CAPÍTULO 21
– ¿Qué te pasa, Ciara? -preguntó Holly con dulzura a su hermana menor. Holly estaba preocupada, no recordaba la última vez que la había visto llorar. En realidad, ni siquiera sabía que Ciara fuese capaz de llorar. Fuera cual fuese el motivo que había hecho que a su hermana se le saltaran las lágrimas, tenía que tratarse de algo grave.
– No me pasa nada -dijo Ciara, cerrando de golpe el álbum de fotos y metiéndolo debajo de la cama. Parecía avergonzada de que la hubiesen sorprendido llorando y se enjugó la cara de cualquier manera, procurando dar la impresión de que no le importaba.
En el salón, Declan sacó la cabeza de debajo del cojín. Reinaba un silencio inquietante en el piso de arriba; confió en que no hubiesen cometido alguna estupidez. Subió de puntillas y escuchó detrás de la puerta.
– Claro que te pasa algo -replicó Holly, cruzando la habitación para sentarse junto a su hermana en el suelo. No estaba segura de cómo manejar aquella situación. Se trataba de un intercambio de papeles, pues desde niñas siempre era Holly la que lloraba. Se suponía que Ciara era la fuerte.
– Estoy bien -insistió Ciara.
– Vale -dijo Holly, mirando alrededor-, pero si hay algo que te preocupa, sabes que puedes contármelo, ¿verdad?
Ciara se negó a mirarla y asintió con la cabeza. Holly comenzó a levantarse para dejar a su hermana en paz cuando de súbito ésta rompió a llorar de nuevo.
Holly volvió a sentarse a su lado y la abrazó con gesto protector. Acarició el sedoso pelo rosa de Ciara mientras ésta lloraba en silencio. -¿Quieres contarme qué ha pasado? -preguntó Holly en voz baja. Ciara masculló una especie de respuesta y se irguió para sacar el álbum de fotos de debajo de la cama. Lo abrió con manos temblorosas y pasó unas cuantas páginas.
– Es por él-dijo con tristeza, señalando una fotografía en la que ella aparecía con un chico que Holly no reconoció. De hecho, también su hermana estaba casi irreconocible. La fotografía había sido tomada un día de sol a bordo de una barca, con la Sydney Opera House de fondo. Ciara estaba sentada en las rodillas del muchacho, rodeándole el cuello con el brazo mientras él la contemplaba sonriendo. Holly no salía de su asombro ante el aspecto de Ciara. Tenía el pelo rubio, color que Holly jamás había visto llevar a su hermana, y sonreía llena de dicha. Sus rasgos parecían mucho más suaves y, para variar, no daba la impresión de estar a punto de darle un mordisco al primero que se cruzara en su camino.
– ¿Es tu novio? -preguntó Holly con cautela.
– Era -musitó Ciara, y una lágrima cayó en la página.
– ¿Por eso volviste a casa? -preguntó Holly, enjugando una lágrima del rostro de su hermana.
Ciara asintió con la cabeza.
– ¿Te apetece contarme lo que ocurrió? Ciara tomó aire.
– Nos peleamos.
– Te… -Holly eligió las palabras con cuidado-. No te haría daño ni nada por el estilo, ¿verdad?
Ciara negó con la cabeza.
– No -farfulló-. Fue por una verdadera tontería, le dije que me iría y me dijo que se alegraba…
Volvió a sollozar. Holly la estrechó entre sus brazos y aguardó a que Ciara estuviera en condiciones de hablar otra vez.
– Ni siquiera fue al aeropuerto a despedirme -continuó Ciara.
Holly le frotó la espalda con ternura como si fuese un bebé que acabara de tomarse el biberón. Confió en que Ciara no fuera a vomitarle encima. -¿Ha vuelto a llamar desde entonces?
– No, y ya llevo dos meses en casa, Holly -se lamentó. Miró a su hermana mayor con ojos tan tristes que faltó poco para que Holly también se echara a llorar. Detestaba aquel tipo que hacía sufrir a su hermana. Holly le sonrió alentadoramente.
– ¿Y no crees que quizá no es la persona adecuada para ti? Entre lágrimas, Ciara respondió.
– Pero amo a Mathew, Holly, y sólo fue una pelea estúpida. Reservé el billete porque estaba enfadada, creía que no me dejaría marchar… Contempló un buen rato la fotografía.
Las ventanas del dormitorio de Ciara estaban abiertas de par en par y Holly escuchó el familiar rumor de las olas y las risas que llegaban de la playa. Las dos habían compartido aquella habitación mientras crecían y una curiosa sensación de consuelo la reconfortó al percibir los mismos olores y los mismos sonidos que entonces.
– Perdona, Hol -dijo Ciara, algo más tranquila.
– No hay nada que perdonar -susurró Holly, apretándole la mano-. Deberías haberme contado todo esto en cuanto llegaste a casa en vez de guardártelo dentro.
– Pero si es una chiquillada, comparado con lo que te ha pasado a ti. Me siento como una tonta hasta por haber llorado.
Se enjugó las lágrimas, enojada consigo misma. Holly estaba impresionada.
– Ciara, lo que te ha ocurrido es importante. Perder a alguien que amas siempre es duro, tanto si está vivo como… -Se le quebró la voz-. Puedes contarme lo que sea.
– Has sido tan valiente, Holly. No sé cómo lo has conseguido. Y yo aquí llorando por un estúpido novio con el que sólo salí unos meses.
– ¿Valiente yo? -Holly rió, y luego exclamó-: ¡Ojalá!
– Sí que lo eres -insistió Ciara-. Todo el mundo lo dice. Has sido muy fuerte mientras pasabas por esto. Si me hubiese ocurrido a mí, creo que estaría en una fosa.
– No me des ideas, Ciara -advirtió Holly, sonriendo y preguntándose quién demonios la había llamado valiente.
– Aunque ahora estás bien, ¿verdad? -preguntó Ciara preocupada, estudiándole el semblante.
Holly se miró las manos y se puso a mover la alianza a lo largo del dedo. Meditó un rato sobre aquella pregunta y ambas muchachas quedaron sumidas en sus pensamientos. Ciara, súbitamente más serena que nunca, aguardó con paciencia la respuesta de Holly.
– ¿Estoy bien? -Holly repitió la pregunta en voz alta. Tenía la mirada perdida en la colección de osos de peluche y muñecas que sus padres se habían negado a tirar-. Estoy muchas cosas, Ciara -explicó sin dejar de dar vueltas al anillo en el dedo-. Estoy sola, estoy cansada, estoy triste, estoy contenta, soy afortunada, soy desdichada; estoy un millón de cosas cada día de la semana. Pero supongo que estan bien es una de ellas.
Miró a su hermana y le sonrió con tristeza.
– Y eres valiente -agregó Ciara-. Sabes controlarte y mantener la calma. Y también eres organizada.
Holly negó lentamente con la cabeza.
– No, Ciara, no soy valiente. La valiente eres tú. Siempre lo has sido. Y en cuanto a tener la situación bajo control, nunca sé qué voy hacer de un día para otro.
Ciara puso ceño al negar enérgicamente con la cabeza. -No, yo no soy nada valiente, Holly.
– Claro que sí -insistió Holly-. Todas esas cosas que haces, como saltar de aviones y arrojarte por precipicios en snowboard… -Holly se interrumpió mientras intentaba recordar otras locuras de las que hacía su hermana pequeña. Ciara hizo una mueca de protesta.
– Qué va, querida hermana. Eso no es ser valiente, es ser idiota. Cualquiera puede hacer puenting. Hasta tú -dijo señalándola con el mentón. Holly dio un respingo, aterrada de sólo pensarlo, y negó con la cabeza. Ciara bajó la voz.
– Oh, vamos, si tuvieras que hacerlo lo harías, Holly. Créeme, no es ninguna proeza.
Holly miró a su hermana e imitó su tono de voz.
– Sí, y si tu marido muriera, también lo sobrellevarías. Tampoco es una proeza. No tienes opción.
Ambas se miraron a los ojos, conscientes de la batalla que libraba cada una de ellas.
Ciara fue la primera en hablar.
– Bueno, supongo que tú y yo nos parecemos más de lo que pensábamos. -Sonrió a su hermana y Holly la rodeó con los abrazos, estrechando su menudo cuerpo con fuerza.
– Quién iba a decirlo, ¿verdad?
Holly pensó que su hermana parecía una chiquilla, con aquellos grandes e inocentes ojos azules. Se sintió como si ambas volvieran a ser niñas, sentadas en el suelo donde solían jugar juntas durante la infancia y donde cotilleaban cuando eran adolescentes.
Se quedaron un rato sentadas en silencio, escuchando los ruidos del exterior.
– ¿Ibas a echarme una bronca por algo hace un rato? -preguntó Ciara con tono aún más infantil.
Holly no pudo evitar reír al ver que su hermana intentaba aprovecharse de la situación.
– No, olvídalo, era una tontería -aseguró Holly, mirando el cielo por la ventana.
Al otro lado de la puerta Declan se pasó la mano por la frente y suspiró aliviado, se había librado de una buena. Regresó de puntillas a su habitación y saltó a la cama. Quienquiera que fuese Mathew, le debía una. Su móvil pitó indicando un mensaje y Declan frunció el entrecejo al leerlo. ¿Quién diablos era Sandra? Por fin una pícara sonrisa le iluminó el rostro al recordar la noche anterior.
CAPÍTULO 22
Eran más de las ocho cuando Holly por fin aparcó frente a su casa. Aún había luz. Sonrió. El mundo era un lugar mucho menos deprimente cuando hacía sol. Había pasado la tarde con Ciara charlando sobre sus aventuras en Australia. Su hermana había cambiado de parecer al menos veinte veces en cuestión de horas acerca de si debía o no llamar a Mathew a Australia. Para cuando Holly se marchó, finalmente había decidido de forma irrevocable que nunca más volvería a hablar con él, lo que con toda probabilidad significaba que ya le habría llamado.
Recorrió el camino de entrada hasta la puerta principal, contemplando el jardín con curiosidad. ¿Eran imaginaciones suyas o estaba un poco más arreglado? Todavía se veía abandonado, lleno de malezas y matas que crecían por todas partes, pero algo había cambiado.
El ruido de un cortacésped sobresaltó a Holly, que se volvió y vio a su vecino trabajando en el jardín. Holly le hizo una seña de agradecimiento, ya que supuso que había sido él quien le había echado un cable, y el hombre le correspondió levantando la mano.
El jardín siempre había sido tarea de Gerry. No es que fuese un jardinero entusiasta, sólo que Holly aborrecía la jardinería y alguien tenía que hacer el trabajo sucio. Habían acordado que por nada del mundo ella iba a desperdiciar sus días de fiesta deslomándose en la tierra. Como resultado, su jardín era muy simple, poco más que un rectángulo de hierba con unos cuantos setos y flores. Dado que Gerry sabía muy poco de plantas, solía plantar flores durante la estación menos indicada o situarlas donde no debía, por lo que al final se morían. Pero ahora hasta su pedazo de césped y arbustos parecía un campo abandonado. Cuando Gerry murió, el jardín murió con él.
Aquella idea hizo que Holly se acordara de la orquídea que tenía en casa. Entró corriendo, llenó una jarra con agua y la vertió sobre la planta sedienta. Desde luego, no presentaba un aspecto muy saludable y Holly se prometió que no permitiría que muriera mientras estuviera bajo su tutela. Metió un pollo al curry en el microondas y aguardó a que se calentara, sentada a la mesa de la cocina. Fuera aún se oía a los críos jugando felices en la calle. Siempre le habían encantado los largos atardeceres que anunciaban el verano. Sus padres los dejaban jugar hasta más tarde de lo habitual, placer que Holly y sus hermanos disfrutaban con gusto. Holly repasó lo que había hecho durante la jornada y decidió que había pasado un buen día, salvo por un incidente aislado…
Volvió a contemplar la alianza que lucía en el dedo anular y de inmediato se sintió culpable. Cuando aquel hombre se había alejado de ella, Holly se había sentido fatal. La había mirado como si estuviera a punto de iniciar una aventura, cuando en realidad era lo último que ella haría jamás. Se sintió culpable hasta por haber considerado la posibilidad de aceptar su invitación a tomar café. Si hubiese abandonado a su marido por estar harta de él, comprendería que fuese capaz de sentirse atraída por otro hombre al cabo de un tiempo. Pero Gerry había muerto cuando ambos aún estaban muy enamorados, y no concebía olvidarse de él sólo porque ya no estuviera allí. Todavía se sentía casada, e ir a tomar un café con un extraño habría sido como traicionar a su marido. La mera idea la asqueaba. Su corazón, su alma y su mente todavía pertenecían a Gerry.
Holly seguía dando vueltas al anillo en el dedo. ¿En qué momento debería quitarse la alianza? Hacía casi cinco meses que Gerry se había ido. Así pues, ¿cuándo sería apropiado que se quitara el anillo y se dijera que ya no estaba casada? ¿Dónde estaba el reglamento para viudas que explicara exactamente cuándo debía quitarse la alianza? Y luego, ¿dónde la guardaría, dónde debía ponerla? ¿Al lado de la cama para que le recordara a él cada día? ¿En el cubo de la basura? Se atormentó con una pregunta tras otra. No, todavía no estaba dispuesta a renunciar a Gerry. Por lo que a ella se refería, él seguía estando vivo.
La campanilla del microondas anunció que la cena estaba lista. Holly sacó la bandeja y la tiró directamente a la basura. Ya no tenía hambre. Aquella noche, Denise la llamó hecha un manojo de nervios.
– ¡Pon la radio en Dublín FM, deprisa! Holly corrió a la radio y la encendió.
«SoyTom O'Connor y estáis escuchando Dublín FM. Por si acabáis de sintonizarnos, os recuerdo que estamos hablando de gorilas. Visto el alarde de persuasión del que tuvieron que hacer gala las muchachas de "Las chicas y la ciudad" para ser admitidas en el Club Boudoir, queremos saber qué opináis acerca de los gorilas. ¿Os gustan? ¿No os gustan? ¿Estáis de acuerdo o comprendéis por qué son como son? ¿O son demasiado estrictos? Esperamos vuestras llamadas al número…»
Atónita, Holly volvió a coger el teléfono. Había olvidado que Denise aguardaba al otro lado de la línea.
– ¿Y bien? -inquirió Denise, sonriendo. -¿Qué demonios hemos iniciado, Denise?
– Sí, es una locura. -Se echó a reír. Era evidente que estaba pasándolo en grande-. ¿Has visto los diarios de hoy?
– Sí, y todo esto me parece una tontería, la verdad. Vale que el documental fuera bueno, pero lo que han publicado es una estupidez-dijo Holly.
– ¡Qué dices, querida, a mí me encanta! ¡Y aún me encanta más porque salgo yo!
– No me extraña -respondió Holly.
Ambas guardaron silencio mientras escuchaban la radio. Un tío estaba despotricando contra los gorilas y Tom procuraba calmarlo.
– Oh, escucha a mi chico -dijo Denise-. ¿No tiene una voz sexy? -Mmm… sí-masculló Holly-. Deduzco que seguís saliendo.
– Por supuesto -contestó Denise, mostrándose ofendida-. ¿Por qué no iba a ser así?
– Bueno, ya ha pasado algún tiempo, Denise, eso es todo. -Holly se apresuró a dar una explicación para no herir los sentimientos de su amiga¡Y tú siempre has dicho que nunca saldrías con un hombre más de una semana seguida! No paras de decir cuánto detestas sentirte atada a una persona.
– Sí, bueno, he dicho que no podría estar con un hombre durante más de una semana, pero nunca he dicho que no lo haría. Tom es distinto, Holly -añadió con voz entrecortada.
A Holly la sorprendió oír aquello en boca de su amiga, la chica que quería quedarse soltera el resto de su vida.
– Oye, ¿y qué hace tan distinto a Tom?
Holly sujetó el teléfono con el hombro y la oreja y se sentó a inspeccionarse las uñas.
– Verás, hay una especie de conexión entre nosotros. Es como si fuera mi alma gemela. Es muy atento, siempre me sorprende con pequeños regalos y me lleva a cenar fuera, y no para de consentirme. Me hace reír continuamente y me encanta estar con él. Además, no me he hartado como me pasaba con los otros tíos. Y por si fuera poco es atractivo.
Holly reprimió un bostezo. Denise solía decir todo aquello de sus nuevos novios después de salir con ellos la primera semana, pero luego no tardaba en cambiar de opinión. No obstante, quizás esta vez hablara en serio, ya que al fin y al cabo llevaban varias semanas saliendo juntos.
– Me alegro mucho por ti -agregó Holly con sinceridad.
Las dos chicas se pusieron a escuchar a un gorila que hablaba con Tom en la radio.
«Bien, ante todo quiero advertiros que estas últimas noches hemos tenido no sé cuántas princesas y damas de honor haciendo cola en nuestra puerta. Desde que se emitió ese maldito programa ¡parece que la gente cree que vamos
a dejarla entrar si pertenece a la realeza! Y sólo quiero dejaros una cosa bien clara, chicas, eso no volverá a dar resultado, ¡así que no os molestéis en probarlo!» Tom no paraba de reír mientras procuraba recobrar la compostura. Holly apagó la radio.
– Denise -dijo Holly muy seria-, el mundo se está volviendo loco.
Al día siguiente Holly se obligó a levantarse de la cama para ir a dar un paseo por el parque. Necesitaba hacer un poco de ejercicio para combatir la dejadez y también iba siendo hora de comenzar a pensar en buscar trabajo. Allí donde iba intentaba imaginarse a sí misma trabajando. Había descartado definitivamente las tiendas de ropa (la posibilidad de tener una jefa como Denise bastó para disuadirla), los restaurantes, los hoteles y los pubs y, por descontado, no quería otro empleo administrativo de nueve a cinco, con lo cual le quedaba… nada. Así pues, decidió que quería ser como la mujer de la película que había visto la noche anterior, deseaba trabajar en el FBI para ir de un lado a otro resolviendo crímenes e interrogando a gente y finalmente enamorarse de su compañero de fatigas, a quien por supuesto había detestado nada más conocerlo. Sin embargo, ya que no residía en Estados Unidos ni contaba con ninguna formación policial, las probabilidades de que tal cosa ocurriera no eran muy prometedoras. Quizás hubiese un circo por ahí al que pudiera incorporarse…
Se sentó en un banco del parque delante de la zona de juegos infantiles y escuchó a los niños gritar de deleite. Ojalá pudiera ir a jugar en el tobogán y los columpios en vez de quedarse sentada mirando. ¿Por qué tenían que crecer las personas? De pronto se dio cuenta de que llevaba todo el fin de semana soñando con regresar a la infancia.
Deseaba ser irresponsable, deseaba que la cuidaran, que le dijeran que no tenía que preocuparse de nada y que alguien se encargase de todo. Qué fácil resultaría la vida sin tener que preocuparse de los problemas de los adultos. Y entonces podría volver a crecer y a conocer de nuevo a Gerry, y lo obligaría a ir al médico meses antes y así ahora estaría sentada junto a él en aquel banco, viendo jugar a su hijo. Y si, y si, y si…
Pensó en el desagradable comentario de Richard acerca de no tener que preocuparse de todas aquellas tonterías de los hijos. Se enojó sólo de recordarlo.