Posdata: Te Amo - Ahern Cecelia 27 стр.


CAPÍTULO 29

Los días siguientes a su regreso de Lanzarote, Holly trató de no llamar la atención. Tanto a ella como a Denise y Sharon les apetecía pasar una temporadita sin verse. No era algo que hubiesen acordado, pero después de pasar juntas una semana entera Holly estaba convencida de que sus amigas coincidirían en que sería saludable desconectar un poco. Era imposible dar con Ciara, pues cuando no estaba trabajando duro en el club de Daniel estaba por ahí con Mathew. Jack estaba pasando sus últimas semanas de asueto veraniego en Cork, instalado en casa de los padres de Abbey antes de regresar al colegio, y Declan estaba… Bueno, ¿quién sabía dónde estaba Declan?

Ahora que volvía a estar en casa no se sentía exactamente aburrida de la vida pero tampoco rebosante de alegría. Su vida le parecía… vacía y sin sentido. Las vacaciones le habían servido de meta, pero ahora no acababa de ver ningún motivo de peso para levantarse de la cama por la mañana. Y puesto que estaba tomándose un descanso de las amigas, lo cierto era que no tenía con quién hablar. Sólo le quedaba la conversación que pudiera mantener con sus padres. Comparado con el calor sofocante de Lanzarote, el tiempo en Dublín era húmedo y feo, lo que significaba que ni siquiera podía dedicarse a mantener su hermoso bronceado ni a disfrutar de su nuevo jardín trasero.

Algunos días ni siquiera se levantaba de la cama, conformándose con ver la televisión y aguardar… Aguardaba el próximo sobre de Gerry, preguntándose en qué viaje la embarcaría esta vez. Sabía que sus amigas no aprobarían aquella actitud después de haberse mostrado tan positiva durante las vacaciones, pero cuando Gerry estaba vivo ella vivía para él y ahora que se había ido vivía para sus mensajes. Todo giraba en torno a él. Creía sinceramente que su sino había sido conocer a Gerry y disfrutar del privilegio de estar juntos hasta el fin de sus días. ¿Cuál era su destino ahora? Sin duda tendría alguno, a no ser que en las alturas hubiesen cometido un error administrativo.

Lo único que se le ocurrió que sí podía hacer era atrapar al duende. Después de interrogar de nuevo a los vecinos seguía sin saber nada sobre su misterioso jardinero, e incluso comenzaba a pensar que el asunto obedecía a un lamentable error. Finalmente se convenció de que un jardinero se había confundído y había trabajado en el jardín equivocado, de modo que cada día abría el buzón esperando encontrar una factura que se negaría a pagar. Pero no llegó ninguna factura, al menos no de esa clase. De hecho, recibía montones de ellas por otros conceptos, y el dinero se había convertido en un problema. Estaba de créditos hasta las cejas, facturas de luz, facturas de teléfono, facturas de seguros… todo lo que llegaba a través de la puerta eran malditas facturas y no tenía idea de cómo iba a seguir pagándolas. Aunque tampoco le importaba demasiado: se había vuelto impermeable a los problemas irrelevantes de la vida. Sólo soñaba con imposibles.

Un buen día, Holly advirtió que el duende no había vuelto a las andadas. Sólo cuidaba del jardín cuando ella no estaba en casa. De modo que se levantó temprano y fue en coche hasta la vuelta de la esquina. Regresó a pie y se instaló en la cama, dispuesta a presenciar la aparición del jardinero misterioso. Al cabo de tres días de repetir esta estrategia, por fin dejó de llover y el sol comenzó a brillar de nuevo. Holly estaba a punto de perder la esperanza de resolver el misterio cuando de súbito oyó que alguien se aproximaba por el jardín. Saltó de la cama, asustada, sin saber qué debía hacer, a pesar de haber pasado varios días planeándolo. Espió por el alféizar de la ventana y vio a un niño de unos doce años que avanzaba por el sendero tirando de un cortacésped. Se puso el batín de Gerry aunque le iba muy holgado y corrió escaleras abajo sin importarle el aspecto que tenía.

Abrió la puerta de golpe y el niño se llevó un buen susto. Se quedó boquiabierto con el brazo paralizado, el dedo a punto de pulsar el timbre.

– ¡Ajá! -exclamó Holly, encantada-. ¡Creo que he atrapado a mi duendecillo!

El niño boqueaba como un pez en un acuario. Era evidente que no sabía qué decir. Finalmente hizo una mueca como si fuese a romper a llorar y gritó: -¡Papá!

Holly recorrió la calle con la mirada en busca del padre y decidió sonsacar al niño toda la información que pudiera antes de que llegara el adulto. -Así pues, eres tú quien ha estado trabajando en mi jardín.

Holly cruzó los brazos sobre el pecho. El niño negó enérgicamente con la cabeza y tragó saliva.

– No tienes por qué negarlo -agregó Holly con más amabilidad-, ya te he pillado. -Señaló el cortacésped con el mentón.

El niño se volvió para mirar la máquina y gritó de nuevo: -¡Papá!

El padre cerró con un portazo su furgoneta y se encaminó a la casa. -¿Qué te pasa, hijo?

Apoyó el brazo en los hombros del niño y miró a Holly como pidiendo una explicación.

Holly no iba a caer en aquella trampa.

– Le estaba preguntando a su hijo sobre el asunto que usted se trae entre manos.

– ¿Qué asunto? -inquirió el hombre, enojado.

– El de trabajar en mi jardín sin permiso, confiando en que luego le pagaré. Estoy al corriente de esta clase de cosas.

Holly puso los brazos en jarras, dispuesta a dejar claro que no iban a tomarle el pelo tan fácilmente.

El hombre se mostró confuso.

– Perdone, pero no sé de qué me está hablando, señora. Nosotros nunca hemos trabajado en su jardín.

Echó un vistazo al descuidado jardín delantero pensando que aquella mujer debía de estar loca.

– No me refiero a este jardín, sino a los arreglos de mi jardín trasero. -Sonrió y arqueó las cejas, pensando que lo había atrapado.

El hombre rió y luego dijo:

– ¿Arreglos? ¿Está loca, señora? Nosotros sólo cortamos césped. ¿Ve esto? Es una máquina cortacésped, nada más. Lo único que hace es cortar el puñetero césped.

Holly bajó las manos de las caderas y poco a poco las metió en los bolsillos del batín. Quizás estuvieran diciendo la verdad.

– ¿Seguro que nunca ha estado antes en mi jardín? -preguntó entornando los ojos.

– Señora, ni siquiera he trabajado en esta calle hasta ahora, y mucho menos en su jardín, y le aseguro que no pienso hacerlo en el futuro.

– Pero yo pensaba… -musitó Holly.

– Me importa un bledo lo que pensara -la interrumpió el hombre-. En adelante, procure tener las cosas más claras antes de aterrorizar a mi hijo. Holly miró al niño y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Se tapó la boca con las manos, avergonzada.

– Lo siento mucho -se disculpó-. Espere un momento.

Corrió al interior de la casa para coger el bolso y metió su último billete de cinco en la mano rolliza del niño, a quien se le iluminó el semblante. -Muy bien, vámonos -dijo su padre, cogiendo a su hijo por los hombros antes de marcharse por el sendero.

– Papá, no quiero volver a hacer este trabajo -se quejó el niño mientras,e dirigían a la casa de al lado.

– Bah, no te preocupes, hijo. No te encontrarás con muchas locas como la de la bata.

Holly cerró la puerta y observó la imagen que le devolvía el espejo. Aquel hombre tenía razón, parecía una loca. Ahora sólo le faltaba tener la casa llena de gatos. El timbre del teléfono hizo que Holly apartara la vista del espejo. Diga?

– ¡Hola! ¿Cómo estás? -preguntó Denise con voz alegre.

– Oh, más contenta que unas pascuas -contestó Holly con sarcasmo.

– ¡Yo también!

– ¿De verdad? ¿Y por qué estás tan contenta?

– Nada especial, sólo la vida en general.

Por supuesto, sólo la vida. La hermosa y maravillosa vida. Vaya pregunta más tonta.

– ¿Y qué hay de nuevo? -preguntó Holly.

– Llamaba para invitarte a cenar fuera mañana. Ya sé que es un poco precipitado, así que si estás ocupada… ¡cancela los planes que tengas!

– Espera un momento que consulto la agenda -dijo Holly sarcásticamente.

– De acuerdo -dijo Denise en serio, y guardó silencio mientras esperaba. Holly puso los ojos en blanco.

– ¡Vaya, mira por dónde! Creo que estoy libre mañana por la noche.

– ¡Qué bien! -exclamó Denise, encantada-. Hemos quedado todos en Chang's a las ocho.

– ¿Quiénes son todos?

– Irán Sharon y John y también algunos amigos de Tom. Hace siglos que no salimos juntos. ¡Será divertido!

–  De acuerdo, pues hasta mañana entonces.

Holly colgó muy enojada. ¿Acaso Denise había olvidado por completo que ella seguía siendo una viuda en pleno luto y que la vida ya no le parecía nada divertida? Subió al dormitorio hecha una furia y abrió el armario ropero. ¿Qué trapo viejo y asqueroso se pondría la noche siguiente y cómo demonios se las arreglaría para pagar una cena cara? Apenas podía permitirse mantener el coche en la calle. Fue lanzando toda la ropa al otro extremo de la habitación gritando como una posesa, hasta que recobró la cordura. Quizás al día siguiente compraría esos gatos.

CAPÍTULO 30

Holly llegó al restaurante a las ocho y veinte, ya que había pasado horas probándose distintos conjuntos. Finalmente escogió lo que Gerry le había indicado que se pusiera el día del karaoke, para así sentirse más próxima a él. Las últimas semanas no habían sido fáciles, los momentos malos habían prevalecido sobre los buenos y le estaba costando trabajo recobrar la entereza. Mientras se dirigía a la mesa del restaurante el corazón le dio un brinco. Vivan las parejas.

Se detuvo a medio camino y se hizo a un lado, ocultándose tras la pared. No estaba segura de poder enfrentarse con aquello. Le faltaban fuerzas para mantener a raya sus sentimientos. Echó un vistazo alrededor en busca de la mejor vía de escape; desde luego no podía marcharse por donde había entrado, ya que sin duda la verían. Vio una salida de emergencia al lado de la puerta de la cocina, la habían dejado abierta para mejorar la ventilación del local. En cuanto respiró aire fresco, se sintió libre otra vez. Atravesó el aparcamiento pensando qué excusa daría a Sharon y Denise.

– Hola, Holly.

Se quedó de una pieza y se volvió lentamente al comprender que la habían sorprendido in fraganti. Vio a Daniel apoyado contra un coche, fumando un cigarrillo.

– Qué tal, Daniel.

– Fue a su encuentro-. No sabía que fumaras.

– Sólo cuando estoy nervioso.

– ¿Estás nervioso? -Se dieron un abrazo.

– Me estaba armando de valor para reunirme ahí dentro con el Sindicato de Parejas Felices.

Daniel señaló hacia el restaurante con el mentón. Holly sonrió.

– ¿Tú también? Daniel se echó a reír.

– Bueno, si quieres no les diré que te he visto.

– ¿Vas a entrar?

– De vez en cuando hay que apechugar -dijo Daniel, aplastando la colilla del cigarrillo con el pie.

– Supongo que tienes razón -convino Holly con aire reflexivo.

– No tienes que entrar si no te apetece. No quiero ser el causante de que pases una mala velada.

– Al contrario, será agradable contar con la compañía de otro corazón solitario. Somos muy pocos los que quedamos de nuestra especie.

Daniel rió y le ofreció el brazo. -¿Vamos?

Holly se apoyó en su brazo y entraron lentamente en el restaurante. Resultaba reconfortante saber que no era la única que se sentía sola.

– Por cierto, tengo intención de largarme en cuanto terminemos el segundo plato -aclaró Daniel.

– Traidor -contestó Holly, dándole un codazo en broma-. En fin, yo también tengo que marcharme pronto si no quiero perder el último autobús. -Hacía unos días que no tenía dinero suficiente para llenar el depósito del coche.

– Pues entonces tenemos la excusa perfecta. Diré que tengo que irme pronto porque te acompaño a casa y que tienes que estar de vuelta a… ¿qué hora?

– ¿Las once y media? -A las doce tenía previsto abrir el sobre de septiembre.

– Perfecto.

Daniel sonrió y se adentraron en el comedor, sintiéndose más valientes gracias a su complicidad.

– ¡Aquí llegan! -anunció Denise cuando se aproximaron a la mesa. Holly se sentó al lado de Daniel, pegándose como una lapa a su coartada. -Perdonad el retraso -se disculpó.

– Holly, éstos son Catherine yThomas, Meter y Sue, Joanne y Paul, Tracey y Bryan, a John y Sharon ya los conoces, Geoffrey y Samantha y, por último pero no por ello menos importantes, éstos son Des y Simon.

Holly sonrió y saludó con la cabeza a todos.

– Hola, somos Daniel y Holly -parodió Daniel con agudeza, y Holly tuvo que aguantarse la risa.

– Ya hemos pedido, espero que no os importe-explicó Denise-. Pero traerán un montón de platos distintos que podemos compartir. ¿Os parece bien?

Holly y Daniel asintieron con la cabeza.

La mujer de al lado de Holly, cuyo nombre no recordaba, se volvió hacia ella y le habló en voz muy alta.

– Dime, Holly, ¿tú qué haces?

Daniel arqueó las cejas mirando a Holly.

– Perdona, ¿qué hago cuándo? -contestó Holly con seriedad. Detestaba a la gente entrometida. Detestaba las conversaciones que giraban en torno a lo que la gente hacía para ganarse la vida, sobre todo cuando se trataba de perfectos desconocidos que acababan de presentarle. Advirtió que Daniel temblaba de risa a su lado.

– ¿Qué haces para ganarte la vida? -preguntó la mujer otra vez.

Holly se había propuesto darle una respuesta ingeniosa y un tanto grosera, pero de pronto cambió de idea al ver que las demás conversaciones se apagaban y todos se fijaban en ella. Miró alrededor un tanto incómoda y carraspeó con nerviosismo.

– Yo… bueno… ahora mismo estoy sin trabajo -confesó con voz temblorosa.

La mujer torció la boca y se quitó una miga de entre los dientes con un gesto de lo mas vulgar.

– ¿Y tú qué haces? -preguntó Daniel, levantando la voz para romper el silencio.

– Oh, Geoffrey dirige su propio negocio -contestó la mujer, volviéndose con orgullo hacia su marido.

– Estupendo, pero ¿qué haces tú? -insistió Daniel.

La señora se mostró desconcertada al ver que Daniel no se daba por satisfecho con su respuesta.

– Bueno, ando todo el día ocupada haciendo un montón de cosas distintas. Cariño, ¿por qué no les cuentas lo que hacéis en la empresa?

Se volvió otra vez hacia su marido para apartar la atención de ella. El marido se inclinó hacia delante.

– No es más que un pequeño negocio.

Dio un mordisco a su panecillo, masticó lentamente y todos aguardaron hasta que se lo tragó para poder proseguir.

– Pequeño pero exitoso -agregó su esposa por él. Geoffrey por fin acabó de comerse el bocado de pan. -Hacemos parabrisas de coche y los vendemos a los mayoristas.

– Uau, qué interesante-dijo Daniel secamente.

– ¿Y tú a qué te dedicas, Dermot? -preguntó la mujer, dirigiéndose a Daniel.

– Perdona, pero me llamo Daniel. Tengo un pub.

– Ya. -Asintió con la cabeza y miró hacia otra parte-. Qué tiempo tan malo estamos teniendo estos días, ¿verdad? -preguntó a la mesa.

Todos reanudaron sus conversaciones y Daniel se volvió hacia Holly. -¿Qué tal las vacaciones?

– Oh, lo pasé de maravilla-contestó Holly-. Nos lo tomamos con calma y no hicimos más que descansar, nada de desenfrenos ni locuras. Justo lo que necesitabas -convino Daniel, sonriendo-. Me enteré de vuestra aventura marina.

Holly puso los ojos en blanco. Apuesto a que te lo contó Denise. Daniel asintió riendo.

– Bueno, seguro que te dio una versión exagerada.

– No tanto, la verdad, sólo me contó que estabais rodeadas de tiburones y que tuvieron que sacaron del mar con un helicóptero.

– ¡No puede ser!

– Claro que no -dijo Daniel, y soltó una carcajada-. Aun así, ¡debíais de estar enfrascadas en una conversación muy jugosa para no daros cuenta de que ibais mar adentro a la deriva!

Holly se ruborizó un poco al recordar que habían estado hablando de él. -Atención todos -llamó Denise-. Probablemente os estaréis preguntando por qué Tom y yo os hemos invitado aquí esta noche.

– El eufemismo del año -murmuró Daniel, haciendo reír a Holly. -Bien, tenemos que anunciaron una cosa.

Miró a los presentes y sonrió. -¡Una servidora y Tom vamos Holly se tapó la boca con las manos.

– A casarnos! -chilló Denise. Perpleja, Aquello la había cogido desprevenida.

– ¡Oh, Denise! -exclamó con un grito ahogado, y rodeó la mesa para abrazarlos-. ¡Qué maravillosa noticia! ¡Felicidades!

Holly miró el rostro de Daniel. Estaba blanco como la nieve. Descorcharon una botella de champán y todos levantaron la copa mientras Jemina y Jim o Samantha y Sam, o como quiera que se llamaran, proponían un brindis.

– ¡Un momento! ¡Un momento! -Denise los detuvo justo antes de que empezaran-. Sharon, ¿no tienes copa?

Todos miraron a Sharon, que sostenía un vaso de zumo de naranja en la mano.

Aquí tienes -dijo Tom, llenándole una copa. -¡No, no, no! No beberé, gracias -dijo Sharon.

– ¿Por qué no? -vociferó Denise, disgustada porque su amiga no quería celebrar su compromiso.

John y Sharon se miraron a los ojos y sonrieron.

– Bueno, no queríamos decir nada porque ésta es la noche de Tom y Denise…

Todos la instaron a desembuchar.

– Bien… ¡Estoy embarazada! ¡John y yo vamos a tener un hijo!

A John se le humedecieron los ojos y Holly permaneció inmóvil en su silla. Aquello tampoco lo había previsto. Con los ojos llenos de lágrimas, fue a felicitar a Sharon y John. Luego volvió a sentarse y respiró hondo. Todo aquello era excesivo.

– ¡Pues brindemos por el compromiso de Tom y Denise y por el bebé de Sharon y John!

Brindaron y Holly pasó el resto de la cena en silencio, sin apenas probar bocado.

– ¿Quieres que adelantemos la retirada a las once? -propuso Daniel en un susurro. Holly asintió en silencio.

Después de la cena Holly y Daniel se excusaron por marcharse tan pronto, aunque en realidad nadie intentó convencerlos de que se quedaran un rato más. -¿Cuánto dejo para la cuenta? -preguntó Holly a Denise.

– Nada, no te preocupes -contestó Denise, restándole importancia con un ademán.

– No seas tonta, no voy a dejar que pagues mi parte. ¿Cuánto es?

La mujer que tenía al lado cogió la carta y se puso a sumar los precios de los platos que habían pedido. Eran un montón y Holly apenas había comido. -

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