DE COMO ERA
Jesús debe haber pensado bien en sus actitudes. Sabía que ellas serían comentadas por los siglos venideros, y precisaba dar el ejemplo.
¿Su primer milagro? No fue curar a un ciego, hacer andar a un cojo o exorcizar a un demonio: fue transformar el agua en vino, y animar una fiesta.
¿Sus compañeros? No fueron los que comandaban la cultura y la religión de la época; más eran hombres comunes, que vivían de su trabajo.
¿Sus compañeras? No eran como Marta, que hacía aplicadamente las tareas domésticas; eran como María, que lo seguía con osadía.
¿El primer Santo? No fue un apóstol, ni un discípulo, ni un fiel seguidor; fue un ladrón que moría a su lado.
¿El sucesor? No fue aquel que más se aplicó en aprender sus enseñanzas; fue aquel quien lo negó en el momento que más precisaba de ayuda.
En fin, nada de lo que mandaba el manual del buen comportamiento.
DE LA SABIDURÍA
En el interior de Paraíba, junto a Pedra do Ingá, conocí a un hombre analfabeto, sin ninguna cultura más allá de la tradición oral. En media hora que pasamos juntos, me dijo cosas que solo los maestros dicen.
En un departamento, en Nueva York, junto al Central Park, conocí a un hombre que hablaba cinco lenguas. Tenía una basta biblioteca sobre magia. Pasamos tres horas conversando, y él me dijo cosas que apenas los discípulos dicen.
Y, otro día, conocí a otro hombre analfabeto y sin cultura, que en media hora habló apenas tonterías. Y, otro día, conocí a otro hombre culto, políglota, que me abrió los ojos sobre cosas importantísimas.
Esto también ya pasó con usted. Por tanto, intentar establecer reglas, preconceptos o padrones, apenas empobrece nuestra búsqueda. Estar abierto para la vida, es estar abierto para el prójimo. Cuando nuestro ángel usa a las personas para darnos algún mensaje, no las escoge de la manera en que nosotros las escogemos.