La Comunidad del Anillo - Tolkien John Ronald reuel


Annotation

En la adormecida e idílica Comarca, un joven hobbit recibe un encargo: custodiar el Anillo Único y emprender el viaje para su destrucción en las Grietas del Destino. Acompañado por magos, hombres, elfos y enanos, atravesará la Tierra Media y se internará en las sombras de Mordor, perseguido siempre por las huestes de Sauron, el Señor Oscuro, dispuesto a recuperar su creación para establecer el dominio definitivo del Mal.

J. R. R. Tolkien

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS

I

Minotauro

Título original: The Lord of the Rings I. The Fellowships of the Ring

Primera edición en inglés: 1954

Traducción: Luis Domènech

Ilustrado por Alan Lee

ISBN: 978-84-450-7749-8

Tres anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.

Siete para los Señores Enanos en casas de piedra.

Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.

Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro

en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.

Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,

un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas

en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.

PREFACIO

Esta narración nació mientras se narraba, hasta convertirse en una historia de la Gran Guerra del Anillo e incluir muchos atisbos de la historia aún más antigua que la antecede. Fue iniciada poco después de haberse escrito El Hobbity antes de que se publicase en 1937; pero no continué esta secuela, pues primero deseé completar y ordenar la mitología y las leyendas de los Días Antiguos, que habían empezado a cobrar forma años antes. Quería hacer esto para mi propia satisfacción, y tenía pocas esperanzas de que a otra gente pudiera interesarle este trabajo, sobre todo porque era de inspiración originariamente lingüística, y fue comenzado para proporcionar un necesario fondo «histórico» a las lenguas élficas.

Cuando aquellos a quienes solicité opinión y consejo cambiaron pocas esperanzaspor ninguna esperanza, volví a la secuela, animado por los lectores que me pedían más información sobre los hobbits y sus aventuras. Pero la historia fue llevada inexorablemente al mundo más viejo, y de alguna manera se convirtió en un relato del fin y el acabamiento de ese mundo antes de que fuera contado el principio y el medio. El proceso había comenzado mientras escribía El Hobbit, donde hay ya algunas referencias al material más antiguo: Elrond, Gondolin, los Altos Elfos, y los Orcos, así como lo que había alcanzado a vislumbrar en cosas que eran más altas o más profundas, o más oscuras que la superficie: Durin, Moria, Gandalf, el Nigromante, el Anillo. El descubrimiento del significado de estos atisbos, y de la relación que tenían con las viejas historias, me llevó a la Tercera Edad y a su culminación en la Guerra del Anillo.

Aquellos que requirieron más información sobre los hobbits, la consiguieron eventualmente, pero tuvieron que esperar un largo tiempo, pues la composición de El Señor de los Anilloscontinuó a intervalos desde 1936 a 1937, período en el que yo tenía muchas obligaciones que no descuidé, y muchos otros intereses como profesor que muy a menudo me absorbían. El retraso se alargó, por supuesto, con el estallido de la guerra en 1939, y el año concluyó cuando el relato no había alcanzado aún el fin del Libro I. A pesar de la oscuridad de los próximos cinco años descubrí que ahora la historia no podía ser abandonada por completo, y continué adelante, principalmente de noche, hasta que llegué a la tumba de Balin en Moria. Allí me detuve un largo rato. Pasó casi un año antes que retomara la historia, y a fines de 1941 llegué a Lothlórien y el Río Grande. Al año siguiente escribí los primeros esbozos de lo que sería el Libro III, y los comienzos de los capítulos 1 y 3 del Libro V, y me detuve cuando los fuegos llameaban en Anórien y Théoden llegó al Valle Sagrado. La visión se había apagado y no era tiempo de ponerse a pensar.

Fue en 1944 cuando, abandonando los cabos sueltos y perplejidades de una guerra que me tocaba conducir, me obligué a narrar el viaje de Frodo a Mordor. Estos capítulos que eventualmente se convertirían en el Libro IV, fueron escritos y remitidos como un serial a mi hijo Cristopher, entonces en África del Sur con la R.A.F. No obstante, pasaron otros cinco años antes de que el relato alcanzase su forma actual; en ese tiempo cambié casa, cátedra y colegio, y las jornadas eran menos oscuras, pero no menos laboriosas. Y ahora que había llegado al «fin», había que revisar toda la historia, y en verdad re-escribirla, hacia atrás. Y yo mismo tenía que pasarla a máquina, una y otra vez, pues el costo de una dactilógrafa profesional estaba fuera de mi alcance.

El Señor de los Anillosha sido leído por mucha gente desde que al fin apareció impreso, y me gustaría decir algo aquí a propósito de las muchas opiniones o atisbos que he recibido o leído en relación con los motivos y el significado del relato. El primer motivo fue el deseo de un cuentista: probar la mano en una historia realmente larga que mantendría la atención del lector, lo divertiría, lo deleitaría, y a veces quizá lo excitaría o lo conmovería profundamente. No tenía otra guía que mis propios sentimientos acerca de lo que es atractivo o conmovedor, y para muchos esta guía no era, por supuesto, adecuada. Algunos de los que leyeron el libro, o al menos que lo reseñaron, lo han encontrado aburrido, absurdo, o despreciable; y yo no tengo por qué quejarme, pues pienso casi lo mismo acerca de sus obras, o de los tipos de libros que evidentemente prefieren. Pero aun desde el punto de vista de muchos de los que han disfrutado de mi narración hay cuestiones insatisfactorias. Quizá no sea posible en un relato tan largo contentar de continuo a todo el mundo; pues descubrí en las cartas que me enviaban que los pasajes o capítulos que para algunos eran un defecto, eran para otros motivo de alabanza. El más crítico de los lectores, yo mismo, encuentra ahora muchos defectos, menores y mayores, pero como por fortuna no estoy obligado a reseñar el libro o a escribirlo de nuevo, no los tendré en cuenta, excepto uno que ya ha sido señalado por otra gente: la obra es demasiado corta.

En cuanto a algún significado interior o «mensaje», no hay ninguno, en las intenciones del autor. A medida que la historia crecía, iba desarrollando raíces (en el pasado) y echaba ramas inesperadas; pero el tema principal ya estaba decidido en un comienzo por la inevitable elección del Anillo como eslabón entre la nueva historia y El Hobbit. El capítulo crucial, «La sombra del pasado», es una de las partes más viejas de la narración. Fue escrito mucho antes de que las prefiguraciones de 1939 se hubieran convertido en una amenaza de desastre inevitable; y desde ese punto la narración se desarrollaría esencialmente a lo largo de las mismas líneas, si el desastre llegaba a evitarse. Las fuentes son episodios que yo llevaba en la mente desde hacía tiempo, o que en algunos casos ya habían sido escritos, y poco o nada de esto fue modificado por la guerra que había estallado en 1939 o por sus secuelas.

La guerra real no se parecía a la guerra legendaria, ni en su proceso ni en su conclusión. Si hubiese inspirado o encaminado el desarrollo de la leyenda, entonces, por cierto, el Anillo habría sido utilizado contra Sauron; no habría sido aniquilado sino esclavizado, y Barad-dûr hubiera sido ocupada y no destruida. Saruman, como no puede apoderarse del Anillo, envuelto en las confusiones y traiciones de la época, hubiera encontrado en Mordor los eslabones perdidos de sus propias investigaciones sobre la historia del Anillo, y no habría tardado en fabricar un Gran Anillo propio con el que podría desafiar el Señor de la Tierra Media. En ese conflicto ambos bandos hubieran odiado y despreciado a los hobbits; no hubieran sobrevivido mucho tiempo ni siquiera como esclavos.

Podrían haberse ideado otros cambios de acuerdo con los gustos y opiniones de los aficionados a las alegorías o las referencias tópicas. Pero detesto cordialmente la alegoría en todas sus manifestaciones, y siempre me ha parecido así desde que me hice bastante viejo y cauteloso como para detectarlas. Prefiero la historia, auténtica o inventada, de variada aplicabilidad al pensamiento y la experiencia de los lectores. Pienso que muchos confunden «aplicabilidad» con «alegoría»; pero la primera reside en la libertad del lector, y la otra en un pretendido dominio del autor.

Un autor no puede, por supuesto, dejar de ser afectado por su propia experiencia, pero los modos en que el germen de una historia utiliza el suelo fértil de la experiencia son extremadamente complejos, y cualquier intento de definir el proceso no es más que el mero atisbo de una evidencia inadecuada y ambigua. Es también falso, aunque naturalmente atractivo, cuando la vida de un autor y la de un crítico coinciden en el tiempo, suponer que el movimiento de las ideas o los acontecimientos de la época sean necesariamente las influencias más poderosas. Uno en verdad tiene que encontrarse bajo la sombra de la guerra para sentir toda su opresión, pero a medida que los años pasan parece olvidarse que ser joven en 1914 no era una experiencia menos odiosa que la de vivir en 1939 y los años siguientes. En 1918, sólo uno de mis amigos íntimos no había muerto o para hablar de un asunto menos doloroso: algunos han supuesto que «El saneamiento de la Comarca» refleja la situación de Inglaterra en el tiempo en que yo estaba concluyento mi relato. No es así. El capítulo es parte esencial del argumento, previsto desde un comienzo, aunque modificado en este caso por el carácter de Saruman tal como se desarrolló en la historia, sin, tengo que decirlo, ningún significado alegórico ni ninguna referencia política contemporánea. En realidad está basada en una experiencia, aunque (la situación económica era muy distinta) muy anterior. El país en que pasé mi infancia había sido ruinmente destruido antes que yo tuviera diez años, en días en que los coches de motor eran raros (yo nunca había visto uno) y los hombres construían todavía trenes suburbanos. He visto recientemente en un periódico la imagen de la última decrepitud de un molino de grano que tiempo atrás me había parecido tan importante. Nunca me gustó el aspecto del joven molinero, pero su padre, el viejo molinero, tenía una barba negra y no se llamaba Arenas.

PRÓLOGO

1

De los Hobbits

Este libro trata principalmente de los Hobbits, y el lector descubrirá en sus páginas mucho del carácter y algo de la historia de este pueblo. Podrá encontrarse más información en los extractos del Libro Rojo de la Frontera del Oeste que ya han sido publicados con el título de El Hobbit. El relato tuvo su origen en los primeros capítulos del Libro Rojo, compuesto por Bilbo Bolsón —el primer Hobbit que fue famoso en el mundo entero— y que él tituló Historia de una ida y de una vuelta, pues contaba el viaje de Bilbo hacia el este y la vuelta, aventura que más tarde complicaría a todos los Hobbits en los importantes acontecimientos que aquí se relatan.

No obstante, muchos querrán saber desde un principio algo más de este pueblo notable, y quizá algunos no tengan el libro anterior. Para esos lectores se han reunido aquí algunas notas sobre los puntos más importantes de la tradición hobbit, y se recuerda brevemente la primera aventura.

Los Hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo, más numeroso en tiempos remotos que en la actualidad. Amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entienden ni entendían ni gustan de maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano, aunque fueron muy hábiles con toda clase de herramientas. En otros tiempos desconfiaban en general de «la Gente Grande», como nos llaman, y ahora nos eluden con terror y es difícil encontrarlos. Tienen el oído agudo y la mirada penetrante, y aunque engordan fácilmente, y nunca se apresuran si no es necesario, se mueven con agilidad y destreza. Dominaron desde un principio el arte de desaparecer rápido y en silencio, cuando la Gente Grande con la que no querían tropezar se les acercaba casualmente, y han desarrollado este arte hasta el punto de que a los Hombres puede parecerles verdadera magia. Pero los Hobbits jamás han estudiado magia de ninguna índole, y esas rápidas desapariciones se deben únicamente a una habilidad profesional, que la herencia, la práctica y una íntima amistad con la tierra han desarrollado tanto que es del todo inimitable para las razas más grandes y desmañadas.

Los Hobbits son gente diminuta, más pequeña que los Enanos; menos corpulenta y fornida, pero no mucho más baja. La estatura es variable, entre los dos y los cuatro pies de nuestra medida. Hoy pocas veces alcanzan los tres pies, pero se dice que en otros tiempos eran más altos. De acuerdo con el Libro Rojo, Bandobras Tuk, apodado el Toro Bramador, hijo de Isengrim II, medía cuatro pies y medio y era capaz de montar a caballo. En los archivos de los Hobbits se cuenta que sólo fue superado por dos famosos personajes de la antigüedad, pero de este hecho curioso se habla en el presente libro.

En cuanto a los Hobbits de la Comarca, de quienes tratan esas relaciones, conocieron en un tiempo la paz y la prosperidad y fueron entonces un pueblo feliz. Vestían ropas de brillantes colores, y preferían el amarillo y el verde; muy rara vez usaban zapatos, pues las plantas de los pies eran en ellos duras como el cuero, fuertes y flexibles, y los pies mismos estaban recubiertos de un espeso pelo rizado muy parecido al pelo de las cabezas, de color castaño casi siempre. Por esta razón el único oficio que practicaban poco era el de zapatero, pero tenían dedos largos y habilidosos que les permitían fabricar muchos otros objetos útiles y agradables. En general los rostros eran bonachones más que hermosos, anchos, de ojos vivos, mejillas rojizas y bocas dispuestas a la risa, a la comida y a la bebida. Reían, comían y bebían a menudo y de buena gana; les gustaban las bromas sencillas en todo momento y comer seis veces al día (cuando podían). Eran hospitalarios, aficionados a las fiestas, hacían regalos espontáneamente y los aceptaban con entusiasmo.

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