Un mundo feliz - Huxley Aldous Leonard 6 стр.


– No, nadie más -contestó, casi con truculencia-. Y no veo por qué debería haber habido alguien más.

– ¡Vaya! ¡La niña no ve por qué! -repitió Fanny, como dirigiéndose a un invisible oyente situado detrás del hombro izquierdo de Lenina. Luego, cambiando bruscamente de tono, añadió-: En serio. La verdad es que creo que deberías andar con cuidado. Está muy mal eso de seguir así con el mismo hombre. A los cuarenta o cuarenta y cinco años, todavía… Pero, ¡a tu edad, Lenina! No. no puede ser. Y sabes muy bien que el D.I.C. se opone firmemente a todo lo que sea demasiado intenso o prolongado…

– Imaginen un tubo que encierra agua a presión. -Los estudiantes se lo imaginaron-. Practico en el mismo un solo agujero -dijo el Interventor-. ¡Qué hermoso chorro!

Lo agujereó viente veces. Brotaron veinte mezquinas fuentecitas.

Hijo mío. Hijo mío…

¡Madre!

La locura es contagiosa.

Amor mío, mi único amor, preciosa, preciosa…

Madre, monogamia, romanticismo… La fuente brota muy alta; el chorro surge con furia, espumante. La necesidad tiene una sola salida. Amor mío, hijo mío. No es extraño que aquellos pobres premodernos estuviesen locos y fuesen desdichados y miserables. Su mundo no les permitía tomar las cosas con calma, no les permitía ser juiciosos, virtuosos, felices. Con madres y amantes, con prohibiciones para cuya obediencia no habían sido condicionados, con las tentaciones y los remordimientos solitarios, con todas las enfermedades y el dolor eternamente aislante, no es de extrañar que sintieran intensamente las cosas y sintiéndolas así (y, peor aún, en soledad, en un aislamiento individual sin esperanzas), ¿cómo podían ser estables?

– Claro que no tienes necesidad de dejarle. Pero sal con algún otro de vez en cuando. Esto basta. P-1 va con otras muchachas, ¿no es verdad?

Lenina lo admitió.

– Claro que sí. Henry Foster es un perfecto caballero, siempre correcto. Además, tienes que pensar en el director. Ya sabes que es muy quisquilloso…,

Asintiendo con la cabeza, Lenina dijo:

– Esta tarde me ha dado una palmadita en el trasero.

– ¿Lo ves? -Fanny se mostraba triunfal-. Esto te demuestra qué es lo que importa por encima de todo. El convencionalismo más estricto.

– Estabilidad -dijo el Interventor-, estabilidad. No cabe civilización alguna sin estabilidad social. Y no hay estabilidad social sin estabilidad individual.

Su voz sonaba como una trompeta. Escuchándole, los estudiantes se sentían más grandes, más ardientes.

La máquina gira, gira, y debe seguir girando, siempre. Si se para, es la muerte. Un millar de millones se arrastraban por la corteza terrestre. Las ruedas empezaron a girar. En ciento cincuenta años llegaron a los dos mil millones. Párense todas las ruedas. Al cabo de ciento cincuenta semanas de nuevo hay sólo mil millones; miles y miles de hombres y mujeres han perecido de hambre.

Las ruedas deben girar continuamente, pero no al azar. Debe haber hombres que las vigilen, hombres tan seguros como las mismas ruedas en sus ejes, hombres cuerdos, obedientes, estables en su contentamiento.

Si gritan: Hijo mío, madre mía, mi único amor; si murmuran: Mi pecado, mi terrible Dios; si chillan de dolor, deliran de fiebre, sufren a causa de la vejez y la pobreza… ¿cómo pueden cuidar de las ruedas? Y si no pueden cuidar de las ruedas… Sería muy difícil enterrar o quemar los cadáveres de millares y millares y millares de hombres y mujeres.

– Y al fin y al cabo -el tono de voz de Fanny era un arrullo-, no veo que haya nada doloroso o desagradable en el hecho de tener a uno o dos hombres además de Henry. Teniendo en cuenta todo esto, deberías ser un poco más promiscua…

– Estabilidad -insistió el Interventor-, estabilidad. La necesidad primaria y última. Estabilidad. De ahí todo esto.

Con un movimiento de la mano señaló los jardines, el enorme edificio del Centro de Condicionamiento, los niños desnudos semiocultos en la espesura o corriendo por los prados.

Lenina movió negativamente la cabeza.

– No sé por qué -musitó- últimamente no me he sentido muy bien dispuesta a la promiscuidad. Hay momentos en que una no debe. ¿Nunca lo has sentido así, Fanny?

Fanny asintió con simpatía y comprensión.

– Pero es preciso hacer un esfuerzo -dijo sentenciosamente-, es preciso tomar parte en el juego. Al fin y al cabo, todo el mundo pertenece a todo el mundo.

– Sí, todo el mundo pertenece a todo el mundo -repitió Lenina lentamente; y, suspirando, guardó silencio un momento; después, cogiendo la mano de Fanny, se la estrechó ligeramente-. Tienes toda la razón, Fanny. Como siempre. Haré ese esfuerzo.

Los impulsos coartados se derraman, y el derrame es sentimiento, el derrame es pasión, el derrame es incluso locura; ello depende de la fuerza de la corriente. Y de la altura y la resistencia del dique. La corriente que no es detenida por ningún obstáculo fluye suavemente, bajando por los canales predestinados hasta producir un bienestar tranquilo.

El embrión está hambriento; día tras día, la bomba de sucedáneo de la sangre gira a ochocientas revoluciones por minuto. El niño decantado llora; inmediatamente aparece una enfermera con un frasco de secreción externa. Los sentimientos proliferan en el intervalo de tiempo entre el deseo y su consumación. Abreviad este intervalo, derribad esos viejos diques innecesarios.

– ¡Afortunados muchachos! -dijo el Interventor-. No se ahorraron esfuerzos para hacer que sus vidas fuesen emocionalmente fáciles, para preservarles, en la medida de lo posible, de toda emoción.

– ¡Ford está en su viejo carromato! -murmuró el D.I.C.-. Todo marcha bien en el mundo.

– ¿Lenina Crowne? -dijo Henry Foster, repitiendo la pregunta del Predestinador Ayudante mientras cerraba la cremallera de sus pantalones-. Es una muchacha estupenda. Maravillosamente neumática. Me sorprende que no la hayas tenido.

– La verdad es que no comprendo cómo pudo ser -dijo el Predestinador Ayudante-. Pero lo haré. En la primera ocasión.

Desde su lugar, en el extremo opuesto de la nave del vestuario, Bernard Marx oyó lo que decían y palideció.

– Si quieres que te diga la verdad -dijo Lenina-, lo cierto es que empiezo a aburrirme un poco a fuerza de no tener más que a Henry día tras día. -Se puso la media de la pierna izquierda-. ¿Conoces a Bernard Marx? -preguntó en un tono cuya excesiva indiferencia era evidentemente forzada.

Fanny pareció sobresaltada.

– No me digas que… -¿Por qué no? Bernard es un Alfa-Más.

Además, me pidió que fuera a una de las Reservas para Salvajes con él. Siempre he deseado ver una Reserva para Salvajes.

– Pero ¿y su mala fama? -¿Qué me importa su reputación? -Dicen que no le gusta el Golf de Obstáculos.

– Dicen, dicen… -se burló Lenina. -Además, se pasa casi todo el tiempo solo, solo.

En la voz de Fanny sonaba una nota de horror. -Bueno, en todo caso no estará tan solo cuando esté conmigo. No sé por qué todo el mundo lo trata tan mal. Yo lo encuentro muy agradable.

Sonrió para sí; ¡cuán absurdamente tímido se había mostrado Bernard! Asustado casi, como si ella fuese un Interventor Mundial y él un mecánico Gamma-Menos.

– Consideren sus propios gustos -dijo Mustafá Mond-. ¿Ha encontrado jamás alguno de ustedes un obstáculo insalvable?

La pregunta fue contestada con un silencio negativo.

– ¿Alguno de ustedes se ha visto jamás obligado a esperar largo tiempo entre la concierícia de un deseo y su satisfacción?

– Bueno… -empezó uno de los muchachos; y vaciló.

– Hable -dijo el D.I.C.-. No haga esperar a

Su Fordería.

– Una vez tuve que esperar casi cuatro semanas antes de que la muchacha que yo deseaba me permitiera ir con ella.

– ¿Y sintió usted una fuerte emoción?

– ¡Horrible!

– Horrible; exactamente -dijo el Interventor-. Nuestros antepasados eran tan estúpidos y cortos de miras que cuando aparecieron los primeros reformadores y ofrecieron librarles de estas horribles emociones, no quisieron ni escucharles.

– Hablan de ella como si fuese un trozo de carne. -Bernard rechinó los dientes-. La he probado, no la he probado. Como un cordero. La rebajan a la categoría de cordero, ni más ni menos. Ella dijo que lo pensaría y que me contestaría esta semana. ¡Oh, Ford, Ford, Ford!

Sentía deseos de acercarse a ellos y pegarles en la cara, duro, fuerte una y otra vez.

– De veras, te aconsejo que la pruebes -decía Henry Foster.

– ¡Es tan feo! -dijo Fanny.

– Pues a mí me gusta su aspecto. -¡Y tan bajo!

Fanny hizo una mueca; la poca estatura era típica de las castas bajas.

– Yo lo encuentro muy simpático -dijo Lenina-. Me hace sentir deseos de mimarlo.

¿Entiendes? Como a un gato.

Fanny estaba sorprendida y disgustada.

– Dicen que alguien cometió un error cuando todavía estaba envasado; creyó que era un Gamma y puso alcohol en su ración de sucedáneo de la sangre. Por esto es tan canijo.

– ¡Qué tontería!

Lenina estaba indignada.

– La enseñanza mediante el sueño estuvo prohibida en Inglaterra. Había allá algo que se llamaba Liberalismo. El Parlamento, suponiendo que ustedes sepan lo que era, aprobó una ley que la prohibía. Se conservan los archivos. Hubo discursos sobre la libertad, a propósito de ello. Libertad para ser consciente y desgraciado. Libertad para ser una clavija redonda en un agujero cuadrado.

– Pero, mi querido amigo, con mucho gusto, te lo aseguro. Con mucho gusto. -Henry Foster dio unas palmadas al hombro del Predestinador Ayudante-. Al fin y al cabo, todo el mundo pertenece a todo el mundo.

Cien repeticiones tres noches por semana, durante cuatro años -pensó Bernard Marx, que era especialista en hipnopedia-. Sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad. ¡Idiotas!

– O el sistema de Castas. Constantemente propuesto, constantemente rechazado. Existía entonces la llamada democracia. Como si los hombres fuesen iguales no sólo fisicoquímicamente.

– Bueno, lo único que puedo decir es que aceptaré su invitación.

Bernard los odiaba, los odiaba. Pero eran dos, y eran altos y fuertes.

– La Guerra de los Nueve Años empezó en el año 141 d. F.

– Aunque fuese verdad lo de que le pusieron alcohol en el sucedáneo de la sangre.

– Cosa que, simplemente, no puedo creer -concluyó Lenina.

– El estruendo de catorce mil aviones avanzando en formación abierta. Pero en la Kurfurstendamm y en el Huitiéme Arrondissement, la explosión de las bombas de ántrax apenas produce más ruido que el de una bolsa de papel al estallar,

– Porque quiero ver una Reserva de Salvajes.

– CH C H (NO)2 + Hg (CNO2) ¿a qué? Un enorme agujero en el suelo, un montón de ruinas, algunos trozos de carne y de mucus, un pie, con la bota puesta todavía, que vuela por los aires y aterriza, ¡plas!, entre los geranios, los geranios rojos… ¡Qué espléndida floración, aquel verano!

– No tienes remedio, Lenina; te dejo por lo que eres.

– La técnica rusa para infectar las aguas era particularmente ingeniosa.

De espaldas, Fanny y Lenina siguieron vistiéndose en silencio.

– La Guerra de los Nueve Años, el gran Colapso Económico. Había que elegir entre Dominio Mundial o destrucción. Entre estabilidad y…

– Fanny Crowne también es una chica estupenda -dijo el Predestinador Ayudante.

En las Guarderías, la lección de Conciencia de Clase Elemental había terminado, y ahora las voces se encargaban de crear futura demanda para la futura producción industrial. Me gusta volar -murmuraban-, me gusta volar, me gusta tener vestidos nuevos, me gusta…

– El liberalismo, desde luego, murió de ántrax.

Pero las cosas no pueden hacerse por la fuerza.

– No tan neumática como Lenina. Ni mucho menos.

– Pero los vestidos viejos son feísimos -seguía diciendo el incansable murmullo-. Nosotros siempre tiramos los vestidos viejos. Tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor…

– Gobernar es legislar, no pegar. Se gobierna con el cerebro y las nalgas, nunca con los puños. Por ejemplo, había la obligación de consumir, el consumo obligatorio…

– Bueno, ya estoy -dijo Lenina; pero Fanny seguía muda y dándole la espalda-. Hagamos las paces-, querida Fanny.

– Todos los hombres, las mujeres y los niños eran obligados a consumir un tanto al año. En beneficio de la industria. El único resultado…

– Tirarlos es mejor que remendarlos. A más remiendos, menos dinero; a más remiendos, menos dinero; a más remiendos…

– Cualquier día -dijo Fanny, con énfasis dolorido- vas a meterte en un lío.

– La oposición consciente en gran escala. Cualquier cosa con tal de no consumir. Retorno a la Naturaleza.

– Me gusta volar, me gusta volar.

– ¿Estoy bien? -preguntó Lenina.

Llevaba una chaqueta de tela de acetato verde botella, con puños y cuello de viscosa verde.

– Ochocientos partidarios de la Vida Sencilla fueron liquidados por las ametralladoras en Golders Green.

– Tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor que remendarlos.

– Luego se produjo la matanza del Museo Británico. Dos mil fanáticos de la cultura gaseados con sulfuro de dicloretil.

Un gorrito de jockey verde y blanco sombreaba los ojos de Lenina; sus zapatos eran de un brillante color verde, y muy lustrosos.

– Al fin -dijo Mustafá Mond-, los Interventores comprendieron que el uso de la fuerza era inútil. Los métodos más lentos, pero infinitamente más seguros, de la Ectogenesia, el condicionamiento neo-Pavloviano y la hipnopedia…

Y alrededor de la cintura, Lenina llevaba una cartuchera de sucedáneos de cuero verde, montada en plata,

completamente llena (puesto que Lenina no era hermafrodita) de productos anticoncepcionales reglamentarios.

– Al fin se emplearon los descubrimientos de Pfitzner y Kawaguchi. Una propaganda intensiva contra la reproducción vivípara…

– ¡Perfecta…! -gritó Fanny, entusiasmada. Nunca podía resistirse mucho rato al hechizo de Lenina-. ¡Qué cinturón Maltusiano tan mono!

– Coordinaba con una campaña contra el Pasado; con el cierre de los museos, la voladura de los monumentos históricos (afortunadamente la mayoría de ellos ya habían sido destruidos durante la Guerra de los Nueve años); con la supresión de todos los libros publicados antes del año 150 d. F…

– No cesaré hasta conseguir uno igual -dijo Fanny.

– Había una cosa que llamaban pirámides, por ejemplo.

– Mi vieja bandolera de charol…

– Y un tipo llamado Shakespeare. Claro que ustedes no han oído hablar jamás de estas cosas.

– Es una auténtica desgracia, mi bandolera.

– Éstas son las ventajas de una educación realmente científica.

– A más remiendos, menos dinero; a más remiendos, menos…

– La introducción del primer modelo T de Nuestro Ford…

– Hace ya cerca de tres meses que lo llevo…

– …fue elegida como fecha de iniciación de la nueva Era.

– Tirarlos es mejor que remendarlos; tirarlos es mejor…

– Había una cosa, como dije antes, llamada Cristianismo.

– Tirarlos es mejor que remendarlos.

– La moral y la filosofía del subconsumo…

– Me gustan los vestidos nuevos, me gustan los vestidos nuevos, me gustan…

– Tan esenciales cuando había subproducción; pero en una época de máquinas y de la fijación del nitrógeno, eran un auténtico crimen contra la sociedad.

– Me lo regaló Henry Foster.

– Se cortó el remate a todas las cruces y quedaron convertidas en T. Había también una cosa llamada Díos.

– Es verdadera imitación de tafilete.

– Ahora tenemos el Estado Mundial. Y las fiestas del Día de Ford, y los Cantos de la Comunidad, y los Servicios de Solidaridad.

¡Ford, cómo los odio!, pensaba Bernard Marx.

– Había otra cosa llamada Cielo; sin embargo, solían beber enormes cantidades

de alcohol.

Como carne; exactamente lo mismo que si fuera carne.

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