Antología De Novelas De Anticipación I - Autores Varios 11 стр.


Súbitamente, Davis señaló detrás de ellos.

—¿Ven ustedes lo que yo estoy viendo? —preguntó.

Holt y Jackson se volvieron en redondo y miraron en la dirección señalada por su compañero. A cuatro millas de distancia divisábase perfectamente la redonda esfera de la nave, reflejando la luz del sol... como una estrella colgante.

—¡Caramba! —exclamó Holt—. Un comité de bienvenida... demasiado tímido. El, ella o lo que sea nos vieron aterrizar.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Davis—. ¿Seguir las huellas?

—Opino que no —dijo Jackson lentamente—. Creo que lo mejor que podemos hacer es regresar a la base y discutir la situación.

—No creo que fuera peligroso seguir las huellas un poco más —sugirió Holt.

—¿Para qué?

—Nunca se sabe... A lo mejor podemos obtener alguna prueba que nos permita hacernos una idea del personaje que dejó estas huellas.

—O podemos tropezarnos con el propio personaje —dijo Jackson secamente—. Y a lo mejor nos invita a visitar su casa y nos obsequia con café y pastas. O a lo peor le da por no aprobar la presencia de los... intrusos.

El capitán Harper contempló los rostros de sus cinco compañeros.

—Bien, ya hemos oído el relato del doctor Jackson y hemos visto la película de las huellas. Ahora tenemos que discutir lo que vamos a hacer para enfrentarnos con esta nueva situación. Como ustedes saben, cuando salimos de la Tierra no habíamos previsto nada de esto. ¿Alguna sugerencia?

El profesor Jantz se frotó pensativamente la barbilla.

—El tamaño de las huellas corresponde a un bípedo de considerable estatura. En la luna no existe atmósfera, de modo que ese ser puede pasarse sin ella, o proporcionársela por sí mismo. Creo que lo más sensato es suponer que se la proporciona a sí mismo. Esto parece indicar que se trata de un ser algo complejo o sumamente inteligente. Lo interesante es saber si es correcta la suposición de que existen muchos seres de su misma especie.

—Lo interesante es saber si vamos a investigarlo —replicó el doctor Holt—. O si, por el contrario, vamos a tratar de evitarle, a él o a ellos, hasta que llegue la próxima nave.

—O ellos pueden decidir investigar sobre nosotros —observó el capitán Harper—. El principal problema estriba en saber si serán peligrosos y si serán hostiles. Antes de emprender este viaje, le planteé al Organization Group la cuestión de que nos facilitaran algunas armas ofensivas. Pero insistieron en que aquí no podía existir ninguna forma de vida. ¡Imbéciles! Me llenaron la cabeza de cifras para demostrarme cuantas toneladas de combustible se necesitarían para cargar una unidad vibratoria u/s. Y ahora todo el proyecto puede estar en peligro debido a que un maldito animal no está de acuerdo con sus teorías de vía estrecha.

—No se preocupe por las armas, capitán —dijo Holt—. El laboratorio ya está montado. Y en doce horas puedo construir unos cuantos proyectiles cohete de efectos contundentes.

—También disponemos —dijo el doctor Jackson— de explosivos de alta potencia en cantidad suficiente para montar un campo de minas, el cual podemos hacer estallar por contacto o por radio.

El capitán Harper repiqueteó con los dedos encima de la mesa durante unos momentos, antes de contestar.

—De todos modos —terminó por decir—, es necesario que dispongamos de algo para protegernos. Mi opinión general es que no debemos hacer absolutamente nada hasta que tengamos unas cuantas granadas de mano, proyectiles cohete y, quizás unas cuantas minas.

—¿Y luego? —inquirió el doctor Holt.

—Luego, creo que debemos enviar una expedición a seguir las huellas. Es absolutamente necesario que descubramos si... si existe algún peligro. Aparte de nuestra propia seguridad, hemos de tener en cuenta el resto de la expedición.

—Cuando los productos de dos tipos de civilización se encuentran —observó Jantz pensativamente—, se produce un inevitable conflicto. Me pregunto cuál será la que triunfará.

Hubo un breve silencio.

—La Luna es estéril —dijo Holt inesperadamente—. Me pregunto qué tendrá nuestro amigo X para desayunar.

El capitán Harper decidió ocuparse de la misión de reconocimiento, llevándose a Jackson y a Davis. Holt permanecería en el laboratorio, construyendo más granadas y unas cuantas minas terrestres dirigidas por radio. El profesor Jantz y Pegram se repartirían el trabajo de patrulla en la superficie y el atender a las comunicaciones por radio.

Un doble sendero de huellas en el polvo lunar había desbaratado completamente los planes de la expedición Los seis hombres habían empezado a sentirse como si estuvieran en estado de sitio. La cosa no hubiese sido tan grave si las huellas hubieran correspondido a un ser de cuatro patas. Pero un bípedo sugería poder y elevado desarrollo evolutivo. Si las huellas eran de un indígena de la luna, no existía ningún motivo para suponer que no hubiera una gran cantidad de ellos. Y, si era así, lo más lógico era que acogieran con hostilidad a unos intrusos procedentes del espacio, tal como sucedería en la Tierra si la situación fuera a la inversa.

Harper y sus compañeros tomaron su carga de alimentos, agua y granadas. Treparon por la escalera metálica y salieron a la cegadora luz del sol.

Los suministros fueron cargados en el tractor y todo fue objeto de una concienzuda revisión antes de que los tres hombres emprendieran la marcha. Davis volvió a ocupar el asiento del conductor, y, mientras ponía el motor en marcha, el doctor Jackson establecía contacto por radio con el mundo metálico oculto en la profunda grieta. Entretanto el capitán Harper, con cuatro granadas de mano, se instaló en la torreta directamente encima del asiento del conductor.

—Tractor a Base —dijo Jackson—. Nos hemos puesto en camino. Estableceremos contacto cada cuarto de hora. Cambio.

—Base a tractor —respondió Pegram—. Recibida la llamada, perfectamente clara. Buena suerte. Corto.

El rugido del motor aumentó y el tractor empezó a deslizarse lentamente sobre las desoladas llanuras lunares, siguiendo su propio rastro anterior.

Al cabo de media hora llegaron, sin novedad. al lugar donde Holt había visto las huellas. Esta vez, el avance había sido más cauteloso. En un momento determinado, el capitán Harper, que no perdía de vista el cráter Tycho, creyó divisar cierto movimiento a lo lejos. Pero terminó por atribuirlo a su imaginación y a la fatiga producida por la atenta contemplación de aquellas brillantes y áridas llanuras de lava. Allí no había nada... nada más que un selvático silencio. Empezaba a pensar que todo el asunto había sido una especie de ilusión, cuando su mirada cayó repentinamente sobre las huellas. Unas huellas tan claramente visibles, que podían haber sido hechas sólo cinco minutos antes.

De común acuerdo, los tres hombres bajaron del tractor y se acercaron a contemplar de cerca las espaciadas depresiones.

—Nuestro Viernes tiene un paso muy exacto, ¿verdad? —dijo Jackson—. Creo que a nosotros nos sería imposible andar en línea completamente recta, manteniendo una distancia exacta entre cada uno de nuestros pasos.

—Es un gran diablo —dijo Harper—. Entre huella y huella hay casi un metro y medio. Bueno, vamos a cogerle por la cola. Cuanto más pronto pongamos en claro este misterio, mejor me sentiré.

—No será muy divertido si ha reunido a unos cuantos compañeros y se han sentado a esperarnos —dijo Jackson en voz baja.

—Tenemos que arriesgarnos. No podemos sentarnos en la Base y esperar a que nos manden una tarjeta de visita. ¿Puede usted sacarle veinticinco millas al tractor, Davis?

—Sí, señor. Suponiendo que no tengamos que recorrer más de cincuenta millas.

El capitán Harper señaló a Tycho.

—No tendremos que recorrerlas. Cuando lleguemos allí —si es que llegamos—, todos necesitaremos un descanso.

—¿Por qué no se mete un rato dentro, capitán? Yo me quedaré de guardia en la torreta.

Harper aprobó con un gruñido la sugerencia de Jackson y los tres hombres regresaron al vehículo. Al cabo de unos instantes, el tractor avanzaba a veinticinco millas por hora.

Detuvieron el tractor a unos ochocientos metros de distancia y Jackson bajó de la torreta para una apresurada inspección. Directamente en frente de él aparecía la única forma simétrica de todo el irregular paisaje. Era una semiesfera lisa, aparentemente metálica, que se erguía sobre el lecho de lava a unas cinco millas de distancia de la falda de las colinas de Tycho. Surgió repentinamente a la vista en el desolado paisaje, como un gigantesco huevo de avestruz medio enterrado en la arena. Su altura era de unos cuarenta pies.

—Mira por dónde, hemos encontrado el hogar de nuestro Viernes —dijo Jackson—. Debe de ser un muchacho listo para haber montado ese refugio metálico. Me pregunto si estará regulado a la presión adecuada.

El capitán Harper miró con expresión sombría a través del grueso cristal de la cúpula de observación del tractor.

—Cuanto más lo miro, menos me gusta —anunció lentamente—. Ahora tenemos pruebas concretas de que nuestro amigo es un ser civilizado, si no es un científico... Me pregunto qué agradables sorpresas nos tendrá reservadas.

Jackson permaneció silencioso.

—¿Cuál es el plan de campaña, capitán? —preguntó Davis—. ¿Seguimos adelante para investigar?

—Tenemos que hacer algo —dijo Harper—. Ahora no podemos volvernos atrás. Sugiero que nos acerquemos lentamente hasta que estemos a una distancia de un par de centenares de metros. Entonces...

Vaciló.

—Entonces, ¿qué? —preguntó Jackson.

—Entonces, uno de nosotros avanzar solo para investigar... llevándose unas granadas, desde luego. Los otros se quedarán en el tractor esperando los acontecimientos.

—Iré yo —dijo Davis inmediatamente.

—No —dijo Jackson—. Esto es asunto mío. Si nuestro Viernes y sus amigos resultaran ser hostiles, los mecánicos tendrían más importancia que los geólogos. Estoy absolutamente convencido de que yo no podría arreglar el tractor si sufriera una avería... y el tractor puede ser un factor decisivo. ¿No opina usted igual, capitán Harper?

—Desgraciadamente, sí. Pero esperemos que no sucederá nada desagradable. Ahora, será mejor que no perdamos tiempo.

El tractor avanzó lentamente hasta que estuvo a doscientos metros de la semiesfera metálica. Entonces se detuvo. Inmediatamente, el doctor Jackson descendió del vehículo y echó a andar con una granada en cada mano.

La lisa pared de la semiesfera tenía una sola abertura. Mientras avanzaba, el doctor Jackson pudo ver un brillo rojizo en el interior. Cuando estuvo a diez metros de distancia se paró, miró con cierta perplejidad a través del cristal plastificado del visor de su capuchón, y luego cubrió la distancia que faltaba casi de un salto. Los dos hombres que habían quedado en el tractor le vieron desaparecer en la oscuridad.

Inmediatamente, el capitán Harper habló a través de su radio individual.

—¿Ocurre algo? ¿Se encuentra usted bien?

Con un suspiro de alivio oyó la voz de Jackson perfectamente clara:

—No hay nadie en casa. Venga a echarle un vistazo a esto. ¡Estoy empezando a creer en los cuentos de hadas!

—¿Qué es lo que ha encontrado?

—Esto es la pesadilla de un técnico o una especie de laboratorio. ¡Diablos! ¡Ahora no sé qué pensar!

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Harper en tono apremiante.

—¡Acabo de descubrir algo que tiene aspecto de tres enormes ataúdes!

Tres horas más tarde, el tractor había regresado a la Base y el capitán Harper estaba haciendo un relato de la expedición al profesor Jantz, a Pegram y al doctor Holt, mientras Davis y el doctor Jackson montaban guardia en la superficie. En vista de la información recientemente adquirida habían creído necesario mantener siempre a dos hombres en servicio de patrulla.

—El lugar no estaba regulado para la presión —dijo Harper—, lo cual resulta muy significativo. Las paredes tenían unas tres pulgadas de espesor, con cavidades o capas de insolación, a lo que supongo. El brillo rojizo procedía de alguna especie de cristal ionizado suspendido sobre un banco circular a unos cinco pies de altura que daba la vuelta a la semiesfera. Sobre el banco había varios instrumentos mecánicos y unos grandes aparatos acerca de los cuales no pudimos obtener ninguna pista. Jackson cree que se trata de instrumentos y aparatos geológicos, y Davis jura que una caja llena de complicados instrumentos colocada debajo del banco era una emisora de radio. Pero, tratándose de cosas que nunca habíamos visto anteriormente no podemos estar seguros de su identidad.

—En lo que respecta a esas cajas que usted describe dramáticamente como ataúdes —dijo el profesor Jantz—, ¿puede usted darme más detalles?

—Tenían diez pies de longitud y estaban tendidas horizontalmente. Las tapaderas provistas de goznes, estaban abiertas y echamos una mirada al interior. Estaban hechas de metal negro y tapizadas con una especie de tela de plástico. Cuando el doctor Jackson tocó una de las cajas, se produjo un chispazo que le sacudió de los pies a la cabeza a través de su traje anti-presión. Desde luego, no repitió la experiencia. Al parecer, las cajas habían estado ocupadas.

—Muy divertido —dijo el doctor Holt, con una risa nerviosa—. Creíamos que la Luna estaba deshabitada, y ahora resulta que tenemos como vecinos a tres científicos resucitados.

—No es cosa de risa —dijo Harper secamente—. En estos momentos mi sentido del humor brilla por su ausencia. ¿Qué sucederá si esos seres no desean mostrarse amistosos... y si nos encontramos con ellos? No van a utilizar arcos y flecha...

—La posible ocupación de las... bueno, de los ataúdes ofrece amplias perspectivas a la especulación —dijo Jantz enigmáticamente—. Empiezo a formarme la idea de un bípedo inteligente, musculoso, de unos nueve pies de estatura, que se proporciona su propia atmósfera, lleva a cabo experimentos científicos, ignora la comodidad animal y es capaz de andar casi un centenar de millas a elevadas temperaturas.

—Un tipo de enemigo muy desagradable —dijo Harper.

—¿Había huellas alrededor de la semiesfera? —preguntó el profesor.

—A docenas.

—¿Las siguieron ustedes?

—Creímos preferible regresar con la información adquirida antes de vernos metidos en algún jaleo. ¿Insinúa usted que debemos tratar de establecer contacto?

—Tan pronto como sea posible —dijo Jantz—. De momento, estamos asustados de ellos —a pesar de no haberlos visto—, y ellos, supongo, estarán asustados de nosotros. Una situación muy poco satisfactoria. Tenemos que hacer algo que desvanezca o confirme nuestros temores, de modo que podamos planear nuestra futura actuación.

—He construido una cantidad de minas suficientes para establecer un cinturón de seguridad alrededor de esta base —dijo Holt—. Por lo menos, podremos tener la certeza de que este lugar está relativamente seguro.

Repentinamente la mesa se bamboleó y una taza vacía cayó al suelo. Aleccionados por años de experiencia, los hombres aguzaron instintivamente el oído, esperando escuchar el sonido de una explosión. Pero no oyeron nada.

—¿Qué diablos es eso? —exclamó Harper.

Pegram se abalanzó hacia el transmisor.

—¡Atención, patrulla de superficie! ¿Qué ha sucedido? Cambio.

No hubo ninguna respuesta. Mientras Pegram repetía la llamada, el capitán Harper y el doctor Holt se colocaron los capuchones y corrieron hacia la cámara reguladora de presión.

—¡Atención, patrulla de superficie! ¡Atención, patrulla de superficie! ¿Qué ha sucedido? Cambio.

Al cabo de unos instantes, llegó la voz de Jackson, muy débil:

—¡Por el amor de Dios, salgan rápidamente! La nave ha sido... destruida. Yo tengo un escape en mi traje anti-presión...

Tres minutos después, el capitán Harper y el doctor Holt estaban en la superficie. Durante unos instantes quedaron paralizados, contemplando las retorcidas ruinas de la nave a una milla de distancia. Luego corrieron hacia el tractor, subieron a él de un salto y se dirigieron a toda velocidad hacia el lugar del desastre.

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