Ciclo de fuego - Clement Hal 12 стр.


Esto empeoró con el paso de las horas. Kruger no estaba seguro de lo que viajaron, pero advirtió que debían haber sido cientos de millas. Estaba cansado, hambriento y sediento. Dar parecía insensible a todos estos males, así como al frío, que casi estaba logrando que Kruger echara de menos la selva. Habían hablado poco en varias horas, pero cada vez que Kruger pensaba cuánto tiempo duraría aún el viaje no lo hacía, pues no quería que pareciera que protestaba. Por fin, fue Dar quien habló.

— No vamos a poder llegar antes de que se haga de noche — dijo de repente —. Tendré que aterrizar pronto y seguir cuando vuelva a salir el sol.

Kruger miró a la estrella azul, en cuyos movimientos hacía largo tiempo que no reparaba. Dar tenía al parecer razón. Arren estaba en el horizonte detrás de ellos y un poco a la derecha del planeador; se estaba poniendo con lentitud. Kruger trató de aprovechar esto para hacerse una idea de su situación en el planeta; debía significar algo, ya que había visto el sol azul en el horizonte durante más de seis meses terrestres. Una cuestión parecía clara, y era que Theer no saldría aquel año. Habían cruzado al «lado oscuro» de Abyormen. Un casquete polar pareció de repente distinguirse en el paisaje.

Sin embargo, a juzgar por el ángulo en que se ponía la estrella, ésta no iría muy debajo del horizonte, decidió Kruger, comunicando a Dar su conclusión.

— No estará lo suficientemente oscuro para no poder ver, ¿verdad? — preguntó.

— No; pero no solemos volar cuando ninguno de los dos soles está en el cielo — fue la respuesta —. Las corrientes de aire vertical son más raras y difíciles de identificar a cualquier distancia. Sin embargo, haré lo que pueda para llegar a las Murallas antes de que el sol se ponga; no tengo demasiadas ganas de estar quince o veinte horas sentado en lo alto de una colina — Kruger participó de todo corazón en este deseo.

Era difícil decir lo que la estrella hacía, ya que subían y bajaban con mucha rapidez, pero no había ninguna duda de que se estaba poniendo. Su atención se concentraba en la estrella que desaparecía, pero no tanto como para impedirle observar el paisaje que había debajo, apareciendo el casquete polar algo antes de que se diera cuenta de ello.

Después de esto, advirtió ya muy pocas cosas más.

Un gran río que se encaminaba hacia el ahora distante mar fue la primera advertencia que recibió. Siguiendo su curso hacia arriba, vio que procedía de una gigantesca pared que brillaba color rosa con los casi horizontales rayos de Alcyone. Tardó varios segundos en darse cuenta de que la pared era el pie de un glaciar. El río seguía tierra adentro, pero era ya un río de hielo. Las montañas iban siendo realmente más altas en el centro del continente, pero desde el punto de vista de Kruger parecían menores, ya que sus bases estaban enterradas con lo que parecía nieve acumulada durante siglos. Desde todo lo alto a lo que podía subir el planeador no se podía ver más que como el campo de hielo se extendía indefinidamente. La mayor parte de él permanecía quieta por la acción de las montañas que lo atravesaban desde abajo, pero cerca del borde los glaciares afloraban lentamente buscando su salida al océano. El hielo tenía con seguridad mil pies o más de espesor al borde del casquete; Kruger se preguntó qué sería más tierra adentro.

Pero la visión del casquete de hielo significaba que no podían estar muy lejos de su objetivo; Dar no se hubiera acercado tanto a una rica fuente de corrientes para abajo a menos que se hubiera visto obligado. El piloto admitió esto cuando Kruger le preguntó.

— Tenemos que llegar, de acuerdo. Dos ascensiones más, si encuentro las corrientes adecuadas y podemos planear el resto del camino — el chico se abstuvo de interrumpirle más y miró fascinado el paisaje, viendo cómo la selva dejaba paso a manchas de hielo y nieve y la tierra a rocas negras y grises con partes blancas.

De pronto, el piloto señaló un punto y el chico vio lo que sólo podía ser su lugar de aterrizaje. Era una plataforma plana, aparentemente una terraza natural, en la cima de una de las montañas. El valle, que se extendía bajo él, estaba lleno de hielo, parte de un glaciar que se mantenía sólido durante más de una docena de millas después de fluir bajo este punto. La terraza no era más que una entrada; las bocas de varios túneles gigantescos que parecían adentrarse profundamente en la montaña salían de ella. Varios artefactos con alas que se encontraban bastante cerca de las bocas del túnel no dejaban lugar a dudas sobre la naturaleza del lugar.

A Kruger le parecía que podían planear hasta allí desde su presente situación, pero Dar Lang Ahn conocía demasiado bien las furiosas corrientes de bajada que había en el borde de la terraza cuando el sol no estaba brillando sobre la ladera de la montaña, y aprovechó su última oportunidad para subir. Durante dos o tres minutos, mientras daba giros el planeador, recibió los últimos rayos de Alcyone y debió haber sido visible para los observadores de la terraza de abajo.

Entonces la estrella desapareció detrás de un pico y la terraza se esfumó bajo el morro del aparato. Dar puso la máquina a nivel con la plataforma con unos quinientos pies de margen, hizo dos ajustados giros en sus alrededores para librarse del exceso de altura y se posó como una pluma delante de uno de los túneles. Kruger, medio congelado por la última subida, saltó dando gracias fuera de la máquina y aceptó, sumamente agradecido, la jarra de agua que uno de los nativos que estaban esperándoles le ofreció inmediatamente.

Al parecer se les esperaba, lo cual era bastante lógico ya que los otros planeadores debían haber llegado hacía tiempo.

— ¿Necesitas descansar antes de hablar con los Profesores? — preguntó uno de los que les habían recibido. Dar Lang Ahn miró a Kruger, pues sabía que había estado despierto mucho más tiempo del que solía, pero para su sorpresa el chico contestó: — No, vamos. Puedo descansar después; me gustaría ver a vuestros Profesores, y sé que Dar Lang Ahn tiene prisa por volver al poblado. ¿Está su oficina lejos de aquí?

— No muy distante — el que les preguntaba les dirigió de vuelta al túnel, en el cual de pronto aparecía una rampa espiral que bajaba. Caminaron por ella durante media hora del chico, quien empezó a preguntarse por lo que el guía entendía por «muy distante»; pero por fin la cuesta se convirtió en el piso llano de una gran caverna, que estaba casi desierta, aunque tuviera varias puertas, a una de las cuales se dirigió el guía.

La habitación que había detrás resultó ser una oficina y estaba ocupada por dos seres que eran obviamente, según la descripción de Dar Lang Ahn, Profesores. Como éste había dicho, eran idénticos a él en apariencia, con la única excepción de su tamaño.

Estas criaturas medían más de ocho pies de altura.

Cada uno de ellos dio un paso hacia los recién llegados. Esperaron en silencio a que fueran visibles sus facciones. Sus movimientos eran torpes, advirtió Kruger, y esa sospecha que había albergado durante tiempo se convirtió de repente en certeza.

IX. TÁCTICA

La Tierra se encuentra a unos quinientos años luz de Alcyone y del sistema estelar donde está situada. Esto no es demasiado, teniendo en cuenta cómo son las distancias en la galaxia, con lo que debió ser antes de que Nils Kruger se encontrara por primera vez con Dar Lang Ahn cuando los datos reunidos por el Alphard fueron enviados al planeta base. Dado que el navío de investigación había obtenido espectros y lecturas fotométricas y estereométricas, y muestras físicas de unos quinientos puntos del espacio ocupado por las Pléyades, a la vez que datos biológicos y meteorológicos de alrededor de una docena de planetas del sistema, había una buena cantidad de información observada para ser sistematizada.

A pesar de esto, el planeta donde se suponía que Nils Kruger había muerto llamó muy pronto la atención. No existían datos suficientes para especificar su órbita alrededor de la «enana roja» a la que estaba presumiblemente sujeto o la relación de esta última con el cercano Alcyone, pero un planeta, un sol pequeño y uno gigante juntos los tres dentro de una masa de gas nebular constituyen una situación bastante peculiar para la mayoría de las teorías cósmicas. El astrofísico que por primera vez se ocupó del material volvió a mirarlo y llamó después a un colega; se dio el aviso, y un ardiente deseo de saber más acerca de aquello empezó a ser sentido en las filas de los astrónomos. Nils Kruger no estaba tan muerto como él suponía.

Pero Kruger no era un astrónomo, y aunque tuviera en aquel momento una idea bastante aproximada del tipo de órbita que Abyormen seguía alrededor de su sol, no veía ninguna razón para que el sistema fuera de especial interés para alguien distinto de él mismo. Casi había dejado de pensar en la Tierra, ya que tenía algo más que considerar.

Esperaba vivir el resto de su vida en Abyormen; había encontrado allí un solo ser al que podía considerar su amigo personal. Ahora había sido informado por su mismo amigo que su amistad sólo iba a poder durar unos pocos meses más de los de Kruger, ya que el otro moriría de muerte natural al final de aquel tiempo.

Kruger no estaba convencido de ello, o al menos no creía que fuera necesario. La descripción que Dar Lang Ahn había hecho de los Profesores hizo surgir una sospecha en su mente. La visión de una de aquellas grandes criaturas no hizo sino confirmársela, y se dispuso para su primera conversación con el decidido propósito de hacer todo lo que estuviera en su mano para posponer el fin que Dar Lang Ahn contemplaba como inevitable. No se le ocurrió preguntar si estaba con ello haciendo o no un favor a Dar Lang Ahn.

No hay forma de decir si los Profesores que interrogaron a Nils Kruger advirtieron su oculta hostilidad hacia ellos; nadie se lo preguntó durante el corto período de tiempo que les quedaba de vida y ellos no se preocupaban de registrar meras sospechas.

Ciertamente, no demostraron tener ninguna durante la conversación y estuvieron corteses, para sus costumbres, y respondieron casi tantas preguntas como habían formulado. No mostraron sorpresa alguna de los hechos astronómicos que Kruger tuvo que mencionar para describir su lugar de origen; preguntaron muchas de las mismas cosas que los Profesores de los habitantes del poblado. Apuntó el hecho, al desviarse la conversación en ese sentido, de que los Profesores del poblado se habían quedado con su encendedor; estaba preparado para defender la asociación de Dar Lang Ahn con el fuego, pero aquel tema pareció no preocupar a ninguno de los dos Profesores. El alivio de Dar resultó esta vez evidente para Kruger.

Los Profesores le enseñaron con todo detalle las Murallas de Hielo, mejor incluso de lo que Dar Lang Ahn las hubiera visto nunca. Las cavernas en la montaña eran sólo un puesto avanzado; el asentamiento principal estaba mucho más adentro, a millas de distancia. Varios túneles lo conectaban con plataformas de aterrizaje similares a donde habían aterrizado. Era aquí donde estaban situadas las librerías; vieron cargas y cargas de libros, que habían venido de las ciudades dispersas por Abyormen, ser apilados para su posterior distribución. Preguntado sobre cuándo sucedería esto, el Profesor no se anduvo con rodeos al responder.

— Pasarán unos cuatrocientos años desde el final de esta vida hasta que empiece la siguiente. Diez años después de esto las ciudades estarán pobladas de nuevo y comenzará el proceso de educar a sus habitantes.

— Así que habéis empezado ya a abandonar vuestras ciudades. ¿Viene aquí todo el mundo para morir?

— No, no abandonamos nuestras ciudades; la gente vive en ellas hasta el fin.

— ¡Pero la que Dar Lang Ahn y yo encontramos estaba abandonada!

— Aquélla no era una de nuestras ciudades. La gente que vivía en sus alrededores no era nuestra gente y sus Profesores no eran de nuestra clase.

— ¿Sabíais algo sobre esa ciudad?

— No con exactitud, aunque aquellos Profesores no nos resultaban extraños del todo.

Todavía no sabemos qué hacer en ese sentido — Dar interrumpió aquí la conversación.

— Simplemente tenemos que volver con la suficiente gente para llevarnos los libros, y estoy seguro de que usted quiere también el mechero de Nils, aunque nosotros no utilicemos el fuego. Es sabiduría y debe ser llevada a las librerías.

El Profesor hizo un movimiento afirmativo con su mano.

— Llevas bastante razón, pero no toda. Es más que improbable que podamos forzar el retorno del material. ¿No dijiste que los libros habían sido colocados en un cobertizo en medio de las pozas de agua caliente?

— Sí; pero… ¡no pueden haberlo guardado allí!

— Estoy menos seguro que tú. Sin embargo, si hacemos un intento como el que has sugerido tendrían el tiempo y las ganas suficientes para esconder las cosas en cualquier otro lugar.

— Pero ¿no podríamos obligarles a que nos dijeran dónde? — preguntó Kruger —. Una vez que nos hayamos apoderado del lugar sería un simple intercambio: sus vidas por nuestras posesiones.

El Profesor miró fijamente al chico por un momento usando sus dos ojos.

— No creo poder aprobar el quitarles la vida — dijo por fin. Kruger se sintió un poco incómodo ante esa dura afirmación.

— Bueno…, ellos no tienen por qué saber que, dado el caso, nosotros no lo haríamos — señaló bastante dolorido.

— Pero supón que son sus Profesores quienes todavía tienen las cosas. ¿Qué beneficio acarrearía amenazar a su gente?

— ¿No cogeríamos también a los Profesores?

— Lo dudo — a Kruger se le escapó totalmente la sequedad de la respuesta.

— Bueno, pero incluso si no lo logramos, ¿no les preocupa su gente lo suficiente como para entregar las cosas para salvarlos?

— Eso podría suceder — el Profesor paró —. Eso podría, pero que muy bien, suceder. Me estoy inquietando un poco con alguna de tus ideas, pero he de confesar que ésta tiene gérmenes de razón. No tenemos ni siquiera que amenazar con matar, y ya que sólo será suficiente llevarnos a la gente o amenazarles con hacerlo. Tengo que discutir esto con los otros. Puedes quedarte y examinar la librería si quieres, pero me imagino que querrás estar de vuelta en la salida cuando se tome una decisión.

Kruger había visto ya cuanto quería sobre el proceso de almacenaje de libros y sobre los libreros, que eran gente de la estatura de Dar más que de la de los Profesores, así que dio a entender su intención de regresar a la superficie. Dar Lang Ahn fue con él y empezaron el largo camino de regreso a la superficie. Resultaba suficiente para mantener a Kruger caliente, aunque la temperatura era de unos cuarenta y cinco grados Fahrenheit.

Conforme iban subiendo se preguntaba sobre la necesidad de un refugio así, ya que había, de acuerdo con el Profesor, media milla de roca y más de tres de hielo sobre sus cabezas. Incluso más extraño era el hecho de que una gente cuyas herramientas parecían ser de lo más simple hubieran construido un lugar así. Pero era indudable que habían tenido herramientas cuando vinieron por primera vez; Kruger creía ahora que el accidente que dejó a la gente de Dar abandonados en Abyormen debía haber ocurrido hacía varias generaciones. Por alguna razón, había obviamente venido más de una nave al planeta.

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