Llegó la tarde, y el sol que descendía en el oeste hacia las montañas lanzó unos largos rayos amarillos entre las grietas y fisuras de las nubes. De pronto cayeron en la cuenta de que todo estaba muy tranquilo; el bosque entero esperaba en un atento silencio. Por supuesto, las voces de los Ents habían callado. ¿Qué significaba esto? Bregalad, erguido y tenso, miraba al norte, hacia el Valle Emboscado.
En seguida y con un estruendo llegó un grito resonante: ¡rahumrah!Los árboles se estremecieron y se inclinaron como si los hubiera atacado un huracán. Hubo otra pausa, y luego se oyó una música de marcha, como de solemnes tambores, y por encima de los redobles y los golpes se elevaron unas voces que cantaban altas y fuertes.
Venimos, venimos, con un redoble de tambor: ¡ta-runda runda runda rom!
Los Ents venían, y el canto se elevaba cada vez más cerca y más sonoro.
Venimos, venimos con cuernos y tambores: ¡ta-runa runa runa rom!
Bregalad recogió a los hobbits y se alejó de la casa.
No tardaron en ver la tropa en marcha que se acercaba; los Ents cantaban bajando por la pendiente a grandes pasos. Bárbol venía a la cabeza, y detrás unos cincuenta seguidores, de dos en fondo, marcando el ritmo con los pies y golpeándose los flancos con las manos. Cuando estuvieron más cerca, se pudo ver que los ojos de los Ents relampagueaban y centelleaban.
—¡Hum, hom! ¡Henos aquí con un estruendo, henos aquí por fin! —llamó Bárbol cuando estuvo a la vista de Bregalad y los hobbits—. ¡Venid, uníos a la Asamblea! Partimos. ¡Partimos hacia Isengard!
—¡A Isengard! —gritaron los Ents con muchas voces.
—¡A Isengard!
¡A Isengard! Aunque Isengard esté clausurada con puertas de piedra; aunque Isengard sea fuerte y dura, tan fría como la piedra y desnuda como el hueso,
partimos, partimos, partimos a la guerra, a romper la piedra y derribar las puertas;
pues el tronco y la rama están ardiendo ahora, el horno ruge; ¡partimos a la guerra!
Al país de las tinieblas con paso de destino, con redoble de tambor, marchamos, marchamos.
¡A Isengard marchamos con el destino!
¡Marchamos con el destino, con el destino marchamos!
Así cantaban mientras marchaban hacia el sur.
Bregalad, los ojos brillantes, se metió de un salto en la fila junto a Bárbol. El viejo Ent volvió a levantar a los hobbits, y se los puso otra vez sobre los hombros, y así ellos cabalgaron orgullosos a la cabeza de la compañía que iba cantando, el corazón palpitante, y la frente bien alta. Aunque habían esperado que algo ocurriera al fin, el cambio que se había operado en los Ents les parecía sorprendente, como si ahora se hubiese soltado una avenida de agua, que un dique había contenido mucho tiempo.
—Al fin y al cabo, los Ents no tardan mucho en decidirse, ¿no te parece? —se aventuró a decir Pippin al cabo de un rato, cuando el canto se interrumpió un momento, y sólo se oyó el batir de las manos y los pies.
—¿No tardan mucho? —dijo Bárbol—. ¡Hum! Sí, en verdad. Tardamos menos de lo que yo había pensado. En verdad no los he visto despiertos como ahora desde hace siglos. A nosotros los Ents no nos gusta que nos despierten, y no despertamos sino cuando nuestros árboles y nuestras vidas están en grave peligro. Esto no ha ocurrido en el Bosque desde las guerras de Sauron y los Hombres del Mar. Es la obra de los orcos, esa destrucción por el placer de destruir, rárum, sin ni siquiera la mala excusa de tener que alimentar las hogueras, lo que nos ha encolerizado de este modo, y la traición de un vecino, de quien esperábamos ayuda. Los Magos tendrían que ser más sagaces: son más sagaces. No hay maldición en élfico, éntico, o las lenguas de los Hombres bastante fuerte para semejante perfidia. ¡Abajo Saruman!
—¿Derribaréis realmente las puertas de Isengard? —le preguntó Merry.
—Ho, hm, bueno, podríamos hacerlo en verdad. No sabéis quizá qué fuertes somos. Quizá habéis oído hablar de los trolls. Son extremadamente fuertes. Pero los trolls son sólo una impostura, fabricados por el Enemigo en la Gran Oscuridad, una falsa imitación de los Ents, así como los orcos son imitación de los Elfos. Somos más fuertes que los trolls. Estamos hechos de los huesos de la tierra. Somos capaces de quebrar la piedra, como las raíces de los árboles, sólo que más de prisa, mucho más de prisa, ¡cuando estamos despiertos! Si no nos abaten, o si no nos destruye el fuego o alguna magia, podríamos reducir Isengard a un montón de astillas, y convertir esos muros en escombros.
—Pero Saruman tratará de deteneros, ¿no es cierto?
—Hm, ah, sí, así es. No lo he olvidado. En verdad lo he pensado mucho tiempo. Pero, veréis, muchos de los Ents son más jóvenes que yo, en muchas vidas de árboles. Están todos despiertos ahora, y no piensan sino una cosa: destruir Isengard. Pero pronto se pondrán a pensar en otras cosas; se enfriarán un poco, cuando tomemos la bebida de la noche. ¡Qué sed tendremos! ¡Pero que ahora marchen y canten! Hay que recorrer un largo camino, y sobrará tiempo para pensar. Ya es bastante habernos puesto en camino.
Bárbol continuó marchando, cantando con los otros durante un tiempo. Pero luego bajó la voz, que fue sólo un murmullo, y al fin calló otra vez. Pippin alcanzó a ver que la vieja frente del Ent estaba toda arrugada y nudosa. Al fin Bárbol alzó los ojos, y Pippin descubrió una mirada triste, triste pero no desdichada. Había una luz en ellos, como si la llama verde se le hubiera hundido aún más en los pozos oscuros del pensamiento.
—Por supuesto, es bastante verosímil, amigos míos —dijo con lentitud—, bastante verosímil que estemos yendo a nuestraperdición: la última marcha de los Ents. Pero si nos quedamos en casa y no hacemos nada, la perdición nos alcanzará de todos modos, tarde o temprano. Este pensamiento está creciendo desde hace mucho en nuestros corazones; y por eso estamos marchando ahora. No fue una resolución apresurada. Ahora al menos la última marcha de los Ents quizá merezca una canción. Ay —suspiró—, podemos ayudar a los otros pueblos antes de irnos. Sin embargo, me hubiera gustado ver que las canciones sobre las Ents-mujeres se cumplían de algún modo. Me hubiera gustado de veras ver otra vez a Fimbrethil. Pero en esto, amigos míos, las canciones como los árboles dan frutos en el tiempo que corresponde y según leyes propias: y a veces se marchitan prematuramente.
Los Ents continuaban caminando a grandes pasos. Habían descendido a un largo repliegue del terreno que se alejaba bajando hacia el sur, y ahora empezaban a trepar, cada vez más arriba, hacia la elevada cresta del oeste. El bosque se hizo menos denso y llegaron a unos pequeños montes de abedules, y luego a unas pendientes desnudas donde sólo crecían unos pinos raquíticos. El sol se hundió detrás de la giba oscura de la loma que se alzaba delante. El crepúsculo gris cayó sobre ellos.
Pippin miró hacia atrás. El número de los Ents había crecido... ¿o qué ocurría ahora? Donde se extendían las faldas desnudas y oscuras que acababan de cruzar, creyó ver montes de árboles. ¡Pero estaban moviéndose! ¿Era posible que el bosque entero de Fangorn hubiera despertado, y que ahora marchase por encima de las colinas hacia la guerra? Se frotó los ojos preguntándose si no lo habrían engañado el sueño o las sombras; pero las grandes formas grises continuaban avanzando firmemente. Se oía un ruido como el del viento en muchas ramas. Los Ents se acercaban ahora a la cima de la estribación, y todos los cantos habían cesado. Cayó la noche, y se hizo el silencio; no se oía otra cosa que un débil temblor de tierra bajo los pies de los Ents, y un roce, la sombra de un susurro, como de muchas hojas llevadas por el viento. Al fin se encontraron sobre la cima, y miraron allá abajo un pozo oscuro: la gran depresión en el extremo de las montañas: Nan Curunír, el Valle de Saruman.
—La noche se extiende sobre Isengard —dijo Bárbol.
5
EL CABALLERO BLANCO
—Estoy helado hasta los huesos —dijo Gimli batiendo los brazos y golpeando los pies contra el suelo. Por fin había llegado el día. Al alba los compañeros habían desayunado como habían podido; ahora, a la luz creciente, estaban preparándose a examinar el suelo otra vez en busca de rastros de hobbits.
—¡Y no olvidéis a ese viejo! —dijo Gimli—. Me sentiría más feliz si pudiera ver la huella de una bota.
—¿Por qué eso te haría feliz? —preguntó Legolas.
—Porque un viejo con pies que dejan huellas no será sino lo que parece —respondió el Enano.
—Quizá —dijo el Elfo—, pero es posible que una bota pesada no deje aquí marca alguna. La hierba es espesa y elástica.
—Eso no confundiría a un Montaraz —dijo Gimli—. Una brizna doblada le basta a Aragorn. Pero no espero que él encuentre algún rastro. Era el fantasma maligno de Saruman lo que vimos anoche. Estoy seguro, aun a la luz de la mañana. Quizá los ojos de Saruman nos miran desde Fangorn en este mismo momento.
—Es muy posible —dijo Aragorn—; sin embargo, no estoy seguro. Estaba pensando en los caballos. Dijiste anoche, Gimli, que el miedo los espantó. Pero yo no lo creo. ¿Los oíste, Legolas? ¿Te parecieron unas bestias aterrorizadas?
—No —dijo Legolas—. Los oí claramente. Si no hubiese sido por las tinieblas y nuestro propio miedo, yo hubiera pensado que eran bestias dominadas por alguna alegría repentina. Hablaban como caballos que encuentran un amigo después de mucho tiempo.
—Así me pareció —dijo Aragorn—, pero no puedo resolver el enigma, a menos que vuelvan. ¡Vamos! La luz crece rápidamente. ¡Miremos primero y dejemos las conjeturas para después! Comenzaremos por aquí, cerca del campamento, buscando con cuidado alrededor, y subiendo después hacia el bosque. Nuestro propósito es encontrar a los hobbits, aparte de lo que podamos pensar de nuestro visitante nocturno. Si por alguna casualidad han podido escapar, tienen que haberse ocultado entre los árboles, o los hubieran visto. Si no encontramos nada entre aquí y los lindes del bosque, los buscaremos en el campo de batalla entre las cenizas. Pero ahí hay pocas esperanzas: los Jinetes de Rohan han hecho su trabajo demasiado bien.
Durante algún tiempo los compañeros se arrastraron tanteando el suelo. El árbol se alzaba melancólico sobre ellos; las hojas secas colgaban flojas ahora y crujían en el viento helado del este. Aragorn se alejó con lentitud. Llegó junto a las cenizas de la hoguera de campaña cerca de la orilla del río, y luego retrocedió hasta la loma donde se había librado el combate. De pronto se detuvo y se inclinó, casi tocando la hierba con la cara. Llamó a los otros, que se acercaron corriendo.
—¡Aquí al fin hay algo nuevo! —dijo Aragorn. Alzó una hoja rota y la mostró, una hoja grande y pálida de desvaído color dorado, ya casi pardo—. He aquí una hoja de mallorn de Lórien, con unas pequeñas migas encima, y unas pocas migas más en la hierba. ¡Y mirad! ¡Unos trozos de cuerda cerca!
—¡Y he aquí el cuchillo que cortó la cuerda! —dijo Gimli, y extrajo de entre unas hierbas, donde la había hundido algún pie pesado, una hoja corta y mellada. Al lado estaba la empuñadura—. Es un arma de orco —dijo tomándola con precaución y observando con disgusto el mango labrado; tenía la forma de una horrible cabeza de ojos bizcos y boca torcida.
—Pues bien, ¡he aquí el enigma más raro que hayamos encontrado hasta ahora! —dijo Legolas—. Un prisionero atado consigue eludir a los orcos y a los jinetes que los rodean. Luego se detiene, aún al descubierto, y corta las ataduras con un cuchillo de orco. ¿Pero cómo y por qué? Pues si tenía las piernas atadas, ¿cómo pudo caminar? Y si tenía los brazos atados, ¿cómo pudo utilizar el cuchillo? Y si ni las piernas ni los brazos estaban atados, ¿por qué cortó las cuerdas? Contento de haber mostrado tamaña habilidad, ¡se sienta a comer tranquilamente un poco de pan de viaje! Esto al menos basta para saber que se trataba de un hobbit, aun sin la hoja de mallorn. Luego de esto, supongo, trocó los brazos en alas y se alejó cantando hacia los árboles. Tiene que ser fácil encontrarlo, ¡sólo falta que nosotros también tengamos alas!
—Es cosa de brujos, obviamente —dijo Gimli—. ¿Qué estaba haciendo ese viejo? ¿Qué dices tú, Aragorn, de la interpretación de Legolas? ¿Puedes mejorarla?
—Quizá —dijo Aragorn, sonriendo—. Hay otros signos al alcance de la mano que no habéis tenido en cuenta. Estoy de acuerdo en que el prisionero era un hobbit, y que tenía los pies o las manos libres antes de llegar aquí. Supongo que eran las manos, pues el enigma se aclara un poco entonces, y también porque de acuerdo con las huellas fue traído aquí por un orco. Se ha vertido sangre en este sitio, sangre de orco. Hay marcas profundas de cascos todo alrededor, y signos de que se llevaron a la rastra una cosa pesada. Los jinetes mataron a un orco, y luego lo arrastraron hasta las hogueras. Pero no vieron al hobbit: no estaba «al descubierto», pues era de noche y llevaba todavía el manto élfico. Estaba agotado y con hambre, y no es raro que después de librarse de las ataduras con el cuchillo del enemigo caído haya descansado y comido un poco antes de irse sigilosamente. Pero es un alivio saber que tenía unas pocas lembasen el bolsillo, aunque haya escapado sin armas ni provisiones; esto es quizá típico de un hobbit. Hablo en singular, aunque espero que Merry y Pippin hayan estado aquí juntos. Nada, sin embargo, permite asegurarlo.
—¿Y cómo supones que alguno de nuestros amigos haya llegado a tener una mano libre?
—No sé cómo ocurrió —respondió Aragorn—. Ni sé tampoco por qué un orco estaba llevándoselos. No para ayudarlos a escapar, es indudable. Pero creo que empiezo a entender algo que me ha intrigado desde el principio. ¿Por qué cuando cayó Boromir los orcos se contentaron con capturar a Merry y a Pippin? No buscaron al resto de nuestra tropa, ni atacaron el campamento, pero en cambio partieron apresuradamente hacia Isengard. ¿Pensaron que habían capturado al Portador del Anillo y a su fiel camarada? No lo creo. Los amos de los orcos no se habrían atrevido a darles órdenes tan claras, aun si estuviesen tan enterados, ni les hubieran hablado tan abiertamente del Anillo; no son servidores de confianza. Pero creo que les ordenaron que capturaran hobbitsvivos, a toda costa. Hubo un intento de escapar con los preciosos prisioneros antes de la batalla. Una traición quizá, bastante verosímil en tales criaturas. Algún orco grande y audaz pudo haber tratado de huir llevándose la presa, para beneficiarse él mismo. Bueno, ésa es mi historia. Podríamos imaginar otras. Pero, en todo caso, de algo podemos estar seguros: al menos uno de nuestros amigos ha escapado. Nuestra tarea es ahora dar con él y ayudarlo antes de volver a Rohan. No permitamos que Fangorn nos desanime, pues la necesidad tiene que haberlo llevado a este sitio oscuro.