CAPÍTULO 7
Holly estaba tendida en la cama como una demente, encendiendo y apagando la lámpara sin dejar de sonreír. Había ido a comprarla con Sharon a la tienda Bed Knobs and Broomsticks de Malahide, y finalmente ambas se decidieron por aquel pie de madera bellamente tallada y la pantalla color crema, pues combinaban con los tonos predominantes en la decoración del dormitorio principal (por descontado, habían elegido la más estrafalariamente cara, ya que habría sido una lástima romper con la tradición). Y si bien Gerry no había estado materialmente presente mientras la compraba, tenía la impresión de haberla comprado con él.
Había corrido las cortinas del dormitorio para probar la nueva adquisición. La lámpara de la mesita de noche surtía un efecto sedante en la habitación, llenándola de calidez. Con qué facilidad habría puesto punto final a las discusiones de todas las noches, aunque tal vez ninguno de los dos había querido que se acabaran. De hecho, se habían convertido en una rutina, algo consabido que les hacía sentir más unidos. Ahora daría cualquier cosa con tal de tener una de aquellas pequeñas disputas. Con sumo gusto saldría de la acogedora cama por él, con sumo gusto pisaría el frío entarimado del suelo y estaría encantada de golpearse con la pata de la cama al regresar a tientas y a ciegas hasta el lecho conyugal. Pero aquellos tiempos ya eran historia.La melodía de I Will Survive de Gloria Gaynor la devolvió de improviso al presente al darse cuenta de que su teléfono móvil estaba sonando.
– ¿Diga?
– Buenos días, hermana. ¡Estoy en caaaasa! -exclamó una voz conocida. -¡Dios mío, Ciara! ¡No sabía que ibas a venir!
– ¡Bueno, la verdad es que yo tampoco, pero me quedé sin blanca y decidí sorprenderos a todos!
– Vaya, apuesto a que mamá y papá se llevaron una buena sorpresa.
– Bueno, a papá se le cayó la toalla del susto cuando salió de la ducha y me vio.
Holly se tapó la cara con la mano.
– ¡Oh, Ciara, dime que no! -rogó Holly.
– ¡Nada de abrazos para papi cuando le vi! -Ciara se echó a reír. -¡Puaj, puaj, puaj! Cambio de tema, estoy teniendo visiones -bromeó Holly.
– De acuerdo. Verás, te llamaba para decirte que estoy en casa, obviamente, y que mamá está organizando una cena esta noche para celebrarlo.
– ¿Celebrar qué?
– Que estoy viva.
– Ah, vale. Creí que quizá tenías que anunciarnos algo.
– Que estoy viva.
– Muy… bien. ¿Quién irá?
– La familia en pleno.
– ¿Te he comentado que tengo hora con el dentista para que me arranque todos los dientes? Lo siento, no podré asistir.
– Ya lo sé, ya lo sé, es lo mismo que le dije a mamá, pero no hemos estado todos juntos desde hace siglos. A ver, dime, ¿cuándo fue la última vez que viste a Richard y Meredith? -preguntó Ciara.
– Ah, el bueno de Díck. Le vi muy espabilado en el funeral. Tenía un montón de cosas sensatas y reconfortantes que decirme, como «¿Has considerado la posibilidad de donar su cerebro a la ciencia médica?». Sí, no cabe duda de que es un hermano fantástico -dijo Holly con sarcasmo.
– Vaya, Holly, lo siento. Me había olvidado del funeral. -La voz de su hermana cambió-. Lamento no haber asistido.
– Ciara, no seas tonta. Entre las dos decidimos que era mejor que no viníeras -dijo Holly con firmeza-. Sale demasiado caro un vuelo de ida y vuelta desde Australia, así que no lo mencionemos más, ¿de acuerdo?
– De acuerdo -convino Ciara aliviada.
Holly cambió de tema enseguida.
– Veamos, cuando dices la familia en pleno, ¿te refieres a…?
– Sí, Richard y Meredith traerán a nuestros adorables sobrinos. Y te gustará saber que Jack y Abbey también estarán presentes. Declan lo estará el cuerpo aunque probablemente no en alma. Mamá, papá y yo, por supuesto y también tú.
Holly refunfuñó. Por más que se quejara de su familia, mantenía una magnífica relación con su hermano Jack. Sólo era dos años mayor que ella y siempre habían estado muy unidos; además, Jack tenía una actitud muy protectora para con Holly. Su madre solía llamarlos «los dos geníecillos» porque siempre andaban haciendo diabluras por la casa (diabluras que por lo general tenían como blanco a su hermano mayor, Richard). Jack se parecía a Holly tanto en aspecto como en personalidad, y ella lo consideraba el más normal de sus hermanos. También contribuía a su buena relación el hecho de que Holly se llevara de maravilla con la que era su cónyuge desde hacía siete años, Abbey, y cuando Gerry vivía, con frecuencia salían los cuatro a cenar y de copas. Cuando Gerry vivía… Dios, qué mal sonaba aquello.
Ciara era harina de otro costal, un caso totalmente aparte. Jack y Holly estaban convencidos de que provenía del planeta Ciara, población: Ciara se parecía a su padre: piernas largas y pelo oscuro. También lucía varios tatuajes y piercings en el cuerpo como resultado de sus viajes alrededor del mundo. Un tatuaje por cada país, solía bromear su padre. Un tatuaje por cada hombre, pensaban Holly y Jack.
Por supuesto, este asunto estaba muy mal visto por el mayor de la familia, Richard (o Dick, como le llamaban Holly y Jack). Richard nació con la grave enfermedad de ser eternamente viejo. Toda su vida giraba en torno a reglas, normas y obediencias. De pequeño tuvo un amigo con el que se peleó a los diez años y, después de esa riña, Holly no recordaba que hubiese vuelto a llevar a nadie a casa, que hubiese tenido novias ni ninguna otra cíase de trato social. Ella y Jack se preguntaban maravillados dónde habría conocido a su igualmente sombría esposa, Meredith. Probablemente en una convención antifelicidad.
No era que Holly tuviese la peor familia del mundo, sino que constituían una mezcla muy extraña de personas. Aquellos tremendos choques entre personalidades solían desembocar en peleas que estallaban en las ocasiones menos apropiadas o, como los padres de Holly preferían llamarlas, en «acaloradas discusiones». Podían llevarse bien, pero sólo cuando todos ellos se esforzaban de veras en mostrar el mejor comportamiento posible.
Holly y Jack solían reunirse para almorzar o tomar unas copas con la única finalidad de mantenerse al corriente de sus respectivas vidas; se interesaban el uno por la otra. Ella disfrutaba con su compañía y le consideraba no sólo un hermano, sino un verdadero amigo. Últimamente no se habían visto mucho. No obstante, Jack conocía bien a Holly y sabía cuándo necesitaba que respetaran su espacio vital.
Las únicas ocasiones en que se ponía más o menos al día de la vida de su hermano menor, Declan, era cuando llamaba a casa para hablar con sus padres V él contestaba el teléfono. Declan no era un gran conversador. Era un «niño» de veintidós años que todavía no terminaba de sentirse a gusto en compañía de adultos, así que en realidad Holly nunca acababa de saber gran cosa acerca de él. Era un buen muchacho, sólo que solía tener la cabeza en las nubes.
Ciara, su hermana menor de veinticuatro años, llevaba fuera un año entero y Holly la había echado de menos. Nunca fueron la clase de hermanas que intercambian ropa y cotillean sobre los chicos, pues sus gustos diferían bastante. Ahora bien, al ser las dos únicas chicas en una familia de hermanos, se había creado un vínculo entre ellas. Aun así, Ciara estaba más unida a Declan, pues ambos eran unos soñadores. Jack y Holly siempre habían sido inseparables de niños y amigos de adultos. Eso dejaba a Richard desparejado. Era el único que iba por su cuenta, aunque Holly sospechaba que a su hermano mavor le gustaba esa sensación de estar separado del resto de una familia a la que no acababa de comprender. A Holly le daban pavor sus sermones sobre toda clase de cosas aburridas, su falta de tacto cuando la interrogaba acerca de su vida y la frustración que causarían sus comentarios durante la cena. Pero se trataba de una cena de bienvenida para Ciara y Jack estaría presente. Holly podía contar con él.
Así pues, ¿le apetecía la velada? Decididamente no.
Holly llamó con renuencia a la puerta del hogar familiar y de inmediato oyó las pisadas de unos piececitos que corrían hacia la entrada seguidos por una voz que no parecía pertenecer a un niño.
– ¡Mami! ¡Papi! ¡Es tía Holly, es tía Holly!
Era su sobrino Timothy, cuya felicidad se vio aplastada de golpe por una voz severa. Sin duda era inusual que el pequeño se alegrase por su llegada, pero el ambiente debía de ser de lo más aburrido allí dentro.
– ¡Timothy! ¿Qué te he dicho sobre lo de correr por la casa? Podrías caerte y hacerte daño. Ahora ve al rincón y piensa en lo que te he dicho. ¿He hablado claro?
– Sí, mami.
– Oh, vamos, Meredith, ¿crees que se hará daño con la alfombra o la tapicería acolchada del sofá?
Holly rió para sus adentros, no había duda de que Ciara estaba en casa. Justo cuando Holly comenzaba a pensar en huir, Meredith abrió la puerta de par en par. Parecía más avinagrada y antipática que de costumbre.
– Holly.
La saludó con una breve inclinación de la cabeza.
– Meredith -la imitó Holly.
Una vez en la sala de estar, Holly buscó a Jack con la mirada, pero comprobó desilusionada que su hermano preferido no estaba presente. Richard se hallaba de pie delante de la chimenea vestido con un suéter de colores sorprendentemente vistosos, quizás iba a soltarse el pelo esa noche. Con las manos en los bolsillos, se balanceaba atrás y adelante, de los talones a la punta de los pies, como un hombre dispuesto a soltar una conferencia. La conferencia iba dirigida a su pobre padre, Frank, que estaba sentado incómodamente en su sillón predilecto y parecía un escolar recibiendo una reprimenda. Richard estaba tan concentrado en su relato que no vio entrar a Holly. Ésta le mandó un beso a su pobre padre a través de la sala, para no verse envuelta en la conversación. El hombre le sonrió e hizo ademán de atrapar el beso al vuelo.
Declan estaba repantingado en el sofá con sus tejanos raídos y una camiseta de South Park, dando furiosas caladas a un cigarrillo mientras Meredith invadía su espacio vital y le advertía sobre los peligros de fumar.
– ¿De verdad? No lo sabía -dijo Declan, mostrando preocupación e interés mientras apagaba el cigarrillo. El rostro de Meredith irradió satisfacción, hasta que Declan le guiñó el ojo a Holly, alcanzó la cajetilla y acto seguido encendió otro pitillo-. Cuéntame más, por favor, me muero por saberlo todo.
Meredith le miró indignada.
Ciara estaba escondida detrás del sofá arrojando palomitas de maíz al cogote del pobre Timothy, que permanecía de pie de cara a la pared en un rincón y tenía demasiado miedo como para volverse. Abbey estaba inmovilizada contra el suelo, sometida a las despóticas órdenes de Emily, la sobrinita de cinco años, una muñeca de expresión malvada. Hizo señas a Holly y movió los labios en silencio, articulando la palabra «socorro».
– Hola, Ciara. -Holly se acercó a su hermana, que se puso de pie de un salto y le dio un gran abrazo, estrechándola con un poco más de fuerza de la habitual-. Bonito pelo.
– ¿Te gusta?
– Sí, el rosa te sienta como anillo al dedo. Ciara se mostró complacida.
– Eso es lo que he intentado decirles -aseguró, entornando los ojos para mirar a Richard y Meredith-. Eh, ¿cómo está mi hermana mayor? -preguntó Ciara en voz baja, frotando el brazo de Holly afectuosamente.
– Bueno, ya puedes imaginarlo. -Holly esbozó una sonrisa-. Voy tirando.
– Jack está en la cocina ayudando a tu madre a preparar la cena, si es que le estás buscando, Holly -anunció Abbey, abriendo desorbitadamente los ojos y pidiendo de nuevo «socorro» en silencio.
Holly miró a Abbey y arqueó las cejas.
– ¿De verdad? Vaya, ¿no es estupendo que le esté echando una mano a mamá?
– Vamos, Holly, no me digas que no sabes lo mucho que le gusta a Jack cocinar. Le encanta, es algo de lo que nunca se cansa -dijo Abbey con sarcasmo.
El padre de Holly rió entre dientes, lo cual interrumpió a Richard. -¿Qué te hace tanta gracia, padre?
Frank se movió nerviosamente en el asiento.
– Me parece sorprendente que todo eso ocurra dentro de uno de esos tubitos de ensayo -dijo Frank con fingido interés.
Richard exhaló un suspiro de desaprobación ante la estupidez de su padre. -Sí, claro, pero debes comprender que te hablo de cosas minúsculas, padre. Resulta bastante fascinante. Los organismos se combinan con… -Y siguió con la perorata mientras su padre volvía a arrellanarse en el sillón, esforzándose por no mirar a Holly.
Holly entró de puntillas en la cocina, donde encontró a su hermano sentado a la mesa con los pies apoyados en una silla, masticando algo.
– ¡Ajá, ahí está, el gran chef en carne y hueso! -exclamó Holly. Jack sonrió y se levantó de la silla.
– Y aquí llega mi hermana favorita. -Arrugó la nariz-. Veo que a ti también te han enredado para asistir al evento. -Se acercó a ella y tendió los brazos para darle uno de sus grandes abrazos de oso-. ¿Cómo estás? -le preguntó al oído.
– Muy bien, gracias. -Holly sonrió con tristeza y le besó en la mejilla antes de volverse hacia su madre-. Querida madre, he venido a ofrecerte mis servicios en este momento tan extremadamente estresante de tu vida -dijo Holly, depositando un beso en la mejilla colorada de su madre.
– Vaya, ¿no soy la mujer más afortunada del mundo al tener unos hijos tan bien dispuestos como vosotros dos? -preguntó Elizabeth con sarcasmo-, Bueno, ya puedes ir escurriendo esas patatas que hay ahí.
– Mamá, háblanos de cuando eras una niña durante la hambruna y no había ni patatas para comer -dijo Jack, con exagerado acento irlandés. Elizabeth le golpeó juguetonamente la cabeza con un trapo.
– Oye, eso pasó muchos años antes de mi época, hijo.
– Pero ¿serás coqueta?
– Pero ¿serás grosero? -intervino Holly.
– ¿Queréis dejar de marearme? -pidió su madre, y se echó a reír. Holly se reunió con su hermano en la mesa.
– Espero que no os dé por tramar ninguna diablura esta noche. Me gustaría que, para variar, hoy nuestra casa fuese zona neutral.
– Mamá, me asombra que te haya pasado esa idea por la cabeza -contestó Jack, guiñándole el ojo a Holly.
– Perfecto -dijo la mujer con escepticismo-. Bueno, lo siento, chicos, pero aquí ya no hay nada más que hacer. La cena estará lista dentro de un momento.
– Vaya -se lamentó Holly.
Elizabeth se sentó con sus hijos a la mesa y los tres miraron hacia la puerta, pensando exactamente lo mismo.
– ¡No, Abbey! -protestó Emily, gritando-. No estás haciendo lo que te he dicho. -Y rompió a llorar.
Acto seguido se oyó una gran carcajada de Richard. Sin duda acababa de contar un chiste, ya que era el único que se reía.
– Aunque supongo que no estará de más que nos quedemos aquí a vigilar el punto de cocción -agregó Elizabeth.
– Todo el mundo a la mesa. La cena ya está lista -anunció Elizabeth, y todos se dirigieron al comedor.
Se produjo un momento un tanto incómodo, como cuando en una fiesta de cumpleaños infantil todos se apresuran a sentarse al lado de sus mejores amigos. Finalmente, Holly se dio por satisfecha con su sitio en la mesa y se sentó con su madre a la izquierda, en una cabecera de la mesa, y Jack a su derecha. Abbey se sentó con cara de pocos amigos entre Jack y Richard. Jack tendría que hacer las paces con ella cuando regresaran a casa. Declan se situó delante de Holly, y a su lado quedó el asiento vacío donde debería haber estado Thimothy luego Emily y Meredith, y por último Ciara. Por desgracia, al padre de Holly le tocó ocupar la otra cabecera de la mesa, entre Richard y Ciara, aunque teniendo en cuenta su talante sosegado era el mejor preparado para mediar entre ellos.
Todos soltaron exclamaciones de entusiasmo cuando Elizabeth llevó las bandejas de comida y los aromas llenaron la estancia. A Holly le encantaban la, habilidades culinarias de su madre, quien siempre se atrevía a experimentar con nuevos sabores y recetas, rasgo que no había heredado ninguna de sus hijas.
– Eh, el pobre Timmy se estará muriendo de hambre en ese rincón -dijo Ciara a Richard-. Supongo que con el rato que lleva ahí ya habrá cumplido su condena.
Sabía de sobra que pisaba terreno resbaladizo, pero le encantaba correr ese peligro y, además, disfrutaba como una loca incordiando a Richard. Al fin Y al cabo, tenía que recuperar el tiempo perdido, pues había estado un año fuera.
– Ciara, es muy importante que Timothy sepa cuándo ha hecho algo malo-explicó Richard.
– Sí, ya, pero ¿no bastaría con que se lo dijeras?
El resto de la familia tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a reír.
– Es preciso que sepa que sus actos le acarrearán graves consecuencias para que no los repita-insistió Richard.
– Ah, bueno -dijo Ciara, alzando la voz-. Pero se está perdiendo toda esta comida tan rica. Mmmm… -agregó, relamiéndose.
– Basta, Ciara -la interrumpió bruscamente Elizabeth.
– O tendrás que ponerte de cara a la pared -concluyó Jack con impostada severidad.
La mesa en pleno estalló en carcajadas, con la excepción de Richard y Meredith, por supuesto.
– A ver, Ciara, cuéntanos tus aventuras en Australia -se apresuró a sugerir Frank.
– Oh, ha sido alucinante, papá-dijo Ciara con un brillo intenso en la mirada-. No dudaría en recomendar a cualquiera un viaje a ese país. -No obstante, el vuelo es espantosamente largo -intervino Richard.
– Sí que lo es, pero merece la pena con creces -replicó Ciara.
– ¿Te has hecho más tatuajes? -preguntó Holly.
– Sí, mira. -Ciara se levantó de la mesa y se bajó los pantalones, mostrando la mariposa que llevaba en el trasero.
Su madre, su padre, Richard y Meredith protestaron indignados mientras los demás no podían parar de reír. La situación se prolongó un buen rato. Finalmente, cuando Clara se hubo disculpado y Meredith dejó de tapar los ojos de Emily con una mano, la mesa recobró la calma.
– Esas cosas son repugnantes -opinó Richard con acritud.
– A mí las mariposas me parecen bonitas, papá -dijo Emily con inocencia.
– Sí, algunas mariposas son bonitas, Emily, pero me estoy refiriendo a los tatuajes. Pueden causarte toda clase de enfermedades y problemas.
La sonrisa de Emily se desvaneció.
– Oye, no me hice esto precisamente en un antro inmundo compartiendo agujas con traficantes de drogas, ¿sabes? Era un sitio perfectamente limpio -se excusó Ciara.
– Vaya, si eso no es un oxímoron es que nunca he oído uno -soltó Mered¡th.
– ¿Has estado en alguno últimamente, Meredith? -preguntó Clara con una contundencia un tanto excesiva.
– Bueno, yo… no -farfulló su cuñada-. No, nunca he estado en un sitio de ésos, gracias, pero estoy segura de que son así. -Se volvió hacia Emily-. Son lugares sucios y horribles, Emily, a los que sólo va gente peligrosa.
– ¿Tía Ciara es peligrosa, mamá?
– Sólo para las niñitas pelirrojas de cinco años -dijo Clara, masticando a dos carrillos.
Emily se quedó perpleja.
– Richard, cariño, ¿crees que Timmy quizá querría venir a comer algo ahora? -preguntó educadamente Elizabeth.
– Se llama Timothy -puntualizó Meredith.
– Sí, madre, creo que estaría bien que viniera -dijo Richard.
Muy disgustado, Timothy entró lentamente en el comedor con la cabeza gacha y, en silencio, ocupó su sitio al lado de Declan. El corazón de Holly saltó en defensa de su sobrino. Qué crueldad tratar así a un niño, qué crueldad impedirle ser un niño… De pronto sus compasivos pensamientos se esfumaron al notar que el pequeño le arreaba una patada en la espinilla por debajo de la mesa. Deberían haberlo dejado un rato más de cara a la pared.