CAPÍTULO 36
Aquel domingo, Richard fue a visitar a Holly con los niños. Ella le había dicho que podía llevarlos a su casa cualquier día que le tocara verlos. Jugaban en el jardín mientras Richard y Holly terminaban de cenar y los vigilaban por la puerta del patio.
– Parecen realmente contentos, Richard -dijo Holly, observándolos jugar.
– Sí, es verdad. -Richard sonrió y miró cómo se perseguían-. Quiero que todo sea lo más normal posible para ellos. No acaban de comprender lo que está pasando y resulta difícil explicárselo.
– ¿Qué les has dicho?
– Pues que mamá y papá ya no se quieren y que me he mudado para que podamos ser más felices. Algo en esta línea.
– ¿Y se han conformado?
Su hermano asintió parsimoniosamente.
– Timothy está bien pero a Emily le preocupa que dejemos de quererla porque entonces también tendrá que mudarse. -Miró a Holly con ojos tristes.
Pobre Emily, pensó Holly, al verla saltar de un lado a otro aferrada a su horrible muñeca. No podía creer que estuviera manteniendo aquella conversación con su hermano. De un tiempo a esta parte parecía una persona completamente distinta. O quizá fuese ella la que había cambiado; ahora se mostraba más tolerante con él y le resultaba más fácil pasar por alto sus comentarios desafortunados, que seguían siendo frecuentes. Pero, por otra parte, ahora tenían algo en común. Ambos sabían de primera mano lo que era sentirse solo e inseguro de uno mismo.
– ¿Cómo van las cosas en casa de papá y mamá?
Richard tragó un bocado de patata y asintió con la cabeza. -Bien. Están siendo muy generosos.
– ¿Ciara te molesta más de la cuenta?
Holly se sentía como si estuviera interrogando a su hijo tras regresar a casa después del primer día de colegio, deseosa por saber si los demás niños lo habían Intimidado o lo habían tratado bien. Pero lo cierto era que últimamente se sentía la protectora de Richard. Ayudarlo le sentaba bien. La fortalecía.
– Ciara es… Ciara. -Richard sonrió-. Hay un montón de cosas en las que no coincidimos.
– Bueno, yo no me preocuparía por eso -dijo Holly, intentando pinchar un trozo de tocino con el tenedor-. La mayoría de la gente tampoco coincide con ella.
El tenedor por fin pinchó el tocino, que salió despedido del plato y cruzó la cocina hasta aterrizar en el mostrador del otro extremo.
– Para que luego digan que los cerdos no vuelan -comentó Richard mientras Holly iba a recoger el trozo de carne.
Holly rió.
– ¡Oye, Richard, has hecho un chiste! Richard se mostró complacido.
– También tengo mis buenos momentos, supongo -dijo encogiéndose de hombros-. Aunque seguro que crees que no abundan.
Holly volvió a sentarse, tratando de decidir cómo exponer lo que iba a decir.
– Todos somos distintos, Richard. Ciara es un poco excéntrica, Declan es un soñador, Jack es un bromista, yo… Bueno, yo no sé qué soy. Pero tú siempre has sido muy mesurado. Convencional y serio. No es forzosamente algo malo, simplemente somos distintos.
– Eres muy considerada -dijo Richard tras un prolongado silencio.
– ¿Qué? -preguntó Holly, un tanto confusa. Para disimular su incomodidad se llenó la boca con otro bocado.
– Siempre he pensado que eras muy considerada -repitió Richard.
– ¿Cuándo? -preguntó Holly, incrédula, con la boca llena.
– Bueno, no estaría sentado aquí cenando mientras los niños lo pasan en grande jugando en el jardín si no fueras considerada, pero en realidad me estaba refiriendo a cuando éramos pequeños.
– Me parece que te equivocas, Richard -dijo Holly, negando con la cabeza-. Jack y yo siempre andábamos haciéndote trastadas, éramos malvados -agregó en un susurro.
– Tú no eras siempre malvada, Holly. -Esbozó una sonrisa-. De todos modos, para eso están los hermanos, para hacerse la vida lo más difícil posible unos a otros mientras crecen. Te da una buena base para la vida, te hace más fuerte. Sea como fuere, yo era el hermano mayor mandón.
– ¿Y eso me hace considerada? -preguntó Holly con la impresión de haber perdido el hilo.
– Tú idolatrabas a Jack. Ibas tras él todo el rato y hacías exactamente lo que te ordenaba. -Se echó a reír-. Yo solía oír cómo te decía lo que tenías que decirme y tú corrías a mi habitación aterrorizada, lo soltabas y salías pitando otra vez.
Holly miraba su plato, muerta de vergüenza. Ella y Jack siempre lo mortificaban.
– Pero luego siempre regresabas -prosiguió Richard-. Siempre volvías a colarte en mi cuarto en silencio y me observabas mientras trabajaba en mi escritorio, y yo sabía que ésa era tu manera de disculparte. -Volvió a sonreír-. Y eso te convierte en una persona considerada. Ninguno de nuestros hermanos tenía conciencia en aquella casa de locos. Ni siquiera yo. Tú eras la única que demostraba tener un poco de sensibilidad.
Richard siguió comiendo y Holly guardó silencio, tratando de asimilar la información que su hermano acababa de darle. No recordaba haber idolatrado a Jack, pero al pensar en ello supuso que Richard tenía razón. Jack era el hermano mayor divertido, enrollado y guapo, que tenía montones de amigos, y Holly solía suplicarle que la dejara jugar con ellos. Se dijo que quizá todavía sentía lo mismo por él (si la llamara en aquel momento para invitarla a salir, seguro que lo dejaría todo e iría, y no se había dado cuenta de ello hasta ahora). Sin embargo, últimamente pasaba mucho más tiempo con Richard que con Jack, que siempre había sido su hermano favorito. Gerry se había llevado mejor con él que con los demás. Era a Jack, y no a Richard, a quien Gerry llamaba para salir a tomar algo durante la semana, e insistía en sentarse a su lado en las reuniones familiares. No obstante, Gerry se había ido y aunque Jack la llamaba de vez en cuando, no lo veía con tanta frecuencia como antes. ¿Acaso Holly había puesto a Jack en un pedestal? De pronto cayó en la cuenta de que había estado disculpándolo cada vez que no iba a visitarla o no la llamaba tras haber dicho que lo haría. En realidad, había estado excusándolo desde la muerte de Gerry.
Sin embargo, Richard se las había ingeniado para proporcionarle dosis regulares de temas de reflexión. Lo observó quitarse la servilleta del cuello y no perdió detalle mientras la doblaba, formando un pequeño cuadrado con ángulos rectos perfectos. Richard solía ordenar obsesivamente cuanto hubiera en la mesa, de modo que todo quedara dispuesto según dictaban los cánones. Pese a todas sus buenas cualidades, que ahora había descubierto, sabía que sería incapaz de vivir con un hombre como él.
Ambos se sobresaltaron al oír un golpe sordo fuera y ver a la pequeña Emily tendida en el suelo hecha un mar de lágrimas ante la mirada asustada de Timmy. Richard se levantó de inmediato y salió corriendo.
– ¡Se ha caído sola, papá, yo no he hecho nada! -oyó Holly que decía Timmy. Pobre Timmy. Holly puso los ojos en blanco cuando vio que Richard lo arrastraba cogido del brazo y le ordenaba que se quedara en un rincón y que reflexionara sobre lo que había hecho. Algunas personas nunca cambiarían de verdad, pensó con ironía.
Al día siguiente Holly saltaba de alegría por la casa, presa de un arrebato de éxtasis, mientras ponía por tercera vez el mensaje grabado en el contestador automático.
«Hola, Holly-decía un vozarrón grave-. Soy Chris Feeney de la revista X. Sólo llamaba para decirte que quedé muy impresionado con tu entrevista. Em… -Hizo una pausa-. En fin, normalmente no le diría esto a un contestador automático, pero sin duda te alegrará saber que he decidido darte la bienvenida como nuevo miembro del equipo. Me encantaría que comenzaras cuanto antes, así que llámame al número de siempre cuando tengas un momento y lo comentamos con más calma. Em… Adiós.»
Holly rodó por la cama, radiante de felicidad, y pulsó otra vez el botón de PLAY. Había apuntado a la Luna… ¡y había aterrizado en ella!
CAPÍTULO 37
Holly contempló el alto edificio de estilo georgiano y se estremeció de emoción. Era su primer día de trabajo y presentía que se avecinaban buenos tiempos en aquel edificio. Estaba situado en el centro de la ciudad y las ajetreadas oficinas de la revista X se encontraban en la segunda planta, encima de un pequeño café. Holly había dormido muy poco la noche anterior debido a una mezcla de nervios y excitación; sin embargo, no sentía el mismo horror que antaño se apoderaba de ella antes de comenzar un nuevo trabajo. Había devuelto la llamada del señor Feeney de inmediato (después de escuchar su mensaje grabado otras tres veces) y luego había comunicado la noticia a sus familiares y amigos. Todos se alegraron muchísimo al enterarse y, justo antes de salir de casa aquella mañana, había recibido un hermoso ramo de flores de parte de sus padres felicitándola y deseándole suerte en su primer día.
Se sentía como si fuese el primer día de colegio y hubiese ido a comprar bolígrafos nuevos, una libreta nueva, una carpeta y una cartera nueva que le dieran aspecto de ser supeinteligente. Pero si bien había rebosado entusiasmo cuando se sentó a desayunar también se había sentido triste. Triste porque Gerry no estuviera allí para compartir aquel comienzo. Solían realizar un pequeño ritual cada vez que Holly estrenaba empleo, cosa que sucedía con notable frecuencia. Gerry la despertaba llevándole el desayuno a la cama y luego preparaba su bolso con bocadillos de jamón y queso, una manzana, una bolsa de patatas fritas y una tableta de chocolate. Después la llevaba en coche al trabajo, la telefoneaba a la hora del almuerzo para ver si los demás niños de la oficina la trataban bien y pasaba a recogerla al final de la jornada para acompañarla a casa. Entonces se sentaban a cenar y Gerry escuchaba y reía mientras ella describía a los personajes de la nueva oficina y volvía a refunfuñar sobre lo mucho que detestaba tener que ir a trabajar. Ahora bien, sólo hacían eso el primer día de trabajo, los demás días saltaban de la cama tarde como de costumbre, hacían carreras para ver quién se duchaba antes y luego vagaban por la cocina medio dormidos, mientras tomaban presurosamente una taza de café que les ayudara a espabilarse. Se despedían con un beso y cada cual se iba por su lado a cumplir con sus obligaciones. Y al día siguiente tres cuartos de lo mismo. Si Holly hubiese sabido que les quedaba tan poco tiempo, no se habría molestado en seguir aquella tediosa rutina día tras día…
Aquella mañana, sin embargo, el panorama había sido bien distinto. Despertó en una cama vacía, dentro de una casa vacía sin que nadie le preparara el desayuno. No tuvo que competir para ser la primera en utilizar la ducha y la cocina estaba en silencio, sin el ruido de los ataques de estornudos matutinos de Gerry. Holly se había permitido imaginar que, cuando despertara, Gerry estaría allí por obra de un milagro para acompañarla tal como mandaba la tradición, puesto que un día tan especial no sería completo sin él. Pero con la muerte no había excepciones que valieran. Ido significaba ido.
Antes de entrar en la oficina, Holly se miró para comprobar que no llevaba la bragueta abierta, que la chaqueta no se le hubiese remetido en los pantalones y que los botones de la blusa estuvieran bien abrochados. Satisfecha al ver que iba presentable, subió por la escalera de madera hasta su nueva oficina. Entró a la sala de espera y la secretaria, a quien reconoció del día de la entrevista, se levantó de su escritorio para recibirla.
– Hola, Holly -la saludó alegremente, dándole la mano-. Bienvenida a nuestra humilde morada.
Levantó las manos para mostrarle la sala. A Holly le había caído bien aquella mujer desde el primer momento. Aproximadamente de la misma edad que ella, tenía el pelo rubio y largo y un rostro que al parecer siempre estaba alegre y sonriente.
– Por cierto, me llamo Alice, y trabajo aquí fuera, en recepción, como bien sabes. Bueno, ahora mismo te acompaño a ver al jefe. Te está esperando.
– Dios, no he llegado tarde, ¿verdad? -preguntó Holly, mirando con preocupación la hora. Había salido de casa temprano para evitar los atascos, dándose un buen margen de tiempo para no llegar tarde el primer día.
– No, ni mucho menos -dijo Alice, conduciéndola al despacho del señor Feeney-. No hagas caso de Chris ni del resto de la tropa, son un atajo de adictos al trabajo. Los pobres no tienen vida personal. Te aseguro que a mí no me verás por aquí después de las seis.
Holly rió, pensando que Alice le recordaba a su ser anterior.
– Y no te sientas obligada a entrar temprano y quedarte hasta tarde sólo porque ellos lo hagan. Creo que en realidad Chris vive en su despacho, así que es inútil que intentes competir con él. Este hombre no es normal -agregó en voz alta mientras llamaba a la puerta y la invitaba a pasar.
– ¿Quién no es normal? -preguntó el señor Feeney con brusquedad, levantándose del sillón y estirándose.
– Usted.
Alice sonrió y cerró la puerta a sus espaldas.
– ¿Has visto cómo me trata mi personal? -El señor Feeney sonrió y se acercó a Holly, tendiéndole la mano para saludarla. Su apretón volvió a ser afectuoso y cordial.
A Holly le gustó la atmósfera que reinaba entre los empleados.
– Gracias por contratarme, señor Feeney-dijo Holly sinceramente. -Puedes llamarme Chris, y no tienes que agradecerme nada. Bien, si me acompañas, te mostraré el lugar.
Chris pasó delante camino del vestíbulo. Las paredes estaban cubiertas por las portadas enmarcadas de todos los números de Xque se habían publicado durante los últimos veinte años.
– En realidad no hay gran cosa que mostrar. Aquí tenemos la oficina de nuestras hormiguitas. -Abrió la puerta y Holly echó un vistazo a la enorme oficina. Había unos diez escritorios y la habitación estaba llena de personas sentadas delante de sus ordenadores hablando por teléfono. Levantaron la vista y saludaron cortésmente con la mano. Holly les sonrió, recordando lo importantes que eran las primeras impresiones-. Éstos son los maravillosos periodistas que me ayudan a pagar las facturas -explicó Chris-. Éste es John Paul, el redactor jefe de moda; Mary, nuestra experta en gastronomía, y Brian, Steven, Gordon, Áishling y Tracey. No es preciso que sepas lo que hacen, son unos vagos.
Rió y uno de los hombres le hizo un gesto obsceno con el dedo sin dejar de hablar por teléfono. Holly supuso que era uno de los hombres acusados de ser un vago.
– ¡Atención todos, ésta es Holly! -gritó Chris, y todos sonrieron, volvieron a saludar con la mano y siguieron hablando por teléfono-. Los demás periodistas trabajan por cuenta propia, de modo que los verás poco por esta
oficina -explicó Chris mientras la conducía a la habitación siguiente-. Aquí es donde se esconden los gansos de la informática. Te presento a Dermot y Wayne, que están a cargo de la maquetación y el diseño, de modo que trabajarás codo con codo con ellos y los mantendrás informados sobre dónde va cada anuncio. Chicos, ésta es Holly.
– Hola, Holly.
Ambos se levantaron, le estrecharon la mano y siguieron trabajando con los ordenadores.
– Los tengo bien entrenados -bromeó Chris, y volvió a dirigirse al vestíbulo-. Allí al fondo está la sala de juntas. Nos reunimos cada mañana a las nueve menos cuarto.
Holly iba asintiendo a todo lo que le decía y procuró recordar los nombres de las personas que le presentaba.
– Bajando esta escalera están los lavabos, y ahora te mostraré tu despacho. Regresaron por donde habían venido y Holly le siguió, mirando entusiasmada las paredes. Aquello no se parecía a nada que hubiese vivido antes. -Aquí tienes tu despacho -dijo Chris, abriendo la puerta y dejándola entrar primero.
Holly no pudo evitar sonreír al ver la pequeña habitación. Era la primera vez que tenía despacho propio. Había el espacio justo para que cupieran un escritorio y un archivador. Encima del escritorio había un ordenador y montones de carpetas y, frente al mismo, una librería abarrotada con más libros, carpetas y pilas de números atrasados. La enorme ventana georgiana cubría prácticamente toda la pared de detrás del escritorio y, pese a que fuera hacía frío y viento, la habitación se veía espaciosa y aireada.
– Es perfecto -le dijo a Chris, dejando el maletín encima del escritorio y mirando alrededor.
– Bien -dijo Chris-. El último tipo que trabajó aquí era extremadamente organizado y en todas esas carpetas encontrarás exactamente lo que tienes que hacer. Si tienes algún problema o alguna pregunta sobre lo que sea, no dudes en preguntarme. Estoy en la puerta de al lado. -Golpeó con los nudillos el tabique que separaba sus respectivos despachos-. No espero ningún milagro de ti, ya sé que eres nueva en esto, por eso cuento con que me hagas montones de preguntas. Nuestro próximo número sale la semana que viene, ya que lo sacamos el primer día de cada mes.
Holly abrió los ojos desorbitadamente. Tenía una semana para llenar una revista entera.
– No te preocupes. -Chris sonrió otra vez-. Quiero que te concentres en el número de noviembre. Familiarízate con la maqueta de la revista, seguimos la misma pauta todos los meses, de este modo sabrás qué tipo de anuncios van en cada clase de páginas. Es un montón de trabajo, pero si eres organizada y trabajas bien con el resto del equipo todo irá como una seda. Insisto, te pido que hables con Dermot y Wayne, ellos te pondrán al corriente de cómo es la maqueta estándar, y si necesitas que te hagan algo, pídeselo a Alice. Está ahí para ayudar a todo el mundo. -Hizo una pausa y miró alrededor-. Esto es lo que hay. ¿Alguna pregunta?
Holly negó con la cabeza.