EL GUSTO Y LA LENGUA
Un maestro zen descansaba con su discípulo. En un determinado momento, sacó un melón de sus alforjas, lo dividió en dos, y ambos comenzaron a comerlo.
En medio de la comida, el discípulo dijo:
– Mi sabio maestro, sé que todo lo que usted hace tiene un sentido. Compartir este melón conmigo tal vez sea una señal de que tiene algo para enseñarme.
El maestro siguió comiendo en silencio.
– Por su silencio, entiendo la pregunta oculta -insistió el discípulo. -Y debe ser la siguiente: ¿el gusto que estoy experimentando al comer esta deliciosa fruta está en qué lugar: en el melón o en mi lengua?
El maestro nada dijo. El discípulo, entusiasmado, prosiguió:
– Y como todo en la vida tiene un sentido, pienso que estoy cerca de la respuesta a esta pregunta: el gusto es un acto de amor y de interdependencia entre los dos, porque sin el melón no habría un objeto de placer, y sin la lengua…
– ¡Basta! -dijo el maestro. -Los más tontos son aquellos que se juzgan más inteligentes y que buscan una interpretación para todo! El melón está sabroso, ésto es más que suficiente, ¡y déjame comerlo en paz!
EL HOMBRE QUE PERDONABA
Hace muchos años, vivía un hombre que era capaz de amar y perdonar a todos los que encontraba en su camino. Por esta razón, Dios envió un ángel para que hablara con él.
– Dios me pidió que viniera a visitarte y que te dijera que Él quiere recompensarte por tu bondad -dijo el ángel… Cualquier gracia que desees, te será concedida. ¿Te gustaría tener el don de curar?
– De ninguna manera -respondió el hombre. -Prefiero que el propio Dios elija a aquellos que deben ser curados.
– ¿Y qué te parecería atraer a los pecadores hacia el camino de la Verdad?
– Esa es una tarea para ángeles como tú. Yo no quiero que nadie me venere, y tener que dar el ejemplo todo el tiempo.
– No puedo volver al cielo sin haberte concedido un milagro. Si no eliges, te verás obligado a aceptar uno.
El hombre reflexionó un momento, y terminó por responder:
– Entonces, deseo que el Bien se haga por mi intermedio, pero sin que nadie se dé cuenta -ni yo mismo, que podría entonces pecar de vanidoso.
Y el ángel hizo que la sombra del hombre tuviera el poder de curar, pero sólo cuando el sol estuviese dándole en el rostro. De esta manera, por dondequiera que pasaba, los enfermos se curaban, la tierra volvía a ser fértil, y las personas tristes recuperaban la alegría.
El hombre caminó muchos años por la Tierra, sin darse cuenta nunca de los milagros que realizaba, porque -cuando estaba de frente al sol, tenía a su sombra detrás. De esta manera, pudo vivir y morir sin tener conciencia de su propia santidad.