Caín - Jose´ Manuel Arribas A´lvarez 6 стр.


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Escrito estaba en las tablas del destino que caín tendría que reencontrarse con abraham. Un día, debido a uno de esos súbitos cambios de presente que lo hacían viajar en el tiempo, ora hacia delante, ora hacia atrás, caín se encontró ante una tienda, a la hora del calor, junto a unas encinas en mambré. Le había parecido vislumbrar a un anciano que le recordaba vagamente a alguien. Para tener la certeza llamó a la puerta de la tienda, y entonces apareció abraham. Buscas a alguien, preguntó él, Sí y no, estoy sólo de paso, me ha parecido reconocerte y no me he equivocado, cómo está tu hijo isaac, yo soy caín, Te has equivocado, el único hijo que tengo se llama ismael, no isaac, e ismael es el hijo que le hice a mi esclava agar. El vivo espíritu de caín, ya entrenado en situaciones como ésta, se iluminó de repente, el juego de los presentes alternativos había manipulado el tiempo una vez más, mostrándole antes lo que sólo sucedería después, o sea, por decirlo con las palabras más simples y explícitas que tenemos, el tal isaac todavía no había nacido. No recuerdo haberte visto nunca, dijo abraham, pero entra, estás en tu casa, mandaré que te traigan agua para que te laves los pies y pan para la jornada, Primero he de ocuparme de mi jumento, Llévalo hasta aquellas encinas, allí hay heno y paja y un abrevadero lleno de agua fresca. Caín llevó al asno por la rienda, le quitó la albarda para que se desahogase del calor que hacía y lo instaló en una sombra. Después sopesó las aguaderas casi vacías pensando cómo podría remediar la escasez de alimentos que ya empezaba a ser alarmante. Lo que le había oído decir a abraham le dio un alma nueva, pero hay que tener en cuenta que no sólo de pan vive el hombre, sobre todo él, habituado en los últimos tiempos a mimos gastronómicos muy por encima de su origen y condición social. Dejando al jumento entregado a los más genuinos placeres campestres, agua, sombra, comida abundante, caín se encaminó a la tienda, llamó a la puerta para avisar de su presencia y entró. Enseguida vio que se celebraba allí una reunión a la que obviamente no había sido invitado, en la que tres hombres que, por lo visto, llegaron mientras él se ocupaba del burro conversaban con el dueño de la casa. Hizo ademán de retirarse con la debida discreción, pero abraham le dijo, No te vayas, siéntate, todos sois mis huéspedes, y ahora, si me dais licencia, voy a impartir mis órdenes. A continuación fue al interior de la tienda y le dijo a sara, su mujer, Date prisa, amasa tres medidas de la mejor harina y haz unos cuantos panes. Después se acercó al lugar donde se encontraba el ganado y trajo un ternero joven y gordo que le entregó a un criado para que lo cocinase sin tardanza. Concluido todo esto, sirvió a los huéspedes la ternera que había preparado, incluyendo a caín, Comes con ellos allí, debajo de los árboles, dijo. Y como si esto fuese poco, todavía les sirvió manteca y leche. Entonces ellos preguntaron, Dónde está sara, y abraham respondió, Está en la tienda. Y aquí fue cuando uno de los tres hombres dijo, El año que viene volveré a tu casa y, a su debido tiempo, tu mujer tendrá un hijo, Ése será isaac, dijo caín en voz baja, tan baja que nadie pareció haberlo oído. Pues bien, abraham y sara tenían bastante edad, ella ya no estaba en condiciones de tener hijos. Por eso sonrió al pensar, Cómo voy a sentir esa alegría si mi marido y yo estamos viejos y cansados. El hombre le preguntó a abraham, Por qué ha sonreído sara pensando que ya no puede tener un hijo a esta edad, será que para el señor eso es una cosa tan difícil. Y repitió lo que había dicho antes, De aquí a un año volveré a pasar por tu casa y, a su debido tiempo, tu mujer habrá dado a luz a un hijo. Al oír esto, sara se asustó y negó que hubiese sonreído, pero el otro respondió, Sí que has sonreído, señora, que yo bien lo he visto. En ese momento todos comprendieron que el tercer hombre era el propio señor dios en persona. No quedó dicho en el momento adecuado que caín, antes de entrar en la tienda, se había bajado hasta los ojos la banda del turbante para esconder su marca a la curiosidad de los presentes, sobre todo del señor, que inmediatamente lo reconocería, por eso, cuando el señor le preguntó si su nombre era caín, respondió, Caín soy, en verdad, pero no ése. Lo natural hubiera sido que el señor, ante la no del todo hábil salida, hubiese insistido y que caín acabara confesando ser el mismo, aquel que asesinó a su hermano abel y que por esa culpa andaba cumpliendo pena de errante y perdido, pero el señor tenía una preocupación mucho más urgente e importante que la de dedicarse a averiguar la verdadera identidad de un forastero sospechoso. Era el caso que le estaban llegando arriba, al cielo de donde había salido instantes antes, numerosas quejas por los crímenes contra natura cometidos en las ciudades de sodoma y gomorra, allí cerca. Como el imparcial juez que siempre había presumido ser, aunque no faltasen acciones suyas que demostraran precisamente lo contrario, decidió venir aquí abajo para poner la cuestión en limpio. Por eso se dirigía ahora a sodoma, acompañado de abraham, y también de caín, que pidió, por curiosidad de turista, que lo dejasen ir. Los dos que venían con él, y que seguro eran ángeles de compañía, habían partido antes. Entonces abraham le hizo tres preguntas al señor, Vas a destruir a los inocentes junto a los culpables, supongamos que existen unos cincuenta inocentes en sodoma, los vas a destruir también a ellos, no serás capaz de perdonar a toda la ciudad en atención a los cincuenta que se encuentran inocentes de mal. Y prosiguió diciendo, No es posible que hagas una cosa de ésas, señor, condenar a muerte al inocente junto al culpable, de ese modo, ante los ojos de toda la gente, dará lo mismo ser inocente que culpable, pues bien, tú que eres el juez del mundo entero debes ser justo en tus sentencias. A esto respondió el señor, Si yo encuentro en la ciudad de sodoma a cincuenta personas inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellas. Animado, lleno de esperanza, abraham continuó, Ya que me he tomado la libertad de hablarle a mi señor, siendo como soy nada más que humilde polvo de la tierra, me permitiré todavía una palabra más, supongamos que no llegan a ser cincuenta, que faltan unas cinco, destruirás la ciudad por culpa de esas cinco. El señor respondió, Si encuentro allí cuarenta y cinco inocentes tampoco destruiré la ciudad. Abraham decidió insistir, ya que el tren estaba en marcha, Supongamos que hay allí cuarenta inocentes, y el señor respondió, Por esos cuarenta tampoco destruiré la ciudad, Y si se encuentran treinta, Por esos treinta no le haré daño a la ciudad, Y si fueran veinte, insistió abraham, No la destruiré en atención a esos veinte. Entonces abraham se atrevió a decir, Que mi señor no se enfade si yo le pregunto una vez más, Habla, dijo el señor, Supongamos que existen sólo diez personas inocentes, y el señor respondió, Tampoco la destruiré en atención a esos diez. Después de haber respondido así a las preguntas de abraham, el señor se retiró, y abraham, acompañado de caín, regresó a la tienda. De aquel que todavía estaba por nacer, de isaac, no se hablaría más. Cuando llegaron a las encinas de mambré, abraham entró en la tienda, de donde salió poco después con los panes que le entregó a caín, según le había prometido. Caín, que estaba ensillando el jumento, se detuvo para agradecer la generosa dádiva y preguntó, Cómo te parece que el señor va a contar a los diez inocentes que, en el caso de existir, evitarán la destrucción de sodoma, crees que irá de puerta en puerta inquiriendo las tendencias y los apetitos sexuales de los padres de familia y de sus descendientes machos, El señor no necesita hacer escrutinios de ésos, él sólo tiene que mirar la ciudad desde arriba para saber lo que en ella pasa, respondió abraham, Quieres decir que el señor hizo ese acuerdo contigo para nada, sólo para complacerte, preguntó de nuevo caín, El señor empeñó su palabra, A mí no me lo ha parecido, tan cierto como que me llamo caín, aunque es verdad que también me he llamado abel, que, existan o no inocentes, sodoma será destruida, y es posible que esta misma noche, Es posible, sí, y no será sólo sodoma, será también gomorra, y dos o tres ciudades de la planicie donde las costumbres sexuales se han relajado por igual, los hombres con los hombres y las mujeres apartadas, Y a ti no te preocupa lo que les pueda suceder a esos dos hombres que venían con el señor, No eran hombres, eran ángeles, que los conozco bien, Ángeles sin alas, No necesitarán las alas si tienen que escaparse, Pues te digo que a los de sodoma les va a importar un rábano que sean ángeles si les ponen las manos y otras cosas encima, y el señor no se quedará nada satisfecho contigo, yo, si estuviera en tu lugar, iría a la ciudad a ver lo que pasa, a ti no te harán daño, Tienes razón, iré, pero te pido que me acompañes, me sentiré más seguro, un hombre y medio valen más que uno, Somos dos, no uno, Yo soy sólo la mitad de un hombre, caín, Siendo así, vamos, si nos asaltan, a dos o tres todavía los puedo despachar con el puñal que llevo debajo de la túnica, a partir de ahí el señor proveerá. A continuación abraham llamó a un criado y le ordenó que llevase el jumento a la cuadra, y a caín le dijo, Si no tienes compromisos que te obliguen a partir hoy, te ofrezco mi hospitalidad para esta noche como un pequeño pago por el favor que me harás acompañándome, Otros favores espero poder hacerte en el futuro, si están en mi mano, respondió caín, pero abraham no podía imaginar adonde quería llegar con estas misteriosas palabras. Empezaron a bajar a la ciudad y abraham dijo, Comenzaremos yendo a casa de mi sobrino lot, hijo de mi hermano harán, él nos pondrá al corriente de lo que esté pasando. Ya el sol se había puesto cuando llegaron a sodoma, pero todavía quedaba mucha luz del día. Entonces vieron a un gran grupo de hombres frente a la casa de lot que gritaban, Queremos a esos que tienes ahí, mándalos fuera porque queremos dormir con ellos, y daban golpes en la puerta, amenazando echarla abajo. Dijo abraham, Ven conmigo, demos la vuelta a la casa y llamemos por el portón trasero. Así lo hicieron. Entraron cuando lot, desde el otro lado de la puerta principal, estaba diciendo, Por favor, amigos, no cometáis un crimen de ésos, tengo dos hijas solteras, podéis hacer con ellas lo que queráis, pero a estos hombres no les hagáis mal porque ellos han buscado protección en mi casa. Los de fuera continuaban dando gritos furiosos, pero de repente los clamores mudaron de tono y ahora lo que se oía eran lamentos y llantos, Estoy ciego, estoy ciego, era lo que decían todos, y preguntaban, Dónde está la puerta, aquí había una puerta y ya no está. Para salvar a sus ángeles de ser brutalmente violados, destino peor que la muerte según los entendidos, el señor dejó ciegos a todos los hombres de sodoma sin excepción, lo que prueba que, al final, ni diez inocentes había en toda la ciudad. Dentro de casa, los visitantes le decían a lot, Vete de este lugar con todos aquellos que te pertenecen, hijos, hijas, yernos, y todo cuanto tuvieres en esta ciudad, porque hemos venido a destruirla. Lot salió y fue a avisar a los que iban a ser sus futuros yernos, pero ellos no se lo creyeron y se rieron de lo que consideraban que era una broma. Iba avanzada la madrugada cuando los mensajeros del señor volvieron a insistirle a lot, Levántate y saca de aquí a tu mujer y a las dos hijas que todavía están contigo si no quieres sufrir también el castigo que caerá sobre la ciudad, no es ésa la voluntad del señor, pero es lo que inevitablemente sucederá si no nos obedeces. Y sin aguardar respuesta, tomándolos de la mano a él, a la mujer y a las dos hijas, los llevaron fuera de la ciudad. Abraham y caín fueron también con ellos, aunque no para acompañarlos a las montañas como hubieran hecho los demás de haber seguido el consejo de los mensajeros porque lot pidió que los dejaran quedarse en una ciudad, casi una aldea, llamada zoar. Id allí, dijeron los mensajeros, pero no miréis atrás. Lot entró en el pueblo cuando el sol estaba naciendo. El señor hizo entonces caer azufre y fuego sobre sodoma y gomorra, destruyó ambas ciudades hasta los cimientos, así como toda la región, con todos sus habitantes y vegetación. Se mirase donde se mirase, sólo se veían ruinas, cenizas y cuerpos carbonizados. En cuanto a la mujer de lot, ésta miró atrás desobedeciendo la orden recibida y quedó transformada en una estatua de sal. Hasta hoy nadie ha conseguido comprender por qué fue castigada de esa manera, cuando es tan natural que queramos saber qué pasa a nuestras espaldas. Es posible que el señor hubiera querido escarmentar la curiosidad como si se tratase de un pecado mortal, pero eso tampoco va en abono de su inteligencia, véase lo que sucedió con el árbol del bien y del mal, si eva no le hubiese dado de comer el fruto a adán, si no lo hubiese comido ella también, todavía estarían en el jardín del edén, con lo aburrido que era aquello. En el regreso, por casualidad, se detuvieron un momento en el camino donde abraham estuvo hablando con el señor y ahí caín dijo, Tengo un pensamiento que no me deja, Qué pensamiento, preguntó abraham, Pienso que había inocentes en sodoma y en las otras ciudades que fueron quemadas, Si los hubiera, el señor habría cumplido la promesa que me hizo de salvarles la vida, Los niños, los niños eran inocentes, Dios mío, murmuró abraham, y su voz fue como un gemido, Sí, será tu dios, pero no fue el de ellos.

8

En un instante, aquel mismo caín que estuvo en sodoma y había regresado a los caminos se encontró en el desierto del sinaí, donde, con gran sorpresa, se vio en medio de una gran multitud de personas acampadas en la falda de un monte. No sabía quiénes eran, ni de dónde venían, ni hacia dónde iban. Si le preguntase a alguna persona de las que estaban por allí cerca se denunciaría enseguida como extranjero y eso sólo podría traerle complicaciones y problemas. Estando, como se ve, prudentemente de pie atrás, decidió que esta vez no se llamaría ni caín ni abel, no vaya a ocurrir que el diablo cargue las armas y traiga hasta aquí a alguien que haya oído hablar de la historia de los dos hermanos y comience con las preguntas embarazosas. Lo mejor sería mantener bien abiertos los ojos y los oídos y sacar conclusiones por uno mismo. De una cosa estaba seguro, el nombre de un tal moisés andaba en boca de toda la gente, unos con antigua veneración, con cierta reciente impaciencia la mayoría. Y eran éstos los que preguntaban, Dónde está moisés, hace cuarenta días y cuarenta noches que se fue al monte a hablar con el señor y hasta ahora ni buenas ni nuevas, está claro que el señor nos ha abandonado, no quiere saber nada más de su pueblo. El camino del equívoco nace estrecho, pero siempre encuentra quien esté dispuesto a ensancharlo, digamos que el equívoco, repitiendo el dicho popular, es como el comer y el rascar, la cuestión es empezar. Entre la gente que esperaba el regreso de moisés del monte sinaí se encontraba un hermano suyo que se llamaba aarón, al que, cuando todavía estaban en el tiempo de la esclavitud de los israelitas en egipto, nombraron sumo sacerdote. Hasta él se dirigieron los impacientes, Anda, haznos un dios que nos guíe, porque no sabemos lo que le ha sucedido a moisés, y entonces aarón, que, por lo visto, además de no ser un modelo de firmeza de carácter, era bastante asustadizo, en lugar de negarse rotundamente, dijo, Si así lo queréis, quitad las argollas de oro de las orejas de vuestras mujeres y de vuestros hijos e hijas y traédmelas aquí. Ellos así lo hicieron. Después aarón echó el oro en un molde, lo fundió y de él salió un becerro de oro. Satisfecho, al parecer, con su obra, y sin darse cuenta de la grave incompatibilidad que estaba a punto de crear sobre el objeto de las futuras adoraciones, si el señor puramente dicho, o un becerro haciendo de dios, anunció, Mañana habrá fiesta en honor del señor. Todo esto fue oído por caín, que, reuniendo palabras sueltas, fragmentos de diálogos, esbozos de opiniones, comenzó a formarse una idea no sólo de lo que estaba pasando en aquel momento sino de sus antecedentes. Lo ayudaron mucho las conversaciones escuchadas en una tienda colectiva donde dormían los solteros, los que no tenían familia. Caín dijo que se llamaba noah, no se le ocurrió mejor nombre, y fue bien aceptado, integrándose de manera natural en las reuniones. Ya en aquel tiempo los judíos hablaban mucho, y a veces demasiado. A la mañana siguiente circuló la voz de que moisés estaba, por fin, bajando del monte sinaí y que Josué, su ayudante y comandante militar de los israelitas, había salido a su encuentro. Cuando Josué oyó los gritos que el pueblo daba, le dijo a moisés, Hay gritos de guerra en el campamento, y moisés le dijo a Josué, Lo que se oye no son los alegres cantos de victoria ni los tristes cantos de derrota, son sólo voces de gente cantando. No sabía él lo que le esperaba. Al entrar en el campamento se dio de bruces con el becerro de oro y la gente danzando alrededor. Entonces le echó mano al becerro, lo partió, lo redujo a polvo y volviéndose a aarón le preguntó, Qué te ha hecho este pueblo para dejarlo cometer un pecado tan grande, y aarón, que, con todos sus defectos, conocía el mundo en que vivía, respondió, Oh, mi señor, no te irrites conmigo, bien sabes que este pueblo está inclinado hacia el mal, la idea fue de ellos, querían otro dios porque ya no creían que tú regresarías, y seguramente me habrían matado si me hubiera negado a cumplir su voluntad. Oyendo esto moisés, se puso a la entrada del campamento y gritó, Quien esté con el señor que se una a mí. Todos los de la tribu de leví se unieron a él y moisés proclamó, He aquí lo que dice el señor, dios de israel, Tome cada uno una espada, regrese al campamento y vaya de puerta en puerta matando al hermano, al amigo o al vecino. Y así fue como murieron cerca de tres mil hombres. La sangre corría entre las tiendas como una inundación que brotase del interior de la propia tierra, como si ella misma estuviera sangrando, los cuerpos degollados, los vientres abiertos rajados por la mitad yacían por todas partes, los gritos de las mujeres y de los niños eran tales que debían de llegar a la cima del monte sinaí, donde el señor se estaría regocijando con su venganza. Caín no podía creer lo que estaba viendo con sus ojos. No bastaban sodoma y gomorra arrasadas por el fuego, aquí, en la falda del monte sinaí, quedó patente la prueba irrefutable de la profunda maldad del señor, tres mil hombres muertos sólo porque le irritaba la invención de un supuesto rival en figura de becerro, Yo no hice nada más que matar a un hermano y el señor me castigó, quiero ver quién va a castigar ahora al señor por estas muertes, y luego continuó, Lucifer sabía bien lo que hacía cuando se rebeló contra dios, hay quien dice que lo hizo por envidia y no es cierto, es que él conocía la maligna naturaleza del sujeto. Algo del polvo de oro soplado por el viento manchaba las manos de caín. Se las lavó en un charco como si cumpliese el ritual de sacudirse de los pies la tierra de un lugar donde hubiese sido mal recibido, se montó en el burro y se fue. Había una nube oscura en lo alto del monte sinaí, allí estaba el señor. Por motivos que no está en nuestras manos dilucidar, simples repetidores de historias antiguas que somos, pasando continuamente de la credulidad más ingenua al escepticismo más resoluto, caín se vio metido en lo que, sin exageración, podríamos llamar una tempestad, un ciclón del calendario, un huracán del tiempo. Durante algunos días, después del episodio del becerro de oro y de su corta existencia, se sucedieron con increíble rapidez sus ya conocidos cambios de presente, surgiendo de la nada y precipitándose en la nada en forma de imágenes sueltas, inconexas, sin continuidad ni relación entre ellas, en algunos casos mostrando lo que parecía que eran batallas de una guerra infinita cuya causa primera ya nadie recordaba, en otros una especie de farsa grotesca invariablemente violenta, una especie de continuo guiñol, áspero, chirriante, obsesivo. Una de esas múltiples imágenes, la más enigmática y fugitiva de todas, le puso delante de los ojos una enorme extensión de agua donde, hasta el horizonte, no se alcanzaba a ver una isla ni un simple barco de vela con sus pescadores y sus redes. Agua, sólo agua, agua por todas partes, nada más que agua ahogando el mundo. De muchas de estas historias, obviamente, caín no podría haber sido testigo directo, aunque algunas, tanto verdaderas como falsas, llegaron a su conocimiento por la sabida vía de alguien que lo había oído de alguien o por alguien que se lo contó a alguien. Ejemplo de esas historias fue el escandaloso caso de lot y de sus hijas. Cuando sodoma y gomorra fueron destruidas, lot tuvo miedo de seguir viviendo en la ciudad de zoar, que estaba cerca, y decidió refugiarse en una gruta en las montañas. Un día, la hija mayor le dijo a la más joven, Nuestro padre está acabado, cualquier día se nos muere, y por estos sitios no hay ni un solo hombre que se case con nosotras, mi idea es que embriaguemos a padre y después durmamos con él para que nos dé descendientes. Así se hizo, sin que lot se hubiese dado cuenta, ni cuando ella se acostó ni cuando salió de la cama, y lo mismo sucedió con la hija más joven a la noche siguiente, ni cuando se acostó ni cuando salió de la cama, tan borracho estaba el viejo. Las dos hermanas se quedaron embarazadas, pero caín, gran especialista en erecciones y eyaculaciones, como gustosamente confirmaría lilith, su primera y hasta ahora única amante, dijo cuando esta historia le fue contada, A un hombre borracho de esa manera, hasta el punto de no darse cuenta de lo que está pasando, la cosa simplemente no se le levanta, y si no se le levanta la cosa entonces no puede haber penetración y, por tanto, de engendrar, nada. Que el señor haya admitido el incesto como algo cotidiano y no merecedor de castigo en aquellas antiguas sociedades por él gestionadas, no es nada que deba sorprendernos si tenemos en cuenta que era una naturaleza todavía no dotada de códigos morales y para la que lo importante era la propagación de la especie, ya fuese por imposición del celo, ya fuese por simple apetito o, como se dirá más tarde, por hacer el bien sin mirar a quién. El propio señor dijo, Creced y multiplicaos, y no puso limitaciones ni reservas al mandamiento, ni con quién sí ni con quién no. Es posible, aunque esto no pase por ahora de una hipótesis de trabajo, que la liberalidad del señor en esto de hacer hijos tuviera que ver con la necesidad de suplir las pérdidas en muertos y heridos que sufrían los ejércitos propios y ajenos un día sí y otro también, como hasta ahora se ha visto y con toda seguridad se seguirá viendo. Oportuno es que recordemos ahora lo que sucedió a la vista del monte sinaí y de la columna de humo que era el señor, el afán erótico con que, en esa misma noche, enjugadas las lágrimas de los sobrevivientes, se trató de gestar a toda prisa nuevos combatientes para empuñar las espadas sin dueño y degollar a los hijos de los que en ese momento habían salido vencedores. Véase sólo lo que les sucedió a los madianitas. Por una de esas casualidades de la guerra, los de madián habían derrotado a los israelitas, los cuales, viene a propósito decirlo, a pesar de toda la propaganda que les atribuye lo contrario, no pocas veces acabaron vencidos en la historia. Con esta piedra en el zapato, el señor le dijo a moisés, Debes hacer que los israelitas se venguen de los madianitas y luego vete preparando porque ya va llegando la hora de que te unas a tus antepasados. Sobreponiéndose a la desagradable noticia sobre el poco tiempo que le quedaba por vivir, moisés mandó que cada una de las doce tribus de israel prepararan mil hombres para la guerra, y así reunió a un ejército de doce mil soldados que destrozó a los madianitas, sin que escapara con vida ninguno de ellos. Entre los que fueron muertos estaban los reyes de la región de madián, que eran evi, requem, zur, hur y reba, antiguamente los reyes tenían nombres tan extraños como éstos, es curioso que ninguno se llamara juan ni alfonso, o manuel, sancho o pedro. En cuanto a las mujeres y los niños, los israelitas se los llevaron como prisioneros y, como botín de guerra, los animales, el ganado y todas las riquezas. Se lo entregaron todo a moisés y al sacerdote eleazar y a las comunidades israelitas que se encontraban en las planicies de moab, junto al río Jordán, frente a jericó, precisiones toponímicas que son dejadas aquí para probar que no nos estamos inventando nada. Ya sabedor de los resultados de la lucha, moisés se irritó cuando vio entrar a los militares en el campamento y les preguntó, Por qué no habéis matado también a las mujeres, esas que hicieron que los israelitas se apartasen del señor y adorasen al rey baal, maldad que provocó una gran mortandad en el pueblo del señor, os ordeno, por tanto, que volváis atrás y matéis a todos los niños y a todas las niñas, y a las mujeres casadas, en cuanto a las otras, las solteras, guardadlas para vuestro uso. Nada de esto sorprendía ya a caín. Lo que para él fue novedad absoluta, y por eso aquí queda puntual registro, fue la repartición del botín, de la que consideramos indispensable dejar noticia para que conozcamos las costumbres del tiempo, pidiendo de antemano disculpas al lector por el exceso de minuciosidad del que no somos responsables. He aquí lo que el señor le dijo a moisés, Tú y el sacerdote eleazar y los jefes de tribu de la comunidad haréis las cuentas del botín que habéis traído, tanto de las personas como de los animales, y lo dividiréis por la mitad, una parte para los soldados que fueron a la batalla y la otra para el resto de la comunidad. De la parte de los soldados retirarás, como tributo para el señor, una cabeza por cada quinientas, tanto de las personas como de los animales, bueyes, burros u ovejas. De la parte destinada a los israelitas retirarás una por cada cincuenta, tanto de las personas como de los animales, bueyes, burros, ovejas y de todas las especies de animales, y se las entregaréis a los levitas, encargados de la guarda del santuario del señor. Moisés hizo lo que dios le había mandado. El botín total que los guerreros israelitas recogieron fue de seiscientas setenta y cinco mil ovejas, setenta y dos mil bueyes, sesenta y un mil burros y treinta y dos mil mujeres solteras. La mitad que correspondía a los soldados que fueron a la batalla era de trescientas treinta y siete mil quinientas ovejas, que dando seiscientas setenta y cinco como tributo al señor, de los treinta y seis mil bueyes quedaron setenta y dos como tributo al señor, de los treinta mil quinientos burros quedaron sesenta y uno como tributo al señor y de las dieciséis mil personas quedaron treinta y dos como tributo al señor. La otra mitad que moisés había separado de la parte que le tocaba a los soldados y destinó a la comunidad de los israelitas era también de trescientas treinta y siete mil quinientas ovejas, treinta y seis mil bueyes, treinta mil quinientos burros y dieciséis mil mujeres solteras. De esta mitad, moisés retiró una cabeza de cada cincuenta tanto de personas como de animales, y las entregó a los levitas encargados de la guarda del santuario del señor, tal como el señor le había mandado. Pero eso no fue todo. Como reconocimiento al señor por haberles salvado la vida, pues ninguno de ellos había muerto en la batalla, los soldados, a través de sus comandantes, ofrecieron al señor los objetos de oro que cada uno había encontrado en el saqueo de la ciudad. Entre brazaletes, pulseras, anillos, pendientes y collares fueron unos ciento setenta kilos. Como queda de sobra demostrado, el señor, además de estar dotado por naturaleza de una excelente cabeza para contable y ser rapidísimo en cálculo mental, es, lo que se puede decir, rico. Todavía asombrado por la abundancia en ganado, esclavas y oro, fruto de las batallas contra los madianitas, caín pensó, Está visto que la guerra es un negocio de primer orden, tal vez sea incluso el mejor de todos, a juzgar por la facilidad con que se adquieren en un visto y no visto miles y miles de bueyes, ovejas, burros y mujeres solteras, a este señor habrá que llamarle algún día dios de los ejércitos, no le veo otra utilidad, pensó caín, y no se equivocaba. Es bien posible que el pacto de alianza que algunos afirman que existe entre dios y los hombres no contenga nada más que dos artículos, a saber, tú nos sirves a nosotros, vosotros me servís a mí. De lo que no hay duda es de que las cosas han cambiado mucho. Antiguamente el señor se le aparecía a la gente en persona, en carne y hueso, por decirlo de alguna manera, se veía que sentía incluso cierta satisfacción en exhibirse al mundo, que lo digan adán y eva, que de su presencia se beneficiaron, que lo diga también caín, aunque en mala ocasión, pues las circunstancias, nos referimos, claro está, al asesinato de abel, no eran las más adecuadas para especiales demostraciones de alegría. Ahora el señor se esconde en columnas de humo, como si no quisiese que lo vieran. En nuestra opinión de simple observador de los acontecimientos, debe de estar avergonzado por algunas de sus tristes actuaciones, como en el caso de los niños inocentes de sodoma, que el fuego divino calcinó.

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