-1, que entraron sin autorización en contacto con los seres extraterrestres, que con fines de seguridad, y para conservar la estabilidad de la estructura geopolítica de los terrícolas, queda excluida cualquier posibilidad de contacto con ellos. Para ello, se tomarán todas las medidas para conservar en riguroso secreto el acontecimiento que ha tenido lugar, y aquellas otras que impidan la reanudación de los contactos. Con este fin, la órbita de la estación Paritet se cambiará inmediatamente y los canales de radio de la estación se cifrarán de nuevo.

»f) Advertir una vez más a los extraterrestres del peligro que representa acercarse a las zonas "anillo" que rodean el globo terráqueo.

»Centrun. A bordo del portaviones Conventsia

Al recurrir a estas medidas de protección, el Centrun se vio obligado a congelar por cierto tiempo todo el programa «Demiurg», relativo a la conquista del planeta Iks. La estación orbital Paritetse debía llevar a otros parámetros de rotación, donde sería utilizada para observaciones cósmicas normales. Se decidió poner bajo la custodia de la neutral Finlandia el portaviones Conventsia, de investigación científica. Una vez lanzado al lejano cosmos el sistema «Anillo», todo el personal de la Paritet, todos los empleados científicos y administrativos, y todo el servicio auxiliar, debía licenciarse con el riguroso compromiso de no revelar en toda su vida el motivo de la cancelación de las actividades del Centrun.

Para el gran público, la intención era declarar que los trabajos del programa «Demiurg» se detenían por un tiempo indeterminado debido a la necesidad de prospecciones y correcciones básicas en el planeta Iks.

Todo estaba cuidadosamente previsto. Y todo debía ponerse en práctica inmediatamente después del urgente establecimiento del «Anillo» alrededor del globo terrestre.

Antes de ello, inmediatamente después de la reunión de las comisiones, todos los documentos, todos los códigos, toda la información de los ex paritet-cosmonautas, todas las actas, todos los filmes y papeles que tuvieran cualquier relación con aquella triste historia, fueron destruidos.

En el océano Pacífico, al sur de las Aleutianas, iba muriendo el día. El tiempo continuaba siendo, como antes, relativamente soportable. Sin embargo, la agitación del océano iba creciendo gradualmente. Se oía ya el retumbar de las olas, que hervían por todas partes.

El personal del ala de aviación del portaviones esperaba tensamente la salida de los miembros de la comisión plenipotenciaria hacia los aviones al terminar la reunión. Al fin, salieron todos. Se despidieron. Unos fueron a uno de los aviones y otros a otro.

El despegue fue perfecto a pesar del balanceo. Uno de los aviones salió rumbo a San Francisco; el otro hacia la parte opuesta, hacia Vladivostok.

Bañándose en los vientos de las alturas, la Tierra seguía sus eternos círculos. La Tierra flotaba... Era un pequeño granito de arena en la inconmensurable infinitud del universo. Granitos de arena como ése los había en gran cantidad en el universo. Pero sólo en éste, en el planeta Tierra, vivía y existía gente. Vivían como podían y como sabían, y a veces, traspasados de curiosidad, intentaban conocer si había en otros lugares seres semejantes a ellos. Discutían, elaboraban hipótesis, desembarcaban en la Luna, enviaban aparatos automáticos a otros cuerpos celestes, pero cada vez se convencían con amargura de que en ninguna parte de los alrededores del sistema solar había nadie ni nada semejante a ellos, ni ningún tipo de vida. Luego se olvidaron de ello, tenían otras preocupaciones, no era fácil vivir y estar de acuerdo entre sí, y además, costaba trabajo conseguir el pan de cada día... Muchos consideraban que aquél no era su problema. Y la Tierra iba rodando por sí misma...

Todo aquel mes de enero había sido muy frío y brumoso. ¿De dónde vendría tanto frío a Sary-Ozeki? Los trenes iban con los bujes helados, puestos al rojo blanco por el crudo frío. Tras la ventisca y la helada resultaba curioso ver las negras cisternas de petróleo detenerse en el apartadero formando una fila completamente blanca. Para los trenes tampoco resultaba fácil ponerse en marcha. Enganchadas a pares, las locomotoras, como arrimando los dos hombros, estaban un rato dando tirones para, literalmente, arrancar las ruedas, pegadas por el hielo a los raíles. Y estos esfuerzos de las locomotoras, se oían en el aire desde muy lejos en forma de chirriante retumbar de hierro. Por las noches, los niños de Boranly despertaban asustados por ese ruido.

Y entonces también empezaron las obstrucciones de nieve en las vías. Todo se conjuraba. Los vientos andaban locos. En Sary-Ozeki todo el espacio era abierto y nadie podía adivinar por qué lado golpearía la ventisca. Y a los de Boranly les parecía que el viento intentaba echar la nieve precisamente sobre la línea del ferrocarril. No hacía sino esperar el menor descanso para caer sobre ellos, levantar la ventisca y cubrir las vías con pesados montones de nieve.

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