Las dos torres - Tolkien John Ronald reuel 17 стр.


—¿Qué quieres saber? —preguntó Aragorn—. Todo lo que ocurrió desde que nos separamos en el puente haría una larga historia. ¿No quisieras ante todo hablarnos de los hobbits? ¿Los encontraste, y están a salvo?

—No, no los encontré —dijo Gandalf—. Hay tinieblas que cubren los valles de Emyn Muil, y no supe que los habían capturado hasta que el águila me lo dijo.

—¡El águila! —dijo Legolas—. He visto un águila volando alto y lejos: la última vez fue hace tres días, sobre Emyn Muil.

—Sí —dijo Gandalf—, era Gwaihir el Señor de los Vientos que me rescató de Orthanc. Lo envié ante mí a observar el Río y a recoger noticias. Tiene ojos penetrantes, pero no puede ver todo lo que pasa bajo los árboles y las colinas. Algo ha visto, y yo vi otras cosas. El Anillo es ahora para mí inalcanzable, lo mismo que para cualquier miembro de la Compañía que partió de Rivendel. El Enemigo estuvo muy cerca de descubrirlo, pero el Anillo escapó. Tuve en eso parte de culpa, pues yo residía entonces en un sitio alto y luché con la Torre Oscura; y la Sombra pasó. Luego me sentí cansado, muy cansado; y marché mucho tiempo hundido en pensamientos sombríos.

—¡Entonces sabes algo de Frodo! —exclamó Gimli—. ¿Cómo le van a él las cosas?

—No puedo decirlo. Ha escapado a un peligro grande, pero otros muchos le aguardan aún. Ha resuelto ir solo a Mordor, y ya se ha puesto en camino; eso es todo lo que puedo decir.

—No solo —dijo Legolas—. Creemos que Sam lo acompaña.

—¿Sam? —dijo Gandalf, y una luz le pasó por los ojos, y una sonrisa le iluminó la cara—. ¿Sam, de veras? No sabía nada, y sin embargo no me sorprende. ¡Bien! ¡Muy bien! Me sacáis un peso del corazón. Tenéis que decirme más. Ahora sentaos junto a mí y contadme la historia de vuestro viaje.

Los compañeros se sentaron en el suelo a los pies de Gandalf, y Aragorn contó la historia. Durante un tiempo Gandalf no dijo nada, y no hizo preguntas. Tenía las manos extendidas sobre las rodillas, y los ojos cerrados. Al fin, cuando Aragorn habló de la muerte de Boromir, y de la última jornada por el Río Grande, el viejo suspiró.

—No has dicho todo lo que sabes o sospechas, Aragorn, amigo mío —dijo serenamente—. ¡Pobre Boromir! No pude ver qué le ocurrió. Fue una dura prueba para un hombre como él, un guerrero, y señor de los hombres. Galadriel me dijo que estaba en peligro. Pero consiguió escapar de algún modo. Me alegro. No fue en vano que los hobbits jóvenes vinieran con nosotros, al menos para Boromir. Pero no fue éste el único papel que les tocó desempeñar. Los trajeron a Fangorn, y la llegada de ellos fue como la caída de unas piedrecitas que desencadenan un alud en las montañas. Aun desde aquí, mientras hablamos, alcanzo a oír los primeros ruidos. ¡Será bueno para Saruman no estar demasiado lejos cuando el dique se rompa!

—En una cosa no has cambiado, querido amigo —dijo Aragorn—, todavía hablas en enigmas.

—¿Qué? ¿En enigmas? —dijo Gandalf—. ¡No! Pues estaba pensando en voz alta. Una costumbre de la gente vieja: eligen siempre al más enterado de los presentes cuando llega el momento de hablar; las explicaciones que necesitan los jóvenes son largas y fatigosas.

Se rió, pero la risa era ahora cálida y amable como un rayo de sol.

—Yo ya no soy joven, ni siquiera en las estimaciones de los Hombres de las Casas Antiguas —dijo Aragorn—. ¿No quieres hablarme más claramente?

—¿Qué podría decir? —preguntó Gandalf, e hizo una pausa, reflexionando—. He aquí un resumen de cómo veo las cosas en la actualidad, si deseáis conocer con la mayor claridad posible una parte de mi pensamiento. El Enemigo, por supuesto, sabe desde hace tiempo que el Anillo está en viaje, y que lo lleva un hobbit. Sabe también cuántos éramos en la Compañía cuando salimos de Rivendel, y la especie de cada uno de nosotros. Pero aún no ha entendido claramente nuestro propósito. Supone que todos íbamos a Minas Tirith, pues eso es lo que él hubiera hecho en nuestro lugar. Y de acuerdo con lo que él piensa, el poder de Minas Tirith hubiera sido entonces para él una grave amenaza. En verdad está muy asustado, no sabiendo qué criatura poderosa podría aparecer de pronto, llevando el Anillo, declarándole la guerra y tratando de derribarlo y reemplazarlo. Que deseemos derribarlo pero no sustituirlo por nadie es un pensamiento que nunca podría ocurrírsele. Que queramos destruir el Anillo mismo no ha entrado aún en los sueños más oscuros que haya podido alimentar. En esto, como entenderéis sin duda, residen nuestra mayor fortuna y nuestra mayor esperanza. Imaginando la guerra, la ha desencadenado, creyendo ya que no hay tiempo que perder, pues quien primero golpea, si golpea con bastante fuerza, quizá no tenga que golpear de nuevo. Ha puesto pues en movimiento, y más pronto de lo que pensaba, las fuerzas que estaba preparando desde hace mucho. Sabiduría insensata: si hubiera aplicado todo el poder de que dispone a guardar Mordor, de modo que nadie pudiese entrar, y se hubiera dedicado por entero a la caza del Anillo, entonces en verdad toda esperanza sería inútil: ni el Anillo ni el portador lo hubieran eludido mucho tiempo. Pero ahora se pasa las horas mirando a lo lejos y no atendiendo a los asuntos cercanos; y sobre todo le preocupa Minas Tirith. Pronto todas sus fuerzas se abatirán allí como una tormenta.

”Pues sabe ya que los mensajeros que él envió a acechar a la Compañía han fracasado otra vez. No han encontrado el Anillo. No han conseguido tampoco llevarse a algún hobbit como rehén. Esto solo hubiese sido para nosotros un duro revés, quizá fatal. Pero no confundamos nuestros corazones imaginando cómo pondrían a prueba la gentil lealtad de los hobbits allá en la Torre Oscura. Pues el Enemigo ha fracasado, hasta ahora, y gracias a Saruman.

—¿Entonces Saruman no es un traidor? —preguntó Gimli.

—Sí, lo es —dijo Gandalf—. Por partida doble. ¿Y no es raro? Nada de lo que hemos soportado en los últimos tiempos nos pareció tan doloroso como la traición de Isengard. Aun reconocido sólo como señor y capitán, Saruman se ha hecho muy poderoso. Amenaza a los Hombres de Rohan e impide que ayuden a Minas Tirith en el momento mismo en que el ataque principal se acerca desde el Este. No obstante, un arma traidora es siempre un peligro para la mano. Saruman tiene también la intención de apoderarse del Anillo por su propia cuenta, o al menos atrapar algunos hobbits para llevar a cabo sus malvados propósitos. De ese modo nuestros enemigos sólo consiguieron arrastrar a Merry y Pippin con una rapidez realmente asombrosa y en un abrir y cerrar de ojos hasta Fangorn, ¡a donde de otro modo ellos nunca hubieran ido!

”A la vez han alimentado en ellos mismos nuevas dudas, y han perturbado sus propios planes. Ninguna noticia de la batalla llegará a Mordor, gracias a los Jinetes de Rohan, pero el Señor Oscuro sabe que dos hobbits fueron tomados prisioneros en Emyn Muil y llevados a Isengard contra la voluntad de sus propios servidores. Ahora él teme a Isengard tanto como a Minas Tirith. Si Minas Tirith cae, las cosas empeorarán para Saruman.

—Es una pena que nuestros amigos estén en el medio —dijo Gimli—. Si no hubiera ninguna tierra entre Isengard y Mordor, podrían entonces combatir entre ellos mientras nosotros observamos y esperamos.

—El vencedor saldrá más fortalecido que cualquiera de los dos bandos, y ya no tendrá dudas —dijo Gandalf—. Pero Isengard no puede luchar contra Mordor, a menos que Saruman obtenga antes el Anillo. Esto no lo conseguirá ahora. Nada sabe aún del peligro en que se encuentra. Son muchas las cosas que ignora. Estaba tan ansioso de echar mano a la presa que no pudo esperar en Isengard y partió a encontrar y espiar a los mensajeros que él mismo había enviado. Pero esta vez vino demasiado tarde, y la batalla estaba terminada aun antes que él llegara a estas regiones, y ya no podía intervenir. No se quedó aquí mucho tiempo. He mirado en la mente de Saruman y he visto qué dudas lo afligen. No tiene ningún conocimiento del bosque. Piensa que los jinetes han masacrado y quemado todo en el mismo campo de batalla, pero no sabe si los orcos llevan o no algún prisionero. Y no se ha enterado de la disputa entre los servidores de Isengard y los orcos de Mordor; nada sabe tampoco del Mensajero Alado.

—¡El Mensajero Alado! —exclamó Legolas—. Le disparé con el arco de Galadriel sobre Sarn Gebir, y él cayó del cielo. Todos sentimos miedo entonces. ¿Qué nuevo terror es ése?

—Uno que no puedes abatir con flechas —dijo Gandalf—. Sólo abatiste la cabalgadura. Fue una verdadera hazaña, pero el Jinete pronto montó de nuevo. Pues él era un Nazgûl, uno de los Nueve, que ahora cabalgan sobre bestias aladas. Pronto ese terror cubrirá de sombras los últimos ejércitos amigos, ocultando el sol. Pero no se les ha permitido aún cruzar el Río, y Saruman nada sabe de esta nueva forma que visten los Espectros del Anillo. No piensa sino en el Anillo. ¿Estaba presente en la batalla? ¿Fue encontrado? ¿Y qué pasaría si Théoden, el Señor de la Marca, tropezara con el Anillo y se enterara del poder que se le atribuye? Ve todos esos peligros, y ha vuelto de prisa a Isengard a redoblar y triplicar el asalto a Rohan. Y durante todo ese tiempo hay otro peligro, que él no ve, dominado como está por tantos pensamientos. Ha olvidado a Bárbol.

—Ahora otra vez piensas en voz alta —dijo Aragorn con una sonrisa—. No conozco a ningún Bárbol. Y he adivinado una parte de la doble traición de Saruman; pero no sé de qué puede haber servido la llegada de los hobbits a Fangorn, excepto obligarnos a una persecución larga e infructuosa.

—¡Espera un momento! —exclamó Gimli—. Hay otra cosa que quisiera saber antes. ¿Fuiste tú, Gandalf, o fue Saruman a quien vimos anoche?

—No fui yo a quien visteis, por cierto —respondió Gandalf—. He de suponer pues que visteis a Saruman. Nos parecemos tanto, evidentemente, que he de perdonarte que hayas querido abrirme una brecha incurable en el sombrero.

—¡Bien, bien! —dijo Gimli—. Mejor que no fueras tú.

Gandalf rió otra vez.

—Sí, mi buen Enano —dijo—, es un consuelo que a uno no lo confundan siempre. ¡Y si no que me lo digan a mí! Pero, por supuesto, nunca os acusé de cómo me recibisteis. Cómo podría hacerlo, si yo mismo he aconsejado a menudo a mis amigos que ni siquiera confíen en sus propias manos cuando tratan con el Enemigo. ¡Bendito seas, Gimli hijo de Glóin! ¡Quizá un día nos veas juntos y puedas distinguir entre los dos!

—¡Pero los hobbits! —interrumpió Legolas—. Hemos andado mucho buscándolos, y tú pareces saber dónde se encuentran. ¿Dónde están ahora?

—Con Bárbol y los Ents —dijo Gandalf.

—¡Los Ents! —exclamó Aragorn—. ¿Entonces son ciertas las viejas leyendas sobre los habitantes de los bosques profundos y los pastores de árboles? ¿Hay todavía Ents en el mundo? Pensé que eran sólo un recuerdo de los días de antaño, o quizá apenas una leyenda de Rohan.

—¡Una leyenda de Rohan! —exclamó Legolas—. No, todo Elfo de las Tierras Ásperas ha cantado canciones sobre el viejo Onodrim y la pena que lo acosaba. Aunque aun entre nosotros son sólo apenas un recuerdo. Si me encontrara a alguno que anda todavía por este mundo, en verdad me sentiría joven de nuevo. Pero Bárbol no es más que una traducción de Fangorn a la Lengua Común; sin embargo, hablas de él como si fuera una persona. ¿Quién es este Bárbol?

—¡Ah! Ahora haces demasiadas preguntas —dijo Gandalf—. Lo poco que sé de esta larga y lenta historia demandaría un relato para el que nos falta tiempo. Bárbol es Fangorn, el guardián del bosque; es el más viejo de los Ents, la criatura más vieja entre quienes caminan todavía bajo el sol en la Tierra Media. Espero en verdad, Legolas, que tengas la oportunidad de conocerlo. Merry y Pippin han sido afortunados; se encontraron con él en este mismo sitio. Pues llegó aquí hace dos días y se los llevó a la morada donde él habita, al pie de las montañas. Viene aquí a menudo, principalmente cuando no se siente tranquilo y los rumores del mundo exterior lo perturban. Lo vi hace cuatro días paseándose entre los árboles, y creo que él me vio, pues hizo una pausa; pero no llegué a hablarle; muchos pensamientos me abrumaban, y me sentía fatigado luego de mi lucha con el Ojo de Mordor, y él tampoco me habló, ni me llamó por mi nombre.

—Quizá creyó él también que eras Saruman —dijo Gimli—. Pero hablas de él como si fuera un amigo. Yo creía que Fangorn era peligroso.

—¡Peligroso! —exclamó Gandalf—. Y yo también lo soy, muy peligroso, más peligroso que cualquier otra cosa que hayáis encontrado hasta ahora, a menos que os lleven vivos a la residencia del Señor Oscuro. Y Aragorn es peligroso, y Legolas es peligroso. Estás rodeado de peligros, Gimli hijo de Glóin, pues tú también eres peligroso, a tu manera. En verdad el bosque de Fangorn es peligroso, y más aún para aquellos que en seguida echan mano al hacha; y Fangorn mismo, él también es peligroso; aunque sabio, y bueno. Pero ahora la larga y lenta cólera de Fangorn está desbordando, y comunicándose a todo el bosque. La llegada de los hobbits y las noticias que le trajeron fueron la gota que colmó el vaso; pronto esa cólera se extenderá como una inundación, volviéndose contra Saruman y las hachas de Isengard. Está por ocurrir algo que no se ha visto desde los Días Antiguos: los Ents despertarán, y descubrirán que son fuertes.

—¿Qué harán entonces? —preguntó Legolas, sorprendido.

—No lo sé —dijo Gandalf—. Y no creo que ellos lo sepan.

Calló y bajó la cabeza, ensimismado.

Los otros se quedaron mirándolo. Un rayo de sol se filtró entre las nubes rápidas y cayó en las manos de Gandalf, que ahora las tenía en el regazo con las palmas vueltas hacia arriba: parecían estar colmadas de luz como una copa llena de agua. Al fin alzó los ojos y miró directamente al sol.

—La mañana se va —dijo—. Pronto tendremos que partir.

—¿Iremos a buscar a nuestros amigos y ver a Bárbol? —preguntó Aragorn.

—No —respondió Gandalf—, no es ésa la ruta que os aconsejo. He pronunciado palabras de esperanza. Pero sólo de esperanza. La esperanza no es la victoria. La guerra está sobre nosotros, y nuestros amigos; una guerra en la que sólo recurriendo al Anillo podríamos asegurarnos la victoria. Me da tristeza y miedo, pues muchas cosas se destruirán, y todo puede perderse. Soy Gandalf, Gandalf el Blanco, pero el Negro es todavía más poderoso.

Se incorporó y miró al este, protegiéndose los ojos, como si viera allá lejos muchas cosas que los otros no alcanzaban a ver. Al fin meneó la cabeza.

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