Los Jardines De Luz - Maalouf Amin 5 стр.


Luego, pronuncio la sentencia:

– Maleo, pasaras entre tus «hermanos» con un tazon donde cada uno de ellos te echara el hueso de un datil que se haya comido. Ese sera tu unico aumento. A continuacion, vendras a mostrarme el tazon vacio. Puesto que el datil te ha arrastrado al pecado, vas a poder apreciar, mas alla de su dulce sabor, su realidad osea.

Un regocijado alboroto siguio a la sentencia, aunque pronto se fue apagando. En aquella asamblea que tanto se preocupaba de rehuir los alimentos prohibidos, las comidas se acompanaban de un ritual lleno de gravedad. Que lejos se estaba alli de los banquetes de Nabu, de Dioniso o de Mitra, de esos festines orgiasticos en los que el cuerpo se convierte en templo para celebrar ruidosamente todos los sabores de la tierra. El refectorio era un lugar sombrio donde cualquier placer, por ser culpable, debia compensarse con privaciones. Mientras uno de los «hermanos» leia algun texto santo, los adeptos, encaramados en unos bancos altos y obligados por ello a doblar el cuello, como cisnes, encima de las mesas, cogian los alimentos entre el pulgar y el indice y los introducian en un tazon de agua, salmodiando a cada bocado: «?Marame barej!», «?Senor, te pedimos tu bendicion!».

Asi fue como Maleo, en medio de un concierto de murmullos, paso con su escudilla y cada uno de los «hermanos» le dio de limosna un hueso, sin decir palabra, pero con gestos de rumiantes ofendidos y desdenosos. Uno de aquellos virtuosos personajes, al darse cuenta de que el hueso que acababa de depositar era demasiado pequeno, se apresuro a anadir otro, satisfecho de no haber fallado en su papel de justiciero.

Mani fue el unico que se distinguio de todos ellos. En el momento de depositar su obolo, metio resueltamente los dedos en la escudilla y agarro un buen punado de huesos que se metio furtivamente en el bolsillo, haciendo una mueca bondadosa y consoladora. Maleo, por su parte, guardandose mucho de manifestar su agradecimiento, volvio a su sitio y dio comienzo a su incongruente comida. Pero, al saber que en esa asamblea contaba con un amigo, su corazon se sintio aliviado. Le parecio que los huesos habian conservado un regusto dulce y que eran exquisitamente crujientes. Algunos «hermanos» observaron su aspecto sereno, poco arrepentido y, en algunos momentos, hasta impudicamente regocijado, y pensaron que estaba poseido por el diablo.

Mas que gratitud, fue una verdadera devocion lo que Maleo sintio desde ese dia por su joven bienhechor. Se prometio seguirle a todas partes, protegerle contra todos, soportar en su lugar mil flagelaciones e innumerables dias de ayuno. Por algunos huesos de datil escamoteados, por una mueca vagamente complice, estaba dispuesto a compartir con Mani lo mas valioso que poseia en el mundo.

Al dia siguiente del incidente, en el momento en que la comunidad se reunia en la Santa Casa para el culto del alba, Maleo acudio con entusiasmo. Sabia que deberia, una vez mas, mascullar el interminable ritual, pero no le importaba. Ese dia, un amigo estaria alli, repitiendo en el mismo instante, en la misma sala fria e inhospita, los mismos gestos. A la salida, fueron caminando juntos y el tirio, en cuanto se alejaron de los otros «hermanos», le pregunto con gravedad:

– Si te digo mi secreto, ?prometes no traicionarme jamas?

Mani se sintio irritado. Si bien comprendia facilmente que Maleo fuera a la busqueda de un amigo, a el le era indiferente. Al cabo de tantos anos vividos entre los Tunicas Blancas, habia conseguido forjarse una soledad, una querida e irreemplazable soledad con la que se envolvia como si fuera una cota de mallas. Compartirla era perderla. Deseaba poder volver, cada vez que tuviera la ocasion, a su discreta guarida, solo, sin otra compania que el mismo. ?Por que permitir que un ronroneo humano le machacara los oidos? No queriendo herir al adolescente, que con tanta frecuencia era el chivo expiatorio de Sittai y de tantos otros «hermanos», esbozo una sonrisa amable, pero evito responderle y apresuro el paso. A pesar de todo, el tirio se aferraba a el, le perseguia, se ponia delante, detras, dando saltitos con una pierna y luego con la otra, infatigable y sordo a todas las reticencias:

– ?Promete que no vas a denunciarme!

Esta vez, Mani se encogio de hombros, diciendo con impertinencia y con el tono del que no se acuerda ya de que se trata:

– ?Denunciarte? ?Acaso he denunciado alguna vez a alguien?

Aparentemente tranquilizado, Maleo recobro el aliento antes de decir de un tiron como si se tratara de una sola palabra:

– Conozco-a-una-mujer.

Luego, con la boca abierta, espero la avalancha de preguntas que su joven amigo no dejaria de lanzar sobre el.

Pero no. Mani no tuvo ni un sobresalto de sorpresa ni profirio la menor exclamacion. ?Acaso Maleo se molesto o se sintio desanimado? Todo lo contrario. La impasibilidad de su companero le parecio la expresion del mas completo asombro. Le creyo subyugado, anonadado de sorpresa y admiracion, sintio que su triunfo estaba cerca y se entusiasmo:

– No permanecere mucho tiempo en este maldito palmeral. En cuanto cumpla quince anos, me marchare. Ella vendra conmigo y nos iremos a vivir a Ctesifonte. Alli encontrare un empleo de dependiente con algun mercader tirio o palmireno. Acompanare a las caravanas a Egipto, a la India y a Armenia. La estoy viendo, bella como una estatua griega, envuelta en un largo vestido de seda bordada en oro y pedreria, descendiendo lentamente la escalera de mi palacio de Ctesifonte, rodeada de doce esclavas blancas y negras.

Saliendo de su silencio, Mani entro un instante en el juego de su interlocutor, solo para sembrar una duda:

– ?Como has hecho para construirte un palacio, tu que solo eres un dependiente de un mercader de Ctesifonte?

Pero Maleo necesitaba mucho mas para desconcertarse:

– No sere dependiente mucho tiempo; pronto tendre mi propio negocio, con agentes en Antioquia, en Palmira, en Petra, en Deb, en Berenice… Entonces podre construirme un palacio en Ctesifonte y otro en Tiro. Y un tercero, si quiero, en las montanas de Media, donde instalare a la dama cada vez que ella quiera huir de los grandes calores y de las epidemias.

Ya no pasaba un dia sin que Maleo hablara de «la dama» con las palabras mas exquisitas, y con frecuencia tambien, las mas ampulosas. Y si bien Mani no le animaba, si evitaba siempre interrogarle sobre ella, sobre su nombre o su edad, ya no manifestaba la misma indiferencia. Le escuchaba a menudo con atencion y compartia algunas de sus emociones; y a veces, cuando el tirio bogaba por sus parlanchines ensuenos, se embarcaba con el en silencio. Tambien el pensaba en la dama y se sorprendia, en su soledad, queriendo adivinar a que podria parecerse, y bajo que arboles habria podido Maleo conocerla.

Ambos solian ir, como todos los «hermanos», al mercado del pueblo vecino para vender los productos de la comunidad. Era el unico lugar donde tenian la oportunidad de encontrarse con mujeres, la mayoria de las veces campesinas con siluetas de calabaza, cargadas con canastos y golpeando el suelo con paso dolorido. Por otra parte, miraban con desprecio a los Tunicas Blancas, esos hombres que no eran hombres, esos seres flacos de palidas mejillas, que, ano tras ano, amasaban el oro de sus abundantes cosechas sin que jamas mujer ni hijo gozaran de el, esa horda huidiza e indeseable a la cual se atribuian los peores vicios y las practicas mas inconfesables.

Verdad es que algunas, al ver a Mani solo, en cuclillas, rodeado de sus mercancias, pensativo y miserable, se compadecian de el, le tocaban la frente diciendo «hijo mio» y, finalmente, le compraban sus ultimos nisperos con su ultimo pashiz de cobre o de estano. El «hijo» se esforzaba por tener un aire ausente, pero su ternura le encendia el pecho. ?Hubiera deseado tanto retener algunos instantes mas aquellos ojos llenos de arrugas que le habian sonreido!

A veces las acompanaban mujeres mas jovenes, de doce o trece anos. Iban pintadas y tenian esos andares a ratos artificiosos, a ratos sumisos o traviesos, tan caracteristicos de aquellas cuya infancia se acaba, cuya suerte esta echada, de aquellas que al ano siguiente estaran encintas y pesadas, y que, al otro ano, se confundiran con sus madres. Contra ellas, sobre todo, Sittai solia prevenir a los «hermanos»: «No cojais nada de su mano, no os senteis en el lugar donde ellas han podido sentarse, y sobre todo, no os pareis a mirarlas, son bellas el tiempo de una cosecha y se marchitan en cuanto las poseen».

?Seria una de ellas «la dama» de Maleo?

Un dia, cuando los muchachos volvian de un trabajo que les habia llevado al lindero del pueblo, una piedra rozo la oreja de Mani, que se sobresalto; pero fue Maleo quien grito, quien recogio rapidamente una piedra del tamano de un huevo y quien se puso en guardia con los brazos en posicion defensiva, gritando:

– ?Muestrate, si eres un hombre!

A modo de respuesta, les llego un silbido de chiquillo y, entre las ramas de un melocotonero, aparecio una manita que se agitaba. Tranquilizado, Maleo tiro el proyectil por detras del hombro escupiendo un reniego.

– ?Le conoces? -se asombro Mani.

– Quiza -respondio Maleo, que evidentemente habria preferido encontrarse en otra parte.

– ?Quienes?

– Una chica.

Cuando estuvo ante ellos, Mani vio que en sus rodillas se veian aun las huellas de caidas recientes, que sus cabellos claros estaban recogidos en un gorro deshilachado y que, a modo de joya, lucia un collar de rabos de cereza trenzados. En la mano que no lanzaba las piedras, tenia un melocoton que mordia con fuerza, recien robado en el huerto de la Comunidad; luego, se levantaba el faldon de su blusa para limpiarse la barbilla. Era solo una nina.

– Espero no haberte herido -le dijo a Mani.

– No le has hecho sangre -respondio Maleo-, ?pero hubieras podido saltarle un ojo!

– ?Como te llamas? -pregunto la chiquilla.

– Mani -respondio de nuevo Maleo.

– ?El amigo inseparable del que me has hablado?

Dijo esto acercandose a Mani, cuyo rostro escrutaba ostensiblemente.

– Me dijiste que leia mucho, que tenia una hermosa letra, tres cejas y una pierna torcida, pero olvidaste decirme que era mudo.

Dignamente, Mani reanudo la marcha. Maleo le llamo y la nina corrio tras el.

– Yo me llamo Cloe. Maleo y yo jugamos con frecuencia. Podrias venir con nosotros.

Mani prosiguio su camino y Cloe se encogio de hombros. Maleo permanecio rezagado un momento y luego corrio para alcanzar a su amigo.

– No deberia haberle hablado de tu pierna. Disculpame. Le hablaba tanto de ti… y queria que te reconociera si algun dia te veia pasar.

– No tienes que disculparte por tan poco, jamas pense mantener mi defecto en secreto.

En lugar de parecer ofendido, Mani mostro, por el contrario, un semblante exageradamente regocijado, antes de decir:

– Asi que es ella la dama de la que tanto me has hablado. Supongo que si me la describiste tan fielmente fue para que yo tambien pudiera reconocerla si algun dia la veia pasar. ?Es ella la que comparabas con una estatua griega?

– ?Es ella! -fanfarroneo Maleo.

– Es verdad que hay estatuas de todas las dimensiones…

Pero al decir esto y como para atenuar el efecto de sus propias burlas, rodeo con un brazo amistoso los hombros del tirio. Este ultimo se enardecio:

– Admitamos que te he ocultado cosas, pero no he dicho ninguna mentira. Si yo viera en aquel ciruelo un brote florecido y dijera «alli hay una ciruela», ?estaria mintiendo? De ningun modo, simplemente me habria adelantado una estacion a la verdad.

Tres

La dama, esa nina que parecia un chico y que silbaba, se llamaba, pues, Cloe. Sin embargo, en su pueblo, aquel cuyas tierras lindaban con las del palmeral, a nadie se le habria ocurrido jamas llamarla asi. Ni a las mujeres, a las que ayudaba a abrir los higos para ponerlos a secar en los tejados, ni a los campesinos, que la dejaban coger de los arboles la fruta que queria comer. Entraba en todas partes sin llamar, mientras pudiera permitirselo, ya que aun no habia accedido a la molesta dignidad de nubil. Todos amaban a Cloe, ladrona y generosa, pero ladrona de manzanas y generosa en sonrisas. Para ellos, era y seria siempre «la hija del griego».

En efecto, la chiquilla pertenecia a una de aquellas familias de colonos, cuyos antepasados habian llegado antano a Oriente a guerrear en el ejercito de Alejandro, y luego, a la muerte del macedonio, habian elegido permanecer en tierra conquistada, por lo que habian comprado una hacienda y tomado mujer para tener descendencia. El padre de Cloe llevaba todavia con orgullo el nombre de su antepasado, Carias, y creia vivir aun, como el, tras las huellas de Alejandro. Los escasos momentos de pasion por los que a veces atravesaba se producian cuando conseguia un auditorio para narrar, una vez mas, la gran batalla de Arbelas, cuando el ejercito del Conquistador habia aniquilado a las tropas de Dario, cuando tantos valientes se habian reunido, los tracios, los odrisios, los jinetes peonios, los arqueros cretenses, los mercenarios de Andromaca, la Falange y los Companeros. Sobre todo, aquellos irreemplazables Companeros de los que el padre de Cloe hablaba con familiaridad, imitando a uno, sermoneando a otro, hasta ese instante crucial del relato en que hacia intervenir a su antepasado, diciendo «nosotros los Carias», y complaciendose entonces en la confusion que leia en los ojos de su oyente.

Es necesario recordar que la batalla de Arbelas habia tenido lugar veinte generaciones antes, pero eso no importaba, el tiempo no es mas que el tonel donde fermentan los mitos, el de Alejandro mas que cualquier otro, y sobre todo en Mesopotamia. Esa tierra le habia sepultado joven y joven le habia conservado, como un eterno novio sin arrugas, y el numero de sus anos, treinta y tres, habia permanecido como la edad de la inmortalidad. Era el, Alejandro, quien presidia el paso del tiempo. ?No habian elegido los astronomos de Babel la fecha de su muerte como comienzo de la nueva era? Desde entonces se habian sucedido muchos reyes, pero lo unico que hicieron fue reinar a la sombra del macedonio; los primeros fueron sus propios generales, a continuacion sus descendientes y luego, cuando el poder cayo en manos de los partos, sus soberanos tuvieron buen cuidado de anadir constantemente a sus nombres el titulo de «El heleno», «amigo de los griegos», para afirmarse, tambien ellos, como los legitimos guardianes de la noble herencia de Alejandro.

Si cinco siglos despues el rey de reyes en persona experimentaba la necesidad de invocar el recuerdo del Conquistador, ?como podia sorprender que el padre de Cloe cultivara su parcela de leyenda, el, que no poseia ya ni la menor apariencia de grandeza, ni tierras, ni oro, ni caballos, ni sirvientes? Era un fragil anciano de barba rojiza que vagaba por una casa inmensa, pero deteriorada; vivia solo con Cloe, que le habia nacido, en el ocaso de su vida, de una esclava ya difunta. Padre e hija no ocupaban mas que un ala, aun asi demasiado grande para ellos; el resto no era mas que tejados desplomados, paredes derruidas y puertas carcomidas por la corrosion y los gusanos.

La chiquilla vagaba por aquellas ruinas, escondrijos inagotables, monticulos de polvo y de piedra que pisaba sin nostalgia. Maleo habia ido a jugar alli a veces, cuando se fugaba, y un caluroso dia de tammuz habia persuadido a Mani de que le acompanara. Les tocaba trabajar en el mercado del pueblo y, nada mas llegar, un negociante de Nippur les habia comprado toda la carga, dandoles asi la ocasion de callejear. Esperaban encontrarse con Cloe, pero era su padre el que vagabundeaba pensativo, con un baston en la mano.

– ?De quien sois hijos, ninos?

– Hemos venido a ver a Cloe -prefirio decir Mani.

– ?A mi hija?

– Si, que Dios la bendiga.

– ?Que Dios la bendiga! ?Que Dios la bendiga! -repitio Carias con una jovialidad algo desdentada.

Y contemplaba de arriba abajo al extravagante granujilla que se expresaba asi.

– Acercate para que te vea, hijo mio. ?No seras uno de esos locos del palmeral?

Pero el griego vio en los rasgos del adolescente tal dulzura, tal inocencia y tanta melancolica gravedad que termino por tranquilizarse.

– No me pareceis muy temibles. Seguidme, mi hijita no debe estar lejos. Os dare jarabe de moras que os refrescara la cabeza.

Pasando por encima de ruinas y escombros, llegaron al ala habitada de la casa. Cloe no estaba alli, pero a su padre le importo poco, encantado como estaba de haber conseguido un nuevo y candido auditorio ante el cual podria contar una vez mas las hazanas del antepasado y la gloria de Alejandro. Hablaba gesticulando mucho, en el dialecto arameo de la region, debidamente salpicado de palabras griegas, sobre todo cuando se trataba de terminos militares. Maleo le escuchaba con fascinacion, al contrario que su joven amigo, quien, poco sensible a las proezas guerreras, se distraia mirando unas curiosas marcas en la pared.

Podrian ser solo manchas que un propietario mas adinerado habria ordenado tapar con cal, pero los ojos de Mani reconocian lineas y colores. Se acerco y se puso a raspar superficialmente con la una un polvo azulado que extendio sobre el dorso de la mano y luego fue trazando febrilmente con el indice los borrosos contornos. Carias, que hacia rato que le seguia con la mirada, interrumpio su relato para responder a sus preguntas sin formular:

– Fue un artesano de Dura-Europos quien pinto esa escena. Dicen que los colores eran brillantes y realzados con pan de oro. En esta casa patrimonial se alojaron muchos visitantes ilustres. Aqui mismo, en esta sala, celebraban sus festines, los mas alegres y los mejor regados de Mesopotamia, puedes creerme.

Transcurrieron varias semanas antes de que los dos muchachos tuvieran de nuevo la ocasion de volver a casa de Carias, donde se repitio la misma escena: en la vasta sala donde antano, segun afirmaba el griego, tenian lugar los fastuosos banquetes, Maleo escuchaba sin desagrado un episodio de la cabalgada macedonia, mientras Mani, a algunos pasos de alli, sentado con las piernas cruzadas frente a la pared y con la barbilla levantada, estaba ensimismado en la contemplacion de un fresco que solo el veia; Cloe iba de un rincon a otro segun le apetecia, escuchando un fragmento de epopeya o intentando en vano adivinar en los ojos maravillados de Mani la insondable vision que le deslumbraba.

Fue en el transcurso de esos largos ratos de silencio y de extasis cuando Mani sintio por primera vez que le invadia el irreprimible deseo de pintar. Extrano deseo para un Tunica Blanca, deseo impio, deseo culpable. En aquel medio refractario a toda belleza, a todo color, a toda elegancia de las formas, en aquella comunidad para la que el mas modesto icono revelaba un culto idolatra, ?que clase de milagro hizo posible que el talento y la obra de Mani surgieran? Mani, que con la perspectiva de los siglos esta considerado como el verdadero fundador de la pintura oriental y del que nacerian, por cada pincelada suya, mil vocaciones de artista, tanto en Persia como en India, en Asia Central, en China y en Tibet Hasta tal punto que, en algunas regiones, se dice aun «un Mani» cuando se quiere decir, con puntos de exclamacion, «un pintor, un verdadero pintor».

Ese dia, a la hora de despedirse, el chiquillo que aun vivia en el hizo un gesto curioso que habria parecido divertido si no hubiera estado impregnado de emocion. Inclinandose envarado ante el padre de Cloe, solicito de el permiso para restaurar la pintura mural. Carias se guardo bien de reirse, pues se dio cuenta de que el muchacho estaba a punto de llorar. Solo pudo balbucear con dificultad su consentimiento, al cual Mani respondio con un apreton de manos de adulto.

El griego, mientras le miraba alejarse cojeando, se sintio dividido entre la preocupacion por haber confiado semejante tarea a un nino y el sentimiento de que estaba tratando, a pesar de todo, con un ser muy particular que, por alguna razon, le turbaba a el, el viejo Carias, e incluso le intimidaba.

Durante las semanas siguientes, Mani se dedico a los preparativos. Primero los pinceles, hechos con sus propias manos con unas canas en cuya extremidad ato pelos de cabra, obtenidos en el pueblo, para que tuvieran un tacto suave, o pelos tupidos de liebre. Luego los colores, palidos o chillones, que descubria o componia el mismo con pasion e ingenio: de la arena, separaba los granos de color ocre o ladrillo; machacando cascaras de huevos, conseguia la tonalidad del marfil; con petalos, bayas o pistilos, completaba los reflejos y los matices; para fijarlos, los mezclaba con la resina que extraia de los troncos de los almendros.

Cuando se presento la ocasion para hacer una nueva visita a los griegos, Mani acudio con sus pertrechos que fue desembalando sin precipitacion. En aquel horno que era Mesopotamia en verano, pinturas y resinas exhalaban toda una paleta de fragancias. Carias y Maleo se fueron a la terraza para charlar como padre e hijo a la sombra de una palmera florecida mientras Cloe cortaba rajas de sandia para que todos saciaran su boca sedienta.

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