Las dos torres - Tolkien John Ronald reuel 14 стр.


Bárbol estaba caminando desde hacía largo rato —Pippin había tratado de llevar la cuenta de los «pasos-de-Ent», pero se había perdido alrededor de los tres mil— cuando empezó a aflojar el paso. De pronto se detuvo, bajó a los hobbits, y se llevó a la boca las manos juntas, como formando un tubo hueco. Luego sopló o llamó. Un gran hum, homresonó en los bosques como un cuerno de voz grave, y pareció que los árboles devolvían el eco. De lejos y de distintos sitios llegó un similar hum, hom, humque no era un eco sino una respuesta.

Bárbol cargó a Merry y Pippin sobre los hombros y echó a andar otra vez, lanzando de cuando en cuando otra llamada de cuerno, y las respuestas eran cada vez más claras y próximas. De este modo llegaron al fin a lo que parecía ser un muro impenetrable de árboles oscuros y de hoja perenne, árboles de una especie que los hobbits nunca habían visto antes: las ramas salían directamente de las raíces, y estaban densamente cubiertas de hojas oscuras y lustrosas como de acebo, pero sin espinas, y en el extremo de unos peciolos tiesos y verticales brillaban unos botones grandes y relucientes de color oliva.

Volviéndose hacia la izquierda, y bordeando esta cerca enorme, Bárbol llegó en unas pocas zancadas a una entrada angosta. Un sendero donde se veían muchas huellas atravesaba la cerca y bajaba de repente en una pendiente larga y abrupta. Los hobbits vieron que estaban descendiendo hacia un valle grande, casi tan redondo como un tazón, muy ancho y profundo, coronado en el borde por la alta cerca de árboles oscuros. El interior era liso y herboso, y no había árboles excepto tres abedules plateados muy altos y hermosos que crecían en el fondo del tazón. Otros dos senderos bajaban del valle: desde el oeste y desde el este.

Varios Ents habían llegado ya. Más estaban descendiendo por los otros senderos, y algunos seguían ahora a Bárbol. Cuando se acercaron, los hobbits los miraron con curiosidad. Habían esperado ver un cierto número de criaturas parecidas a Bárbol así como un hobbit se parece a otro (al menos a los ojos de un extranjero), y les sorprendió mucho encontrarse con algo muy distinto. Los Ents eran tan diferentes entre sí como un árbol de otro árbol: algunos tan diferentes como árboles del mismo nombre, pero que no han crecido del mismo modo y no tienen la misma historia; y algunos tan diferentes como si pertenecieran a distintas familias de árboles, como el abedul y el haya, el roble y el abeto. Había unos pocos Ents muy viejos, barbudos y nudosos, como árboles vigorosos pero de mucha edad (aunque ninguno parecía tan viejo como Bárbol), y había Ents robustos y altos, bien ramificados y de piel lisa como árboles del bosque en la plenitud de la edad; pero no se veían Ents jóvenes. Eran en total unas dos docenas de pie en las hierbas del valle, y otros tantos llegaban ahora.

Al principio, a Merry y Pippin les sorprendió sobre todo la variedad de lo que veían: las muchas formas, los colores, las diferencias en el talle, la altura, y el largo de los brazos y piernas; y en el número de dedos de los pies (de tres a nueve). Algunos eran quizá parientes de Bárbol, y parecían hayas o robles. Pero los había de distintas especies. Algunos recordaban al castaño: Ents de piel parda con manos grandes y dedos abiertos, y piernas cortas y macizas; otros, el fresno: Ents altos, rectos y grises con manos de muchos dedos y piernas largas; algunos el abeto (los Ents más altos) y otros el abedul, el pino y el tilo. Pero cuando todos los Ents se reunieron alrededor de Bárbol, inclinando ligeramente las cabezas, murmurando con aquellas voces lentas y musicales, y mirando alrededor larga y seriamente a los extraños, entonces los hobbits vieron que todos eran de la misma condición, y que todos tenían los mismos ojos: no siempre tan viejos y profundos como los de Bárbol, pero con la misma expresión lenta, firme y pensativa, y el mismo centelleo verde.

Tan pronto como toda la compañía estuvo reunida, de pie en un amplio círculo alrededor de Bárbol, se inició una curiosa e ininteligible conversación. Los Ents se pusieron a murmurar lentamente: primero uno y luego otro, hasta que todos estuvieron cantando juntos en una cadencia larga que subía y bajaba, ahora más alta en un sector del círculo, ahora muriendo aquí y creciendo y resonando en algún otro sitio. Aunque Pippin no podía distinguir o entender ninguna de las palabras —suponía que el lenguaje era éntico—, el sonido le pareció muy agradable al principio, aunque poco a poco dejó de prestar atención. Al cabo de mucho tiempo (y la salmodia no mostraba signos de declinación) se encontró preguntándose, y ya que el éntico era un lenguaje tan poco «apresurado», si no estarían aún en los Buenos días, y en el caso de que Bárbol pasara lista cuánto tiempo tardarían en entonar todos los nombres. —Me pregunto cómo se dirá o noen éntico —se dijo. Bostezó.

Bárbol advirtió en seguida la inquietud de Pippin.

Hm, ha, hey, mi Pippin —dijo, y todos los otros Ents interrumpieron el canto—. Sois gente apresurada, lo había olvidado; y por otra parte es fatigoso escuchar un discurso que no se entiende. Podéis bajar ahora. Ya he transmitido vuestros nombres a la Cámara de los Ents, y ellos os han visto, y todos están de acuerdo en que no sois orcos, y en que es necesario añadir otra línea a las viejas listas. No hemos ido más allá hasta ahora, pero hemos ido rápido tratándose de una Cámara de Ents. Tú y Merry podéis pasearos por el valle, si queréis. Hay un manantial de agua buena y fresca allá en la barranca norte. Todavía tenemos que decir algunas palabras antes que la asamblea comience de veras. Yo iré a veros y os contaré cómo van las cosas.

Puso a los hobbits en tierra. Antes de alejarse, Merry y Pippin saludaron haciendo una reverencia. Esta proeza pareció divertir mucho a los Ents, a juzgar por el tono de los murmullos que se oyeron entonces, y el centelleo que les asomó a los ojos; pero pronto volvieron de nuevo a sus propios asuntos. Merry y Pippin subieron por el sendero que venía del oeste, y miraron a través de la abertura en la cerca. Unas cuestas largas y cubiertas de árboles subían desde el borde del valle, y más allá, sobre los pinos de la estribación más lejana, se alzaba, afilado y blanco, el pico de una elevada montaña. A la izquierda y hacia el sur alcanzaban a ver el bosque que se perdía en una lejanía gris. Allí y muy distante creyeron distinguir un débil resplandor verde, que Merry atribuyó a las llanuras de Rohan.

—Me pregunto dónde estará Isengard —reflexionó Pippin.

—No sé muy bien dónde estamos nosotros —dijo Merry—, pero es posible que sea el Methedras, y creo recordar que el anillo de Isengard se encuentra en una bifurcación o una abertura profunda en el extremo de las montañas, probablemente detrás de esa cordillera. Parece haber una niebla o humo allí arriba, a la izquierda del pico, ¿no crees?

—Pero, ¿cómo es Isengard? —dijo Pippin—. Me pregunto qué pueden hacer ahí los Ents, de todos modos.

—Yo también me lo pregunto —dijo Merry—. Isengard es una especie de anillo de rocas o colinas, pienso, alrededor de un espacio llano o una isla o pilar de piedra en el medio, y que llaman Orthanc. Saruman tiene una torre ahí. Hay una entrada, quizá más de una, en la muralla circular, y creo que la atraviesa un río; desciende de las montañas y corre a través del Paso de Rohan. No parece un lugar muy apropiado para que los Ents puedan hacer algo ahí. Pero tengo una rara impresión acerca de estos Ents: de algún modo no creo que sean tan poco peligrosos y, bueno, tan graciosos como parecen. Son lentos, extraños, y pacientes, casi tristes; y, sin embargo, creo que algo podría despertarlos. Si eso ocurriera alguna vez, no me gustaría estar en el bando opuesto.

—¡Sí! —dijo Pippin—. Entiendo qué quieres decir. Quizá ésa sea toda la diferencia entre una vieja vaca echada que rumia en paz y un toro que embiste, y el cambio puede ocurrir de pronto. Me pregunto si Bárbol conseguirá despertarlos. Estoy seguro de que lo intentará. Pero no les gusta que los exciten. Bárbol se excitó durante un momento anoche, y luego se contuvo otra vez.

Los hobbits se volvieron. Las voces de los Ents todavía se alzaban y bajaban en el cónclave. El sol había subido y miraba ahora por encima de la cerca; brillaba en las copas de los abedules e iluminaba el lado norte del valle con una fresca luz amarilla. Allí centelleaba un pequeño manantial. Caminaron a lo largo del borde de la concavidad al pie de los árboles perennes —era agradable sentir de nuevo la hierba fresca en los pies, y no tener prisa— y luego descendieron al agua del manantial. Bebieron un poco, un trago de agua fresca, fría y acre, y se sentaron sobre una piedra mohosa, mirando los dibujos del sol en la hierba y las sombras de las nubes que navegaban en el cielo. El murmullo de los Ents continuaba. El valle parecía un sitio muy extraño y remoto, fuera del mundo, y alejado de todo lo que habían vivido hasta entonces. Los invadió una profunda nostalgia, y recordaron con tristeza los rostros y las voces de los otros compañeros, especialmente de Frodo y Sam y Trancos.

Al fin hubo una pausa en las voces de los Ents; y alzando los ojos vieron que Bárbol venía hacia ellos, con otro Ent al lado.

—Hm, hum, aquí estoy otra vez —dijo Bárbol—. ¿Comenzabais a cansaros y a sentir alguna impaciencia, hmm, eh? Bueno, temo que aún no sea tiempo de sentirse impaciente. Hemos cumplido la primera etapa, pero todavía falta mucho que explicar a aquellos que viven lejos de aquí, lejos de Isengard, y también a aquellos que no pude ver antes de la Asamblea, y luego habrá que decidir si se puede hacer algo. Sin embargo, para decidirse a hacer algo, los Ents no necesitan tanto tiempo como para examinar todos los hechos y acontecimientos sobre los que será necesario decidirse. No obstante, y de nada serviría negarlo, estaremos aquí mucho tiempo todavía: un par de días quizá. De modo que os traje compañía. Tiene una casa éntica cerca. Se llama Bregalad, en élfico. Dice que ya se ha decidido y no necesita quedarse en la Asamblea. Hum, hum, es lo que más se parece entre nosotros a un Ent con prisa. Creo que os entenderéis. ¡Adiós!

Bárbol dio media vuelta y los dejó.

Bregalad se quedó un momento mirando a los hobbits con solemnidad; y ellos también lo miraron, preguntándose cuándo mostraría algún signo de «apresuramiento». Era alto, y parecía ser uno de los Ents más jóvenes; una piel lisa y brillante le cubría los brazos y piernas; tenía labios rojos, y el cabello era verdegrís. Podía inclinarse y balancearse como un árbol joven al viento. Al fin habló, y con una voz resonante pero más alta y clara que la de Bárbol.

—Ha, hum, ¡vamos a dar un paseo, amigos míos! —dijo—. Me llamo Bregalad, lo que en vuestra lengua significa Ramaviva. Pero esto no es más que un apodo, por supuesto. Me llaman así desde el momento en que le dije sí a un Ent anciano antes que terminara de hacerme una pregunta. También bebo rápidamente y me voy cuando otros todavía están mojándose las barbas. ¡Venid conmigo!

Bajó dos brazos bien torneados y les dio una mano de dedos largos a cada uno de los hobbits. Todo ese día caminaron con él por los bosques, cantando y riendo, pues Ramaviva reía a menudo. Reía si el sol salía de detrás de una nube, reía cuando encontraban un arroyo o un manantial: se inclinaba entonces y se refrescaba con agua los pies y la cabeza; reía a veces cuando se oía algún sonido o murmullo en los árboles. Cada vez que tropezaban con un fresno se detenía un rato con los brazos extendidos, y entonces cantaba, balanceándose.

Al atardecer llevó a los hobbits a una casa éntica que era sólo una piedra musgosa puesta sobre unas matas de hierba en un barranco verde. Unos fresnos crecían en círculo alrededor, y había agua, como en todas las casas énticas, un manantial que brotaba en burbujas. Hablaron un rato mientras la oscuridad caía en el bosque. No muy lejos las voces de la Cámara de los Ents podían oírse aún; pero ahora parecían más graves y menos ociosas, y de cuando en cuando un vozarrón se alzaba en una música alta y rápida, mientras todas las otras parecían apagarse. Pero junto a ellos Bregalad hablaba gentilmente en la lengua de los hobbits, casi susurrando; y ellos se enteraron de que pertenecía a la raza de los Cortezas, y que el país donde vivieran antes había sido devastado. Esto pareció a los hobbits suficiente como para explicar el «apresuramiento» de Ramaviva, al menos en lo que se refería a los orcos.

—Había fresnos en mi casa —dijo Bregalad, con una dulce tristeza—, fresnos que echaron raíces cuando yo era aún un Entando, hace muchos años en el silencio del mundo. Los más viejos fueron plantados por Ents para probar y complacer a las Ents-mujeres; pero ellas los miraron y sonrieron y dijeron que conocían un sitio donde los capullos eran más blancos y los frutos más abundantes. Pero ya no quedan árboles de esa raza, el pueblo de la Rosa, que eran tan hermosos a mis ojos. Y esos árboles crecieron y crecieron, hasta que la sombra de cada uno fue como una sala verde, y los frutos rojos del otoño colgaron como una carga, de maravillosa belleza. Los pájaros acostumbraban anidar en ellos. Me gustan los pájaros, aun cuando parlotean; y en los fresnos había pájaros de sobra. Pero estos pájaros de pronto se hicieron hostiles, ávidos, y desgarraron los árboles y derribaron los frutos pero no se los comieron. Luego llegaron los orcos blandiendo hachas y echaron abajo los árboles. Llegué y los llamé por los largos nombres que ellos tenían, pero no se movieron, no oyeron ni respondieron: estaban todos muertos.

¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimírië!

¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!

¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!

Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:

¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!

Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;

tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.

¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimírië!

Los hobbits se durmieron con la música del dulce canto de Bregalad, que parecía lamentar en muchas lenguas la caída de los árboles que él había amado.

El día siguiente también lo pasaron en compañía de Bregalad, pero no se alejaron mucho de la «casa». La mayor parte del tiempo se quedaron sentados en silencio al abrigo de la barranca; pues el viento era más frío, y las nubes más bajas y grises; el sol brillaba poco, y a lo lejos las voces de los Ents reunidos en Asamblea todavía subían y bajaban, a veces altas y fuertes, a veces bajas y tristes, a veces rápidas, a veces lentas y solemnes como un himno. Llegó otra noche y el cónclave de los Ents continuaba bajo unas nubes rápidas y estrellas caprichosas.

El tercer día amaneció triste y ventoso. Al alba las voces de los Ents estallaron en un clamor y luego se apagaron de nuevo. La mañana avanzó, y el viento amainó y el aire se colmó de una pesada expectativa. Los hobbits pudieron ver que Bregalad escuchaba ahora con atención, aunque ellos, en la cañada de la casa éntica, apenas alcanzaban a oír los rumores provenientes de la Asamblea.

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