La caverna - Jose´ Manuel Arribas A´lvarez 3 стр.


Marta se levantó para cambiar los platos y servir la sopa, que era hábito de la familia tomarla después. El padre la seguía con los ojos y pensaba, Estoy dejando que se complique todo con esta conversación, mejor sería que se lo contara ya. No lo hizo, súbitamente la hija pasó a tener ocho años, y él le decía, Fíjate bien, es como cuando tu madre amasa el pan. Hacía rodar la pella de arcilla adelante y atrás, la comprimía y la alargaba con la parte posterior de la palma de las manos, la golpeaba con fuerza contra la mesa, la estrujaba, la aplastaba, volvía al principio, repetía toda la operación, una vez, otra vez, otra aún, Por qué hace eso, le preguntó la hija, Para no dejar dentro del barro caliches, grumos y burbujas de aire, sería malo para el trabajo, En el pan también, En el pan sólo los grumos, las burbujas no tienen importancia. Ponía a un lado el cilindro compacto en que transformara la arcilla y comenzaba a amasar otra pella, Ya va siendo hora de que aprendas, dijo, pero después se arrepintió, Qué estupidez, sólo tiene ocho años, y enmendó, Vete a jugar fuera, vete, aquí hace frío, pero la hija respondió que no quería irse, estaba intentando modelar un muñeco con un recorte de pasta que se le pegaba a los dedos porque era demasiado blanda, Ese no sirve, prueba mejor con éste, verás como lo consigues, dijo el padre. Marta lo miraba inquieta, no era habitual en él que bajara así la cabeza para comer, como si pretendiese que, al esconder la cara, también se escondieran las preocupaciones, tal vez sea por la conversación que ha tenido con Marcial, pero de eso ya hemos hablado y él no tenía esa cara, estará enfermo, lo veo decaído, marchito, aquel día madre me dijo, Ten cuidado, no te esfuerces demasiado, y yo le respondí, Esto sólo requiere fuerza de brazos y juego de hombros, el resto del cuerpo observa, No me digas eso a mí que hasta el último pelo de la cabeza me acaba doliendo después de una hora de amasar, Eso es porque está un poco más cansada en estos últimos tiempos, O será porque estoy empezando a envejecer, Haga el favor de dejar esas ideas, madre, que de vieja no tiene nada, pero, quién lo iba a imaginar, no habían pasado dos semanas de esta conversación, y ya estaba muerta y enterrada, son las sorpresas que la muerte le da a la vida, En qué piensa, padre. Cipriano Algor se limpió la boca con la servilleta, tomó el vaso como si fuese a beber, pero lo posó sin acercárselo a los labios. Diga, hable, insistió la hija, y para abrir camino al desahogo preguntó, Todavía está preocupado por culpa de Marcial o tiene algún otro motivo de pesar. Cipriano Algor volvió a tomar el vaso, se bebió de un trago el resto del vino, y respondió rápidamente, como si las palabras le quemasen la lengua, Sólo aceptaron la mitad del cargamento, dicen que hay menos compradores para el barro, que han salido a la venta unas vajillas de plástico imitándolo y que eso es lo que los clientes prefieren ahora, No es nada que no debiésemos esperar, más pronto o más tarde tenía que suceder, el barro se raja, se cuartea, se parte al menor golpe, mientras que el plástico resiste a todo y no se queja, La diferencia está en que el barro es como las personas, necesita que lo traten bien, El plástico también, pero menos, Y lo peor es que me han dicho que no les lleve más vajillas mientras no las encarguen, Entonces vamos a parar de trabajar, Parar no, cuando el pedido llegue ya tendremos piezas listas para entregarlas ese mismo día, no iba a ser después del encargo cuando a todo correr encendiéramos el horno, Y entre tanto qué hacemos, Esperar, tener paciencia, mañana iré a dar una vuelta por ahí, alguna cosa he de vender, Acuérdese de que ya dio esa vuelta hace dos meses, no encontrará muchas personas con necesidad de comprar, No vengas tú ahora a desanimarme, Sólo procuro ver las cosas como son, fue usted quien me dijo hace poco que tres generaciones de alfareros en la familia es más que suficiente, No serás la cuarta generación, te irás a vivir al Centro con tu marido, Deberé ir, sí, pero usted vendrá conmigo, Ya te he dicho que nunca me verás viviendo en el Centro, Es el Centro quien nos ha mantenido hasta ahora comprando el producto de nuestro trabajo, continuará manteniéndonos cuando estemos allí y no tengamos nada para venderle, Gracias al sueldo de Marcial, No es ninguna vergüenza que el yerno mantenga al suegro, Depende de quién sea el suegro, Padre, no es bueno ser orgulloso hasta ese punto, No se trata de orgullo, De qué se trata entonces, No te lo puedo explicar, es más complicado que el orgullo, es otra cosa, una especie de vergüenza, pero perdona, reconozco que no debería haber dicho lo que dije, Lo que yo no quiero es que pase necesidades, Podré comenzar a vender a los comerciantes de la ciudad, es cuestión de que el Centro lo autorice, si van a comprar menos no tienen derecho a prohibirme que venda a otros, Sabe mejor que yo que los comerciantes de la ciudad enfrentan grandes dificultades para mantener la cabeza fuera del agua, toda la gente compra en el Centro, cada vez hay más gente que quiere vivir en el Centro, Yo no quiero, Qué va a hacer si el Centro deja de comprarnos cacharrería y las personas de aquí comienzan a usar utensilios de plástico, Espero morir antes de eso, Madre murió antes de eso, Murió en el torno, trabajando, ojalá pudiese yo acabar de la misma manera, No hable de la muerte, padre, Mientras estamos vivos es cuando podemos hablar de la muerte, no después. Cipriano Algor se sirvió un poco más de vino, se levantó, se limpió la boca con el dorso de la mano como si las reglas de urbanidad en la mesa caducasen al levantarse, y dijo, Tengo que ir a partir el barro, el que tenemos se está acabando, ya iba a salir cuando la hija lo llamó, Padre, he tenido una idea, Una idea, Sí, telefonear a Marcial para que él hable con el jefe del departamento de compras e intente descubrir cuáles son las intenciones del Centro, si es por poco tiempo esta disminución en los pedidos, o si será para largo, usted sabe que Marcial es estimado por sus superiores, Por lo menos es lo que él nos dice, Si lo dice es porque es cierto, protestó Marta, impaciente, y añadió, Pero si no quiere no llamo, Llama, sí, llama, es una buena idea, es la única que puede servir ahora, aunque yo dude que un jefe de departamento del Centro esté dispuesto, así sin más ni más, a dar explicaciones sobre su jefatura a un guarda de segunda clase, los conozco mejor que él, no es necesario estar dentro para comprender de qué masa está hecha esa gente, se creen los reyes del universo, aparte de que un jefe de departamento no es más que un mandado, cumple órdenes que le vienen de arriba, incluso puede suceder que nos engañe con explicaciones sin fundamento sólo para darse aires de importancia. Marta oyó la extensa parrafada hasta el final, pero no respondió. Si, como parecía evidente, el padre se empeñaba en tener la última palabra, no iba a ser ella quien le robara esa satisfacción. Sólo pensó, cuando él salía, Debo ser más comprensiva, debo ponerme en su lugar, imaginar lo que sería quedarse de repente sin trabajo, alejarse de la casa, de la alfarería, del horno, de la vida. Repitió las últimas palabras en voz alta, De la vida, y en ese instante la vista se le enturbió, se había puesto en el lugar del padre y sufría como él estaba sufriendo. Miró alrededor y reparó por primera vez en que todo allí estaba como cubierto de barro, no sucio de barro, sólo del color que tiene el barro, del color de todos los colores con que salió de la barrera, el que fue siendo dejado por tres generaciones que todos los días se mancharon las manos en el polvo y el agua del barro, y también, ahí fuera, el color de ceniza viva del horno, la postrera y esmorecente tibieza de cuando lo dejaron vacío, como una casa de donde salieron los dueños y que se queda, paciente, a la espera, y mañana, si todo esto no se ha acabado para siempre, otra vez la primera llama de leña, el primer aliento caliente que va a rodear como una caricia la arcilla seca y después, poco a poco, la tremolina del aire, una cintilación rápida de brasa, el alborear del esplendor, la irrupción deslumbrante del fuego pleno. Nunca más veré esto cuando nos vayamos de aquí, dijo Marta, y se le angustió el corazón como si estuviese despidiéndose de la persona a quien más amase, que en este momento no sabría decir cuál de ellas era, si la madre ya muerta, si el padre amargado, o el marido, sí, podría ser el marido, era lo más lógico, siendo como es su mujer. Oía, como si arrancara de debajo del suelo, el ruido sordo del mazo rompiendo el barro, sin embargo el sonido de los golpes le parecía hoy diferente, quizá porque no los impelía la necesidad simple del trabajo, sino la ira impotente de perderlo. Voy a telefonear, murmuró Marta para sí, pensando estas cosas acabaré tan triste como él. Salió de la cocina y se dirigió al cuarto del padre. Allí, sobre la pequeña mesa donde Cipriano Algor llevaba la contabilidad de los gastos e ingresos de la alfarería, había un teléfono de modelo antiguo. Marcó uno de los números de la centralita y pidió que le pusiesen en comunicación con Seguridad, casi en el mismo instante sonó una voz seca de hombre, Servicio de Seguridad, la rapidez de la contestación no le sorprendió, todo el mundo sabe que cuando se trata de cuestiones de seguridad hasta el más insignificante de los segundos cuenta, Deseo hablar con el guarda de segunda clase Marcial Gacho, dijo Marta, De parte de quién, Soy su mujer, le llamo de casa, El guarda de segunda clase Marcial Gacho se encuentra de servicio en este momento, no puede abandonar su puesto, En ese caso le pido por favor que le transmita un recado, Es su mujer, Lo soy, me llamo Marta Algor Gacho, lo podrá comprobar ahí, Entonces no ignora que no recibimos recados, sólo tomamos nota de quién ha telefoneado, Sería únicamente decirle que telefonee a casa en cuanto pueda, Es urgente, preguntó la voz. Marta lo pensó dos veces, será urgente, no será urgente, sangría desatada no era, problemas graves en el horno tampoco, parto prematuro mucho menos, pero acabó respondiendo, Sí, realmente hay una cierta urgencia, Tomo nota, dijo el hombre, y colgó. Con un suspiro de cansada resignación Marta posó el auricular en la horquilla, no había nada que hacer, era más fuerte que ellos, Seguridad no podía vivir sin restregar su autoridad por la cara de las personas, incluso en un caso tan trivial como éste de ahora, tan banal, tan de todos los días, una mujer que telefonea al Centro porque necesita hablar con su marido, no ha sido ella la primera ni con certeza será la última. Cuando Marta salió a la explanada el sonido del mazo dejó súbitamente de parecerle que subía del suelo, venía de donde tenía que venir, del recodo oscuro de la alfarería donde se guardaba la arcilla extraída de la barrera, se acercó a la puerta, pero no pasó del umbral, Ya he telefoneado, dijo, quedaron en darle el recado, Esperemos que lo hagan, respondió el padre, y sin otra palabra atacó con el mazo el mayor de los bloques que tenía delante. Marta se volvió de espaldas porque sabía que no debía penetrar en un espacio escogido a propósito por su padre para estar solo, pero también por que tenía, ella misma, trabajo que hacer, unas docenas de jarros grandes y pequeños a la espera de que les pegasen las asas. Entró por la puerta de al lado.

Marcial Gacho telefoneó al final de la tarde, tras acabar su turno de trabajo. Respondió a la mujer con breves y mal ligadas palabras, sin dar muestras de lástima, inquietud o enfado por la descortesía comercial de que el suegro fuera víctima. Habló con una voz ausente, una voz que parecía estar pensando en otra cosa, dijo sí, ah sí, comprendo, de acuerdo, supongo que es normal, iré así que pueda, a veces no, sin duda, pues sí, comprendo, no necesitas repetirlo, y remató la conversación con una frase finalmente completa, aunque sin relación con el asunto, Quédate tranquila, no me olvidaré de las compras. Marta comprendió que el marido había estado hablando delante de testigos, colegas de trabajo, tal vez un superior que inspeccionaba el pabellón, y disimulaba para evitar curiosidades incómodas, o incluso peligrosas. La organización del Centro fue concebida y montada según un modelo de estricta compartimentación de las diversas actividades y funciones, las cuales, aunque no fuesen ni pudiesen ser totalmente estancas, sólo por vías únicas, frecuentemente difíciles de discriminar e identificar, podían comunicarse entre sí. Está claro que un simple guarda de segunda clase, tanto por la naturaleza específica de su cargo como por su diminuto valor en la plantilla del personal subalterno, una cosa derivada de la otra como inapelable consecuencia, no está pertrechado, generalmente hablando, de discernimiento y perceptibilidad suficientes para captar sutilezas y matices de ese carácter, en realidad casi volátiles, pero Marcial Gacho, a pesar de no ser el más avispado de su categoría, cuenta en su favor con un cierto fermento de ambición que, teniendo como meta conocida el ascenso a guarda residente y, en un segundo tiempo, naturalmente, la promoción a guarda de primera clase, no sabemos adonde podrá llegar en un futuro próximo, y menos aún, en un futuro distante, si lo tuviera. Por haber andado con los ojos bien abiertos y tener los oídos afinados desde el día en que comenzó a trabajar en el Centro, pudo aprender, en poco tiempo, cuándo y cómo era más conveniente hablar, o callar, o hacer como que. Tras dos años de matrimonio Marta cree conocer bien al marido que le tocó en el juego de poner y quitar a que casi siempre se reduce la vida conyugal, le dedica todo su afecto de esposa, incluso no se mostraría reluctante, suponiendo que el interés del relato exigiera profundizar en su intimidad, a hacer uso de una extrema vehemencia al respondernos que lo ama, pero no es persona para engañarse a sí misma, así que es más que probable, si llevásemos tan lejos la insistencia, que acabara confesando que a veces él le parece demasiado prudente, por no decir calculador, suponiendo que a área tan negativa de la personalidad osáramos dirigir la indagación. Tenía la certeza de que el marido se retiró contrariado de la conversación, de que le estaría ya inquietando la perspectiva de un encuentro con el jefe del departamento de compras, y no por timidez o modestia de inferior, verdaderamente Marcial Gacho siempre ha tenido a gala proclamar que le disgusta llamar la atención cuando no se trata de asuntos de trabajo, sobre todo, añadirá quien piense conocerlo, si se da la circunstancia de que esos asuntos no le aportan beneficio. Finalmente, la tal buena idea que Marta creyó tener sólo pareció buena porque, en aquel momento, como dijo el padre, era la única posible. Cipriano Algor estaba en la cocina, no pudo oír los fragmentos del discurso, sueltos e inconexos, emitidos por el yerno, pero fue como si los hubiese leído todos, y rellenado los vacíos, en el rostro abatido de la hija, cuando, un largo minuto después, ella salió del cuarto. Y como no merece la pena cansar la lengua por tan poco, ni siquiera perdió tiempo preguntándole Entonces, fue ella quien le comunicó lo obvio, Hablará con el jefe del departamento, que tampoco para decir esto necesitaba Marta cansarse, dos miradas bastarían. La vida es así, está llena de palabras que no valen la pena, o que valieron y ya no valen, cada una de las que vamos diciendo le quitará el lugar a otra más merecedora, que lo sería no tanto por sí misma, sino por las consecuencias de haberla dicho. La cena transcurrió en silencio, silenciosas fueron las dos horas pasadas después ante la televisión indiferente, en un determinado momento, como viene sucediendo con frecuencia en los últimos meses, Cipriano Algor se durmió. Tenía el entrecejo fruncido con una expresión de enfado, como si, al mismo tiempo que dormía, estuviese recriminándose por haber cedido tan fácilmente al sueño, cuando lo justo y equitativo sería que la irritación y el disgusto lo mantuvieran despierto de noche y de día, el disgusto para que sufriese plenamente la injuria, la irritación para hacerle soportable el sufrimiento. Expuesto así, desarmado, con la cabeza caída hacia atrás, la boca medio abierta, perdido de sí mismo, presentaba la imagen lacerante de un abandono sin salvación, como un saco roto que dejara escapar por el camino lo que llevaba dentro. Marta miraba al padre con fervor, con una intensidad apasionada, y pensaba, Este es mi viejo padre, son exageraciones disculpables de quien todavía está en los primeros albores de la edad adulta, a un hombre de sesenta y cuatro años, aunque de ánimo un poco marchito como en éste se está observando, no se debería, con tan inconsciente liviandad, llamarle viejo, habría sido ésa la costumbre en las épocas en que los dientes comenzaban a caerse a los treinta años y las primeras arrugas aparecían a los veinticinco, actualmente la vejez, la auténtica, la insofismable, aquélla de la que no podrá haber retorno, ni siquiera fingimiento, sólo comienza a partir de los ochenta años, de hecho y sin disculpas, a merecer el nombre que damos al tiempo de la despedida. Qué será de nosotros si el Centro deja de comprar, para quién fabricaremos lozas y barros si son los gustos del Centro los que determinan los gustos de la gente, se preguntaba Marta, no fue el jefe de departamento quien decidió reducir los pedidos a la mitad, la orden le llegó de arriba, de los superiores, de alguien para quien es indiferente que haya un alfarero más o menos en el mundo, lo que ha sucedido puede haber sido apenas el primer paso, el segundo será que dejen definitivamente de comprar, tendremos que estar preparados para ese desastre, sí, preparados, pero ya me gustaría saber cómo se prepara una persona para encajar un martillazo en la cabeza, y cuando asciendan a Marcial a guarda residente, qué haré con padre, dejarlo solo en esta casa y sin trabajo, imposible, imposible, hija desnaturalizada, dirían de mí los vecinos, peor que eso, diría yo de mí misma, las cosas serían diferentes si madre viviera, porque, en contra de lo que se suele decir, dos debilidades no hacen una debilidad mayor, hacen una nueva fuerza, probablemente no es así ni nunca lo ha sido, pero hay ocasiones en que convendría que lo fuese, no, padre, no, Cipriano Algor, cuando yo salga de aquí vendrás conmigo, aunque te tenga que llevar a la fuerza, no dudo de que un hombre sea capaz de vivir solo, pero estoy convencida de que comienza a morir en el mismo instante en que cierra tras de sí la puerta de su casa. Como si lo hubiesen sacudido bruscamente por un brazo, o como si hubiese percibido que hablaban de su persona, Cipriano Algor abrió de repente los ojos y se enderezó en el sillón. Se pasó las manos por la cara y, con la expresión medio confusa de un niño sorprendido en falta, murmuró, Me he quedado dormido. Decía siempre estas mismas palabras, Me he quedado dormido, cuando se despertaba de sus breves sueños delante del televisor. Pero esta noche no era como las otras, por eso tuvo que añadir, Hubiera sido mucho mejor que no me despertara, murmuró, al menos, mientras dormía, era un alfarero con trabajo, Con la diferencia de que el trabajo que se hace soñando no deja obra hecha, dijo Marta, Exactamente como en la vida despierta, trabajas, trabajas y trabajas, y un día despiertas de ese sueño o de esa pesadilla y te dicen que lo que has hecho no sirve para nada, Sí sirve, sí, padre, Es como si no hubiese servido, Hoy hemos tenido mal día, mañana pensaremos con más calma, veremos cómo encontrar salida para este problema que nos han buscado, Pues sí, veremos, pues sí, pensaremos. Marta se acercó al padre, le dio un beso cariñoso, Váyase a la cama, venga, y duerma bien, descánseme esa cabeza. A la entrada del dormitorio Cipriano Algor se detuvo, se volvió atrás, pareció dudar un momento y acabó diciendo, como si pretendiera convencerse a sí mismo, Tal vez Marcial llame mañana, tal vez nos dé una buena noticia, Quién sabe, padre, quién sabe, respondió Marta, él me dijo que se tomaría la cuestión muy a pecho, ésa era su disposición.

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