Sinfonía Inacabada - Робертс Нора 17 стр.


Brady le agarró las caderas con fuerza. Cada vez que respiraba el aroma de Vanessa lo inundaba por dentro, tan potente como cualquier narcótico. El cabello de ella le tapaba el rostro, bloqueando la luz y obligándolo a mirarla tan sólo a ella. Con cada movimiento, ella lo provocaba un poco más.

– Por el amor de Dios, Van…

Si no la poseía en aquel mismo instante, moriría de necesidad. Como si le hubiera leído el pensamiento, Vanessa se movió un poco, se arqueó y dejó que él se hundiera en ella. Durante un instante, el tiempo pareció detenerse. Brady sólo podía verla a ella, su cuerpo desnudo reluciendo bajo la potente luz de los focos y el rostro bollándole con un poder que ella acababa de descubrir.

Entonces, todo fue velocidad y gemidos mientras Vanessa se movía por los dos.

Aquello era la gloria. Vanessa se entregó por completo. Levantó los brazos y los enterró en su propio cabello. Aquello era una maravilla, una delicia. Ninguna sinfonía la había excitado nunca tanto. Ningún preludio había sido tan apasionado. A medida que las sensaciones se despertaron dentro de ella, suplicó más.

Había libertad en su avaricia, éxtasis en el conocimiento de que podía tomar tanto como deseara. Excitación al comprender que podía darse igual de generosamente.

El corazón le rugía en los oídos. Cuando buscó las manos de Brady, él las entrelazó automáticamente con las suyas. Permanecieron agarrados hasta que alcanzaron juntos el clímax.

Vanessa se deslizó sobre él. La cabeza le daba vueltas y el corazón amenazaba con salírsele del pecho. La piel de Brady estaba tan húmeda como la suya y su cuerpo igual de agotado. Cuando le dio un beso en la garganta, sintió el frenético palpitar de su pulso.

Asombrada, Vanessa se dio cuenta de que ella lo había provocado. Se había hecho con el control y les había dado a ambos placer y pasión. Ni siquiera había tenido que pensar, sino tan sólo sentir, actuar. Se apoyó sobre un codo y le sonrió.

Brady tenía los ojos cerrados y el rostro tan relajado…Vanessa comprendió que estaba a punto de quedarse dormido. Los latidos de su corazón se habían convertido en un mero ronroneo. A pesar de que se sentía satisfecha, Vanessa sintió que la necesidad volvía a florecer.

– Doctor -murmuró.

– Mmm…

– Me siento mucho mejor.

– Bien. Recuerda que tu salud es lo más importante para mí -dijo, tras respirar profundamente.

– Me alegro de saberlo, porque creo que voy a necesitar más tratamientos -susurró ella, mientras le acariciaba suavemente el torso con un dedo-. Sigo teniendo dolor…

– Tómate dos aspirinas y llámame dentro de una hora.

Vanessa se echó a reír. Sólo con escucharla, Brady sintió que la sangre le volvía a hervir.

– Ya sabía yo que eras muy concienzudo -dijo ella. Lenta, seductoramente, le cubrió el rostro de besos-. Dios, sabes tan bien… -añadió, antes de tomarle la boca y hundirse en ella.

– Vanessa -le advirtió él. Cuando sintió que ella bajaba un poco más la mano, notó que su estado de satisfacción se transformaba en algo más urgente. Abrió los ojos y vio que ella estaba sonriendo-. Estás buscándote problemas…

– Sí… ¿Crees que los voy a encontrar?

Brady respondió la pregunta y los satisfizo a los dos.

– Dios santo -dijo Brady, cuando pudo volver a respirar-. Voy a ponerle una medalla a esta camilla.

– Creo que estoy curada -afirmó ella-. Por el momento…

Brady lanzó un ligero gruñido y bajó las piernas de la camilla.

– Espera a que recibas mi factura.

– Estoy deseando -replicó Vanessa. Le entregó los pantalones y empezó a vestirse. No sabía lo que le parecía a Brady, pero ella jamás volvería a mirar las salas de exploración de la misma manera-. Creo que vine a ofrecerte unos bocadillos de jamón.

– ¿De jamón? ¿Estás hablando de comida? ¿De carne y pan?

– Y de patatas fritas.

– En ese caso, considera que has pagado por completo tu cuenta.

– Supongo que eso significa que tienes hambre -replicó ella, con una sonrisa.

– No he tomado nada desde el desayuno. Si alguien me ofrece un bocadillo de jamón, sería capaz de besarle los pies.

– Me gusta como suena eso -comentó ella, agitando los dedos de los pies-. Voy por la cesta.

– Espera un momento -le dijo Brady-. Si nos quedamos en esta sala, la enfermera se va a llevar un buen susto cuando abra mañana.

– Muy bien -replicó ella-. ¿Por qué no nos vamos a mi casa? -sugirió mientras le daba la camiseta-. Así podremos comer en la cama.

– Bien pensado.

Una hora más tarde, estaban tumbados sobre la cama de Vanessa. Brady acababa de servir la última gota de una botella de chardonnay. Vanessa había llenado la casa de velas. En aquellos momentos, estaban colocadas a su alrededor en el dormitorio, parpadeando mientras una composición de Chopin sonaba en la radio.

– Ha sido el mejor picnic que he tomado desde que tenía trece años y me colé en una acampada que habían organizado las scout.

– Ya había oído hablar de eso -replicó ella-. Siempre fuiste un gamberro.

– Conseguí ver desnuda a Betty Baumgartner. Bueno, casi desnuda. Tenía puesto el sujetador y las braguitas, pero, con trece años, resulta bastante erótico.

– Eras un diablo.

– Fue culpa de mis hormonas -comentó Brady después de tomar un sorbo de vino-. Por suerte para ti, sigo teniendo de sobra, aunque se estén haciendo un poco viejas.

De repente, Vanessa se sintió mimosa y romántica. Se inclinó sobre él para besarlo.

– Te he echado mucho de menos, Brady.

– Yo también. Siento haber estado tan ocupado esta semana.

– Lo comprendo.

– Espero que sí. Esta semana tuve que doblar las horas de consulta.

– Lo sé. Y la varicela. Dos de mis alumnos han caído enfermos. También me he enterado que trajiste un niño al mundo, que sacaste un par de amígdalas, que le cosiste un corte a Jack en el brazo y que entablillaste un dedo roto. Todo eso, además de los estornudos, los dolores y las revisiones diarias.

– ¿Cómo lo sabes?

– Tengo mis fuentes. Debes de estar muy cansado.

– Lo estaba antes de verte. De todos modos, las cosas se tranquilizarán un poco cuando vuelva mi padre. ¿Has recibido una postal?

– Sí, hoy mismo. Por lo que dicen, parece que se están divirtiendo mucho.

– Eso espero, porque tengo la intención de ir a ocupar su lugar cuando regresen.

– ¿Ocupar su lugar?

– Quiero irme a alguna parte contigo, Van. A donde tú quieras.

– ¿Por qué? -preguntó ella. De repente, los nervios se le habían puesto de punta.

– Porque quiero estar a solas contigo, completamente a solas, como nunca hemos tenido oportunidad de estar.

– Ahora estamos a solas -dijo ella. Sentía un nudo en la garganta.

Brady dejó a un lado su copa de vino y luego hizo lo mismo con la de ella.

– Van, quiero que te cases conmigo.

No es que aquellas palabras la hubieran sorprendido. Había esperado que, tarde o temprano, surgiera la palabra «casarse». No sentía miedo, tal y como había esperado, pero sí confusión.

Habían hablado antes del matrimonio, cuando eran muy jóvenes, y casarse les había parecido un hermoso sueño. En aquellos momentos conocía mejor la realidad. Sabía que el matrimonio suponía trabajo, compromiso y un proyecto de futuro compartido.

– Brady, yo…

– No lo había planeado así -le interrumpió él-. Me habría gustado ser más tradicional, tener el anillo y un discurso muy poético. No tengo anillo y lo único que te puedo decir es que te amo. Siempre te he amado y siempre te amaré.

– Brady, me gustaría poder aceptar -susurró. Nada de lo que él pudiera haberle dicho habría sido más poético-. Hasta este momento no me había dado cuenta de lo mucho que me gustaría.

– Entonces, acepta.

– No puedo. Es demasiado pronto -susurró-. No -añadió antes de que él pudiera explotar-. Sé lo que vas a decir. Nos conocemos desde hace una eternidad, pero, en muchos aspectos, lo cierto es que nos conocimos tan sólo hace dos semanas.

– Yo nunca he amado a otra mujer aparte de a ti. Las demás fueron sólo sustituías. Tú eras un fantasma que me perseguía por todas partes, que se desvanecía cada vez que trataba de tocarlo.

– Desde que regresé aquí, mi vida está patas arriba -dijo ella-. No creí que volvería a verte y pensé que, aunque te viera, no importaría porque no sentiría nada por ti. Sin embargo, sí que importa y sí que siento algo, lo que sólo hace que todo sea mucho más difícil.

– ¿No debería ser más fácil?

– No. Ojalá fuera así. No me puedo casar contigo, Brady, hasta que me mire al espejo y me reconozca.

– No sé de qué diablos estás hablando.

– No, claro que no. Casi ni lo sé yo misma. Lo único que sí sé es que no te puedo dar lo que deseas. Que tal vez nunca podré.

– Estamos muy bien juntos, Van… Maldita sea, lo sabes.

– Sí -susurró ella. Sabía que le estaba haciendo daño y le resultaba completamente insoportable-. Brady, hay demasiadas cosas que yo no comprendo sobre mí misma, demasiadas preguntas para las que no tengo respuesta. No puedo hablar de matrimonio, sobre una vida juntos, hasta que las tenga.

– Mis sentimientos no van a cambiar.

– Espero que no.

– Esta vez no voy a consentir que te alejes de mí, Van. Si sales corriendo, iré detrás de ti. Si tratas de esconderte, yo te encontraré.

– Haces que tus palabras suenen como una amenaza.

– Lo es.

– No me gustan las amenazas, Brady -le espetó ella-. Deberías recordarlo. No las tolero.

– Y tú deberías recordar que las hago realidad. Tú me perteneces, Vanessa -afirmó, agarrándola por los hombros-.Tarde o temprano, vas a terminar por comprenderlo.

– Primero me pertenezco a mí misma, Brady -replicó Vanessa-, o, al menos, eso es lo que tengo intención de conseguir. Tendrás que metértelo en la cabeza. Entonces, tal vez, pueda haber algo entre nosotros.

– Ya hay algo entre nosotros. No puedes negarlo.

– En ese caso, haz que te baste con lo que tenemos. Estoy aquí, a tu lado, No hay nadie más. Conténtate con eso.

Sin embargo, no era suficiente. Hasta cuando se tumbó sobre ella y le devoró la boca apasionadamente con la suya, Brady supo que no era suficiente.

Por la mañana, cuando Vanessa se despertó, sola, con el aroma de Brady impregnado en unas sábanas que ya se estaban quedando frías, se temió que jamás sería suficiente.

Capítulo XI

«Muy bien, muy bien», pensó Vanessa, mientras Annie interpretaba una de las canciones de su adorada Madonna. Tenía que admitir que el ritmo era pegadizo. Había tenido que simplificar la canción un poco para que la niña pudiera tocarla, pero se notaba perfectamente de qué canción se trataba y eso era lo que contaba.

Tal vez las mejoras en la técnica de Annie no habían sido radicales, pero existían. Además, en lo que se refería al entusiasmo, Annie Crampton era su estudiante número uno.

Tuvo que admitir que su propia actitud hacia las clases había cambiado. Nunca se habría imaginado que disfrutaría tanto instruyendo a aquellos niños. En lo que se refería a los niños, sus esfuerzos contaban. Tal vez no mucho, pero contaban.

Las clases tenían el beneficio añadido de que la ayudaban a olvidarse de Brady. Al menos, durante una hora o dos todos los días.

– Muy bien, Annie.

– La he tocado entera -dijo la niña, completamente entusiasmada-. Puedo volver a tocarla si quiere.

– Mejor la semana que viene. Quiero que trabajes en la próxima lección de tu libro -dijo Vanessa. Acababa de agarrar el libro cuando oyó que se habría la puerta-. Hola Joanie.

– He oído la música -comentó ésta última, mientras se colocaba a Lara sobre la cadera-. Annie Crampton, ¿eras tú la que tocaba?

– Sí, la canción entera -respondió la niña, con una orgullosa sonrisa en los labios-. La señorita Sexton me ha dicho que lo he hecho muy bien.

– Y es cierto. Estoy muy impresionada, especialmente porque a mí no pudo enseñarme nada más que una canción.

Vanessa colocó una mano sobre la cabeza de la niña.

– La señora Knight no practicaba en casa.

– Yo sí. Mi madre me dice que he aprendido más en tres semanas que en el tiempo que estuve con el otro profesor. Además, es mucho más divertido. Hasta la semana que viene, señorita Sexton.

– Estoy impresionada -reiteró Joanie cuando la niña se hubo marchado.

– Tiene buenas manos -dijo Vanessa, extendiendo las suyas para tomar a Lara-. Hola, tesoro…

– Tal vez le puedas dar clases a ella algún día.

– Tal vez.

– Entonces, aparte de Annie, ¿cómo te va con el resto de las clases? ¿Cuántos alumnos tienes ya?

– Doce, y ése es mi límite, te lo prometo. En general, van muy bien. He aprendido a mirarles las manos a los niños antes de que se sienten al piano. Todavía no sé con lo que Scott Snooks me manchó el otro día las teclas.

– ¿Qué aspecto tenía?

– Verde -comentó, mientras jugueteaba con la pequeña Lara-. Ahora, inspecciono las manos antes de cada clase.

– Si puedes enseñarle a Scott Snooks algo que no sean diabluras y trastadas, puedes hacer milagros.

– Ese es el desafío. Si tienes tiempo, puedo descongelar una lata de limonada.

– La señorita Ama de Casa -comentó Joanie, con una sonrisa-. En realidad no. Sólo tengo un par de minutos. ¿No tienes ahora otra clase?

– Gracias a la varicela no. ¿Qué prisa tienes? -preguntó Vanessa, aún con la niña en brazos, mientras conducía a Joanie al salón.

– Sólo he venido para ver si necesitas algo. Mi padre y Loretta regresan dentro de unas horas y quiero verlos. Mientras tanto, tengo algunos recados que hacer.

– En realidad, me vendrían bien unas partituras. A ver qué te parece esto. Si te escribo los títulos y las traes, yo te cuido de Lara.

– Perdona, ¿he entendido bien?

– Sí. Puedes dejarme a Lara hasta que termines.

– Hasta que termine. ¿Quieres decir que me puedo ir al centro comercial completamente sola?

– Bueno, si prefieres llevártela…

Joanie soltó un grito de felicidad y se levantó para darle un beso a Vanessa y a Lara.

– Lara, cielo, te quiero. Hasta luego.

– Joanie, espera -dijo Vanessa, riendo-.Aún no te he escrito los títulos de las partituras.

– Oh, sí, claro. Supongo que me había emocionado un poco. No he ido de compras sola desde…Ya ni me acuerdo -comentó. De repente, la sonrisa se le borró del rostro-. Soy una madre terrible. Estoy encantada de dejar a mi hija aquí. No, encantada no es la palabra. Emocionada, extasiada, feliz… Soy una madre terrible.

– No. Estás un poco loca, pero eres una madre maravillosa.

– Tienes razón. Sólo ha sido la emoción de ir al centro comercial sin la sillita, la bolsa de los pañales… Todo se me subió a la cabeza. ¿Estás segura de que no te importa?

– Claro que no. Nos lo pasaremos muy bien.

– Por supuesto que sí, pero tal vez deberías colocar todo lo que sea importante un poco alto. Ya ha aprendido a andar.

– Todo irá bien -dijo Vanessa. Dejó a Lara en el suelo y le dio una revista para que la mirara. La niña la rasgó inmediatamente-. ¿Ves?

– De acuerdo. Le di de comer antes de que saliéramos de casa, pero tiene un biberón con zumo de manzana en la bolsa de los pañales. ¿Sabes cambiar pañales?

– He visto cómo se hace. No puede ser muy difícil.

– Bueno, si estás segura de que no tienes nada más que hacer…

– Tengo la tarde completamente libre. Cuando los recién casados lleguen a casa, sólo hay que andar unos metros para ir a verlos.

– Supongo que Brady vendrá también.

– No lo sé.

– Entonces, no ha sido producto de mi imaginación.

– ¿El qué?

– Que, desde hace unos días, existe mucha tensión entre vosotros.

– Te estás equivocando, Joanie.

– Tal vez, pero el asunto me interesa. Las veces que he visto a Brady últimamente, se ha mostrado enfadado o distraído. No hace falta que te diga que esperaba que los dos terminarais juntos.

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