Ciclo de fuego - Clement Hal 8 стр.


— Me lo encontré. Dos se mueven mejor que uno solo. Además, estaba buscando un sitio en este mundo lo suficientemente fresco para un ser humano, y Dar dijo algo relacionado con un casquete polar al que se estaba dirigiendo. Aquello fue suficiente para mí.

— ¿Qué harías con los demás de su especie al encontrártelos en el casquete polar?

— Supongo que trataría de congeniar con ellos. En cierto sentido, es la única compañía que tengo; los trataría como si fueran de los míos, si me lo permitieran — hubo una pausa después de esta respuesta, como si los ocultos Profesores estuvieran conferenciando o meditando. Entonces las preguntas volvieron, pero estaba vez dirigidas a Dar Lang Ahn.

Este respondió que era un piloto al que se le había asignado la ruta entre Kwarr y las Murallas de Hielo. Los interrogadores preguntaron por la situación de la ciudad, a lo que Dar tuvo que responder minuciosamente. El y Kruger se preguntaron si los Profesores no lo sabían en serio o estaban sólo probando la veracidad de Dar.

No se hizo ninguna sugerencia en el sentido de que Dar no fuera nativo de este planeta, y al plantearse Kruger la cuestión, estaba cada vez más sorprendido. Le tomó algún tiempo deducir que al ser Dar de la misma raza que esta gente, también ellos debían provenir de otro mundo. El porqué vivían como semisalvajes era un misterio, pero tal vez sucediera que habían sido abandonados allí al estropearse su nave. Aquello hubiera justificado las preguntas relativas a su poder para construir una nave espacial. De hecho, parecía tener respuestas para todo menos para explicar por qué los Profesores permanecían ocultos.

— ¿Qué son esos «libros» que llevabas y por los cuales te inquietabas tanto? — esta cuestión atrajo de nuevo la distraída atención de Kruger, pues llevaba bastante tiempo queriendo preguntar lo mismo.

— Son registros de lo que nuestra gente ha hecho y aprendido durante sus vidas. Los registros que recibimos de aquellos que se fueron ya se encuentran en la seguridad de las Murallas hace mucho tiempo, después de que nos hubiéramos aprendido su contenido, pero por ley todo el mundo debe hacer sus propios libros también, que luego deberán ser preservados como los hechos antes.

— Ya veo. Una idea interesante; tendremos que considerarla más adelante. Ahora, otro asunto: has dado a alguna de nuestra gente la impresión de que consideras contra la ley el tratar con fuego. ¿Es esto cierto?

— Sí.

— ¿Por qué?

— Nuestros Profesores nos lo han dicho y nuestros libros de tiempos pasados también.

— ¿Decían que os podía matar?

— No nos pasaría sólo eso. Ser muerto es una cosa, ya que a fin de cuentas todos nos morimos con el tiempo, pero esto parecía ser algo peor. Supongo que será que estás más muerto si te mueres de calor, o algo así. Ni los Profesores ni los libros lo han aclarado nunca demasiado.

— Y sin embargo acompañas a este ser que es capaz de hacer fuego cuando quiere.

— Al principio me preocupó eso, pero luego decidí que como no es realmente una persona, tiene que tener unas leyes diferentes. Creí que informar sobre él en las Murallas de Hielo pesaría más que las posibles infracciones que pudiera cometer. Además, me mantuve lo más alejado posible de los fuegos que hizo.

Hubo otro silencio bastante largo antes de que el Profesor hablara de nuevo. Cuando lo hizo, su entonación y palabras resultaron al principio alentadoras.

— Los dos habéis prestado vuestra información, cooperación y ayuda — dijo el oculto ser —. Lo apreciamos, y por tanto os damos las gracias.

— Seguiréis por el momento con nuestra gente. Ellos se ocuparán de que estéis cómodos y bien alimentados; me temo que no podamos hacer nada para proporcionarle al ser humano el frescor que quiere, pero incluso eso puede ser arreglado. Dejad los libros y el aparato para encender fuego sobre la piedra y que se vaya todo el mundo.

VI. INVESTIGACIÓN

Un período de lluvia y sol alternativos y el breve retorno y puesta de Theer dejó a los dos viajeros con la impresión de que los «Profesores» de la tribu que les había capturado podían estar bien dispuestos, pero eran unos seres bastante dogmáticos. Cuando decían algo tenía que ser así. Por desgracia, habían dicho que Nils Kruger y Dar Lang Ahn debían permanecer dispuestos para hablar, y las criaturas del poblado, que les obedecían ciegamente, estaban preparadas para cumplir esta orden.

En realidad, no eran verdaderos prisioneros. Podían pasear por donde quisieran dentro del poblado y sus alrededores inmediatos, excepto dentro de la cabaña en la cual los pobladores iban a hablar con los Profesores. Además, cuando los ocultos seres se enteraron de la existencia del reloj de Kruger, lo que sucedió durante la segunda entrevista, accedieron casi con gusto a que los dos no necesitaran ni quedarse siquiera en los alrededores, asegurándose de su aparición tras ciertos intervalos regulares, que venían determinados por acuerdos mutuos, en aquel lugar. Como Kruger advirtió, había entremedias una buena dosis de psicología; al mismo tiempo que les garantizaban esta libertad, hicieron una media promesa a Dar de que su libros les serían devueltos en breve, pero el momento no fue especificado. «En este instante estaban siendo examinados con gran interés». Kruger notó que no se había hecho ninguna petición a Dar para que diera lecciones de su escritura, pero el hecho más importante era que Dar estaba encadenado a aquella vecindad por la promesa, con tanta seguridad como si hubieran sido utilizados grilletes de metal. Se negó a considerar ni por un instante cualquier sugerencia que trajera consigo desertar de sus preciosos libros.

Más que nada como experimento, Kruger preguntó en una ocasión si la ley del poblado que prohibía la entrada a la ciudad se aplicaba también a los cautivos. Esperaba una corta negativa y fue gratamente sorprendido cuando les permitieron ir allí a condición de que no tocaran ni dañaran nada. No dijo nada sobre el cuchillo que Dar se había apropiado y con alegría hizo lo que había pedido.

Dar tenía. miedo de que los pobladores se resintieran de esto; parecía raro permitir que los cautivos hicieran algo ilegal para los captores. Sin embargo, no apareció ningún síntoma de esto y por fin acabaron por pensar que la palabra de los Profesores debía ser totalmente decisiva para ellos. Utilizaron el permiso varias veces, pero no encontraron nada más curioso que las cosas que habían descubierto durante su primera inspección.

Kruger realizó una cuidadosa y bien planeada búsqueda del generador que suministraba la energía a la red de cables de la ciudad, pero no lo encontró. Se desilusionó; le hubiera gustado mucho haber sabido cuál había sido la fuente de energía de los constructores de la ciudad.

Los Profesores no preguntaban nunca si su condición era cumplida, aunque un día los dos sufrieron un gran susto durante una de las conversaciones.

— Dar — preguntó el Profesor —. ¿De qué sustancia están hechas las hebillas de tus arreos? — el piloto no pareció preocupado por la pregunta, pero Kruger se dio cuenta en seguida de lo que podía llevar implícito, y respondió con prontitud: — Los tenía antes de venir; no provienen de la ciudad.

— Lo sabemos — fue la respuesta — ; pero no es esto de lo que queremos enterarnos.

¿Dar?

— Son de hierro — respondió el piloto, diciendo la verdad.

— Eso creíamos. ¿Te importaría explicarnos cómo una persona a la que está prohibida toda relación con el fuego y cuya gente vive toda bajo la misma ley tiene tales pertenencias?

— Puedo decirlo, pero no explicarlo — respondió Dar con precisión —. Me las encontré.

Gran cantidad de este material se halla cerca y en la ciudad donde vivimos en un principio. Cogimos lo que quisimos, ya que no había ninguna ley que lo prohibiera. No sabía que el hierro tuviera ninguna conexión con el fuego — miró con inquietud las hebillas.

La conversación se acabó ahí; de hecho, fue violentamente interrumpida. Uno de los géisers, a apenas treinta yardas de distancia de los prisioneros, eligió aquel momento para soltar parte de su energía y empezaron a aparecer grandes cantidades de vapor de agua. Dar y Kruger no esperaron para despedirse; se fueron directamente del fenómeno y con tanta rapidez como el vapor les permitía.

Kruger tropezó dos veces con irregularidades de la roca; en ambas ocasiones forcejeó para sacar sus pies del agua hirviendo que llegaba a ellos. Durante lo que les pareció a ambos muchas horas, pero que probablemente fue menos de un minuto, no pensaron en nada excepto en la propia conservación; así salieron sanos y salvos del alcance del fenómeno.

En el instante en que se dieron cuenta de esto, pararon ambos inmediatamente; tenían el mismo pensamiento, que nada tenía que ver ya con su seguridad. Durante una hora entera, mucho después de que el vapor hubiera desaparecido, esperaron y miraron con la esperanza de obtener una visión de los Profesores, quienes con toda seguridad habían tenido que marcharse de la misma forma que sus prisioneros. Nada se movió durante todo este tiempo, y cuando el aire se hubo aclarado del todo pudieron ver la cúpula de roca sin ningún cambio aparente, sin presentar ningún signo de que nada ni nadie se hubiera movido en sus alrededores. Volvieron y rodearon la poza alrededor de la cual estaban, para verla desde todos los ángulos, porque éste era el momento, si es que había alguno, en que la entrada sería visible, pero no encontrarían nada.

Ambos se sorprendieron un poco cuando, al volver después del intervalo usual de tiempo, la charla se desarrolló como si nada hubiera sucedido. Kruger deseaba atreverse a preguntar la forma en que los Profesores habían escapado, pero algo le hacía evitar mencionar esta cuestión.

Hasta aquel momento había dicho ya mucho acerca de su gente, lo mismo que Dar. La facilidad de Kruger con el idioma había crecido con mucha mayor rapidez que en un período de tiempo similar con la única compañía de Dar.

Dar ya se había dado cuenta de su error original acerca de Kruger, aunque sus ideas de astronomía fueran indudablemente poco claras. El chico, sin embargo, no estaba en ningún modo convencido de que Dar y los pobladores fueran originarios del planeta; los Profesores evitaron en todo momento cualquier respuesta directa en la materia y no había ninguna evidencia clara que hiciera perder valor a la idea original de que habían sido abandonados como él; ninguna, por lo menos, que Kruger reconociera como tal.

Su estancia en el poblado no se componía solamente de exploración y conversación.

Algunas veces la vida era bastante apasionante. En una ocasión Kruger se cayó en un hoyo tapado que había sido hecho obviamente para cazar animales; fue el hecho de que estuviera al parecer preparado para un animal bastante grande lo que le permitió evitar el afilado palo que tenía abajo. En otra ocasión, cuando salían de un edificio en un extremo de la ciudad cerca de uno de los volcanes, Kruger y Dar fueron casi ensartados por una punta de ceniza volcánica que había sido al parecer puesta en libertad por una lluvia reciente. Lograron escabullirse dentro del edificio justo a tiempo y después tuvieron, con grandes molestias para Kruger, que salir a través de la pared opuesta, ya que las puertas de este lado habían quedado totalmente bloqueadas.

Varias veces, Dar repitió su petición de que le fueran devueltos los libros; se le pasaba el tiempo en más de un sentido. Los Profesores aún tenían interés en los volúmenes y no decían el momento preciso en el cual ese interés pudiera desaparecer.

Varias veces, cuando estaban Dar y él solos, Kruger sugería con más o menos fuerza que lo único que tenían que hacer era no regresar un día al poblado, ir a las Murallas de Hielo y volver con la ayuda suficiente para conseguir que le fuera devuelta a Dar su propiedad; pero el piloto se negaba a irse. Fue necesaria una combinación de circunstancias bastante compleja para que cambiara de idea.

Habían inspeccionado ya la parte más grande de la ciudad que caía del lado del poblado, pero no conocían aún nada del otro. En realidad, había pocas razones para suponer que podían encontrar algo que no hubieran ya visto, e incluso Kruger se estaba cansando un poco de serpentear por entre los desiertos edificios, cuando Dar advirtió que una calle parecía dirigirse desde el extremo más lejano de la ciudad alrededor del segundo volcán, al cual no habían nunca llegado. Esta calle no era perceptible desde el nivel del mar; Dar la vio desde un extremo de la ciudad que estaba muy encima de la otra colina, bastante cerca, de hecho, del lugar donde casi habían sido enterrados. Los dos decidieron ponerse a investigar inmediatamente.

Les llevó algún tiempo bajar de un volcán, cruzar la parte llana de la ciudad y trepar al otro hasta el lugar que Dar recordaba como el principio de la calle en cuestión; cuando llegaron a él había pasado tiempo suficiente como para indicar que podían llegar tarde a su próxima conversación con los Profesores. Habían tenido siempre cuidado de no estar fuera demasiado tiempo, con la creencia bastante lógica de que su libertad podía ser reducida si lo hacían, pero esta vez decidieron probar suerte.

La calle subía bastante empinadamente, torciendo al principio hacia el lado del cono que daba al mar. Desde abajo no habían podido decir si subía a la cumbre del volcán en zigzag o en espiral, pero pronto advirtieron que era de la última manera.

Esperaban llegar arriba para poder obtener una idea mejor de la geografía local de lo que sus paseos les habían dado. Dar no veía ningún sentido en construir una calle que llevara a la cima de una montaña, pero evitaba hacer cualquier juicio hasta estar seguro.

— En cualquier caso — señaló el piloto —, si realmente quieres llegar hasta ahí arriba no hay necesidad de ir por la carretera. Ya hemos escalado montañas antes.

— Sí, pero no sé cómo subir por ésta. Recuerda lo que sucedió en el otro lado de la ciudad. Sería bastante desagradable si otro de esos pedazos de tierra se nos echara encima y no tuviéramos ningún edificio en que protegernos.

— No creo que necesitemos preocuparnos. El terreno de este cono parece mucho más firme que el del otro y no he visto ninguna marca que sugiriera recientes derrumbamientos.

— Tampoco veo ninguna al otro lado, y probablemente nadie haya escalado esto. Sin embargo, podía estar esperando nuestra presencia.

Pudieron ahorrarse la discusión, pues nunca llegaron arriba. La carretera dejaba de subir aproximadamente en el momento en que se perdía de vista la última parte de la ciudad, aparte de la que estaba bajo el agua, y sin discutir siquiera el asunto los dos siguieron el camino pavimentado. La panorámica era amplia cuando volvieron la vista atrás, la parte inferior de la bahía mostraba hasta dónde se extendió un día la tierra firme, al poder verse a través del agua clara la infraestructura de calles de la ciudad. Más adelante, la casi recta línea de la costa desaparecía en la distancia. Tierra adentro la selva se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Incluso desde esa altura, que no era por otra parte demasiada, no podían distinguir la distancia que les separaba del campo de lava donde se habían encontrado. No parecía hasta el momento que hubiera razón alguna para construir la carretera; parecía no llevar a ninguna parte. Con creciente curiosidad, marcharon más de prisa.

Un cuarto de milla más allá del punto donde incluso la bahía desapareciera de su vista, llegaron al cráter. No había realmente ningún aviso; hasta aquel momento, la falda de la montaña subía y bajaba por cada lado de la carretera; en el siguiente, desaparecía la zona que bajaba y la carretera discurría peligrosamente por el borde de un acantilado de trescientos metros de altura. Había allí una pesada barandilla de metal y ambos se acercaron y se asomaron.

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