El gato y el ratón - Grass Gunter 9 стр.


Y el celo con que Joaquín Mahlke, después de haberlos desmontado dos veranos antes con no poco esfuerzo, devolvía ahora al dragaminas polaco uno a uno todos sus objetos -el buen viejo Pilsudski, las plaquitas con instrucciones para manejar esto o lo otro, etc.- nos hizo pasar, pese a los molestos e infantiles muchachos de tercero, otro verano entretenido e incluso excitante en aquel bote para el cual la guerra sólo había durado cuatro semanas. Vaya como ejemplo: Mahlke nos ofreció música. Aquel gramófono que en verano del cuarenta, después de haber nadado con nosotros unas cinco o seis veces hasta el bote, había subido laboriosamente y pieza por pieza desde la proa o desde la cámara de oficiales, reparándolo luego en su bohardilla y proveyéndolo de un nuevo fieltro para el plato giratorio, fue uno de los últimos objetos en volver bajo cubierta, juntamente con una docena de discos.

Y en los días que duró el traslado, Mahlke no pudo resistir la tentación de llevar colgando de la acreditada cordonera alrededor del cuello la manivela del aparato. Por lo demás, parece que el gramófono y los discos soportaron bien el viaje a través de la proa y del mamparo hasta el centro del barco y luego hasta la cabina de radio, porque la misma tarde en que había terminado el transporte por etapas, Mahlke nos sorprendió con una música de resonancia cavernosa, que parecía venir tan pronto de aquí como de allá, pero siempre del interior del bote.

Era como para aflojar los remaches y el revestimiento. Aunque en el puente aún daba el sol, a punto de meterse, Ia cosa nos puso la carne de gallina. Nos soltamos a gritar: "¡Para! ¡No! ¡Sigue! ¡Pon otro!" y alcanzamos a escuchar una célebre Ave María, más larga y pegajosa que el chicle, que alisó el mar picado.

Era obvio que no podía prescindir de la Virgen. Y luego, arias, oberturas -¿dije ya que a Mahlke le gustaba la música seria?-; en todo caso, de dentro para fuera, nos fue brindando algo excitante de la Tosca, algo fabuloso de Humperdinck, y un fragmento de sinfonía con aquel dadada daaa que ya conocíamos de los conciertos populares.

Schilling y Kupka gritaban que pusiera algo más animado, pero de eso sí no tenía. Y sólo cuando puso allá abajo a Zarah consiguió el mayor efecto. En efecto, su voz subacuática nos tumbó de bruces sobre la herrumbre y los excrementos abollados de las gaviotas. Ya no recuerdo lo que cantó. Era siempre el mismo estilo.

Pero cantó también algo de una ópera que ya conocíamos de la película Patria querida. Cantaba: "Ay la he perdido"; bramaba: "El viento me ha cantado una canción"; profetizaba: "Sé que un día se hará el milagro". Sabía resonar como un órgano y conjurar elementos, pero cultivaba también toda clase imaginable de musas tiernas. Y Winter tragaba saliva y podía apenas contener el llanto, aunque también a los otros nos escocían los párpados.

Y, además, las gaviotas. Locas de por sí, se comportaban -ahora que Zarah daba vueltas allá abajo en el disco- como totalmente endemoniadas.

Lanzaban sus chillidos penetrantes, emanados probablemente de las almas de tenores muertos, sobre el bajo retumbante, profundo como un calabozo, imitable pero hasta el presente inimitado, de una estrella de cine dotada de una voz que movía a lágrimas y que en aquellos años de guerra gozaba, en la retaguardia y en el frente, de enorme popularidad.

Mahlke nos ofreció este concierto varias veces, hasta que los discos acabaron gastándose y no salían de la caja más que unas gárgaras y un rascar atormentados. Hasta el presente, nunca me ha proporcionado la música un placer mayor que aquél, y eso que apenas me pierdo un solo concierto en la Sala Robert Schumann y que así que dispongo de fondos me compro toda clase de discos long-play, desde Monteverdi hasta Bártok. Silenciosos e insaciables, estábamos todos en montón arriba del gramófono, al que llamábamos el "ventrílocuo".

Ya no se nos ocurrían más alabanzas. Sin duda, admirábamos a Mahlke; pero luego, de repente, en medio de todo aquel fragor, nuestra admiración se trocaba en su contrario, y lo encontrábamos repulsivo al grado de no atrevernos a mirarlo. Entonces, mientras un barco cargado hasta los topes iba entrando pesadamente en el puerto, lo compadecíamos moderadamente. Pero por otra parte también le temíamos, porque era un déspota. Y yo me avergonzaba de que me vieran en la calle con él. Y me sentía orgulloso cuando la hermana de Hotten Sonntag o la pequeña Pokriefke me encontraban a tu lado frente al cine o en el Heeresanger.

Porque tú eras nuestro tema constante: "¿Qué estará haciendo ahora? Me juego lo que quieras a que ya vuelve a tener dolores de garganta, Te apuesto cualquier cosa a que acabará algún día por ahorcarse, o por ser algo muy grande, o por inventar algo fantástico".. Y Schilling le decía a Hotten Sonntag: "Tú dime honradamente, si tu hermana fuera con Mahlke, al cine y lo demás, honradamente, ¿qué harías?"

VII

La aparición en el aula de nuestro Instituto del teniente de navío y comandante de submarino profusamente condecorado puso fin a los conciertos en interior del antiguo dragaminas polaco Rybitwa.

Claro que, aunque no hubiera venido, el gramófono y los discos no hubieran dado más que para otros tres o cuatro días; pero es el caso que vino, paró la música subacuática sin necesidad de trasladarse a nuestro bote y dio a las conversaciones sobre Mahlke un nuevo sesgo, aunque no fundamentalmente nuevo. El teniente de navío pasaría su bachillerato en el año treinta y cuatro. Decíase de él que antes de alistarse voluntariamente en la Marina había estudiado algo de teología y de filología germánica. No puedo menos que decir que su mirada era fogosa. El pelo espeso, rígidamente crespo acaso, daba a su cabeza un aire de antiguo romano. No llevaba la barba típica de los comandantes de submarino, pero las cejas le sobresalían a manera de tejado.

Su frente, mitad de pensador y mitad de soñador, carecía de arrugas transversales, pero ostentaba, en cambio, dos rectas verticales que le arrancaban de la base de la nariz, en constante búsqueda de Dios. Reflejos luminosos en el punto extremo de una bóveda audaz. Fina y aguda la nariz. La boca, que abrió para nosotros, tenía esa curva delicada típica del orador.

El aula, llena a rebosar, y un sol matinal espléndido. Estábamos sentados en los huecos de las ventanas. ¿De quién había sido la idea de invitar a la conferencia del orador de boca delicadamente curvada a las dos clases superiores de la Escuela Gudrún?

Las muchachas estaban sentadas en las primeras hileras de bancos. Hubieran debido llevar sostenes, pero no los llevaban. Primero, cuando el bedel anunció la conferencia, Mahlke no quería ir. Sintiendo que lograría imponerme, lo tomé del brazo. Sentado junto a mí en el nicho de la ventana -detrás de nosotros y de los cristales teníamos los castaños inmóviles del patio de recreo-, Mahlke empezó a temblar aun antes de que el teniente comandante abriera la boca.

Se metió las manos bajo las corvas, pero el temblor seguía. El cuerpo de profesores, comprendidas dos profesoras de la Escuela Gudrún, llenaba un semicírculo de sillas de roble, de alto respaldo y cojines de piel, que el bedel había dispuesto esmeradamente.

El profesor Moeller dio unas palmadas y consiguió que poco a poco se fuera haciendo silencio para escuchar al director Klohse. Detrás de las trenzas dobles y las colas de caballo estaban sentados los alumnos de segundo año con sus cortaplumas: algunas muchachas se llevaron las trenzas hacia adelante.

A los de segundo sólo les quedaron las colas de caballo. Esta vez hubo una introducción. Klohse habló de todos los que estaban en el frente, de los de tierra, mar y aire; habló profusamente, y con poca inflexión de la voz, de sí mismo y de los estudiantes en Langenmark, y en la Isla de Oesel cayó Walter Flex, cita:

Madurar permaneciendo limpios: las virtudes varoniles. Acto seguido, Fichte o Arndt, cita; De ti solo y de tus obras. Recuerdo de una excelente composición que el teniente comandante había escrito en quinto año sobre Arndt o Fitche: "Uno de los nuestros, surgido de nuestro medio y del espíritu de nuestro Instituto, y en este sentido vamos a…" ¿Necesito decir con qué celo, durante el preámbulo de Klohse, circulaban papelitos entre nosotros, los de los nichos de las ventanas, y las muchachas de quinto año?

Por supuesto, los de segundo borronearon en ellos sus porquerías acostumbradas. Yo envié una notita con ya no sé qué a Vera Plötz o a Hildita Matull, pero ni me la devolvieron ni recibí respuesta alguna. Las corvas de Mahlke seguían aprisionando las manos de Mahlke.

El temblor se fue calmando. El teniente comandante estaba sentado en la tarima, ligeramente apachurrado, entre el antiguo profesor Brunies, que como de costumbre chupaba tranquilamente sus caramelos, y el doctor Stachnitz, nuestro profesor de latín.

Mientras la introducción tocaba a su fin, mientras nuestros papelitos iban y venían, mientras los de segundo con sus cortaplumas, mientras la mirada del retrato del Führer se encontraba con la mirada del Barón de Conradi y mientras el sol matutino se iba deslizando fuera del aula, el teniente comandante humedecíase constantemente los labios delicadamente curvados de orador, miraba al auditorio con cara de pocos amigos y se esforzaba por no ver a las alumnas de las clases superiores.

La gorra correctamente sobre las rodillas paralelas. Los guantes bajo la gorra. Uniforme de gala. La baratija del cuello muy visible sobre una pechera extraordinariamente blanca.

Un movimiento repentino de cabeza, seguido a medias por la condecoración, hacia las ventanas laterales del aula:

Mahlke se estremeció, sintiéndose identificado, aunque en realidad no fue así. A través de la ventana en cuyo nicho estábamos sentados, el comandante de submarino miraba hacia los inmóviles castaños polvorientos; y yo pensaba, o pienso ahora: ¿en qué pensará, en qué pensará Mahlke, o Klohse, mientras habla, o el profesor Brunies mientras chupa, o Vera Plotz mientras tu papelito, o Hildita Matull; en qué piensa él él él, Mahlke o el de la boca de orador?

Porque sería interesante saber en qué piensa un comandante de submarino mientras escucha y deja vagar la mirada, sin retículo ni horizonte oscilante, hasta hacer que el estudiante Mahlke se sienta señalado.

En realidad, miraba por encima de las cabezas de los alumnos y a través de los dobles cristales de las ventanas hacia el verde seco de los árboles indiferentes del patio de recreo, y se humedecía una vez más y todo alrededor, con lengua carmesí, la boca de orador, porque ya Klohse trataba de enviar, con palabras que transportaba un aliento mentolado, una frase hasta el centro del aula: "Y ahora, nosotros, los civiles, vamos a escuchar con atención lo que vosotros, hijos de nuestro pueblo, podéis decirnos acerca del frente, de todos los frentes". La boca de orador nos había engañado.

El teniente comandante empezó con una insípida reseña como las que pueden encontrarse en cualquier calendario de la flota: Misión de los submarinos. Submarinos alemanes durante la Primera Guerra Mundial: Wedingen, el submarino U 9 decide la campaña de los Dardanelos, en total trece millones de toneladas brutas de registro; luego nuestros primeros submarinos de doscientas cincuenta toneladas, motores eléctricos bajo el agua y diesel en la superficie; el nombre de Prien, y en seguida Prien con el U 47, y el teniente comandante Prien hundió el Royal Oak -ya lo sabíamos, ya lo sabíamos-, y luego el Repulse, y Schuhart el Courageous, etcétera, etcétera.

Y a continuación, lo de siempre: "… la tripulación es una hermandad jurada, porque lejos de la patria, qué tensión de nervios, podéis imaginároslo, nuestro barco en mitad del Atlántico o del Ártico, como una lata de sardinas, estrecha húmeda cálida, los hombres obligados a dormir sobre los torpedos de reserva, días y días sin que pase nada, vacío el horizonte, y luego finalmente un convoy, la escolta formidable, todo tiene que hacerse al mi límetro, ni una palabra que sobre; y cuando nuestro primer buque cisterna, el Arndale, de dieciséis mil doscientas toneladas de desplazamiento, construido en treinta y siete, con dos anguilas en el mero centro, entonces, créamelo usted o no, querido doctor Stachnitz, pensé en usted, y sin desconectar empecé en voz alta: qui quae quod, cuius cuius cuius… hasta que nuestro primer teniente me gritó por el altavoz: `¡Muy bien, señor comandante, tiene usted el día libre!'.

Pero, por desgracia, una misión contra el enemigo no consiste sólo en ataques y fuego el uno y fuego el dos; durante días y días el mismo mar monótono, el balanceo y el cabeceo del barco, y arriba el cielo, un cielo que da vértigo, podéis creerlo, y puestas de sol…"

Pese a que había hundido doscientas cincuenta mil toneladas brutas de registro, un crucero ligero de la clase Despatch y un cazatorpedero de la clase Tribal, aquel teniente comandante llenó más su disertación con verbosas descripciones de la naturaleza que con los detalles de sus éxitos, extendiéndose al propio tiempo en metáforas atrevidas como, por ejemplo: "…con la popa hirviendo en un mar de blanquísima espuma deslumbrante, una preciosa cola de ondulante encaje sigue al barco, que cual novia ricamente ataviada avanza al encuentro de la muerte".

Risas sofocadas, y no sólo entre las muchachas de trenzas, cuando otra figura vino acto seguido a borrar por completo a la novia: "El submarino es como una ballena con joroba, cuyo mar de popa se parece a la barba profusamente rizada de un húsar".

Por otra parte, el teniente comandante se pintaba solo para dar a las escuetas indicaciones técnicas una entonación como de narración fabulosa. Es probable que su disertación se dirigiera más a Papá Brunies, su antiguo profesor de alemán, conocido como entusiasta de Eichendorff, que a nosotros -como que la riqueza de léxico de sus composiciones escolares había sido reiteradamente mencionada por Klohse -, y así, palabras como las de "bomba de popa" o "timonel" eran pronunciadas por él con un dejo misterioso.

Creería probablemente que al hablar de "radiogoniómetro" y de "aguja giroscópica" nos con taba algo nuevo, siendo así que, en realidad, todas aquellas monsergas nos las sabíamos de memoria. Pero él adoptaba aires de abuela contando cuentos de hadas, y pronunciaba todo eso de "turno de guardia" o "mamparo hermético", o inclusive una expresión tan corriente como la de "mar de oleaje cruzado", con el mismo susurro misterioso con que el bueno de Andersen o los hermanos Grimm hablaron en su día de los "impulsos de Asdic". La cosa subió de punto cuando empezó a pintar puestas de sol: "Y antes de que la noche atlántica descienda sobre nosotros como un velo hecho por arte de magia de cuervos negros, amontónanse colores cuales nunca los vemos en la tierra firme: inflámase un anaranjado carnoso y antinatural, y luego vaporoso e ingrávido, iluminado en los bordes como en los cuadros de los antiguos maestros, en cuyo medio flotan nubes de delicado plumaje; ¡qué peregrina luz sobre el oleaje sanguinolento!" Con la tiesa golosina colgándole del cuello, hizo también retumbar y susurrar un órgano de colores, pasando del azul acuoso y el vidrioso amarillo limón hasta el pardo purpúreo.

Назад Дальше