– Sé que me querías mucho. Por eso, me resulta tan difícil comprender el resto. Sin embargo, no creo que éste sea el momento más adecuado para que hablemos.
– Tal vez no, pero quiero que sepas que entiendo que estás intentando perdonar sin pedir explicaciones. Eso significa mucho para mí -dijo. Agarró la mano de su hija-.Te quiero ahora más aún de lo que te quise cuando te vi por primera vez, cuando te colocaron entre mis brazos. Vayas donde vayas o hagas lo que hagas, siempre te querré.
– Yo también te quiero -susurró Vanessa. Se llevó las manos unidas a la mejilla durante un instante-. Siempre te he querido -añadió. Aquello era precisamente lo que más le dolía. Se levantó y trató de sonreír-. Creo que deberías intentar dormir un poco. Quiero que mañana estés guapísima.
– Sí. Buenas noches, Van.
– Buenas noches.
Se dirigió a la puerta y la cerró muy suavemente a sus espaldas.
Capítulo VIII
Vanessa oyó un golpeteo contra el cristal de la ventana y se despertó. ¿Estaría lloviendo? Trató de recordar por qué era tan importante que no lloviera precisamente ese día…
¡La boda! Se incorporó de un salto sobre la cama. El sol brillaba desde el cielo. Atravesaba el cristal de la ventana como si se tratara de dedos dorados. Entonces, volvió a escuchar otra vez el golpeteo.
Decidió que no estaba lloviendo. Eran guijarros, rué corriendo a la ventana y la abrió de par en par.
Brady estaba en el jardín de su casa, vestido con unos pantalones de deporte muy viejos y unas zapatillas deportivas igual de raídas.
– Ya iba siendo hora -susurró él-. Llevo arrojando guijarros contra tu ventana desde hace diez minutos.
– ¿Por qué?
– Para despertarte.
– ¿Has oído hablar de un invento que se llama teléfono?
– No quería despertar a tu madre.
– ¿Qué hora es?
– Poco después de las seis -respondió él. Al ver que Kong estaba cavando en el lugar exacto en el que estaban plantadas las caléndulas, le silbó para que se acercara a él-. Bueno, ¿vas a bajar?
– Me gusta la vista desde aquí -contestó ella, con una sonrisa.
– Tienes diez minutos antes de que trate de recordar si sé escalar por una tubería.
Vanessa soltó una carcajada y cerró la ventana. En menos de diez minutos salía por la puerta trasera vestida con sus vaqueros y su sudadera más vieja. Descartó los pensamientos románticos cuando vio también a Joanie, Jack y Lara.
– ¿Qué es lo que pasa? -preguntó.
– Vamos a decorar un poco -contestó Brady. Entonces, le mostró una caja-. Guirnaldas, globos, campanillas de boda… Todo. Pensamos que podríamos decantarnos por lo discreto y elegante para la ceremonia y luego sacar todo lo demás en el picnic de mi padre.
– Estupendo. ¿Dónde empezamos?
Trabajaron en medio de susurros y risas ahogadas, discutiendo el modo más adecuado de colgar una guirnalda sobre uno de los árboles. La idea que Brady tenía de la discreción era colgar media docena de campanillas de boda de las ramas del árbol y rematarlo todo con globos. Cuando se dirigieron a la casa de los Tucker, se desmelenó por completo.
– Es un banquete de boda, no un circo -le recordó Vanessa, al ver la alegría con la que colgaba guirnaldas y globos de un viejo árbol.
– Es una celebración -replicó él-. Dame un poco más de rosa.
A pesar de que estaba en contra, Vanessa obedeció.
– Parece que lo ha hecho un niño de cinco años.
– Se llama expresión artística.
Vanessa se dio la vuelta y vio que Jack se había subido al tejado y que estaba colocando unos globos en el desagüe. Mientras que Lara estaba sentada en una manta con un montón de cubos de plástico y con Kong por única compañía, Joanie ató la última campanilla al emparrado. El resultado de sus esfuerzos no resultó demasiado elegante ni artístico, pero estaba fenomenal.
– Estáis todos locos -decidió Vanessa cuando Brady se bajó por fin del árbol-. ¿Y ahora qué hay que hacer?
– Aún nos queda un poco de esto -contestó Brady mostrándole un rollo blanco y un rollo rosa.
Vanessa se quedó pensando un momento y luego sonrió.
– Dame la cinta adhesiva -dijo. Con ella en la mano, echó a correr hacia la casa-.Vamos, Brady. Ayúdame.
– ¿A qué?
– Tengo que subirme encima de tus hombros -afirmó. Se colocó detrás de él y le enroscó las piernas alrededor de la cintura. Poco a poco, fue subiendo-. Ahora, dame lo dos rollos.
– Me gustan tus rodillas -comentó Brady, tras girar la cabeza y darle un bocado a una.
– Piensa que sólo eres una escalera -le recordó Vanessa mientras aseguraba las puntas de las guirnaldas a los aleros de la casa-. Ahora, regresa donde estábamos, pero hazlo muy lentamente ya que iré girando la cinta a medida que avancemos.
– ¿Hacía dónde?
– Hacia la parte más alejada del jardín… Hacia la monstruosidad que hace unos minutos era un hermoso árbol -bromeó.
Con mucho cuidado, Brady hizo lo que ella le había pedido.
– ¿Qué estás haciendo?
– Estoy decorando el jardín -contestó, mientras entrelazaba las dos guirnaldas-. Ten cuidado. No te choques con el árbol -añadió, cuando llegaron al lugar indicado-. Ahora, sólo tengo que atarlas a esta rama. Ya está.
– ¿Y ahora qué?
– Ahora, vamos a ir desde aquí hacia el otro lado de la casa. Eso sí que es artístico.
Cuando hubieron terminado, Vanessa se colocó las manos sobre las caderas y observó los resultados.
– Está muy bien -concluyó-. Muy bien, a excepción del destrozo que tú hiciste en ese pobre árbol.
– Ese árbol es una obra de arte. Está lleno de simbolismo.
En aquel momento, Joanie se acercó a ellos. Sonrió a Vanessa, que seguía subida encima de Brady.
– Creo que es mejor que nos demos prisa. Sólo quedan dos horas para la boda. Recuerda, Brady, que tú debes ocuparte de papá hasta que nosotros regresemos.
– No se va a ir a ninguna parte.
– No es eso lo que me preocupa. Está tan nervioso que es capaz de atarse los cordones de los zapatos entre sí.
– Tal vez incluso se olvide de ponerse zapatos -comentó Jack, agarrando a su esposa del brazo-. O podría ponerse los zapatos, pero olvidarse de los pantalones y todo, querida mía, porque tú estás aquí preocupándote por lo que puede pasar en vez de irte a casa y cambiarte para regresar con tiempo para gruñirle y ocuparte de que no ocurra ningún contratiempo.
– Yo no gruño -protestó Joanie, entre risas, mientras su esposo se la llevaba a rastras-. Brady, no te olvides de hablar con la señora Leary para lo del pastel. Oh y…
El resto se perdió cuando Jack le tapó la boca con la mano.
– Y yo que solía taparme las orejas con las manos -murmuró Brady-. ¿Quieres que te lleve a casa?
– Claro.
Brady echó a andar, aún con ella sobre los hombros.
– ¿Has engordado? -le preguntó. Había notado que llenaba un poco más los vaqueros.
– Ordenes del médico. Ten cuidado.
– Se trata puramente de una pregunta profesional. ¿Qué te parece si te examino? -le preguntó Brady mientras levantaba la cabeza para mirarla con cierta lujuria.
– Ten cuidado con… -le advirtió Vanessa mientras se agachaba para no golpearse con unas ramas-. Podrías haberlas evitado.
– Sí, pero no habría podido oler tu cabello -replicó él. La besó antes de que ella pudiera incorporarse-. ¿Me vas a preparar el desayuno?
– No.
– ¿Un café?
– No -reiteró ella. Había empezado a bajarse de los hombros de Brady.
– ¿Ni siquiera uno instantáneo?
– No -contestó ella, entre risas-. Me voy a dar una buena ducha para luego pasarme una hora arreglándome y admirándome frente al espejo.
Él la tomó entre sus brazos.
– A mí me parece que estás bastante bien ahora.
– Puedo estar aún mejor.
– Ya te lo diré. Después del picnic, ¿quieres venir a mi casa para que te enseñe las muestras de pintura? -susurró.
Vanessa le besó rápida e impulsivamente.
– Ya te lo diré -dijo, antes de desaparecer en el interior de la casa.
Loretta parecía haberle pasado los nervios a su hija. Mientras la novia se vestía tranquilamente, Vanessa no hacía más que retocar los arreglos florales, ocuparse de que todo estuviera preparado e ir de un lado a otro buscando al fotógrafo.
– Debería haber llegado hace diez minutos -dijo, cuando oyó que Loretta bajaba la escalera-. Sabía que era un error contratar al cuñado del nieto de la señora Driscoll. No comprendo por qué… -comentó mientras se daba la vuelta. Al ver a su madre, se quedó sin palabras-. ¡Oh! ¡Estás guapísima!
Loretta había elegido un vestido de seda verde claro, con un sencillo toque de encaje a lo largo del bajo. Era muy sobrio y elegante. Se había comprado un sombrero a juego y se había acicalado muy bien el cabello por debajo del ala.
– ¿No te parece que el sombrero es demasiado? Es sólo una boda íntima e informal.
– Es perfecto. De verdad. Creo que nunca te he visto más guapa.
– Me siento guapa. No sé lo que me pasó anoche, pero hoy me siento estupendamente. Soy tan feliz… No quiero llorar -susurró mientras sacudía la cabeza-. Me he pasado una eternidad maquillándome.
– No vas a llorar -dijo Vanessa-. El fotógrafo… Oh, gracias a Dios. Acaba de llegar. Yo… Oh, espera. ¿Lo tienes todo?
– ¿Todo?
– Ya sabes, algo viejo, algo nuevo…
– Se me había olvidado. Veamos -musitó Loretta. Las supersticiones de una novia se acababan de apoderar de ella-. El vestido es nuevo, los pendientes de perlas eran de mi madre, por lo que son viejos…
– Buen comienzo. ¿Llevas algo azul?
Loretta se sonrojó.
– Si -confesó-. Debajo del vestido tengo… La combinación que llevo puesta tiene unos lacitos azules. Supongo que creerás que soy una tonta por comprar lencería algo atrevida.
– Claro que no -afirmó Vanessa. Tocó el brazo de su madre y se sintió abrumada por el impulso que sintió de abrazarla. Para no hacerlo, dio un paso atrás-. Ya sólo nos queda lo prestado.
– Bueno, yo…
– Aquí tienes -dijo Vanessa. Se quitó una delicada pulsera de oro que llevaba puesta-. Ponte esto y estarás toda preparada -añadió. Volvió a asomarse por la ventana-. Oh, ahí viene Ham y todos los demás. Parecen un desfile. Métete en el cuarto de música hasta que todo esté preparado.
– Van -susurró Loretta. Aún tenía la pulsera en la mano-. Gracias.
Vanessa esperó hasta que su madre hubo desaparecido para abrir la puerta. La confusión entró en la casa. Joanie estaba discutiendo con Brady sobre el modo más adecuado de colocarse la flor en el ojal. Ham, por su parte, no hacía más que pasear de arriba abajo de la casa. Por fin, Vanessa pudo sacarlos al exterior.
– Veo que has traído al perro -dijo Vanessa mirando a Kong. El animal llevaba un clavel rojo sujeto al collar.
– Es parte de la familia -afirmó Brady-. No podía herir sus sentimientos de esa manera.
– ¿Y no le podrías haber puesto una correa?
– No le insultes.
– Está olisqueando los zapatos del reverendo Taylor.
– Con un poco de suerte, eso será lo único que haga con los zapatos del reverendo Taylor. Por cierto, tenías razón -comentó, mirándola fijamente.
– ¿Sobre qué?
– Podías tener aún mejor aspecto.
Vanessa iba ataviada con un vestido muy veraniego. La falda tenía mucho vuelo y llevaba un estampado floral. Contrastaba profundamente con el corpiño azul cobalto que le dejaba los hombros al descubierto. La cadena de oro y los pendientes que llevaba puestos hacían juego con la pulsera que le había dejado a Loretta.
– Tú también -dijo ella. Sin poder evitarlo, levantó las manos para estirarle la corbata azul marino que llevaba puesta con un traje color marfil-. Supongo que estamos todos preparados.
– Aún nos falta algo.
– ¿El qué? -preguntó Vanessa, atónita.
– La novia.
– Oh, Dios, se me había olvidado. Iré por ella.
Vanessa volvió a entrar corriendo en la casa. Encontró a Loretta en la sala de música, sentada sobre el taburete del piano.
– ¿Lista?
– Sí -respondió ella, después de respirar profundamente.
Atravesaron juntas la casa, pero, al llegar a la puerta trasera, Loretta agarró la mano de su hija. Así, cruzaron juntas el césped. A cada paso que daban, la sonrisa de Ham se iba haciendo más amplia y el paso de su madre más firme. Se detuvieron delante del reverendo y, entonces, Vanessa soltó la mano de su madre. Dio un Paso atrás y tomó la de Brady.
– Queridos hermanos…-comenzó el pastor.
Vanessa vio cómo su madre se casaba bajo la sombra del árbol que Brady había estado decorando. Las campanillas no dejaban de sonar.
– Puedes besar a la novia -entonó por fin el reverendo.
Todas las personas que había en los jardines cercanos empezaron a aplaudir. El fotógrafo tomó una nueva instantánea cuando Ham abrazó a Loretta y le dio un largo beso que provocó más gritos y vítores.
– Muy bien -dijo Brady mientras abrazaba a su padre.
Vanessa dejó su confusión a un lado y se dirigió a abrazar a su madre.
– Enhorabuena, señora Tucker.
– Oh, Van…
– Todavía no puedes llorar. Aún tenemos que hacer muchas fotografías.
Con un grito de alegría, Joanie se abalanzó sobre las dos con su hija en brazos.
– Estoy tan contenta -susurró-. Dale a tu abuela un beso, Lara.
– Abuela -susurró Loretta, casi a punto de llorar. Rápidamente tomó en brazos a la niña-. Abuela…
Brady rodeó los hombros de Vanessa con un brazo.
– ¿Cómo te sientes, tía Vanessa?
– Asombrada -contestó. Se echó a reír con Brady mientras el cuñado del nieto de la señora Driscoll no dejaba de tomar fotografías-. Vamos a servir el champán.
Dos horas más tarde, estaban en el jardín trasero de los Tucker, llevando una bandeja de hamburguesas crudas hacia la barbacoa.
– Yo creía que tu padre siempre se encargaba de cocinar -le dijo a Brady.
– Hoy me ha cedido la espátula a mí -contestó Brady. Se había quitado la chaqueta y la corbata y se había remangado la camisa. Le dio la vuelta a una hamburguesa con gran habilidad.
– Lo haces muy bien.
– Deberías verme con el escalpelo.
– Creo que mejor no, gracias. Este picnic es tal y como lo recuerdo. Ruidoso y lleno de gente.
Había muchas personas en el jardín, en la casa e incluso por las aceras. Algunos estaban sentados en sillas o sobre la hierba. Los bebés iban de mano en mano. Los viejos estaban sentados a la sombra mientras intercambiaban chismes y se apartaban las moscas. Los jóvenes corrían al sol. Alguien había puesto algo de música en un rincón del jardín y un grupo de adolescentes estaban allí bailando.
– Ahí era donde estábamos nosotros hace unos años -comentó Brady.
– ¿Quieres decir que ya eres demasiado viejo para bailar y ligar?
– No, pero ellos sí lo creen. Ahora soy el doctor Tucker, mientras que mi padre es doc Tucker. Eso me convierte automáticamente en un adulto. Es una pena hacerse viejo -dijo mientras pinchaba una salchicha.
– Se dice mejor alcanzar la dignidad -comentó ella mientras Brady la ponía en un panecillo y le echaba mostaza.
– Servir de ejemplo para la generación más joven. Di «ah» como una niña buena -le ordenó. Entonces, le metió el perrito en la boca.
Vanessa le dio un mordisco y se lo tragó rápidamente.
– Manteniendo también el decoro.
– Sí. Y eso me lo dices cuando tienes la boca manchada de mostaza -comentó Brady. Le agarró la mano antes de que ella pudiera limpiársela-. Deja que me ocupe yo -añadió. Se inclinó sobre ella y le deslizó la lengua sobre los labios-. Muy sabrosa -susurró. Entonces, le mordió suavemente el labio inferior.
– Se te van a quemar las hamburguesas -murmuró ella.
– Calla. Estoy dándoles un ejemplo a la generación más joven.