Si pudieras verme ahora - Ahern Cecelia 17 стр.


Volvió el rostro sonrojado de cara a la ventana y dio una calada a su puro.

Benjamin puso los ojos en blanco ante el histrionismo de Vincent.

– Quiero a un artista de verdad -prosiguió Vincent-, a un loco de atar. Alguien creativo con un poco de estilo. Estoy harto de esos trajes de ejecutivo que hablan de colores de pintura como si fuesen diagramas de tartas y que no han utilizado una brocha en su puñetera vida. Quiero al Van Gogh del interiorismo…

Unos golpes a la puerta le interrumpieron.

– ¿Quién es ahora? -dijo Vincent con aspereza, aún con el rostro colorado debido a su perorata.

– Supongo que Elizabeth Egan, que viene para la reunión.

– Creía haberte dicho que la cancelaras.

Benjamin hizo caso omiso de él y se dirigió a la puerta para abrir a Elizabeth.

– Hola -dijo Elizabeth entrando en la habitación seguida por el pelo ciruela de Poppy, toda salpicada de pintura y cargada de carpetas rebosantes de muestras de alfombras y tejidos.

– Hola, soy Benjamin West, director del proyecto. Nos conocimos el viernes.

Estrechó la mano de Elizabeth.

– Sí, lamento haber tenido que irme tan pronto -contestó Elizabeth resueltamente sin mirarle a los ojos-. No es algo que me ocurra con frecuencia, se lo aseguro. -Se volvió de cara a la apurada señorita que tenía detrás-. Ella es Poppy, mi ayudante. Confío en que no les importe que se siente con nosotros -agregó en tono cortante.

Poppy forcejeó con las carpetas para darle la mano a Benjamin y como resultado unas cuantas carpetas se le cayeron al suelo.

– Mierda -dijo Poppy en voz alta, y Elizabeth se volvió a mirarla echando chispas.

Benjamin se rió.

– No pasa nada. Permítame ayudarla.

– Señor Taylor -dijo Elizabeth levantando la voz y cruzando la habitación con la mano extendida-, me alegra volver a verle. Lamento lo de la última reunión.

Vincent se apartó de delante de la ventana, miró de arriba abajo el traje chaqueta negro de Elizabeth y dio una calada a su puro. No le estrechó la mano, sino que se volvió de nuevo de cara a la ventana.

Benjamin ayudó a Poppy a dejar sus carpetas encima de la mesa e intervino para disipar el mal ambiente de la habitación.

– ¿Por qué no nos sentamos todos?

Elizabeth, sonrojada, bajó despacio la mano y se volvió hacia la mesa. Su voz subió una octava.

– ¡Ivan!

Poppy arrugó el semblante y miró a ver si había alguien más.

– No pasa nada -le dijo Benjamin-, la gente se confunde con mi nombre constantemente. Me llamo Benjamin, señora Egan.

– Oh, no me dirigía a usted -rió Elizabeth-. Hablo con el hombre que está sentado a su lado. -Se aproximó a la mesa-. ¿Qué estás haciendo aquí? No sabía que estuvieras metido en el proyecto del hotel. Creía que trabajabas con niños.

Vincent enarcó las cejas y la observó asentir y sonreír con cortesía en el silencio reinante. El empresario se echó a reír; una sonora carcajada que acabó en un ataque de tos perruna.

– ¿Se encuentra bien, señor Taylor? -preguntó Elizabeth con preocupación.

– Sí, señora Egan, muy bien. La mar de bien, diría yo. Es un placer conocerla.

Le tendió la mano.

Mientras Poppy y Elizabeth ordenaban sus carpetas, Vincent se dirigió a Benjamín entre dientes.

– A ésta quizá no le falte mucho para cortarse la oreja, después de todo.

La puerta se abrió y entró la recepcionista con una bandeja de tazas de café.

– En fin, me ha encantado volver a verte. Adiós, Ivan -se despidió Elizabeth antes de que la mujer saliera cerrando la puerta a sus espaldas.

– ¿Ya se ha marchado? -preguntó Poppy con acritud.

– No se preocupe -dijo Benjamín a Poppy riendo por lo bajo mientras observaba admirado a Elizabeth-, ella encaja en el perfil a la perfección. Han estado escuchando al otro lado de la puerta, ¿verdad?

Poppy le miró confundida.

– No se preocupe más, no van a meterse en líos ni nada por el estilo -dijo Benjamín con aire un poco festivo-. Pero nos han escuchado hablar, ¿no?

Poppy reflexionó un ratito y luego asintió lentamente con la cabeza mostrándose todavía bastante perpleja.

Benjamín chasqueó la lengua y apartó la vista.

– Lo sabía. Chica lista-pensó en voz alta mirando a Elizabeth enfrascada en la conversación con Vincent.

Ambos prestaron atención a la charla.

– Me gusta usted, Elizabeth, en serio -estaba diciendo Vincent con franqueza-. Me gusta su excentricidad.

Elizabeth frunció el ceño.

– Ya sabe, su extravagancia. Así es como uno sabe que alguien es un genio y me agrada tener genios en mi equipo.

Elizabeth asintió despacio, absolutamente desconcertada con lo que estaba sucediendo.

– Pero -prosiguió Vincent- no me acaban de convencer sus ideas. En realidad, no estoy nada convencido. No me gustan.

Se hizo el silencio.

Elizabeth se revolvió incómoda en el asiento.

– Muy bien -dijo tratando de demostrar profesionalidad-, ¿qué tiene usted pensado exactamente?

– Amor.

– Amor -repitió Elizabeth desanimada.

– Sí. Amor.

Vincent se recostó en el respaldo del asiento con los dedos entrelazados encima del estómago.

– Tiene pensado amor -dijo Elizabeth impávidamente mirando a Benjamín para asegurarse.

Benjamín puso los ojos en blanco y se encogió de hombros.

– Eh, a mí me importa una mierda el amor -aclaró Vincent-. He estado unos veinticinco años casado -añadió a modo de explicación-. Es el público irlandés quien lo quiere. ¿Dónde he podido meter eso?

Buscó con la mirada y acercó a Elizabeth la carpeta de recortes de prensa deslizándola por la mesa.

Después de pasar unas páginas Elizabeth habló. Por su tono de voz Benjamín comprendió que estaba decepcionada.

– Ah, ya lo veo. Usted quiere un hotel temático.

– Dicho así suena vulgar -repuso Vincent quitándole importancia con un ademán.

– Es que considero que los hoteles temáticos son vulgares -replicó Elizabeth con firmeza. No podía renunciar a sus principios, ni siquiera por un encargo tan fantástico como aquél.

Benjamín y Poppy miraron a Vincent para ver qué contestaba. Era como seguir un partido de tenis.

– Elizabeth -dijo Vincent con un esbozo de sonrisa-, usted es una joven muy guapa, seguro que sabe esto de sobra. El amor no es un tema. Es una atmósfera, un estado de ánimo.

– Entiendo -dijo Elizabeth dando la impresión de no estar entendiendo absolutamente nada-. Usted quiere un hotel donde se respire amor en el ambiente.

– ¡Exacto! -exclamó Vincent mostrándose complacido-. Pero no se trata de lo que yo quiero, es lo que ellos quieren.

Golpeó con el dedo los recortes de prensa. Elizabeth carraspeó y habló como si se estuviera dirigiendo a un niño.

– Señor Taylor, estamos en junio, lo que llamamos la estación tonta, cuando no hay nada más sobre lo que escribir. Los medios de comunicación sólo ofrecen una imagen distorsionada de la opinión pública; distan de ser exactos, como bien sabe. No representan los deseos y expectativas del pueblo irlandés. Esforzarse por alcanzar algo que encaje con las necesidades de los medios de comunicación constituiría una equivocación descomunal.

Vincent no parecía nada impresionado.

– Mire -prosiguió ella-, este hotel cuenta con una ubicación realmente maravillosa y unas vistas que quitan el hipo, se encuentra junto a un pueblo precioso con una oferta interminable de actividades al aire libre. Mis diseños pretenden prolongar el exterior en el interior haciendo que el paisaje pase a formar parte del establecimiento. Mediante el uso de tonos semejantes a los del entorno natural, como marrones y verdes oscuros, y empleando piedra podemos…

– Todo eso ya lo he oído mil veces -interrumpió Vincent resoplando-. No quiero que el hotel armonice con las montañas, quiero que destaque. No quiero que los huéspedes se sientan como puñeteros gnomos que duermen en catres de hierba y barro.

Apagó el cigarrillo aplastándolo con furia en el cenicero.

«Lo ha perdido -pensó Benjamin-. Qué lástima: ésta lo había intentado con ganas.» Observó cómo se transformaba el rostro de Elizabeth mientras el encargo se le escurría de las manos.

– Señor Taylor -replicó Elizabeth enseguida-, todavía no ha oído todas mis ideas.

Se estaba agarrando a un clavo ardiendo.

Vincent gruñó y miró su Rolex con corona de diamantes.

– Tiene treinta segundos.

Elizabeth se quedó paralizada durante los veinte primeros y finalmente el semblante se le descompuso y pronunció las palabras siguientes con una expresión de intenso dolor

– Poppy -suspiró-, cuéntale tus ideas.

– ¡Sí! -Poppy se levantó de un salto y bailoteó entusiasmada hasta la otra punta de la mesa para plantarse delante de Vincent-. Muy bien, me imagino camas de agua con forma de corazón, baños calientes, copas de champán que salen de las mesillas de noche. Me imagino una fusión de la era Romántica con el art d é co. Una explosión -hizo el gesto de una explosión con las manos- de intensos rojos, borgoñas y granates que te harán sentir arropado por el tapizado aterciopelado de un útero. Velas por doquier. El tocador francés se funde con…

Mientras Poppy disertaba y Vincent asentía animadamente con la cabeza bebiéndose cada palabra suya, Benjamin se volvió para mirar a Elizabeth, quien a su vez, con la cabeza apoyada en una mano, hacía una mueca de dolor ante cada una de las ideas de Poppy. Los ojos de ambos se encontraron y cruzaron una mirada de exasperación a propósito de sus respectivos colegas.

Luego intercambiaron una sonrisa.

Capítulo 17

– Oh, Dios mío, oh, Dios mío -chillaba Poppy con deleite dando saltitos camino del coche de Elizabeth-. Me gustaría darle las gracias a Damien Hirst por inspirarme, a Egon Schiele -se secó una lágrima imaginaria del ojo-, Bansky y Robert Rauschenberg por proporcionarme obras de arte tan increíbles que me han ayudado a desarrollar mi mente creativa, abriéndola delicadamente como un capullo en flor y por…

– Ya basta -siseó Elizabeth apretando los dientes-. Todavía nos están observando.

– Bah, seguro que no, no seas tan paranoica.

El tonillo de Poppy pasó de la euforia a la frustración. Se volvió de cara a la caseta de la obra.

– ¡No te vuelvas, Poppy! -ordenó Elizabeth como si le gritara a un niño.

– Venga. ¿Por qué no? No están mi… Oh, sí que miran. ¡ADIÓÓÓÓS! ¡GRAAAACIAS!

Saludó con las manos como una loca.

– ¿Acaso quieres perder tu empleo? -amenazó Elizabeth negándose a darse la vuelta. Sus palabras tuvieron el mismo efecto que habrían tenido en Luke cuando lo amenazaba con quitarle su Play-Station. Poppy dejó de brincar en el acto y ambas siguieron caminando en silencio hacia el coche. Elizabeth notaba dos pares de ojos clavados en la espalda.

– No puedo creer que hayamos conseguido el trabajo -dijo Poppy jadeando una vez dentro del vehículo, comprimiéndose el corazón con la mano.

– Yo tampoco -rezongó Elizabeth abrochándose el cinturón de seguridad antes de poner el coche en marcha.

– ¿Qué te pasa, gruñona? Cualquiera diría que no hemos conseguido el encargo -la acusó Poppy acomodándose en el asiento del copiloto y sumergiéndose en su propio mundo.

Elizabeth pensó en ello. En realidad no era ella quien había conseguido el encargo, sino Poppy. Se trataba de la clase de victoria que no parecía en lo más mínimo una victoria. ¿Y qué diablos pintaba Ivan allí? Había dicho a Elizabeth que trabajaba con niños. ¿Qué tenía que ver el hotel con los niños? Ni siquiera se había quedado el tiempo suficiente como para que Elizabeth lo averiguara, puesto que había salido de la habitación en cuanto les llevaron los cafés, sin despedirse de nadie aparte de Elizabeth. Caviló sobre este detalle. Quizás estuviera metido en negocios con Vincent y ella había aparecido durante una reunión importante, cosa que explicaría por qué Vincent se había mostrado tan grosero y ensimismado. En fin, fuera lo que fuese, necesitaba informarse y le enojaba que Ivan no lo hubiese mencionado la víspera. Tenía planes que hacer y la sacaban de quicio semejantes trastornos.

Tras separarse de una sobreexcitada Poppy se encaminó hacia Joe's para tomarse un café y reflexionar.

– Buenas tardes, Elizabeth -gritó Joe.

Los otros tres clientes se sobresaltaron con su repentino arrebato.

– Un café, Joe, por favor.

– ¿Para variar?

Elizabeth sonrió con la boca cerrada. Eligió una mesa junto a la ventana que daba a la calle mayor. Se sentó de espaldas a la ventana. No había ido allí a distraerse, necesitaba pensar.

– Disculpe, señora Egan.

La viril voz americana le dio un susto.

– Señor West -dijo Elizabeth sorprendida al levantar la vista.

– Por favor, llámeme Benjamin. -Benjamín sonrió y señaló la silla junto a la de ella-. ¿Le importa que me siente?

Elizabeth apartó sus papeles para hacerle sitio.

– ¿Le apetece tomar algo? -preguntó.

– Un café me vendría de perlas.

Elizabeth agarró su tazón y lo levantó hacia Joe.

– Joe, dos Frappacinos de mango en vaso largo, por favor.

A Benjamin se le encendieron los ojos.

– Me está tomando el pelo. Creía que aquí no servían es… -Se vio interrumpido por Joe, que dejó con desgana dos tazones de café con leche aguado en la mesa. El líquido rebosaba por los lados de los tazones-. Vaya -concluyó decepcionado.

Elizabeth volvió su atención al despeinadísimo Benjamín. Su abundante cabello oscuro formaba una corona de rizos alrededor de su cabeza y tenía una sombra de barba negra como el azabache que le crecía desde el inicio del peludo pecho hasta los pómulos. Llevaba unos téjanos gastados y mugrientos, una cazadora tejana igualmente sucia, unas botas cubiertas de turba que habían dejado un rastro desde la puerta hasta la mesa bajo la cual estaban formando un montoncito de barro seco. Una raya de mugre negra se acumulaba debajo de sus uñas y, cuando apoyó las manos encima de la mesa delante de Elizabeth, ésta se sintió obligada a desviar la mirada hacia otro lado.

– La felicito por lo de hoy -dijo Benjamin pareciendo sinceramente contento-. Ha sido una reunión muy exitosa para usted. Ha conseguido llevarse el gato al agua. En estos pagos dicen sl á inte, ¿verdad? -Levantó su tazón de café.

– ¿Cómo dice? -preguntó Elizabeth con frialdad.

– Sl á inte. ¿No se dice así?

Parecía preocupado.

– No -dijo Elizabeth contrariada-, quiero decir, sí, pero no me refería a eso. -Negó con la cabeza-. No me he llevado ningún gato al agua, como dice usted, señor West. Conseguir este contrato no ha sido ningún golpe de suerte.

El cutis tostado por el sol de Benjamin se sonrosó levemente.

– Oh, no pretendía dar a entender eso ni mucho menos y, por favor, llámeme Benjamin. Señor West suena muy formal. -Se revolvió incómodo en su silla-. Su ayudante, Poppy… -desvió la mirada intentando encontrar las palabras adecuadas- es una muchacha con mucho talento, tiene montones de ideas muy pasadas de rosca y Vincent tiene una filosofía bastante parecida a la suya, aunque a veces se deja llevar y nos toca a nosotros decirle que vuele más bajo. Verá, parte de mi trabajo consiste en asegurarme de que esto se construya a tiempo y respetando el presupuesto, de ahí que me proponga hacer lo que normalmente hago, a saber, demostrar a Vincent que no disponemos de suficiente dinero para trasladar las ideas de Poppy del papel a la práctica.

El pulso de Elizabeth se aceleró.

– Entonces querrá un diseñador que no resulte tan caro. Señor West, ¿ha venido aquí para convencerme de que renuncie al proyecto? -preguntó Elizabeth con frialdad.

– No. -Benjamin suspiró-. Llámeme Benjamin -insistió-, y no, no estoy intentando convencerla de que renuncie al proyecto. -Lo dijo de una manera que hizo que Elizabeth se sintiera tonta-. Oiga, sólo intento echarle una mano. Me doy perfecta cuenta de que no está contenta con la idea en general y, a decir verdad, tampoco yo creo que los lugareños vayan a quedar muy contentos con ella. -Hizo un gesto que abarcó a toda la clientela de la cafetería y Elizabeth intentó imaginarse a Joe yendo a almorzar un domingo a un «útero de terciopelo». No, decididamente no tendría éxito, al menos no en aquella localidad.

Benjamin prosiguió.

– Me importan mucho los proyectos en los que trabajo y creo que este hotel tiene un enorme potencial. No quiero que termine pareciendo un santuario de Las Vegas consagrado al Moulin Rouge.

Elizabeth había iniciado el gesto de levantarse de su asiento.

– Bueno -dijo Benjamin muy seguro de sí mismo-, he venido aquí a verla porque me gustan sus ideas. Son sofisticadas al mismo tiempo que confortables, son modernas pero no demasiado modernas, y la ambientación que propone atraerá a un amplio abanico de gente. La idea de Poppy y Vincent resulta demasiado temática y distanciará a tres cuartas partes del país de inmediato. No obstante, usted quizá podría inducirles a poner un poco más de color local. Coincido con Vincent en que el concepto que usted defiende necesita parecerse menos a un albergue rural y más a un hotel. No queremos que la gente crea que tiene que seguir la tradición consistente en caminar descalza hasta los Macgillycuddy's Reeks para arrojar un anillo justo en medio.

Sintiéndose ofendida, Elizabeth se quedó boquiabierta.

– ¿Cree que usted podría trabajar codo con codo con Poppy? -preguntó Benjamín haciendo caso omiso de su reacción-. Ya sabe, ¿atenuando sus ideas… considerablemente?

Elizabeth se había preparado una vez más para repeler un ataque furtivo, pero resultó que Benjamín estaba allí para ayudarla. Carraspeó para aclarar una garganta que no precisaba ser aclarada y se estiró el faldón de la chaqueta del traje sintiéndose torpe. Una vez compuesta dijo:

– Bueno, me alegra que ambos estemos en el mismo bando, pero aun así…

Indicó a Joe con gestos que le sirviera otro café y pensó en la fusión de sus colores naturales con los tonos chillones de Poppy.

Benjamín rechazó enérgicamente con la cabeza el ofrecimiento que le hizo Joe de otro café. El primer tazón seguía intacto delante de él.

– Bebe mucho café -comentó cuando Joe puso el tercer tazón en la mesa delante de Elizabeth.

– Me ayuda a pensar -respondió Elizabeth tomando un gran sorbo.

Hubo un momento de silencio.

Elizabeth salió de su trance.

– Muy bien, tengo una idea.

– Caramba, eso sí que es un efecto rápido -sonrió Benjamín.

– ¿Cómo? -Elizabeth frunció el ceño.

– He dicho que…

– Vale -interrumpió Elizabeth sin siquiera oírle, arrastrada por sus ideas-. Digamos que el señor Taylor tiene razón, que la leyenda sigue viva y que la gente ve este sitio como un nido de amor y tal y cual. -Hizo una mueca, obviamente nada impresionada por semejante creencia-. Nos encontramos con un mercado que hay que satisfacer, que es donde las ideas de Poppy darán resultado, pero las mantendremos a un nivel mínimo. Quizás una suite de luna de miel y un rincón íntimo aquí y allí; el resto podrían ser mis diseños -añadió, contenta-. Con un poco más de color -añadió con menos entusiasmo.

Benjamin sonrió.

– Yo me encargo de Vincent. Por cierto, cuando antes he dicho que usted se ha llevado el gato al agua en la reunión no he querido decir que careciera de talento para respaldar sus ideas. Me refería al truco de hacerse la loca. -Se tocó la sien con un dedo manchado y lo hizo girar.

El buen humor de Elizabeth se esfumó.

– ¿Cómo dice?

– Ya sabe -Benjamin sonrió de oreja a oreja-, el papel de «veo a los muertos».

Elizabeth le miró de hito en hito sin comprender nada.

– Caray, el tío sentado a la mesa. Ese con el que hablaba. ¿Le suena lo que le estoy diciendo?

– ¿Ivan? -preguntó Elizabeth insegura.

– ¡Así se llama! -Benjamin chasqueó los dedos y se recostó en el respaldo de su silla riendo-. Eso es, Ivan, el socio silencioso.

Las cejas de Elizabeth subieron hasta casi salírsele de la frente.

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