– No. Me siento presionada por lo que quiere Brady. El matrimonio me parece una idea encantadora pero…
– Pero tú creciste en un hogar en el que no lo era -afirmó Loretta-. Resulta extraño lo ciegas que pueden ser las personas. Mientras tú crecías, yo nunca pensé que lo que estaba ocurriendo entre tu padre y yo te afectara a ti, pero claro que te afectaba.
– Era vuestra vida.
– Eran nuestras vidas -le corrigió su madre-.Van, mientras hemos estado de luna de miel, Ham y yo hemos hablado mucho sobre esto. Él quería que te lo explicara todo. Yo no había estado de acuerdo con él hasta este momento.
– Todos están abajo.
– Ya ha habido suficientes excusas -dijo Loretta. Se levantó y se dirigió hacia la ventana-. Yo era muy joven cuando me casé con tu padre. Sólo tenía dieciocho años. Dios, parece que todo ocurrió hace una eternidad. Ciertamente, yo era otra persona. ¡Él me robó el corazón! Entonces, tu padre tenía casi treinta años y acababa de regresar de París, Londres, Nueva York… De un montón de lugares muy interesantes.
– Su carrera había fracasado -comentó Vanessa-. Él nunca quiso hablar al respecto, pero yo lo he leído. Además, había otras personas a las que sí les gustaba hablar de sus fracasos.
– Era un músico brillante. Eso nadie se lo podía negar -susurró Loretta. Se dio la vuelta. Tenía una profunda tristeza reflejada en los ojos-. Como su carrera no alcanzó el potencial que él esperaba, le dio la espalda. Cuando regresó a casa, era un hombre atormentado, variable, impaciente…Yo era una chica muy sencilla. Hasta entonces, mi vida había sido completamente corriente. Tal vez fue eso lo que lo atrajo al principio. Su sofisticación fue lo que me atrajo a mí. Me cegó por completo. Cometimos un error. Fue tanto culpa mía como suya. Yo me sentía abrumada, halagada, hipnotizada… Me quedé embarazada.
– ¿De mí? -preguntó Vanessa, atónita-. Entonces, ¿os casasteis por mí?
– Nos casamos porque nos mirábamos el uno al otro y veíamos sólo lo que queríamos ver. Tú fuiste el resultado de eso. Quiero que sepas que fuiste concebida en medio de lo que los dos creíamos desesperadamente que era amor. Tal vez precisamente porque lo creíamos era amor. Ciertamente era afecto, cariño y necesidad.
– Te quedaste embarazada… No te quedó elección.
– Siempre hay elección -afirmó Loretta-. Tú no fuiste ni un error, ni un inconveniente ni una excusa. Eras lo mejor de los dos y ambos lo sabíamos. No hubo peleas ni recriminaciones. Yo estaba encantada de llevar su hijo en el vientre y él estaba igual de feliz. El primer año de casados fue bueno. En muchos sentidos, fue hasta hermoso. Te aseguro que tú fuiste lo mejor que nos ocurrió. La tragedia fue que éramos lo peor que nos podía haber ocurrido mutuamente. Tú no tenías la culpa de eso, pero nosotros sí.
– ¿Qué ocurrió a continuación?
– Mis padres murieron y nos mudamos a esta casa. Ésta era la casa en la que yo había crecido y me pertenecía a mí. Yo nunca comprendí lo mucho que a él lo molestaba eso. De hecho, ni siquiera creo que lo comprendiera él. Tú entonces tenías tres años. Tu padre estaba muy inquieto. No le gustaba estar aquí, pero no tenía valor para enfrentarse a la posibilidad del fracaso si trataba de retomar su carrera. Comenzó a darte clases. De la noche a la mañana, pareció que toda la pasión, toda la energía que poseía, iban destinadas a convertirte a ti en la estrella que él no había podido ser -afirmó Loretta. De nuevo, se volvió para mirar por la ventana-.Yo no se lo impedí. Ni lo intenté. Tú parecías feliz tocando el piano. Cuando más prometedora parecías, más se amargaba él, no por ti, sino por la situación y, por supuesto, por mí. A mí me ocurrió lo mismo con él. Tú eras lo único bueno que habíamos hecho juntos, lo único que los dos podíamos amar completamente. Sin embargo, no era suficiente para conseguir que nos amáramos. ¿Me comprendes?
– ¿Por qué seguisteis viviendo juntos?
– En realidad no estoy segura. Por costumbre. Por miedo. Tal vez por la esperanza de que, algún día, descubriéramos que sí nos queríamos. Había demasiadas discusiones. Recuerdo lo mucho que te disgustaban a ti. Cuando te convertiste en una adolescente, solías salir corriendo de la casa para escapar de nuestras peleas. Te fallamos, Van. Los dos. Aunque sé que él hizo cosas egoístas e incluso imperdonables, yo te fallé todavía más porque cerré los ojos para no verlas. En vez de tratar de arreglar las cosas, busqué una salida. Y la encontré con otro hombre.
Loretta se armó de valor y se volvió a mirar a su hija.
– No hay excusa -prosiguió-. Tu padre y yo ya no teníamos relaciones íntimas, casi ni nos hablábamos, pero yo habría podido tener otras alternativas. Había pensado en el divorcio, pero hace falta ser muy valiente y yo era una cobarde. De repente, encontré una persona que era amable conmigo, alguien que me encontraba atractiva y deseable. Como estaba prohibido y estaba mal, resultaba muy excitante.
Vanessa sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Tenía que conocer lo ocurrido, comprender.
– Estabas muy sola -dijo.
– Eso es cierto -musitó Loretta, muy compungida-, pero no es excusa…
– No quiero excusas. Quiero saber cómo te sentiste.
– Perdida. Vacía. Me sentí como si mi vida hubiera terminado. Quería que alguien volviera a necesitarme, a abrazarme, alguien que me dijera palabras hermosas, aunque fueran mentira… Me equivoqué, igual que nos equivocamos tu padre y yo cuando decidimos casarnos sin pensarlo bien -susurró. Regresó a la cama y tomó la mano de Vanessa-. Quiero que para ti sea diferente. Será diferente. Apartarse de algo que es bueno para uno es tan estúpido como aceptar lo que no nos beneficia.
– ¿Cómo se sabe la diferencia?
– La sabrás. A mí me ha llevado casi toda mi vida comprenderlo. Con Ham, lo supe enseguida.
– ¿No sería… no sería Ham el que…?
– ¿El hombre con el que engañé a tu padre? No, claro que no. Él jamás habría traicionado a Emily. La amaba demasiado. Fue otro hombre. No estuvo mucho tiempo en el pueblo, tan sólo unos pocos meses. Supongo que, en cierto modo, así fue todo más fácil. Era un desconocido, alguien que no me conocía. Cuando rompí con él, siguió con su vida como si nada.
– ¿Por qué rompiste con él?
Loretta sabía que lo que estaba a punto de decir a continuación era lo más difícil.
– Fue la noche de tu baile. Yo había estado en tu habitación contigo. Estabas tan disgustada…
– Hizo que arrestarán a Brady.
– Lo sé -dijo Loretta. Apretó la mano de Vanessa un poco más fuerte-.Te juro que yo no lo sabía. Te dejé a solas porque tú necesitabas la soledad. Yo no hacía más que pensar en lo que le iba a decir a Brady Tucker cuando lo tuviera delante. Seguía muy disgustada cuando tu padre llegó a casa. Estaba lívido, completamente lívido. Fue entonces cuando todo salió a la luz. Estaba furioso porque el sheriff había soltado a Brady cuando Ham fue a la comisaría y protestó muy airadamente. Yo me sentí muy mal. A tu padre nunca le había gustado Brady, yo ya lo sabía, igual que no le habría gustado cualquier otro chico que se interpusiera con los planes que había preparado para ti. Sin embargo, aquello iba más allá de lo que yo hubiera podido imaginar. Los Tucker eran amigos nuestros y cualquiera que tuviera ojos en la cara podía ver que Brady y tú estabais enamorados. Admito que me había preocupado mucho el hecho de que hicierais el amor, pero habíamos hablado al respecto y tú eras una chica sensata. En cualquier caso, tu padre estaba furioso y yo me sentía muy enojada, quemada por su falta de sensibilidad. Perdí el control. Le dije lo que llevaba varias semanas intentando ocultar. Estaba embarazada…
– Embarazada… Dios…
Loretta volvió a ponerse de pie para pasear por la habitación.
– Creí que se iba a enfadar mucho, pero, en vez de eso, se quedó muy tranquilo. Demasiado tranquilo. Me dijo que ya no podíamos permanecer juntos. Iba a pedir el divorcio y se quedaría contigo. Cuanto yo más le gritaba, le suplicaba, lo amenazaba, más tranquilo se ponía. Me dijo que se quedaría contigo porque te cuidaría mejor. Yo era… bueno, era evidente lo que yo era. Ya tenía los billetes para París. Dos billetes. Yo no lo sabía, pero había pensado llevarte con él de cualquier manera. Yo no diría nada ni haría nada que se lo impidiera. Si lo hacía, me amenazó con presentar demanda en un juzgado para reclamar tu custodia que él ganaría de todos modos y en el que se sabría que yo estaba embarazada de otro hombre -musitó. Sin poder evitarlo, empezó a llorar-. Si yo no estaba de acuerdo, esperaría hasta que el bebé naciera y presentaría cargos contra mí por incapacidad como madre. Me juró que haría todo lo posible por llevarse también a ese niño. Yo me quedaría sin nada.
– Pero tú… él no pudo…
– Yo casi no había salido de este pueblo y mucho menos del estado. No sabía lo que él podía hacerme. Lo único que sabía era que iba a perder una hija, tal vez incluso el que venía de camino. Tú te ibas a París, a ver montones de cosas maravillosas, a tocar en lugares fabulosos. Te convertirías en alguien importante -susurró. Con las mejillas empapadas por las lágrimas, se dio la vuelta-. Dios es mi testigo, Vanessa. No sé si accedí porque pensaba que eso era lo que tú querrías o porque tenía miedo.
– Eso ya no importa -afirmó la joven. Se levantó y se acercó a su madre-.Ya no importa…
– Sabía que me odiarías…
– No. No te odio. No puedo odiarte -dijo. Abrazó a su madre y la estrechó con fuerza-. ¿Y ese bebé? ¿Qué hiciste con él?
Loretta sintió que la pena la embargaba de nuevo.
– Tuve un aborto justo cuando estaba a punto de cumplir los tres meses de embarazo. Os perdí a los dos. Nunca tuve todos los hijos con los que había soñado.
– Oh, mamá… -susurró Vanessa, llorando también-. Lo siento mucho. Debió de ser terrible para ti.
– Te aseguro que no pasó ni un solo día sin que pensara en ti. Te eché tanto de menos… Si pudiera enmendar lo que hice…
Vanessa sacudió firmemente la cabeza.
– No. No podemos enmendar el pasado. Tendremos que volver a empezar…
Capítulo XII
Vanessa estaba en su camerino, rodeada de flores. Casi no las veía. Había esperado que Brady le hubiera enviado uno de los hermosos ramos. Tendría que haberse imaginado que no sería así.
No había ido a despedirla al aeropuerto. No la había llamado para desearle buena suerte ni para decirle que la echaría de menos durante su ausencia. No era su estilo. Nunca lo había sido. Cuando Brady Tucker estaba furioso, no realizaba esfuerzo alguno por ser cortés. Simplemente seguía enfadado.
Admitió que tenía derecho a estarlo. Todo el derecho del mundo.
Después de todo, ella lo había dejado. Se había entregado a él, le había hecho el amor con toda la pasión que una mujer era capaz de reunir. Sin embargo, no había sido sincera y, por eso, lo había perdido todo.
Había tenido miedo de cometer un error que pudiera consumirle la vida. Brady nunca comprendería que tenía miedo de equivocarse tanto por ella misma como por él.
Después de escuchar a su madre, sabía que se podían cometer errores aun con la mejor de las razones. O con la peor. Ya era demasiado tarde para preguntárselo a su padre, para tratar de comprender sus sentimientos, sus razones. Esperaba que no fuera demasiado tarde también para ella.
¿Dónde estaban aquellos adolescentes que habían amado tan fiera y apasionadamente? Brady tenía su vida, su profesión y sus respuestas. Su familia, sus amigos y su casa. Había pasado de ser un muchacho salvaje y travieso para convertirse en un hombre lleno de integridad y propósito.
¿Y ella? Vanessa se miró las manos. Tenía su música. En realidad, era lo único que le pertenecía sólo a ella.
Comprendía perfectamente los fallos de su madre y los errores de su padre. A su modo, los dos la habían amado, pero ese amor no los había convertido en una familia ni había conseguido que los tres fueran felices.
Por eso, mientras Brady estaba echando raíces en la fértil tierra del pueblo donde habían nacido los dos, ella estaba a solas en un camerino repleto de flores, esperando que llegara el momento de subir al escenario.
Cuando alguien llamó a la puerta, vio que su imagen del espejo sonreía. El concierto no tardaría en empezar.
– Entrez.
– Vanessa -dijo la princesa Gabriella, bellísima con un vestido azul, cuando entró en el camerino.
– Alteza.
Antes de que Vanessa pudiera levantarse para hacerle una reverencia, Gabriella le indicó que permaneciera sentada con gesto muy amistoso.
– Por favor, no te levantes. Espero no molestarte.
– Claro que no. ¿Le apetece una copa de vino?
– Sólo si tú también vas a tomarla -respondió la princesa mientras tomaba asiento-. Hoy ha sido un día muy ajetreado. No he tenido oportunidad de verte para asegurarme de que estás cómoda.
– Nadie podría sentirse incómodo en palacio, Alteza.
– Gabriella, por favor -dijo la princesa, aceptando la copa que Vanessa le ofrecía-. Estamos solas. Quería volver a darte las gracias por haber accedido a tocar esta noche. Es muy importante.
– Siempre es un placer tocar en Cordina -respondió ella. Las luces del camerino hacían brillar las cuentas que Vanessa llevaba en el vestido blanco-. Es un honor que se haya acordado de mí.
Gabriella soltó una carcajada antes de tomar un sorbo de vino.
– En realidad, te disgustó bastante que te molestara mientras estabas de vacaciones. No te culpo, pero por mi causa he aprendido a ser grosera… e implacable.
Vanessa sonrió al escuchar las palabras de la princesa.
– Entonces, me siento honrada y enojada. No obstante, espero que la gala de esta noche sea un rotundo éxito.
– Lo será. ¿Conoces a Eve, mi cuñada?
– Sí. He coincidido con Su Alteza en varias ocasiones.
– Es norteamericana y, por consiguiente, muy obstinada. Es una gran ayuda para mí.
– ¿Es su marido también de los Estados Unidos?
Los ojos de Gabriella se iluminaron.
– Sí. Reeve también es muy obstinado. Este año hemos implicado bastante a nuestros hijos, así que la organización de la gala ha sido más circo de lo que acostumbra. Mi hermano Alexander ha estado fuera de Cordina durante unas semanas, pero regresó a tiempo para ayudarnos.
– Es usted implacable con su familia, Gabriella.
– Lo mejor es ser implacable con los que se ama. Por cierto, Hannah te presenta sus disculpas por no haber venido a saludarte antes del concierto. Bennett no la deja en paz.
– Creo que su hermano pequeño tiene derecho a no dejar en paz a su esposa cuando ésta está a punto de dar a luz.
– Le interesas mucho a Hannah, Vanessa…-comentó la princesa con una sonrisa-, dado que tu nombre estuvo vinculado al de Bennett antes de que él se casara.
«Igual que la mitad de la población femenina del mundo libre», pensó Vanessa, pero guardó silencio.
– Su Alteza era el más encantador de los acompañantes.
– Era un canalla.
– Domado por la encantadora lady Hannah.
– No creo que esté domado. Más bien contenido -comentó la princesa, tras dejar su copa sobre una mesa-. Sentí mucho cuando tu mánager me dijo que no pasarías más que un día en Cordina. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que viniste a visitarnos…
– No hay lugar en el que me sienta más bienvenida. Recuerdo la última vez que estuve aquí. Pasé un día maravilloso en su casa de campo, con su familia.
– Nos encantaría volver a recibirte, siempre que tu agenda te lo permita. ¿Te encuentras bien?
– Sí, gracias. Estoy muy bien.
– Estás preciosa, Vanessa, tal vez aún más porque tienes una profunda tristeza en la mirada. Yo comprendo muy bien ese sentimiento. Me lo vi en el espejo una vez, no hace demasiados años. Son los hombres los que lo provocan. Es una de sus mejores dotes. ¿Puedo ayudarte?
– No lo sé -admitió Vanessa mientras miraba los hermosos ojos de la princesa-. Gabriella, ¿le puedo hacer una pregunta? ¿Qué es lo más importante de su vida?
– Mi familia.
– Sí. Fue una historia muy romántica cómo conoció y se enamoró de su esposo.
– Se va haciendo cada vez más romántica y menos traumática.
– Es un ex policía norteamericano, ¿verdad?
– Sí.
– Si hubiera tenido que ceder sus derechos, abandonar su posición, para poder casarse con él, ¿lo habría hecho?
– Sí, pero con gran pesar. ¿Acaso te ha pedido ese hombre que dejes algo que forma parte innata de ti?
– No. No me ha pedido que deje nada y, sin embargo, lo quiere todo.
– Ésa es otra de las habilidades de los hombres -comentó Gabriella con una sonrisa.