Los Vagabundos Del Dharma - Kerouac Jack 4 стр.


– Pero ¿qué piensa ella de esto? -grité casi desesperado. ¡Había pensado tantas cosas idealistas de aquella chica el año anterior! Y había dado muchísimas vueltas al asunto de si estaba bien que me la tirara, porque era tan joven y todo lo demás.

– ¡Oh, es delicioso! -dijo Princess-. Ven y haz la prueba.

– Pero yo no puedo sentarme así. -Japhy estaba sentado en la posición del loto, que es como se llama, con los tobillos encima de los muslos. Alvah estaba sentado sobre el colchón y trataba de hacer lo mismo. Finalmente, las piernas de Japhy empezaron a dolerle y se extendió sobre el colchón donde ambos, él y Alvah, empezaron a explorar el territorio. Todavía no podía creerlo.

– Quítate la ropa y ven aquí con nosotros, Smith.

Pero aparte de todos mis sentimientos hacia Princess, estaba el año de celibato que había pasado creyendo que la lujuria era la causa directa del nacimiento, que era la causa directa del sufrimiento y la muerte y no miento si digo que había llegado a un punto en el que consideraba los impulsos sexuales ofensivos y hasta crueles.

"Las mujeres guapas cavan las sepulturas", me decía siempre que volvía la cabeza involuntariamente para observar a las incomparables bellezas indias de México. Y la ausencia de impulsos sexuales activos también me había proporcionado una nueva vida pacífica con la que disfrutaba muchísimo. Pero aquello era demasiado. Todavía me asustaba tener que desnudarme; además, nunca me había gustado hacerlo ante más de una persona, especialmente con hombres alrededor. Pero a Japhy todo esto se la traía floja y en seguida estaba haciéndoselo pasar a Princess a base de bien y pronto. Le llegó el turno a Alvah (con sus enormes ojos fijos en la luz roja, y tan serio leyendo poemas un minuto antes). Así que dije:

– ¿Qué os parece si me dedico a trabajarle el brazo?

– ¡Adelante, muy bien! -Y lo hice, tumbándome en el suelo completamente vestido y besándole la mano, luego la muñeca, luego seguí subiendo por el brazo, y ella se reía y casi lloraba de gusto con todas las partes de su cuerpo trabajadas a fondo. Todo el pacífico celibato de mi budismo se estaba yendo por el desagüe.

– Smith, desconfío de cualquier tipo de budismo o de cualquier filosofía o sistema social que rechace el sexo -dijo Japhy, muy serio y consciente ahora que estaba satisfecho y se sentaba desnudo y con las piernas cruzadas en el colchón y se liaba un pitillo de Bull Durham (lo cual constituía parte de su vida "sencilla"). La cosa terminó con todos desnudos y haciendo alegremente café en la cocina y Princess sentada en el suelo con las rodillas cogidas con los brazos sin ningún motivo, sólo por hacerlo; después terminamos por bañarnos los dos juntos y oíamos a Alvah y a Japhy en la otra habitación discutiendo de orgías lunáticas de amor libre zen.

– Oye, Princess, deberíamos hacerlo todos los jueves por la noche -gritó Japhy-. Será una función regular.

– ¡Sí, sí! -gritó a su vez Princess desde la bañera. Decía que le gustaba mucho hacerlo y añadió-: ¿Sabes? Me siento como la madre de todas las cosas y tengo que cuidar de mis hijitos.

– También eres una cosa muy preciosa.

– Pero soy la vieja madre de la tierra, soy una bodhisattva. -Estaba un poco chiflada, pero cuando la oí decir "bodhisattva" comprendí que también ella quería ser una gran budista como Japhy, y al ser una mujer no tenía otro modo de expresarlo que así, con aquel acto tradicionalmente enraizado en la ceremonia yabyum del budismo tibetano. Así que todo estaba bien.

Alvah lo había pasado muy bien y estaba a favor de la idea de "todos los jueves por la noche", y yo lo mismo.

– Alvah, Princess dice que es una bodhisattva. -Claro que lo es.

– Dice que es la madre de todos nosotros.

– Las mujeres bodhisattvas del Tibet y ciertas zonas de la antigua India -dijo Japhy,- eran llevadas y utilizadas como concubinas sagradas de los templos y a veces de cuevas rituales y hacían méritos y meditaban. Todos ellos, hombres y mujeres, meditaban, ayunaban, jodían así, volvían a comer, bebían, hablaban, peregrinaban, vivían en viharas durante la estación de las lluvias y al aire libre en la seca, y no se preguntaban qué hacer con el sexo, que es algo que siempre me ha gustado de las religiones orientales. Y lo que siempre he intentado saber de los indios de nuestro país… Sabéis, cuando era niño en Oregón no me sentía norteamericano en absoluto, con todos esos ideales de casa en las afueras y represión sexual y esa tremenda censura gris de la prensa de cuanto son valores humanos, y cuando descubrí el budismo de repente sentí que había vivido otra vida anterior hacía innumerables años y ahora debido a faltas y pecados de esa vida se me había degradado a un tipo de existencia más penoso y mi karma era nacer en Norteamérica, donde nadie se divierte ni cree en nada, y menos que nada en la libertad. Por eso me gustan siempre los movimientos libertarios, como el anarquismo del Noroeste, los viejos héroes de la Matanza de Everett y todos…

La cosa siguió con apasionadas discusiones acerca de todos estos temas y finalmente Princess se vistió y se fue a casa en bicicleta con Japhy, y Alvah y yo nos quedamos sentados uno frente al otro bajo la tenue luz roja.

– Ya te habrás dado cuenta, Ray, de que Japhy es realmente agudo… De hecho es el tío más agudo y rebelde y loco que he conocido nunca. Y lo que más me gusta de él es que es el gran héroe de la Costa Oeste; sabes que llevo aquí dos años y nunca había conocido a nadie con una inteligencia auténticamente iluminada. Casi había perdido las esperanzas en la Costa Oeste. Y además, está su formación oriental, su Pound; toma peyote y tiene visiones, sube montañas y es un bhiku… ¡Claro! Japhy Ryder es un grande y nuevo héroe de la cultura norteamericana.

– ¡Está loco! -asentí-. Y otra de las cosas que me gustan de él son esos momentos tranquilos y melancólicos en los que no habla casi nada…

– Sí, me pregunto qué será de él al final.

– Creo que terminará como Han Chan viviendo solo en la montaña y escribiendo poemas en las paredes de los riscos o recitándoselos a multitudes reunidas a la entrada de su cueva.

– O quizá vaya a Hollywood y sea una estrella de cine. ¿Sabes lo que me dijo el otro día? "Alvah, ya sabes que jamás he pensado en hacer películas y convertirme en una estrella. Puedo hacer de todo, pero eso no lo he intentado todavía." Y yo creo que puede hacer de todo. ¿Te has fijado en el modo en que tiene enrollada a Princess?

– Naturalmente.

Y esa misma noche más tarde, mientras Alvah dormía, me senté bajo el árbol de la entrada y miré las estrellas y luego cerré los ojos para meditar tratando de tranquilizarme y volver a mi ser habitual.

Alvah no podía dormir y salió y se tumbó en la hierba mirando el cielo, y dijo:

– Grandes nubes de vapor cruzan la oscuridad, lo que me hace comprender que vivimos en un auténtico planeta. -Cierra los ojos y verás mucho más que eso.

– ¡Vaya, hombre! No consigo saber lo que quieres decir con todas esas cosas -añadió, enfadado.

Siempre le molestaban mis conferencias sobre el éxtasis Samadhi, que es el estado que se alcanza cuando uno lo detiene todo y detiene la mente y con los ojos cerrados ve una especie de eterna trama de energía eléctrica ululante en lugar de las tristes imágenes y formas de los objetos, que son, después de todo, imaginarios. Y quien no lo crea que vuelva dentro de un billón de años y lo niegue.

– No te parece -siguió Alvah- que resulta mucho más interesante ser como Japhy y andar con chicas y estudiar y pasarlo bien y hacer algo de verdad, en lugar de estar sentado tontamente debajo de los árboles.

– Para nada -dije, y estaba seguro de ello y sabía que Japhy estaría de acuerdo conmigo-. Lo único que hace Japhy es divertirse en el vacío.

– No lo creo.

– Te apuesto lo que quieras a que es así. La semana que viene le acompañaré a la montaña y lo averiguaré y te lo contaré.

– Muy bien -suspiró-, en cuanto a mí, me limitaré a seguir siendo Alvah Goldbook y al diablo con toda esa mierda budista.

– Algún día lo lamentarás. No entiendo por qué no consigues comprender lo que te estoy explicando: son tus seis sentidos los que te engañan y te hacen creer, no sólo que tienes seis sentidos, sino además que entras en contacto con el mundo exterior por medio de ellos. Si no fuera por tus ojos no me verías. Si no fuera por tus oídos no oirías ese avión. Si no fuera por tu nariz no olerías esta menta a medianoche. Si no fuera por tu lengua no apreciarías la diferencia de sabor entre A y B. Si no fuera por tu cuerpo, no sentirías a Princess. No hay yo, ni avión, ni mente, ni Princess, ni nada. ¡Por el amor de Dios! ¿Es que quieres vivir engañado todos y cada uno de los malditos minutos de tu vida?

– Sí, eso es lo que quiero, y doy gracias a Dios porque haya surgido algo de la nada.

– Bueno, hay algo más que quiero decirte: se trata del otro aspecto, de que la nada ha surgido de algo, y de que ese algo es Dharmakaya, el cuerpo del verdadero Significado, y que esa nada es esto, y que todo es confusión y charla. Me voy a la cama.

– Bueno, a veces veo un relámpago de iluminación en lo que intentas exponer, pero créeme, tengo más satoris con Princess que con las palabras.

– Son satoris de tu insensata carne, de tu lujuria.

– Sé que mi redentor vive.

– ¿Qué redentor y qué vive?

– Mira, dejemos esto y limitémonos a vivir.

– ¡Y un cojón! Cuando pensaba como tú, Alvah, era tan miserable y avaro corno lo eres tú ahora. Lo único que quieres es escapar y ponerte feo y que te peguen y te jodan y te volverás viejo y enfermo y te zarandeará el samsara porque estás aferrado a la jodida carne eterna del retorno, y lo tendrás merecido, te lo aseguro.

– No resulta muy agradable. Todos se angustian y tratan de vivir con lo que tienen. Tu budismo te ha vuelto misera ble, Ray, v hace que tengas miedo a quitarte la ropa para celebrar una sencilla y sana orgía.

– Bien, pero ¿al final no lo hice?

– Sí, pero después de muchos melindres… Bueno, dejémoslo.

Alvah se fue a la cama, sentado v cerrados los ojos, pensé: "Este pensar se ha detenido", pero como tenía que pensar en no pensar no se detenía, pero me invadió una oleada de alegría al comprender que toda aquella perturbación era simplemente un sueño que ya había terminado y que no tenía que preocuparme, puesto que yo no era "Yo" y rogué a Dios, o Tathagata, para que me concediera tiempo y sensatez y fuerzas suficientes para ser capaz de decirle a la gente lo que sabía (aunque no puedo hacerlo ni siquiera ahora) v así todos se enterarían de lo que sabía v no se desesperarían tanto. El viejo árbol rumiaba sobre mí, silencioso como una cosa viva. Oí a un ratón moverse entre la hierba del jardín. Los tejados de Berkeley parecían como lastimosa carne viva estremeciéndose que protegiera a dolientes fantasmas de la eternidad de los cielos a los que temían mirar. Cuando por fin me fui a la cama no me sentía engañado por ninguna Princess ni por el deseo de ninguna no Princess v nadie estaba en desacuerdo conmigo y me sentí alegre y dormí bien.

6

Y llegó el momento de nuestra gran expedición a la montaña. Japhy vino a recogerme al caer la tarde en bicicleta. Cogimos la mochila de Alvah v la pusimos en la cesta de la bici. Saqué calcetines v jerséis. Pero no tenía calzado adecuado para el monte v lo único que podía servirme eran las playeras de Japhy, viejas pero resistentes. Mis zapatos eran demasiado flexibles v estaban gastados.

– Así será mejor, Ray, con playeras tendrás los pies ligeros v podrás trepar de roca en roca sin problemas. Claro que nos cambiaremos de calzado de vez en cuando y tal.

– ¿Qué pasa con la comida? ¿Qué es lo que llevas? -Bien, pero antes de hablar de comida, R-a-a-y -a veces me llamaba por mi nombre de pila y cuando lo hacía siempre arrastraba mucho, melancólicamente, la única sílaba, "R-a-a-a-v", como si se preocupara de mi bienestar-, te diré que tengo tu saco de dormir, no es de plumas de pato como el mío, y por supuesto es más pesado, pero vestido y con una buena hoguera te sentirás cómodo allá arriba.

– Con la ropa puesta, bien, pero ¿por qué un buen fuego? Es sólo octubre.

– Sí, pero allá arriba se está bajo cero, R-a-a-y, incluso en octubre -me dijo tristemente.

– ¿De noche?

– Sí, de noche, y de día hace un calor agradable. Verás, el viejo John Muir solía ir a aquellas montañas sólo con su viejo capote militar y una bolsa de papel llena de pan duro y dormía envuelto en el capote y mojaba el pan seco en agua cuando quería comer, erraba por allí durante meses enteros antes de volver a la ciudad.

– ¡Dios mío! ¡Debía ser un tipo duro!

– En cuanto a la comida, he bajado hasta la calle del Mercado y en el Palacio de Cristal compré mi cereal favorito, bulgur, que es una especie de trigo búlgaro sin refinar, y lo mezclaré con taquitos de tocino y así tendremos una rica sopa para los tres, Morley y nosotros. Y también llevo té; uno siempre agradece una buena taza de té bien caliente bajo esas frías estrellas. Y llevo un auténtico pudín de chocolate, no ese pudín instantáneo falsificado sino un auténtico pudín de chocolate que calentaremos y agitaremos bien en el fuego y luego lo dejaremos enfriar encima de la nieve.

– ¡Estupendo, chico!

– Así que en vez del arroz que llevo siempre, en esta ocasión haremos ese pudín en tu honor, R-a-a-y, y en el bulgur voy a poner todo tipo de vegetales secos, los compré en la Ski Shop. Comeremos y desayunaremos eso, y en cuanto a alimentos que nos den fuerza llevo esta gran bolsa de cacahuetes y uvas pasas, y otra bolsa con orejones y ciruelas pasas. -Y me enseñó el diminuto paquete que contenía toda esta importante comida para tres hombres hechos y derechos que iban a pasar veinticuatro horas o más subiendo a las montañas-. Lo más importante cuando se va a la montaña es llevar el menor peso posible, los paquetes te impiden moverte con comodidad.

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