La caverna - Jose´ Manuel Arribas A´lvarez 5 стр.


Desde que lo mandaron a casa con la mitad de la carga, que, entre paréntesis se diga, todavía no ha sido retirada de la furgoneta, Cipriano Algor ha pasado, de un momento a otro, a desmerecer la reputación de operario madrugador ganada a lo largo de una vida de mucho trabajo y pocas vacaciones. Se levanta con el sol ya fuera, se lava y se afeita con más lentitud de la necesaria para una cara rasurada y un cuerpo habituado a la limpieza, desayuna poco pero pausado y finalmente, sin añadidura visible al escaso ánimo con que sale de la cama, va a trabajar. Hoy, sin embargo, después del resto de la noche soñando con un tigre que venía a comer en su mano, dejó las mantas cuando el sol apenas comenzaba a pintar el cielo. No abrió la ventana, solamente un poco el postigo para ver cómo estaba el tiempo, fue eso lo que pensó, o quiso pensar que pensaba, aunque no tenía hábito de hacerlo, este hombre ya ha vivido más que suficiente para saber que el tiempo siempre está, con sol, como hoy promete, con lluvia, como ayer cumplió, en realidad cuando abrimos una ventana y levantamos la nariz hacia los espacios superiores es sólo para comprobar si el tiempo que hace es aquel que deseábamos. Al escudriñar el exterior, lo que Cipriano Algor quería, sin más preámbulos suyos o ajenos, era saber si el perro todavía estaba a la espera de que le fuesen a dar otro nombre, o si, cansado de la expectativa frustrada, había partido en busca de un amo más diligente. De él apenas se veían el hocico que descansaba sobre las patas delanteras cruzadas y las orejas gachas, pero no había motivo para recelar de que el resto del cuerpo no continuase dentro de la garita. Es negro, dijo Cipriano Algor. Ya cuando le llevó la comida le había parecido que el animal tenía ese color, o, como afirman algunos, esa ausencia de tal, pero era de noche, y si de noche hasta los gatos blancos son pardos, lo mismo, o en más tenebroso, se podría decir de un perro visto por primera vez debajo de un moral cuando una lluvia persistente y nocturna disolvía la línea de separación entre los seres y las cosas, aproximándolos, a ellos, a las cosas en que, más tarde o más pronto, se han de transformar. El perro no es realmente negro, casi llegó a serlo en el hocico y en las orejas, pero el resto apunta hacia un color grisáceo generalizado, con mechas que van desde tonos oscuros hasta llegar al negro retinto. A un alfarero de sesenta y cuatro años, con los problemas de visión que la edad siempre ocasiona, y que dejó de usar gafas por culpa del calor del horno, no se le puede censurar que haya dicho, Es negro, dado que antes era de noche y llovía, y ahora la distancia vuelve nebuloso el crepúsculo de la mañana. Cuando Cipriano Algor se aproximó finalmente al perro vio que nunca más podrá repetir Es negro, pero también pecaría gravemente contra la verdad si afirmara Es gris, mucho más cuando descubra que una estrecha mancha blanca, como una delicada corbata, baja por el pecho del animal hasta el comienzo del vientre. La voz de Marta sonó al otro lado de la puerta, Padre, despierte, tiene al perro esperando, Estoy despierto, ya voy, respondió Cipriano Algor, pero inmediatamente se arrepintió de que le hubieran salido las dos últimas palabras, era pueril, era casi ridículo, un hombre de su edad alborozándose como un niño a quien le han traído el juguete soñado, cuando todos sabemos que en lugares como éstos un perro es tanto más estimado cuanto más cabalmente demuestre su utilidad práctica, virtud que los juguetes no necesitan, y en lo que a los sueños se refiere, si de cumplirlos se trata, no sería bastante un perro para quien acaba de pasar la noche soñando con un tigre. Pese a que luego se lo reprochará, Cipriano Algor esta vez no va a perder tiempo con arreglos y aseos, se vistió rápidamente y salió del cuarto. Marta le preguntó, Quiere que le prepare alguna cosa para que coma, Después, ahora la comida le distraería, Vaya, vaya a domar a la fiera, No es ninguna fiera, pobre animal, lo he estado observando desde la ventana, Yo también lo he visto, Qué te ha parecido, No creo que sea de nadie de por aquí, Hay perros que nunca salen de los patios, viven y mueren allí, salvo en los casos en que los llevan al campo para ahorcarlos en la rama de un árbol o para rematarlos con una carga de plomo en la cabeza, Oír eso no es una buena manera de comenzar el día, Realmente no lo es, así que vamos a iniciarlo de una forma menos humana, pero más compasiva, dijo Cipriano Algor saliendo a la explanada. La hija no lo siguió, se quedó entre las puertas, mirando, La fiesta es suya, pensó. El alfarero se adelantó algunos pasos y con voz clara, firme, aunque sin gritar, pronunció el nombre escogido, Encontrado. El perro ya había levantado la cabeza al verlo, y ahora, escuchado finalmente el nombre por el que esperaba, salió de la caseta de cuerpo entero, ni perro grande ni perro pequeño, un animal joven, esbelto, de pelo crespo, realmente gris, realmente tirando a negro, con la estrecha mancha blanca que le divide el pecho y que parece una corbata. Encontrado, repitió el alfarero, avanzando dos pasos más, Encontrado, ven aquí. El perro se quedó donde estaba, mantenía la cabeza alta y meneaba despacio la cola, pero no se movió. Entonces el alfarero se agachó para nivelar sus ojos a la altura de los ojos del animal y volvió a decir, esta vez en un tono conminatorio, intenso como si fuese la expresión de una necesidad personal suya, Encontrado. El perro adelantó un paso, otro paso, otro aún, sin detenerse nunca hasta llegar a colocarse al alcance del brazo de quien lo llamaba. Cipriano Algor extendió la mano derecha, casi tocándole la nariz, y esperó. El perro olisqueó varias veces, después alargó el cuello, y su nariz fría rozó las puntas de los dedos que lo solicitaban. La mano del alfarero avanzó lentamente hasta la oreja más cercana y la acarició. El perro dio el paso que faltaba, Encontrado, Encontrado, dijo Cipriano Algor, no sé qué nombre tenías antes, a partir de ahora tu nombre es Encontrado. En ese momento reparó en que el animal no llevaba collar y en que el pelo no era sólo gris, estaba sucio de barro y de detritos vegetales, sobre todo las piernas y el vientre, señal más que probable de ásperas travesías por cultivos y descampados, no de haber viajado cómodamente por carretera. Marta se acercaba, traía un plato con un poco de comida para el perro, nada exageradamente sustancial, apenas para confirmar el encuentro y celebrar el bautismo, Dáselo tú, dijo el padre, pero ella respondió, Déselo usted, habrá muchas ocasiones para que yo lo alimente. Cipriano Algor puso el plato en el suelo, después se levantó con dificultad, Ay mis rodillas, cuánto daría por volver a tener aunque fuesen las del año pasado, Tanta diferencia hay, A esta altura de la vida hasta un día se nota, nos salva que a veces parece que es para mejor. El perro Encontrado, ahora que ya tiene un nombre no deberíamos usar otro para él, ya sea el de perro, que por la fuerza de la costumbre todavía se antepuso, ya sea el de animal o bicho, que sirven para todo cuanto no forme parte de los reinos mineral y vegetal, aunque alguna que otra vez no nos será posible escapar a esas variantes, para evitar repeticiones aborrecidas, que es la única razón por la que en lugar de Cipriano Algor hemos ido escribiendo alfarero, hombre, viejo y padre de Marta. Ahora bien, como íbamos diciendo, el perro Encontrado, después de que con dos lametones rápidos hiciera desaparecer la comida del plato, clara demostración de que todavía no consideraba cabalmente satisfecha el hambre de ayer, levantó la cabeza como quien aguarda nueva porción de pitanza, por lo menos fue así como interpretó Marta el gesto, por eso le dijo, Ten paciencia, el almuerzo viene después, mientras tanto entretén el estómago con lo que tienes, fue un juicio precipitado, como tantas veces sucede en los cerebros humanos, a pesar del apetito remanente, que nunca negaría, no era la comida lo que preocupaba a Encontrado en ese momento, lo que él pretendía era que le diesen una señal de lo que debería hacer a continuación. Tenía sed, que obviamente podría saciar en cualquiera de las muchas pozas de agua que la lluvia había dejado alrededor de la casa, pero le retenía algo que, si estuviésemos hablando de sentimientos de personas, no dudaríamos en llamar escrúpulo o delicadeza de maneras. Si le habían puesto el alimento en un plato, si no quisieron que lo tomase groseramente del barro del suelo, era porque el agua también debería ser bebida en un recipiente apropiado. Tendrá sed, dijo Marta, los perros necesitan mucha agua, Tiene ahí esas pozas, respondió el padre, no bebe porque no quiere, Si vamos a quedarnos con él, no es para que ande bebiendo agua de los charcos como si no tuviese asiento ni casa, obligaciones son obligaciones. Mientras Cipriano Algor se dedicaba a pronunciar frases sueltas, casi sin sentido, cuyo único objetivo era ir habituando al perro al sonido de su voz, pero en las que aposta, con la insistencia de un estribillo, la palabra Encontrado se iba repitiendo, Marta trajo un cuenco grande de barro lleno de agua limpia, que puso al lado de la caseta. Desafiando escepticismos, sobradamente justificados después de millares de relatos leídos y oídos sobre las vidas ejemplares de los perros y sus milagros, tendremos que decir que Encontrado volvió a sorprender a los nuevos dueños quedándose donde estaba, frente a frente con Cipriano Algor, a la espera, según todas las apariencias, de que él llegase al final de lo que tenía que decirle. Sólo cuando el alfarero se calló y le hizo un gesto como de despedida, el perro se dio la vuelta y fue a beber. Nunca he visto un perro que se comporte de esta manera, observó Marta, Lomalo, después de esto, respondió el padre, será que alguien nos diga que el perro le pertenece, No creo que tal cosa suceda, incluso juraría que Encontrado no es de por aquí, perros de rebaño y perros de guarda no hacen lo que éste ha hecho, Después de desayunar voy a dar una vuelta para preguntar, Aproveche para llevarle el cántaro a la vecina Isaura, dijo Marta, sin tomarse la molestia de disimular la sonrisa, Ya había pensado en eso, como decía mi abuelo, no dejes para la tarde lo que puedas hacer por la mañana, respondió Cipriano Algor mientras miraba a otro lado. Encontrado acabó de beber su agua, y como ninguno de aquellos dos parecía querer prestarle atención, se tumbó en la entrada de la caseta donde el suelo estaba menos mojado.

Tras el desayuno, Cipriano Algor escogió un cántaro del almacén de obra acabada, lo colocó cuidadosamente en la furgoneta, ajustándolo, para que no rodase, entre las cajas de platos, después entró, se sentó y puso en marcha el motor. Encontrado levantó la cabeza, era manifiesto que no ignoraba que a un ruido de éstos siempre le sucede un alejamiento, seguido luego de una desaparición, pero sus anteriores experiencias de vida debieron de recordarle que existe una manera capaz de impedir, al menos algunas veces, que tales calamidades ocurran. Se irguió sobre las altas patas, moviendo la cola con fuerza, como si agitase una verdasca, y, por primera vez desde que vino aquí pidiendo asilo, Encontrado ladró. Cipriano Algor condujo despacio la furgoneta en dirección al moral y paró a poca distancia de la caseta. Creía haber comprendido lo que Encontrado esperaba. Abrió y mantuvo abierta la puerta del otro lado, y antes de tener tiempo para invitarlo a dar un paseo, el perro ya estaba dentro. No había pensado llevárselo, la intención de Cipriano Algor era ir de vecino en vecino preguntando si conocían un perro así y así, con este pelo y esta figura, con esta corbata y estas virtudes morales, y mientras estuviese describiéndoles las diversas características rogaría a todos los santos del cielo y a todos los demonios de la tierra que, por favor, por las buenas o las malas, obligasen al interrogado a responder que nunca en su vida semejante bicho le perteneciera o de él tuviera la menor noticia. Con Encontrado visible dentro de la furgoneta se evitaba la monotonía de la descripción y ahorraba repeticiones, tendría bastante con preguntar, Este perro es suyo, o tuyo, según el grado de intimidad con el interlocutor, y oír la respuesta, No, Sí, en el primer caso pasar sin más demoras al siguiente para no dar lugar a enmiendas, en el segundo caso observar atentamente las reacciones de Encontrado, que no sería perro para dejarse llevar al engaño con mentirosas reivindicaciones de un falso dueño. Marta, que al ruido del motor de arranque de la furgoneta apareció, con las manos sucias de barro, a la puerta de la alfarería, quiso saber si el perro también iba. El padre le respondió, Viene, viene, y un minuto después estaba el terrado tan desierto y Marta tan sola como si para él y para ella ésta hubiese sido la primera vez.

Antes de llegar a la calle donde vive Isaura Estudiosa, apellido del que, tal como los de Gacho y Algor, se desconoce la razón de ser y la procedencia, el alfarero llamó a la puerta de doce vecinos y tuvo la satisfacción de oír de todos ellos las mismas respuestas, Mío no es, No sé de quién será. A la mujer de un comerciante le gustó Encontrado hasta el punto de hacer una generosa oferta de compra, rechazada de plano por Cipriano Algor, y en tres casas donde nadie respondió a la llamada se oyó el ladrido violento de los vigías caninos, lo que le permitió al alfarero el raciocinio sinuoso de que Encontrado no era de allí, como si en alguna ley universal de los animales domésticos estuviese escrito que donde haya un perro no pueda haber otro. Cipriano Algor paró finalmente la furgoneta ante la puerta de la mujer de luto, llamó, y cuando ella apareció vestida con su blusa y su falda negra, le dio unos buenos días mucho más sonoros de lo que pediría la naturalidad, la culpa de este súbito desconcierto vocal la tenía Marta por ser autora de la descabellada idea de una boda de viudos caducos, designación merecedora de severa censura, dicho sea ya, por lo menos en lo que se refiere a Isaura Estudiosa, que no debe de tener más de cuarenta y cinco años, y si para que la cuenta sea exacta es necesario añadir algunos más, verdaderamente no se le notan. Ah, buenos días, señor Cipriano, dijo ella, Vengo a cumplir lo prometido, a traerle su cántaro, Muchas gracias, pero realmente no debía haberse molestado, después de lo que hablamos en el cementerio he pensado que no hay gran diferencia entre las cosas y las personas, tienen su vida, duran un tiempo, y al poco acaban, como todo en el mundo, A pesar de eso un cántaro puede sustituir a otro cántaro, sin tener que pensar en el asunto más que para tirar los cascotes del viejo y llenar de agua el nuevo, lo que no ocurre con las personas, es como si en el nacimiento de cada una se partiese el molde del que ha salido, por eso las personas no se repiten, Las personas no salen de moldes, pero creo que entiendo lo que quiere decir, Son palabras de alfarero, no les dé importancia, aquí lo tiene, y ojalá no se le despegue el asa a éste tan pronto. La mujer extendió las dos manos para recibir el cántaro por la panza, lo sostuvo contra el pecho y agradeció otra vez, Muchas gracias, señor Cipriano, en ese instante vio al perro dentro de la furgoneta, Ese perro, dijo. Cipriano Algor sintió un choque, no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que Isaura Estudiosa fuese precisamente la dueña de Encontrado, y ahora ella había dicho Ese perro como si lo hubiese reconocido, con una expresión de sorpresa que bien podría ser la de quien finalmente ha encontrado lo que buscaba, imagínese con qué poco deseo de acertar Cipriano Algor habrá preguntado, Es suyo, imagínese también el alivio con que después oyó la respuesta, No, no es mío, pero recuerdo haberlo visto andando por ahí hace dos o tres días, incluso lo llamé, pero hizo como que no me había oído, es un bonito animal, Cuando ayer llegué a casa, de vuelta del cementerio, lo encontré medio escondido en la caseta que hay debajo del moral, la que era de otro perro que tuvimos, Constante, en la oscuridad sólo le brillaban los ojos, Buscaba un dueño que le conviniese, No sé si seré yo el dueño que le conviene, hasta es posible que tenga uno, es lo que estoy averiguando, Dónde, aquí, preguntó Isaura Estudiosa, y sin esperar respuesta añadió, Yo en su lugar no me cansaría, este perro no es de aquí, viene de lejos, de otro sitio, de otro mundo, Por qué dice de otro mundo, No sé, tal vez porque me parece tan diferente de los perros de ahora, Apenas ha tenido tiempo de verlo, Lo que he visto ha sido suficiente, y tanto es así que si no lo quiere, me ofrezco para quedarme con él, Si fuese otro perro tal vez no me importase dejárselo, pero a éste ya hemos decidido recogerlo, si no aparece el dueño, claro, O sea que lo quieren, Hasta le hemos puesto nombre, Cómo se llama, Encontrado, A un perro perdido es el nombre que mejor le sienta, Eso es también lo que mi hija dijo, Pues entonces, si lo quiere para usted, no se preocupe más, Tengo la obligación de restituírselo al dueño, también me gustaría que me devolviesen un perro que hubiera perdido, Si lo hiciera estaría en contra de la voluntad del animal, piense que él quiso escoger otra casa para vivir, Viendo las cosas desde ese lado, no digo que no tenga razón, pero la ley manda, la costumbre manda, No piense en la ley ni en la costumbre, señor Cipriano, tome para sí lo que ya es suyo, Mucha confianza es ésa, A veces es necesario abusar un poco de ella, Cree entonces, Creo, sí, Me ha gustado mucho hablar con usted, A mí también, señor Cipriano, Hasta la próxima vez, Hasta la próxima vez. Con el cántaro apretado contra el pecho, Isaura Estudiosa miró desde su puerta la furgoneta que daba la vuelta para deshacer el camino andado, miró al perro y al hombre que conducía, el hombre hizo con la mano izquierda una señal de despedida, el perro debía de estar pensando en su casa y en el moral que le hacía de cielo.

Así, mucho antes de lo que hubiera calculado, Cipriano Algor volvió a la alfarería. El consejo de la vecina Isaura Estudiosa, o Isaura sin más, para abreviar, era sensato, razonable, flagrantemente apropiado a la situación, y, si se aplicase al funcionamiento general del mundo, no habría ninguna dificultad en encuadrarlo en el plano de un orden de cosas al que poco le faltaría para ser considerado perfecto. El lado admirable de todo esto, sin duda, fue el hecho de que ella lo expresara con la más acabada de las naturalidades, sin darle vueltas a la cabeza, como quien para decir que dos y dos son cuatro no necesita emplear tiempo pensando, primero, que dos y uno son tres, y, después, que tres y otro son cuatro, Isaura tiene razón, sobre todo debo respetar el deseo del animal y la voluntad que lo transformó en acto. A quienquiera que sea el dueño, o, prudente corrección, quienquiera que haya sido, ya no le asiste el derecho de venir con reclamaciones, Este perro es mío, porque todas las apariencias y evidencias están demostrando que si Encontrado estuviera dotado del humano don de la palabra, sólo tendría una respuesta que dar, Pues yo a este dueño no lo quiero. Por tanto, bendito sea mil veces el cántaro partido, bendita la idea de obsequiar a la mujer de luto con un cántaro nuevo, y, añadamos como anticipación de lo que ha de venir más tarde, bendito el encuentro ocurrido en aquella tarde húmeda y morriñosa, toda ella chorreando agua, toda ella incomodidad en lo material y en lo espiritual, cuando bien sabemos que, salvo las excepciones resultantes de una pérdida reciente, no es ése un estado del tiempo que incline a los apesadumbrados a ir hasta el cementerio para llorar a sus difuntos. No hay duda, el perro Encontrado tiene todo a su favor, podrá quedarse donde quiera todo el tiempo que le apetezca. Y hay todavía un otro motivo que redobla el alivio y la satisfacción de Cipriano Algor, que es no tener ya que llamar a la puerta de la casa de los padres de Marcial, vecinos también de la población y con quienes no tiene las mejores relaciones, que forzosamente irían a peor si pasase delante de su puerta sin hacerles caso. Además está convencido de que Encontrado no les pertenece, las simpatías de los Gachos en cuestiones caninas, desde que los conoce, siempre se inclinaron por los molosos y otros perros de ese orden. Nos ha ido bien la mañana, dijo Cipriano Algor al perro.

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