Antología De Novelas De Anticipación I - Autores Varios 13 стр.


—¡Y un cuerno! Lo que siento es no haber podido hacer nada por el pobre Holt... ¿Alguna sugerencia, Jackson?

—Ninguna que valga la pena... ¿Vio usted lo que sucedió?

Harper asintió.

—Nuestro amigo sin cabeza le atacó con algo comparado con lo cual nuestros proyectiles h/v parecen armas de juguete. Deberíamos echarle una ojeada.

—¿Cree usted que será prudente? —inquirió Jackson.

—¿Se refiere usted a la radioactividad?

—Entre otras cosas.

—Entonces, ¿qué me dice de examinar los restos de su refugio? Llevaré el tractor lo más cerca posible. No creo que la H.E. haya dejado ninguna concentración suficientemente peligrosa. ¿Qué opina usted?

—Creo que vale la pena arriesgarse. Podemos enterarnos de algo útil acerca de ellos.

Harper puso en marcha el tractor y lo hizo avanzar lentamente hacia la zona destruida. A unos veinte metros de los restos de la semiesfera paró el motor.

—¿Sabe una cosa? —dijo Jackson, mientras se disponía a pasar por la cámara reguladora de la presión—. En un sentido, estamos de suerte. Este es el segundo fragmento de la historia que hemos tenido el privilegio de escribir.

—¿A qué se refiere?

—El individuo que mató a Holt y me atacó a mí —dijo Jackson— era algo muy raro. Yo estaba más cerca de él que usted. Y le vi caer en pedazos.

—¿Qué es lo que trata de insinuar?

—Únicamente que no estaba hecho de colas de rana —respondió Jackson en tono irónico—. Verá, capitán, creo que somos los primeros seres humanos que se han enfrentado con una banda de robots asesinos. El hecho de que hayamos puesto fuera de combate a esos tres es bastante significativo, creo yo.

—¡Dios mío! —exclamó Harper.

El doctor Jackson se volvió y pasó a través de la cámara reguladora de la presión. Poco después estaba hurgando entre los restos bañados por el implacable sol.

La crisis estaba superada, pero en la Base Número Uno transcurrió algún tiempo antes de que decreciera la atmósfera de alta tensión. Dos hombres de la primera expedición habían muerto, y todo el proyecto lunar había estado al borde del fracaso. Sólo después de una lenta y minuciosa investigación en toda la zona de la base y en las faldas de las colinas de Tycho, los cuatro supervivientes quedaron convencidos de que no existía ningún otro peligro inmediato. Paulatinamente, sus actividades volvieron a la normalidad.

Varios días terrestres más tarde, el profesor Jantz aprovechó la oportunidad que le brindaba la ausencia del doctor Jackson, que había salido para efectuar un recorrido de exploración, para entregarse a una tarea particular en el pequeño laboratorio subterráneo. Estaba absorto en el análisis de ciertas cantidades de polvillo negro.

Cuando el capitán Harper entró en el laboratorio, el profesor se ocupaba en calentar electrónicamente hasta la incandescencia un pequeño montón de aquel polvillo.

—¿En qué está trabajando usted ahora? —preguntó Harper, por decir algo.

El profesor Jantz manifestó el placer de un chiquillo que ha descubierto algo maravilloso dentro de los zapatos que dejó en el balcón la noche de Reyes.

—Es la tercera muestra de la caverna número catorce —explicó volublemente.

—¿De qué se trata?

—Mi querido Harper, esto es una muestra indiscutible de carbón bituminoso, del tipo conocido como fusain. Existe una maravillosa abundancia de microsporas y macrosporas. Mis teorías, ahora ya puedo decirlo, han quedado confirmadas de cabo a rabo. Cuando regrese a la tierra, procuraré...

—¿Qué significa eso, en lenguaje corriente? —le interrumpió Harper.

—Significa, sencillamente, que la luna estuvo llena, en una determinada época, de marismas estuáricas. Significa que hace billones de años la luna era un hervidero de formas vitales en pleno desarrollo. En resumen, hemos acumulado pruebas más que suficientes para sacudir en sus cimientos las modernas teorías astrofísicas.

—¿Por qué no hay ninguna evidencia de todo esto en la superficie lunar?

—Debido a que cuando la luna empezó a perder su atmósfera, el aumento del calor solar generó una combustión espontánea. Lo que hasta ahora ha sido llamado polvo meteórico, son las cenizas de lo que en otra época fueron enormes cementerios humeantes.

Harper sonrió burlonamente.

—De modo que va usted a sacudirles fuerte a los astrónomos de salón...

—Desde luego. He reunido suficientes datos para hacer que la mayoría de mis ilustres colegas consideren llegado el momento de ingresar en una clínica mental.

El capitán Harper sacó de su bolsillo un par de cuartillas mecanografiadas.

—En realidad, había venido a enseñarle el informe que voy a enviar al Cuartel General de la Organización. Si hay algo que desee usted añadir, puede decírmelo. Voy a enviarlo dentro de una hora.

El profesor Jantz cogió las cuartillas y las leyó rápidamente:

INFORME NÚMERO SIETE

De: Harper, Capitán De La Expedición Lunar, Base Número Uno,

A: Consejo Ejecutivo; Cuartel General De La Expedición, Tierra.

Después de la destrucción del refugio de los robots Jackson y Pegram han efectuado una minuciosa exploración del terreno, en un radio de cien millas alrededor de la base. No han descubierto más huellas extrañas, aparte de las procedentes de la semiesfera, ni señales de actividad de ninguna clase. Estamos convencidos, por lo tanto, que la segunda nave lunar puede emprender viaje en condiciones de seguridad.

Hemos examinado los restos del refugio de los robots, y hemos extraído las siguientes conclusiones:

1) Los robots no son indígenas de la luna, dado que su construcción exigiría recursos y una forma de vida sumamente desarrollada, de los cuales no existe ninguna prueba.

2) Su construcción está por encima de las posibilidades actuales de la ciencia humana.

3) Dado que el refugio no estaba regulado para la presión, los tres llamados ataúdes parecen haber sido las cámaras de hibernación y lechos de carga eléctrica de los robots durante la noche lunar. Antes de que el refugio fuera destruido, se obtuvieron pruebas de su potencial eléctrico.

4) Suponiendo que las tres hipótesis anteriores sean correctas en sus puntos esenciales, creemos que en algún momento la luna recibió una expedición extraterrestre, la cual dejó los robots con fines de observación y de investigación científica.

5) Dado que los robots tomaron la iniciativa de atacarnos, es probable que sus creadores adaptaran sus mecanismos para que reaccionaran agresivamente ante cualquier fenómeno que pudiera ser interpretado como interferencia.

6) Teniendo en cuenta que los robots estaban aparentemente equipados con radios especiales, es probable que procedieran de nuestro propio sistema solar.

Estos argumentos ampliatorios en apoyo de estos puntos de vista serán expuestos en el Informe Número Ocho. Sólo me resta añadir nuestra unánime creencia de que la expedición extraterrestre regresará a la luna para enterarse de la suerte corrida por sus instalaciones. Es de esperar que, en esa época, los seres humanos establecidos en la luna dispongan de elementos suficientes para hacer frente a las necesidades de interferencia o de cooperación, alternativamente.

El profesor Jantz apartó la vista de las cuartillas mecanografiadas.

—Creo que ha resumido usted admirablemente nuestras principales conclusiones —dijo—. El resto puede esperar hasta que dispongamos de tiempo para preparar un informe más completo. En cuanto haya terminado con esas muestras, pondré en orden mis propias notas para usted.

—Ya es hora de que Jackson y Pegram estuvieran de regreso —observó Harper, volviendo a meterse las cuartillas en el bolsillo—. Voy a llamarles por radio.

Salió del laboratorio, dejando al profesor Jantz entregado a su trabajo. Durante otras dos horas Jantz pudo continuar su análisis de las muestras de la caverna número catorce sin ser molestado.

Pasado aquel tiempo, el capitán Harper volvió a entrar en el laboratorio.

—Han regresado sin novedad —anunció.

—Bien, bien. Ahora podremos descansar durante unas cuantas horas.

—Jackson y Pegram desean que subamos a la superficie —dijo Harper—. Dicen que hay algo que vale la pena ver.

—¡Más muestras! —exclamó el profesor, con infantil entusiasmo—. ¿Dónde diablos habré puesto mi capuchón?

Los dos hombres no tardaron en pasar por la cámara reguladora de la presión y en trepar por la escalerilla metálica adosada a las paredes de la grieta. Al llegar a la superficie, vieron a Jackson y a Pegram de pie junto al tractor.

—¿Han encontrado ustedes algo interesante? —preguntó Jantz en tono esperanzado a través de su radio individual.

—Sí —respondió Jackson, levantando su brazo—. Mire a su alrededor.

Por todas partes, las sombras iban espesándose, y las llanuras de lava, suavizadas ahora por la claridad de los oblicuos rayos del sol, empezaban a apropiarse los oscuros perfiles de un crepúsculo lunar. La escena era desoladora, grotesca, pero, al propio tiempo, de una rara belleza.

Lentamente, muy lentamente, el sol empezó a hundirse detrás de los picos dorados de las montañas. Lentamente, la enorme bola verde de la Tierra se hizo más y más visible contra un telón de fondo de absoluta oscuridad.

El capitán Harper y sus tres compañeros permanecieron silenciosos en medio de una semioscuridad verdosa cada vez más intensa, contemplando el inexorable curso del sol sobre el áspero paisaje.

Era una escena que recordarían mientras vivieran: el sutil cambio que se operaba en un paisaje petrificado; el lento, impresionante final de su primer día lunar.

Un Problema De Tiempo

Edmond Cooper

Una delgada franja de luz descendió silenciosamente del negro cielo hacia la llanura de lava casi sin forma y la zona de aterrizaje marcada por un amplio círculo. El cohete permaneció como en suspenso durante un momento, apoyándose en su cola de llama verde. Luego, se cerró el contacto y la llama se apagó.

Los pasajeros y la tripulación, vistiendo trajes especiales contra la presión, descendieron del cohete por una escalerilla de nylon. El tractor les estaba esperando. Cuando se hubieron instalado cómodamente en su largo remolque a prueba de presión, el tractor dio media vuelta y avanzó por encima de un racimo de burbujas de plástico de una milla de extensión.

Cinco minutos después, en el espaciopuerto, ante unas tazas de humeante café, los pasajeros entregaban sus permisos de entrada al oficial de control para ser enviados a sus definitivos destinos.

Entre los pasajeros había un hombre alto, de pelo blanco, cuyo aspecto y edad parecían en desacuerdo con la fotografía y los datos que figuraban en su pasaporte. El oficial de control estaba francamente intrigado.

—Un momento, profesor Reigner. Aquí dice que tiene usted cuarenta y cinco años. Esto...

—Es absolutamente cierto —respondió Otto Reigner con una leve sonrisa—. Anticipándome al posible escepticismo, me he traído también mi partida de nacimiento y una carta que acredita mi personalidad. Aquí están.

El oficial de control cogió los documentos y los examinó cuidadosamente. No cabía duda de que eran auténticos, pero el oficial no quedó satisfecho.

—¿Es reciente esta fotografía?

—Me la hicieron hace tres meses.

—Sin embargo, en ella parece usted veinte años más joven.

—Es cierto —convino Reigner tranquilamente, mientras volvía a introducir los documentos en su cartera de mano. No parecía dispuesto a ofrecer ninguna explicación.

—Pero...

—Si cree usted que soy un impostor, le recomiendo que establezca comunicación con la Tierra. Le sugiero que se ponga en contacto con el Departamento de Cultivos sin Tierra Sección Polar.

El oficial de control no las tenía todas consigo. El nombre de Reigner era bastante conocido en el mundo científico, y no tenía el menor deseo de cometer una torpeza.

—No creo que sea usted un impostor —protestó con evidente apuro—. Pero tengo la obligación de comprobar que los hechos coinciden con los datos.

—Entonces, hágalo rápidamente —dijo Reigner—. Debo presentarme con urgencia en Lunar City.

El oficial de control vio un camino abierto.

—¿Quién le espera allí?

—El Coordinador de Investigaciones Espaciales.

—¿El C.I.E.? Permítame un momento Voy a comunicar con él para decirle que está usted en camino.

Se volvió hacia un pequeño despacho.

—Quedarán muy sorprendidos —dijo Reigner secamente, mientras la sonrisa desaparecía de su rostro— al oír que soy un viejo.

El oficial de control desapareció con un encogimiento de hombros con el cual parecía disculparse. Un par de minutos después salió del despacho con un aire más confiado.

—Le están esperando, profesor Reigner. Hay un taxi lunar aguardándole en la cámara reguladora de la presión ¿Quiere usted acompañarme, por favor?

El cohete-taxi aterrizó en la cámara reguladora oriental de Lunar City. Había recorrido las cincuenta millas que la separaban del espaciopuerto en seis minutos, exactamente.

Al descender del vehículo, Reigner encontró un enviado que le estaba esperando. Fue conducido al cuartel general administrativo por una ancha avenida bordeada de edificios de hiduminio. De pronto se encontró en un vestíbulo, mirando a una puerta que indicaba COORDINADOR INVESTIGACIONES ESPACIALES, mientras su acompañante hablaba con el hombre que había al otro lado.

No tuvo que esperar mucho tiempo.

Reigner oyó que despedían a su acompañante, y luego vio aparecer por la puerta la cabeza del Coordinador.

—¿Quiere usted pasar, profesor?

Tomó asiento en frente de la mesa escritorio del Coordinador y rechazó el cigarrillo que le ofrecía. Reigner se dio cuenta de que estaba siendo sometido a un minucioso escrutinio, y observó al mismo tiempo que el Coordinador Jansen disimulaba admirablemente su sorpresa.

—Es un placer recibir a tan distinguido bioquímico —dijo Jansen amablemente—. ¿Qué puedo hacer por usted?

Reigner fue directamente al grano.

—Probablemente, está usted tan ocupado como lo estaba yo antes de considerar absolutamente necesario venir a verle. De modo que no voy a perder tiempo en circunloquios ¿Cuándo oyó usted hablar por última vez a la Base Estrella Número Tres?

Jansen frunció el ceño.

—¿La Base Estrella Número Tres? En realidad, estamos esperando una llamada en cualquier momento. No hemos recibido noticias en los últimos tres días... cosa nada extraña, desde luego, en período de pruebas. Espero...

—¿Ha tratado usted de establecer contacto desde esta terminal? —le interrumpió Reigner.

—Sí, aunque sin ninguna urgencia. Que yo sepa, no hay ningún motivo para alarmarse. Copérnico tiene cincuenta y seis millas de anchura, y existen instalaciones alrededor de todo el cráter, con una docena de hombres —incluyendo a su hermano—, para manejarlo todo... Ahora, dígame: ¿qué le preocupa?

El profesor Reigner se echó hacia atrás en su asiento.

—Ya no existe la Base Estrella Número Tres —dijo—. No hay allí ningún vehículo espacial... No me pregunte cómo lo sé. Se lo diré a usted cuando hayamos inspeccionado los restos del naufragio.

Jansen no era hombre que reaccionara lentamente. Pulsó un dictáfono y dio órdenes de que prepararan un cohete de inspección. Luego se encaró de nuevo con Reigner.

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