Sinfonía Inacabada - Робертс Нора 5 стр.


– Oh, mamá -susurró Vanessa a la casa vacía-.Yo no sé qué hacer.

– Señora Driscoll -dijo Brady mientras golpeaba suavemente la nudosa rodilla de la anciana de ochenta y tres años-.Tiene usted el corazón de una gimnasta de veinte.

La mujer se echó a reír, tal y como él había esperado.

– No es el corazón lo que me preocupa, Brady, si no los huesos. Me duelen que rabian.

– Tal vez si permitiera que uno de sus bisnietos le arrancara las malas hierbas de su huerto…

– Llevo sesenta años cuidando de mi terrenito…

– Y estoy seguro de que lo podrá seguir haciendo otros sesenta más -afirmó Brady mientras le quitaba el manguito de tomarle la tensión-. No hay nadie en este condado que críe mejores tomates, pero, si no se toma las cosas con un poco más de calma, los huesos le van a doler.

Brady le examinó las manos. Afortunadamente, los dedos aún no sufrían de artritis, pero la enfermedad ya estaba presente en hombros y rodillas. No había mucho que ella pudiera hacer para frenar su avance.

Completó el reconocimiento mientras escuchaba las historias que la anciana le contaba sobre su familia. La señora Driscoll había sido la profesora de Brady en segundo y ya entonces él había pensando que era la mujer más vieja sobre la faz de la tierra.

– Hace un par de días la vi saliendo de la oficina de correos, señora Driscoll -comentó él-. No llevaba bastón.

– Los bastones son para los viejos -bufó la anciana.

– Como médico, señora Driscoll, he de decirle que usted también es vieja.

La anciana se echó a reír y agitó una mano delante del rostro de Brady.

– Siempre has tenido la lengua muy afilada, Brady Tucker.

– Sí, pero ahora tengo una licenciatura en medicina que me avala -replicó él, tras ayudar a la anciana a bajar de la camilla-. Lo único que quiero es que utilice su bastón… aunque sólo sea para darle a John Hardesty una buena paliza cuando se ponga a ligar con usted.

– ¡Menudo vejestorio! -musitó ella-. Y yo también lo parecería si fuera cojeando con un bastón.

– ¿Acaso no es la vanidad uno de los siete pecados capitales?

– Si no es por un pecado capital, no merece la pena pecar. Ahora, sal de aquí, muchacho, para que me pueda vestir.

– Sí, señora.

Brady la dejó sola. Sabía que, por mucho que le dijera, jamás conseguiría que ella utilizara el maldito bastón. Era una de las pocas pacientes a las que no podía convencer ni intimidar.

Tras dos horas más de consulta, Brady utilizó la hora que tenía para almorzar para ir al Hospital del Condado de Washington para ver la evolución de dos pacientes. Una manzana y un bocadillo de mantequilla de cacahuete lo ayudaron a pasar la tarde. Más de uno de sus pacientes mencionó el hecho de que Vanessa Sexton hubiera regresado al pueblo. Aquella información solía ir acompañada de sonrisas y guiños de ojos. Algunos de ellos hasta le dieron un buen codazo en el estómago.

Aquello era lo malo de las localidades pequeñas. Todos lo sabían todo sobre todos y lo recordaban eternamente. Vanessa y él habían salido juntos muy brevemente hacía doce años, pero era como si en vez de estar grabado en uno de los árboles del parque de Hyattown, lo estuviera sobre hormigón armado.

Él había estado a punto de olvidarse de ella… a excepción de cuando veía su nombre o su fotografía en uno de los periódicos o cuando escuchaba uno de sus discos, que compraba para honrar los viejos tiempos.

Cuando recordaba, sus recuerdos eran principalmente los de la infancia. Eran los más dulces y los más conmovedores. Sólo habían sido unos niños que se encaminaban hacia la edad adulta a una velocidad de vértigo. Sin embargo, lo ocurrido entre ellos había sido hermoso e inocente. Largos y lentos besos en las sombras, promesas apasionadas, algunas caricias prohibidas…

No debería sentir anhelo de ellos, de Vanessa, pero, a pesar de todo, se pasó una mano por encima del corazón.

En su momento todo había parecido demasiado intenso, principalmente porque se enfrentaban a una total oposición por parte del padre de Vanessa. Cuanto más tenía Julius Sexton en contra de su incipiente relación, más se unían. Así eran los jóvenes. Había desafiado al padre de Vanessa haciendo sufrir a la vez al suyo propio, realizando promesas y amenazas que sólo un muchacho de dieciocho años podía hacer.

Si todo hubiera sido más fácil, probablemente se habrían olvidado el uno del otro en pocas semanas.

«Mentiroso», se dijo. Nunca había estado tan enamorado como lo había estado el año que pasó con Vanessa.

Nunca habían hecho el amor. Cuando ella desapareció de su vida, se lamentó profundamente de aquel hecho. En aquel momento, con la perspectiva que daba el tiempo, se había dado cuenta de que aquello había sido lo mejor. Si hubieran sido también amantes les habría resultado mucho más difícil ser amigos al llegar a la edad adulta.

Se aseguró que aquello era lo único que deseaba. No tenía intención de permitir que Vanessa le rompiera el corazón una segunda vez.

– Doctor Tucker -le dijo una enfermera que acababa de asomar la cabeza por la puerta-.Ya ha llegado su siguiente paciente.

– Voy enseguida.

– Ah, y su padre dijo que pase a verlo antes de que se marche.

– Gracias.

Brady se dirigió a la consulta número dos, preguntándose si Vanessa estaría sentada en el balancín aquella tarde.

Vanessa llamó a la puerta de la casa de los Tucker y esperó. Observó las macetas de geranios que florecían en las ventanas. Había dos mecedoras en el porche. El doctor Tucker solía sentarse allí por las tardes en los días de verano. La gente que pasaba por delante se detenía para charlar con él o para hablarle de sus síntomas o enfermedades.

Recordaba que el doctor Tucker era un hombre muy generoso, tanto con su tiempo como con sus habilidades, como lo demostraba en el picnic que organizaba anualmente en su casa. Vanessa aún recordaba su risa y lo suaves que eran sus manos durante una exploración.

¿Qué le iba a decir cuando abriera la puerta un hombre que había ocupado un lugar muy importante durante su infancia, al hombre que la había reconfortado cuando Vanessa había llorado al ver que el matrimonio de sus padres se desmoronaba, al hombre que, en aquellos momentos, mantenía una relación sentimental con su madre?

Abrió la puerta él mismo. La observó durante un instante. Eran tan alto como recordaba. Al igual que Brady, tenía una constitución nervuda y atlética. A pesar de que su cabello oscuro se había teñido de gris, no parecía haber envejecido. Al verla, sonrió.

Sin saber qué hacer, Vanessa le ofreció una mano. Antes de que pudiera hablar, él le dio un fuerte abrazo.

– Mi pequeña Vanessa -dijo, mientras la abrazaba-. Me alegro de que hayas regresado.

– Y yo me alegro de haber regresado -afirmó Vanessa-. Lo he echado mucho de menos, de verdad…

– Déjame que te mire -pidió Ham Tucker, separándola de sí-. Vaya, vaya, vaya… Emily siempre dijo que serías una belleza.

– Oh, doctor Tucker. Siento tanto lo de la señora Tucker…

– Todos lo hemos sentido mucho. Ella siempre te seguía en periódicos y revistas, ¿sabes? Estaba decidida a tenerte como nuera. Más de una vez me dijo que tú eras la chica adecuada para Brady. Que tú lo enderezarías.

– Me parece que se ha enderezado solo.

– Eso parece. ¿Te apetece una taza de té y un trozo de pastel? -le preguntó, mientras la conducía hacia el interior de la casa.

– Me encantaría.

Vanessa se sentó a la mesa de la cocina mientras Ham preparaba y servía el té. La casa no había cambiado tampoco en el interior. Seguía tan ordenada como siempre. Todo estaba limpio y reluciente. La soleada cocina daba al jardín trasero y, a la derecha, se veía la puerta que conducía a la consulta. El único cambio que se apreciaba era la adición de un complicado sistema telefónico.

– La señora Leary prepara los mejores pasteles del pueblo -comentó él. Estaba cortando unas gruesas porciones de pastel de chocolate.

– Veo que aún le sigue pagando con lo que prepara en su horno.

– Y te aseguro que vale su peso en oro -afirmó, tras sentarse frente a Vanessa-. Supongo que no tengo que decirte lo orgullosos que estamos todos de ti.

– No. Ojalá hubiera regresado mucho antes. Ni siquiera sabía que Joanie estaba casada. Ni lo de la niña… Lara es una niña preciosa.

– Y también es muy lista. Por supuesto, tal vez yo no sea del todo objetivo, pero no recuerdo un niño más listo y te aseguro que he visto muchos.

– Espero verla con frecuencia mientras esté aquí. A todos.

– Esperamos que te quedes mucho tiempo.

– No lo sé… -susurró, mientras observaba el té-. No lo he pensado.

– Tu madre no ha hablado de otra cosa desde hace semanas.

– Parece estar bien -comentó Vanessa tras tomar una cucharada de pastel.

– Lo está. Loretta es una mujer muy fuerte. Tiene que serlo.

Vanessa miró al doctor Tucker. Como el estómago empezó a dolerle de nuevo, habló con mucho cuidado.

– Sé que es la dueña de una tienda de antigüedades. Me resulta difícil imaginármela como empresaria.

– A ella también le resultó difícil, pero está haciéndolo muy bien. Sé que perdiste a tu padre hace unos meses.

– Murió de cáncer. Fue muy difícil para él.

– Y para ti.

– No había mucho que yo pudiera hacer… en realidad, él no me permitía hacer mucho. Básicamente, se negó a admitir que estaba enfermo. Odiaba las debilidades.

– Lo sé -dijo Tucker cubriéndole una mano con la suya-. Espero que hayas aprendido a ser más tolerante con ellos -añadió. No tuvo que explicar a qué se refería.

– Yo no odio a mi madre -suspiró Vanessa-. Simplemente no la conozco.

– Yo sí la conozco. Ha tenido una vida muy difícil, Van. Cualquier error que haya podido cometer, lo ha pagado más veces de lo que debería hacerlo una persona. Te quiere mucho. Siempre te ha querido.

– Entonces, ¿por qué me dejó marchar?

– Ésa es una pregunta que le tendrás que hacer a ella. Es tu madre la que te tiene que responder.

Con un suspiro, Vanessa se recostó en la butaca.

– Siempre venía a llorar encima de su hombro, doctor Tucker.

– Para eso están los hombros. Además, yo fui tan tonto como para creer que tenía dos hijas.

– Y las tenía -susurró ella. Parpadeó para hacer desaparecer las lágrimas y tomó un sorbo de té para tranquilizarse-. Doctor Tucker, ¿está usted enamorado de mi madre?

– Sí. ¿Te molesta?

– No debería.

– ¿Pero?

– Me resulta difícil aceptarlo. Siempre me he imaginado a la señora Tucker y a usted juntos. Era una de las constantes durante mi infancia. Mis padres, tan infelices como eran juntos desde que tengo memoria…

– Eran tus padres de todos modos. Otra pareja a la que siempre te imaginabas juntos.

– Sí. Sé que no es razonable. Ni siquiera se acerca a la realidad, pero…

– Debería serlo. Querida niña, hay muchas cosas en esta vida que son injustas. Yo pasé veintiocho años de mi vida con Emily y pensaba pasarme otros veintiocho. No pudo ser. Durante el tiempo que estuve con ella, la amé de todo corazón. Tuvimos suerte de convertirnos en personas que cada uno de nosotros pudiera amar. Cuando ella murió, yo creí que una parte de mi vida se había terminado. Tu madre era la mejor y más íntima amiga de Emily y así seguí viéndola durante varios años. Entonces, se convirtió en mi mejor y más íntima amiga. Creo que Emily se habría alegrado.

– Me hace sentirme como una niña.

– En lo que se refiere a los padres, uno siempre es un niño -comentó él. Entonces, miró el plato-. ¿Ya no te gustan los dulces?

– Sí, pero no tengo mucho apetito.

– No quería sonar como un viejo gruñón, pero he de decirte que estás demasiado delgada. Loretta mencionó que no comías ni dormías bien.

Vanessa levantó una ceja. No se había dado cuenta de que su madre se hubiera percatado.

– Supongo que estoy algo nerviosa. Los últimos dos años han sido muy ajetreados.

– ¿Cuándo fue la última vez que te hicieron un reconocimiento médico?

– Parece usted Brady -contestó ella, riendo-. Estoy bien, doctor Tucker. Las giras de conciertos hacen fuerte a una mujer. Sólo son nervios.

Tucker asintió, pero se prometió que estaría pendiente de ella.

– Espero que toques para mí muy pronto.

– Estoy domando el nuevo piano de mi madre. De hecho, debería volver a casa. Me he estado saltando las sesiones de práctica demasiado frecuentemente últimamente.

Justo cuando ella se levantaba, Brady entró por la puerta. Lo molestó verla allí. Además de estar todo el día metida en su pensamiento, Vanessa estaba también en aquella casa. Saludó con una breve inclinación de cabeza y miró al pastel.

– La cumplidora señora Leary -comentó, con una sonrisa-. ¿Me ibas a dejar algo, papá?

– Es mi paciente.

– Siempre se queda con lo mejor -le dijo Brady a Vanessa mientras tomaba con el dedo un poco de la crema de chocolate que ella tenía en su plato-. ¿Querías verme antes de que me marchara, papá?

– Quería que examinaras el expediente Crampton. He hecho algunas notas -respondió Ham, señalando una carpeta que había sobre la encimera.

– Gracias.

– Tengo algunas cosas de las que ocuparme -dijo Ham. Entonces, dio un beso a Vanessa y se levantó-. Vuelve pronto a verme.

– Lo haré.

– Tenemos una barbacoa dentro de dos semanas. Espero que vengas.

– No me la perdería por nada del mundo.

– Brady -le recomendó a su hijo mientras se marchaba-. Compórtate bien con esa chica.

Brady sonrió mientras la puerta se cerraba.

– Aún sigue pensando que voy a convencerte para que te vengas conmigo al asiento trasero de mi coche.

– Ya me convenciste una vez.

– Sí -susurró Brady. El recuerdo lo inquietaba-. ¿Es café lo que tomas?

– Té. Con limón.

Con un gruñido, Brady sacó la leche del frigorífico y se sirvió un enorme vaso.

– Me alegra que hayas venido a verlo. Te quiere mucho.

– El sentimiento es mutuo.

– ¿Te vas a comer ese pastel?

– No. En realidad yo… ya me marchaba -dijo, al tiempo que Brady tomaba asiento y empezaba a comerse el dulce.

– ¿A qué viene tanta prisa?

– No tengo prisa, pero… -contestó ella al tiempo que se levantaba.

– Siéntate.

– Veo que sigues teniendo un saludable apetito.

– Vida sana.

Vanessa sabía que debía marcharse, pero Brady parecía tan relajado y tan relajante a la vez… Él había dicho que fueran amigos. Tal vez pudieran serlo.

– ¿Dónde está el perro?

– Lo he dejado en casa. Mi padre lo sorprendió ayer comiéndose los tulipanes, así que no quiere que venga.

– ¿Ya no vives aquí?

– No. Yo… Me compré una parcela a las afueras. La casa se está levantando muy lentamente, pero ya tiene tejado.

– ¿Te estás construyendo tu propia casa?

– Yo no diría tanto. No me puedo escapar de aquí como para emplear demasiado tiempo, pero tengo un par de tipos trabajando. Ya te llevaré para que puedas echarle un vistazo.

– Tal vez.

– ¿Qué te parece ahora mismo? -le preguntó Brady, mientras se levantaba y colocaba los platos en el fregadero.

– Oh, bueno… En realidad tengo que regresar a casa…

– ¿Para qué?

– Para practicar.

– Ya practicarás más tarde.

Era un desafió. Los dos lo sabían y lo comprendían. Los dos estaban decididos a demostrar que podían estar en la compañía del otro sin despertar viejos anhelos.

– Muy bien, pero te seguiré en mi coche. Así no tendrás que volver a traerme.

– De acuerdo.

Brady la agarró por el brazo y la acompañó al exterior. Cuando Vanessa se marchó del pueblo, él tenía un Chevrolet de segunda mano. En aquellos momentos, conducía un todoterreno. Después de conducir durante varios kilómetros, cuando llegaron a una empinada colina, Vanessa comprendió el porqué. El camino estaba lleno de baches y la grava salía disparada de debajo de las ruedas. Tras tomar una pronunciada curva, se detuvo en seco detrás de Brady.

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