ROMEO.-¿De qué, alma generosa?
BENVOLIO.-De tu desesperación.
ROMEO.-Es prenda del amor. Se agrava el peso de mis penas, sabiendo que tú también las sientes. Amor es fuego aventado por el aura de un suspiro; fuego que arde y centellea en los ojos del amante. O más bien es torrente desbordado que las lágrimas acrecen. ¿Qué más podré decir de él? Diré que es locura sabia, hiel que emponzoña, dulzura embriagadora. Quédate adiós, primo.
BENVOLIO.-Quiero ir contigo. Me enojaré si me dejas así, y no te enojes.
ROMEO.-Calla, que el verdadero Romeo debe andar en otra parte.
BENVOLIO.-Dime el nombre de tu amada.
ROMEO.-¿Quieres oír gemidos?
BENVOLIO.-¡Gemidos! ¡Donosa idea! Dime formalmente quién es.
ROMEO.-¿Dime formalmente?… ¡Oh, qué frase tan cruel! Decid que haga testamento al que está padeciendo horriblemente. Primo, estoy enamorado de una mujer.
BENVOLIO.-Hasta ahí ya lo comprendo.
ROMEO.-Has acertado. Estoy enamorado de una mujer hermosa.
BENVOLIO.-¿Y será fácil dar en ese blanco tan hermoso?
ROMEO.-Vanos serían mis tiros, porque ella, tan casta como Diana la cazadora, burlará todas las pueriles flechas del rapaz alado. Su recato la sirve de armadura. Huye de las palabras de amor, evita el encuentro de otros ojos, no la rinde el oro. Es rica, porque es hermosa. Pobre, porque cuando muera, sólo quedarán despojos de su perfección soberana.
BENVOLIO.-¿Está ligada a Dios por algún voto de castidad?
ROMEO.-No es ahorro el suyo, es desperdicio, porque esconde avaramente su belleza, y priva de ella al mundo. Es tan discreta y tan hermosa, que no debiera complacerse en mi tormento, pero aborrece el amor, y ese voto es la causa de mi muerte.
BENVOLIO.-Déjate de pensar en ella.
ROMEO.-Enséñame a dejar de pensar.
BENVOLIO.-Hazte libre. Fíjate en otras.
ROMEO.-Así brillará más y más su hermosura. Con el negro antifaz resalta más la blancura de la tez. Nunca olvida el don de la vista quien una vez la perdió. La belleza de una dama medianamente bella sólo sería un libro donde leer que era mayor la perfección de mi adorada. ¡Adiós! No sabes enseñarme a olvidar.
BENVOLIO.-Me comprometo a destruir tu opinión.
ESCENA SEGUNDA
Calle
(CAPULETO, PARIS y un CRIADO)
CAPULETO.-La misma orden que a mí obliga a Montesco, y a nuestra edad no debía ser difícil vivir en paz.
PARIS.-Los dos sois iguales en nobleza, y no debierais estar discordes. ¿Qué respondéis a mi petición?
CAPULETO.-Ya he respondido. Mi hija acaba de llegar al mundo. Aún no tiene más que catorce años, y no estará madura para el matrimonio, hasta que pasen lo menos dos veranos.
PARIS.-Otras hay más jóvenes y que son ya madres.
CAPULETO.-Los árboles demasiado tempranos no prosperan. Yo he confiado mis esperanzas a la tierra y ellas florecerán. De todas suertes, Paris, consulta tú su voluntad. Si ella consiente, yo consentiré también. No pienso oponerme a que elija con toda libertad entre los de su clase. Esa noche, según costumbre inmemorial, recibo en casa a mis amigos, uno de ellos vos. Deseo que piséis esta noche el modesto umbral de mi casa, donde veréis brillar humanas estrellas. Vos, como joven lozano, que no holláis como yo las pisadas del invierno frío, disfrutaréis de todo. Allí oiréis un coro de hermosas doncellas. Oídlas, vedlas, y elegid entre todas la más perfecta. Quizá después de maduro examen, os parecerá mi hija una de tantas. Tú (al criado)vete recorriendo las calles de Verona, y a todos aquellos cuyos nombres verás escritos en este papel, invítalos para esta noche en mi casa. (Vanse Capuleto y Paris.)
CRIADO.-¡Pues es fácil encontrarlos a todos! El zapatero está condenado a usar la vara, el sastre la horma, el pintor el pincel, el pescador las redes, y yo a buscar a todos aquellos cuyos nombres están escritos aquí, sin saber qué nombres son los que aquí están escritos. Denme su favor los sabios. Vamos.
(BENVOLIO y ROMEO)
BENVOLIO.-No digas eso. Un fuego apaga otro, un dolor mata otro dolor, a una pena antigua otra nueva. Un nuevo amor puede curarte del antiguo.
ROMEO.-Curarán las hojas del plátano.
BENVOLIO.-¿Y qué curarán?
ROMEO.-Las desolladuras.
BENVOLIO.-¿Estás loco?
ROMEO.-¡Loco! Estoy atado de pies y manos como los locos, encerrado en cárcel asperísima, hambriento, azotado y atormentado. (Al criado.)Buenos días, hombre.
CRIADO.-Buenos días. ¿Sabéis leer, hidalgo?
ROMEO.-Ciertamente que sí.
CRIADO.-¡Raro alarde! ¿Sabéis leer sin haberlo aprendido? ¿Sabréis leer lo que ahí dice?
ROMEO.-Si el concepto es claro y la letra también.
CRIADO.-¿De verdad? Dios os guarde.
ROMEO.-Espera, que probaré a leerlo. “El señor Martín, y su mujer e hijas, el conde Anselmo y sus hermanas, la viuda de Viturbio, el señor Plasencio y sus sobrinas, Mercutio y su hermano Valentín, mi tío Capuleto con su mujer e hijas, Rosalía mi sobrina, Livia, Valencio y su primo Teobaldo, Lucía y la hermosa Elena.” ¡Lucida reunión! ¿Y dónde es la fiesta?
CRIADO.-Allí.
ROMEO.-¿Dónde?
CRIADO.-En mi casa, a cenar.
ROMEO.-¿En qué casa?
CRIADO.-En la de mi amo.
ROMEO.-Lo primero que debí preguntarte es su nombre.
CRIADO.-Os lo diré sin ambages. Se llama Capuleto y es generoso y rico. Si no sois Montesco, podéis ir a beber a la fiesta. Id, os lo ruego. (Vase.)
BENVOLIO.-Rosalía a quien adoras, asistirá a esta fiesta con todas las bellezas de Verona. Allí podrás verla y compararla con otra que yo te enseñaré, y el cisne te parecerá grajo.
ROMEO.-No permite tan indigna traición la santidad de mi amor. Ardan mis verdaderas lágrimas, ardan mis ojos (que antes se ahogaban) si tal herejía cometen. ¿Puede haber otra más hermosa que ella? No la ha visto desde la creación del mundo, el sol que lo ve todo.
BENVOLIO.-Tus ojos no ven más que lo que les halaga. Vas a pesar ahora en tu balanza a una mujer más bella que ésa, y verás cómo tu señora pierde de los quilates de su peso, cotejada con ella.
ROMEO.-Iré, pero no quiero ver tal cosa, sino gozarme en la contemplación de mi cielo.
ESCENA TERCERA
En casa de Capuleto
(La señora de CAPULETO y el AMA)
SEÑORA.-Ama, ¿dónde está mi hija?
AMA.-Sea en mi ayuda mi probada paciencia de doce años. Ya la llamé. Cordero, Mariposa. Válgame Dios. ¿Dónde estará esta niña? Julieta…
JULIETA.-¿Quién me llama?
AMA.-Tu madre.
JULIETA.-Señora, aquí estoy. Dime qué sucede.
SEÑORA.-Sucede que… Ama, déjanos a solas un rato… Pero no, quédate. Deseo que oigas nuestra conversación. Mi hija está en una edad decisiva.
AMA.-Ya lo creo. No me acuerdo qué edad tiene exactamente.
SEÑORA.-Todavía no ha cumplido los catorce.
AMA.-Apostaría catorce dientes (¡ay de mí, no tengo más que cuatro!) a que no son catorce. ¿Cuándo llega el día de los Angeles?
SEÑORA.-Dentro de dos semanas.
AMA.-Sean pares o nones, ese día, en anocheciendo, cumple Julieta años. ¡Válgame Dios! La misma edad tendrían ella y mi Susana. Bien, Susana ya está con Dios, no merecía yo tanta dicha. Pues como iba diciendo, cumplirá catorce años la tarde de los Angeles. ¡Vaya si los cumplirá! Me acuerdo bien. Hace once años, cuando el terremoto, la quitamos el pecho. Jamás confundo aquel día con ningún otro del año. Debajo del palomar, sentada al sol, unté mi pecho con acíbar. Vos y mi amo estabais en Mantua. ¡Me acuerdo tan bien! Pues como digo, la tonta de ella, apenas probó el pecho y lo halló tan amargo, ¡qué furiosa se puso contra mí! ¡Temblaba el palomar! Once años van de esto. Ya se tenía en pie, ya corría… tropezando a veces. Por cierto que el día antes se había hecho un chichón en la frente, y mi marido que Dios le tenga en gloria!) con qué gracia levantó a la niña, y le dijo: “Vaya, ¿te has caído de frente? No caerás así cuando te entre el juicio. ¿Verdad, Julieta?” Sí, respondió la inocente limpiándose las lágrimas. El tiempo hace verdades las burlas. Mil años que viviera, me acordaría de esto. “¿No es verdad, Julieta?” y ella lloraba y decía que sí.
SEÑORA.-Basta ya. Cállate, por favor te lo pido.
AMA.-Me callaré, señora; pero no puedo menos de reírme, acordándome que dijo sí, y creo que tenía en la frente un chichón tamaño como un huevo, y lloraba que no había consuelo para ella.
JULIETA.-Cállate ya; te lo suplico.
AMA.-Bueno, me callaré. Dios te favorezca, porque eres la niña más hermosa que he criado nunca. ¡Qué grande sería mi placer en verla casada!
JULIETA.-Aún no he pensado en tanta honra.
AMA.-¡Honra! Pues si no fuera por haberte criado yo a mis pechos, te diría que habías mamado leche de discreción y sabiduría.
SEÑORA.-Ya puedes pensar en casarte. Hay en Verona madres de familia menores que tú, y yo misma lo era cuando apenas tenía tu edad. En dos palabras, aspira a tu mano el gallardo Paris.
AMA.-¡Niña mía! ¡Vaya un pretendiente! Si parece de cera.
SEÑORA.-No tiene flor más linda la primavera de Verona.
AMA.-¡Eso una flor! Sí que es flor, ciertamente.
SEÑORA.-Quiero saber si le amarás. Esta noche ha de venir. Verás escrito en su cara todo el amor que te profesa. Fíjate en su rostro y en la armonía de sus facciones. Sus ojos servirán de comentario a lo que haya de confuso en el libro de su persona. Este libro de amor, desencuadernado todavía, merece una espléndida cubierta. La mar se ha hecho para el pez. Toda belleza gana en contener otra belleza. Los áureos broches del libro esmaltan la áurea narración. Todo lo que él tenga, será tuyo. Nada perderás en ser su mujer.
AMA.-¿Nada? Disparate será el pensarlo.
SEÑORA.-Di si podrás llegar a amar a Paris.
JULIETA.-Lo pensaré, si es que el ver predispone a amar. Pero el dardo de mis ojos sólo tendrá la fuerza que le preste la obediencia. (Entra un Criado.)
CRIADO.-Los huéspedes se acercan. La cena está pronta. Os llaman. La señorita hace falta. En la cocina están diciendo mil pestes del ama. Todo está dispuesto. Os suplico que vengáis en seguida.
SEÑORA.-Vámonos tras ti, Julieta. El Conde nos espera.
AMA.-Niña, piensa bien lo que haces.
ESCENA CUARTA
Calle
(ROMEO, MERCUTIO, BENVOLIO y máscaras con teas encendidas)
ROMEO.-¿Pronunciaremos el discurso que traíamos compuesto, o entraremos sin preliminares?
BENVOLIO.-Nada de rodeos. Para nada nos hace falta un Amorcillo de latón con venda por pañuelo, y con arco, espanta pájaros de doncellas. Para nada repetir con el apuntador, en voz medrosa, un prólogo inútil. Mídannos por el compás que quieran, y hagamos nosotros unas cuantas mudanzas de baile.
ROMEO.-Dadme una tea. No quiero bailar. El que está a oscuras necesita luz.
MERCUTIO.-Nada de eso, Romeo; tienes que bailar.