Relatos De Ivan Petrovich Belkin - Pushkin Alejandro Sergeevich


Annotation

Uno de los principales logros de Aleksandr Pushkin–poeta, dramaturgo, narrador y novelista– fue fundar propiamente la prosa rusa, dando origen a un prodigioso venero que en no muchos años habría de alumbrar obras como Almas muertas de Gógol, Anna Karenina de Tolstoi o Crimen y castigo de Dostoyevski. Gestados en 1830, los Relatos del difunto Iván Petróvich Belkin, en los que Pushkin (1799-1837), con actitud irónica y desenfadada, recorre en un escenario ruso y con personajes rusos los estilos narrativos de los escritores occidentales, son justamente –como nos dice en su introducción Ricardo San Vicente– la primera manifestación de esta fuente, que en el caso del autor habría de prolongarse en obras como La hija del capitán, La dama de picas o Dubrovski. Completan la obra a modo de apéndices la Historia de la aldea de Goriújino, relato acerbo, censurado e inconcluso que pretendía dar un paso más en el camino ya iniciado, así como el prólogo escrito en su día por Yuri Lotman para la edición española, nunca publicada, de su biografía del genial escritor.

RELATOS DE IVAN PETROVICH BELKIN

Uno de los principales logros de Aleksandr Pushkin–poeta, dramaturgo, narrador y novelista– fue fundar propiamente la prosa rusa, dando origen a un prodigioso venero que en no muchos años habría de alumbrar obras como Almas muertas de Gógol, Anna Karenina de Tolstoi o Crimen y castigo de Dostoyevski. Gestados en 1830, los Relatos del difunto Iván Petróvich Belkin, en los que Pushkin (1799-1837), con actitud irónica y desenfadada, recorre en un escenario ruso y con personajes rusos los estilos narrativos de los escritores occidentales, son justamente –como nos dice en su introducción Ricardo San Vicente– la primera manifestación de esta fuente, que en el caso del autor habría de prolongarse en obras como La hija del capitán, La dama de picas o Dubrovski. Completan la obra a modo de apéndices la Historia de la aldea de Goriújino, relato acerbo, censurado e inconcluso que pretendía dar un paso más en el camino ya iniciado, así como el prólogo escrito en su día por Yuri Lotman para la edición española, nunca publicada, de su biografía del genial escritor.

Traductor: de José Laín Entralgo

©1830, Pushkin, Aleksandr Sergueevich

ISBN: 9788420659671

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ALEXANDER PUSHKIN

Los relatos de Belkin

Prólogo y traducción de José Laín Entralgo

PROLOGO

La época

El período que abarca la vida de Pushkin — más bien corta y truncada en plena madurez del poeta — se inicia con un acontecimiento trascendental de ámbito europeo, o más bien mundial, por cuanto Europa a comienzos del siglo XIX era en el mundo, si descontamos los jóvenes Estados Unidos norteamericanos, lo único que contaba. Este acontecimiento es la entrada del Gran Ejército napoleónico en Rusia, cuando cruza el Vístula y avanza hacia la vieja capital, hasta entrar en Moscú; el invasor, sin embargo, no encuentra allí la rendición, sino las llamas que consumen la ciudad y las llamas de la guerra popular contra el extranjero. La nación rusa no se entrega; los ejércitos se mantienen firmes; en la retaguardia francesa, las partidas de campesinos no dan tregua ni cuartel al invasor. Lo que comenzó con el triunfal e imponente paso del Vístula termina con el desastre del Beresina. Después, ya se sabe: la batalla de Leipzig y la abdicación del emperador francés. Los cosacos abrevan sus caballos en el Sena. «¡Un tiempo inolvidable! ¡Tiempo de gloria y entusiasmo! ¡Cómo latía el corazón ruso a la palabra "patria"! ¡Qué dulces lágrimas las del encuentro! ¡Con qué unanimidad uníamos el sentimiento de orgullo nacional y el amor al soberano!», dice el propio Pushkin en uno de los relatos incluidos en el presente volumen. Rusia, el Imperio Ruso, parecía haber coronado con Alejandro el ciclo que se iniciara algo más de cien años antes con Pedro I. Se consideraba arbitro supremo de los destinos de Europa. ¿Qué más podía desear el ruso, desde tiempos inmemoriales y hasta ahora tan sensible a la fibra patriótica?

Advinieron los tiempos de la Santa Alianza. Pero, al igual que ocurrió en el resto del continente, el vencido se tomaba el desquite. La Revolución Francesa, aplastada por las armas de las monarquías, hacía triunfar en las mentes sus ideas de libertad e igualdad. Los soldados rusos que, según Pushkin nos dice, regresaban del extranjero «intercalando a cada instante en la conversación palabras alemanas y francesas», traían algo más. Traían la visión de unos países en los que el feudalismo había desaparecido, de una vida incomparablemente mejor que la de sus aldeas, sumidas en la miseria y el atn de la servidumbre. Los oficiales traían las ideas de la Grat Revolución. Entre ellos, entre los oficiales más distinguidos de la Guardia Imperial, y también entre el elemento civil, encontró campo abonado el espíritu liberal, que de tantos hombres se había adueñado. En un principio pareció que Alejandro iba a seguir también la «senda de la Constitución». Mas las fuerzas contrarias tenían demasiado peso. Empezaron a surgir sociedades secretas que pretendían más o menos radicales reformas. Y lo mismo que en 1812 la palabra española «.guerrilla» había tomado carta de naturaleza en el idioma ruso, así como el levantamiento del pueblo español contra el invasor había sido ejemplo vivo en la otra punta de Europa, el nombre del general Riego era ahora bandera de la flor y nata de la oficialidad rusa, desde el coronel Péstel al príncipe Trubetskoi. Tanto más cuanto ellos no podían temer una segunda edición de los Cien mil hijos de San Luis. Pushkin compartía las ideas de estos pioneros rusos de la libertad:

Quiero cantar la libertad del mundo,

fulminar el vicio que anida en los tronos...

Temblad, tiranos. Y vosotros, esclavos caídos, levantaos.

El 14 de diciembre de 1825, la tropas de la guarnición de Petersburgo tenían que prestar juramento al nuevo zar, Nicolas I, hermano del difunto Alejandro. Los regimientos reunidos en la Plaza del Senado, dirigidos por oficiales afiliados a las sociedades secretas, se negaron a obedecer. El nuevo zar, aprovechando la pasividad de los insurrectos, los hizo ametrallar. Cuatro de los dirigentes pagaron con la vida. Otros muchos fueron desterrados a Siberia.

Advino un largo período de reacción personificada en las figuras de Nicolás y de su temible ministro Arakchéiev, un período que se iba a prolongar hasta 1855, año de la muerte del zar, en plena guerra de Crimea, que tan funesto desenlace tendría para Rusia. Pero de momento Crimea estaba lejos, y Nicolás no sólo implantó un régimen de hierro, sino que hizo de su país el «gendarme de Europa». Dondequiera que la voz de la libertad se dejase oír, allí estaba el zar ruso con sus «hijos de San Luis» para sofocarla.

Pushkin, sin embargo, no hizo dejación de sus ideales:

En la espantosa orilla a que fui arrojado,

canto el mismo himno de otros tiempos,

aunque en la primavera de 1826 escribía al poeta Zhukovski: «Cualquiera que sea mi modo de pensar político y religioso, lo guardo para mí, y no tengo la intención de oponerme como un insensato al orden generalmente admitido de la necesidad.» Los liberales y radicales de su tiempo debían «comprender la necesidad y perdonarla». Pero esta «necesidad» —el régimen de servidumbre y la autocracia — fue la causa indirecta de su trágica muerte.

La vida

Alexandr Serguéievich Pushkin nació el 6 de junio de 1799, en Moscú. Procedía de un noble linaje venido a menos. El ambiente que le rodeaba — su casa era frecuentada por poetas y escritores, y en ella se leían a menudo versos — no pudo por menos de contribuir a despertar su talento poético. A los ocho años componía comedíelas y epigramas en los aue las víctimas de su agudo ingenio solían ser sus propios maestros. Muy pronto también se despertó su afición a la lectura. En la biblioteca del padre encontró a todos los poetas rusos, de Lomonósov a Zhukosvski, las comedias de Molière y Beaumarchais, las obras de Voltaire y de otros escritores franceses del siglo XVIII.

En 1811 ingresó en el liceo de Tsárskoe Selo, en los alrededores de Petersburgo, privilegiado centro de enseñanza que entonces abría sus puertas. Allí encontró amigos como el futuro decembrista Puschin y los poetas Delvig y Küchelbeker. La guerra había estallado. Ellos, los alumnos, salían a despedir a las tropas que cruzaban por Tsárskoe Selo, «envidiando a quienes iban al encuentro de la muerte». La lírica pushkiniana en los años del liceo es un himno a la alegría y a la vida. Tuvo el poeta su consagración en los exámenes de 1815, en los que declamó sus Recuerdos de Tsárskoe Selo, que conmovieron al viejo Derzhavin, entonces patriarca de las letras rusas.

En 1817, terminados los estudios, Pushkin es incorporado al Colegio (Ministerio) de Asuntos Exteriores. Fueron tres años de entrega plena a los placeres de la vida y de formación espiritual del poeta. Se relaciona con miembros de las sociedades secretas y escribe la oda A la libertad. La Ley que expresa la voluntad del pueblo es la base de la vida de la nación. En marzo de 1820 termina su primer gran poema, Ruslán y Liudmila, que había empezado en el liceo. Su popularidad va en aumento. Circulan de mano en mano sus versos políticos. En pleno teatro muestra a cuantos quisieran verlo un retrato de Louvelle, que había dado muerte al heredero del trono francés, con un expresivo pie: «Una lección para los reyes.» Todo esto hizo que fuera desterrado al sur de Rusia.

Antes de llegar a Kishiniov —Besarabia—, lugar de su residencia, pasó por el Cáucaso y Crimea. Recuerdo de este viaje son El cautivo del Cáucasoy La fuente de Bajchisarai. En Kishiniov conoció a muchos oficiales que eran miembros de la Sociedad del Sur, al frente de la cual se encontraba el coronel Péstel. Era un ambiente muy parecido al que había vivido en Petersburgo. El poeta «estaba convencido de que los gobiernos, al perfeccionarse, implantarían poco a poco una eterna paz universal» y de que, con el tiempo, los culpables de las guerras «serían juzgados como simples violadores de la paz pública». La musa pushkiniana, en estos años de su primer destierro, encuentra inspiración en las ideas de los futuros decembristas. En una comida de gala que ofrecía el general Nizov, su superior, se atrevió a proclamar: «Antes, los pueblos se levantaban unos contra otros. Ahora, el rey de Nápoles lucha contra el pueblo, el rey de Prusia lucha contra el pueblo, y lo mismo hace el rey de España. No es difícil predecir quién saldrá victorioso.» Otro hecho que despierta sus entusiasmos — como los de Byron — es el levantamiento de los griegos contra la dominación turca. Sueña con tomar parte en la guerra contra las tropas del sultán. «Estoy plenamente convencido de que Grecia triunfará”, escribía en una de sus cartas.

Todo esto complicó aún más su situación. Debe abandonar Odesa, ciudad en la que había fijado su residencia, y se le confina en la aldea de Mijáilovo, provincia de Pskov, bajo la vigilancia de la policía y de las autoridades eclesiásticas. Su vida allí, entre agosto de 1824 y septiembre de 1826, transcurre en un aislamiento casi absoluto, entregado a la lectura y a la creación. Se despierta su interés por el folklore. Le agradaba la conversación con los campesinos, frecuentaba las ferias y lugares de peregrinación, estudiaba la vida del pueblo. Recogía sus canciones y, por las tardes, escuchaba los cuentos de su vieja niñera Arina Rodiónovna. La suerte de sus amigos decembristas — muchos estaban en prisión y a algunos les aguardaba la horca— le inquietaba profundamente.

El nuevo zar, Nicolás i, conocedor de la gran influencia de la poesía de Pushkin entre los «liberalistas», trató de ganárselo. Lo hizo trasladar a Moscú, a su presencia. Pushkin se mantuvo fiel a sus ideas. A la pregunta del zar —¿dónde habría estado el 14 de diciembre de 1825, si el levantamiento de los decembristas le hubiese sorprendido en Petersburgo?—, respondió sin dudarlo: «En las filas de los rebeldes.» No obstante, Nicolás levantó la pena de confinamiento que pesaba sobre el poeta. En adelante, le manifestó, él sería su único censor.

Moscú acogió a Pushkin con entusiasmo. Al aparecer en el teatro, todas las miradas se volvían hacia él, y la gente le seguía por la calle. «Lo conoce la ciudad entera, todos se interesan por él», escribía un contemporáneo del poeta. El, por su parte, debía definir su posición. Aun siendo contrario a la violencia de sus amigos decembristas, seguía considerando suyos los fines que éstos perseguían, y ante todo la supresión de la servidumbre. Un poderoso factor para conseguirlo, pensaba, era la ilustración, lo que traería como «consecuencia inevitable» la libertad del pueblo. «La cohorte de los sabios y escritores — escribió en una ocasión — marcha siempre a la vanguardia de todos los avances de la cultura, de todos los embates de la instrucción.»

En febrero de 1831 se casó con Natalia Goncharova. Tres meses más tarde el matrimonio se trasladaba a Tsárskoe Selo, y poco después a Petersburgo. «Estoy casado y me siento feliz — escribió por aquel entonces—. Lo único que deseo es que nada cambie en mi vida: no conoceré nada mejor.» A esta época corresponden producciones tan importantes como El jinete de bronce— en el que vuelve al tema de Pedro I, por él tan querido, que ya había tratado en el poema Poltavay en la obra en prosa El negro de Pedro el Grande—, Evgueni Oneguin, una Historia de Pugachov, asunto que también utiliza magistralmente en La hija del capitány Dubrovski.

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