– ¡Estúpida! – comenzó a refunfuñar Lázaro – ¡Seremos ricachones! Ganaré tanto dinero, que ni en sueños lo ha visto tu torpe maridito. ¡Estando aquí, lo ganaré en Cuba! ¿Sabes cuántas personas inteligentes quieren trasladarse hacia allá? ¡Miles! Yo les ayudaré. ¡Contrabando! ¿Has oído hablar de eso? El contrabando de cubanos. Mil dólares por cada uno que ha sido trasladado a Miami. Ganaré millones, y tú y yo vamos a vivir como en un cuento. Y no en este país olvidado por Dios, sino en un verdadero paraíso. ¿Lo has concebido?
Elizabeth sin hablar se quitó la ropa interior de color azul turquesa, luego el brazalete y se vistió, lo que enfureció finalmente a Lázaro. Apenas conteniéndose, este vociferó:
– ¿Me quieres humillar no aceptando mis regalos?
– Simplemente no sé qué voy a decirle a Juan Miguel, si él me ve luciendo tal ropa interior y llevando este brazalete.
– Amor mío – haciendo de tripas corazón, se puso a gorgorear Lázaro – no me complace de ningún modo que sigas viviendo bajo un techo con tu ex maridito, y posiblemente, debería resignarme a que él, hasta en estos minutos, te pueda contemplar en la ropa interior. En doce años de matrimonio ha podido verte hasta en aspectos mucho más quisquillosos. Espero que ahora no tenga tal posibilidad… Recuerda que he hecho un regalo de todo corazón. ¿Acaso, no te ha gustado? Es que esa ropa interior te queda muy bien, y llevando el brazalete pareces ser una reina española.
– Qué tiene que ver la reina… – Eliz volvió a derretirse. Echó una mirada al brazalete, pensando si hay fuerzas en ella para superar la tentación de no ponerse otra vez la hermosa prenda. Uno podía estar admirándolo infinitamente. Qué obra fina y delicada…
– Puedo decirle a Juan Miguel que el petrolero ruso se lo regaló a Lourdes y ella necesitaba con urgencia dinero. – Venció la tentación, Eliz se rindió.
– Niña inteligente – la felicitó Lázaro – reconozco a mi chica. Así agarrarás al flamenco de las dos patas – podrás sin miedo llevar el brazalete y le sacarás a Juan Miguel unos trescientos dólares.
¿De Juan Miguel? ¿Trescientos dólares? Esto es casi todo su ahorro… Susurró como hipnotizada Eliz. Ya era la hora de volver a casa. Nunca se atrevería a cometer tal engaño… Si la joya no luciera de manera tan encantadora. No es una pieza de artesanía de conchas, ni siquiera de coral negro enmarcado en plata. Una verdadera obra maestra de joyería. Ella misma es como una reina española… En aras de tal maravilla uno puede acudir a un pequeño engaño.
Eliz se sentó en el coche de Lázaro para irse a Cárdenas. En su mano brillaba el brazalete, y en la bolsita llevaba la nueva ropa interior. En su cabeza se había ideado una leyenda precisa y muy verídica acerca de las imprevistas adquisiciones. La chica se disponía a exponer lo inventado al ex esposo, cuyo respeto era lo último que ella no quería perder.
Se perdonaba diciendo que Juan Miguel le había prometido comprar algo muy caro inmediatamente después de que naciera Eliancito, pero resultó que no había cumplido lo prometido. Él es bueno. Uno puede manejar a Juan Miguel como un guiñol. Lo simplón que es. ¡Oh, si en aquellos años no hubiera sido tan descuidado! Lázaro, sí, es otra cosa. Este hombre sabe lo que desea y qué es lo que quieren las mujeres. Cada uno cree en lo suyo y se traiciona siempre del mismo modo.
Cárdenas, municipio de Matanzas, Cuba
Juan Miguel dormía tranquilamente, abrazado a su pequeño Elián, envuelto cuidadosamente en una tierna manta de plumón, que le había regalado al nieto la abuela Raquel – la mamá de Elizabeth.
Todo el día el chiquillo estuvo jugando con los niños vecinos. Primero al béisbol y luego al fútbol. No, por ahora no le invitaban a jugar en el equipo. Todavía es pequeño. Pero corrió hasta hartarse y varias veces pudo chutar el balón cuando este salía fuera del campo.
Papá todo el tiempo estaba al lado suyo. Después de uno de los sucesivos “out”, cuando la pelota volvió a hallarse muy cerca de Eliancito, el niño, sin pensarlo siquiera, se lanzó hacia ella, y le dio con todas sus fuerzas y se precipitó a correr tras esta, apartándose así del campo de fútbol. Lo alcanzó el ochoañero Lorenzo, el capitán del equipo que iba perdiendo, contrariado de su propia incapacidad. Él gritó furiosamente a Eliancito, echando una sarta de exigencias, que le diera la pelota:
– ¡Dámela! ¡Esta es mi pelota! ¡No nos molestes cuando jugamos!
Al haber quitado el objeto anhelado, el fiñe5 ahí mismo lo puso en juego, haciéndolo sacar de la banda del campo.
Hubo un segundo de compasión entre los espectadores respecto al desanimado Eliancito, cuyos ojos se humedecieron de una amargura insoportable. Y luego todos, con admiración sincera, siguieron los momentos del juego. Solo el padre concibió la “gran tragedia” del pequeño Elián, el cual vino corriendo hacia él para compartir su ofensa.
– No hay nada de malo – le guiñó el ojo al hijo – Pasados dos años estarás crecidito y vas a jugar como el argentino Diego Armando Maradona, el rey del fútbol. Y entonces, querrá venir a Cárdenas6. Le será curioso contemplar a un niño, que se hizo tan mago en el juego, como el propio Maradona. Y cuando te vea, te entregará personalmente una verdadera pelota de fútbol con su autógrafo.
Eliancito, inmerso en el cuento de su padre, casi se olvidó de la humillación que acababa de sufrir. En su rostro de repente se manifestó una “perfidia infantil” – él se imaginaba cómo hacía gambetas con la pelota con rombos negros ante los ojos de su ofensor, del capitán de ocho años de la selección del barrio, después de lo cual el niño es admitido al equipo y Elián mete un gol.
– ¿Papá, Maradona no puede venir antes? – preguntó el chiquillo a su papá.
– No, ahora tiene problemas con el calzado – contestó rápido Juan Miguel – No tiene con qué jugar. Las botas de fútbol se rompieron después de un sucesivo partido, y es que él estaba muy acostumbrado a estas.
– ¿Cómo se rompieron? – se sorprendió el niño.
– Es que demasiado fuerte chutó la pelota…
– Que se ponga otras botas nuevas – continuó Eliancito.
– El asunto es que él más bien se verá frustrado, porque empezará usando otras botas. Sus piernas no se sentirán cómodas llevando un calzado nuevo. Esto es como tu casa natal. Alguien quizás pueda tener un apartamento más espacioso con hermosos muebles, pero estando de visitas en algún lado, sueñas solamente una cosa, hallarte en tu casa donde eres dueño de ti mismo, donde la limpieza y el orden dependen solo de ti, donde no están desparramados los juguetes. ¡Y estás contento! Te alegran los huéspedes, siempre y cuando no se comporten groseramente en tu casa, aprovechando tu hospitalidad. En este caso, naturalmente, pedirás de manera cortés a tus visitantes, muy exaltados, que vuelvan a casita.
– ¡Volver a casita! – repitió el niño estas palabras y no se sabe por qué empezó a reír a carcajadas.
– Y tú dices: “Botas nuevas” … – resumió Juan Miguel – cuando Maradona repare sus botas queridas, entonces él vendrá a verte.
– ¿Cuándo las reparará? – Elián quisiera saber eso.
– Habrá de ser dentro de dos años – con pleno conocimiento de la causa, respondió papá – Cuando seas ya un delantero conocido.
– ¡Ah! – exclamó Elián – ¡Es que hay tiempo todavía! ¡Podré entrenar!
El ánimo del niño mejoró considerablemente. Volvió a correr hacia el borde del campo esperando recibir un pase, aunque siendo por error este, y no era importante de quién.
No hubo tal pase. La causa no era la avaricia de los niños, sino un caso de fuerza mayor que interrumpió el partido de fútbol. Uno de los chicos, salvando la portería, golpeó con tanta fuerza la pelota que esta cayó exactamente en el camino carretero. Echó a rodar hacia abajo por el empedrado y acertó a dar bajo las ruedas de un “Škoda” de alquiler. El turista español que conducía el coche, al oír el estallido, en ese mismo momento se puso en guardia. El turismo de poca cilindrada continuaba moviéndose. Eso significaba que no había causas de preocupaciones.
El cuadro que se abría ante los ojos de los niños del barrio, no era nada agradable, era una arrugada pelota de cuero con dos agujeros y ya no era apta más para jugar. Un pillo del equipo de Lorenzo alzó los restos de la pelota y, metiendo la mano en el orificio, pudo calmar al capitán diciendo:
– ¡Si la pelota estuviera entera, los despedazaríamos como a gatitos ciegos!
– ¡Así es! – aprobaron la declaración los restantes miembros del equipo – ¡Como a cachorros mudos!
Lorenzo, el “propietario” de la pelota magnífica o, mejor dicho, de lo que quedó de esta, hasta el último momento seguía estando en completa postración, de repente concibió que la derrota del equipo del odioso Enrique, condiscípulo-pendenciero, podría ser disputada en tiempos mejores. Los amigos de Enrique jugaban mejor y en esos segundos llegó una salvación inesperada. Lamentaba mucho lo ocurrido, pero, como se expresa su abuela de Miami, la cual visita al nieto una vez al año, “no hay mal que por bien no venga”. Justamente ella envió de Estados Unidos esta muestra futbolística.
– ¡Pues, olvidemos lo de la pelota! – opinó sobre eso el fanfarrón pequeño – mi abuela querida me enviará una pelota como esa y hasta aún mejor. ¡Entonces jugaremos el partido! ¡Y eso no les saldrá bien! – dijo de manera amenazante, dirigiéndose a los contrincantes, tomó la pelota pinchada y, sin lamentarse, la tiró al contenedor de basura.
Habiendo contemplado esto, los rapaces se desbandaron. Una pareja entrada en años, la cual ya hace una hora estaba sin hacer nada en el balcón, de manera casual, había oído estas réplicas y opinó de lo ocurrido:
– ¡Que niño tan mimado es este Lorencito! Su abuela Lucía, cuando huía de Cuba, dejó su hija con un niño de teta y ahora hace penitencia de sus pecados ante ella y el nieto. Los colma de regalos y les hace zalamerías, víbora – no de buena manera se expresó de la abuela de Lorenzo la señora canosa.
– Todo lo que envían los yanquis a Cuba, hay que aplastarlo y echar a la basura – con odio refunfuñó el anciano, héroe de la batalla de Playa Girón. – Ese es el destino de esta limosna americana.
En esto la historia no ha acabado. Apenas hubo amanecido, Juan Miguel dejó a Eliancito dormido y se dirigió a buscar el fatídico atributo futbolístico. Sin dificultad alguna encontró en la acera aquel mismo contenedor de basura y extrajo de él el regalo tirado de la abuela Lucía de Miami.
Por la mañana llamó al aún semidormido Elián para ir al campo de fútbol. El chiquillo dio un grito, cuando el padre, como un mago circense, sacó de un paquete, una pelota de fútbol y la golpeó levemente con la pierna, haciendo un pase al hijo. Este inmediatamente se reanimó, y la somnolencia se esfumó. De manera incansable corría tras la pelota, tropezaba, cayó varias veces, pero al instante se levantaba, animado por las palabras del padre:
– ¡Maradona nunca lloraba si se caía! A él le pegaban de manera muy dura. Los hombres verdaderos no lloriquean como las niñas. Se levantan inmediatamente. Se ponen de rodillas solamente los lacayos…
Eliancito, sudado, ni siquiera notó que casi una hora entera estuvo jugando con su papá al fútbol. Él ganó. No sabía que su padre no jugaba con plena entrega. Es que Juan Miguel sinceramente se apenaba e indignaba cuando le metían goles en su portería.
Una hora después de iniciarse el juego, Juan Miguel se cansó. No hay nada extraño. No pegó ojo durante la noche, haciendo meter trapos en la cámara de la pelota rota. Pero la primera etapa de esta muy minuciosa labor para reanimar la propiedad del ochoañero Lorencito era apenas la mitad del asunto. Cuando la cámara de la pelota estaba llena hasta el tope con una cantidad numerosa de capas de trapos, por delante había que realizar una operación, cuyas herramientas serían una gruesa aguja de la abuela Raquel e hilos irrompibles de nilón y un dedal de estaño.
El dedal no pudo proteger a Juan Miguel de unos cuantos pinchazos, no obstante, el resultado de su labor abnegada ya adquirió formas concretas hacia la mañana. La pelota “restaurada” parecía ser nuevita, y en cuanto al peso no lo superaba en mucho a la de la original.
– ¡Papá, ataja! – gritó Eliancito al padre y asestó un fuerte golpe a la pelota con la punta del pie.
Esta pasó volando sin acertar en la portería y rodando llegó hasta los mismos pies de Lorenzo, cargado de rabia. Toda la banda futbolística del barrio se había amontonado tras la espalda de su capitán.
– ¡Ud. robó mi pelota! – expuso Lorenzo su acusación a Juan Miguel. – ¡Esta pelota es mía! ¡No es suya! ¡Ud. es un ladrón!
Juan Miguel tomó de la mano a Eliancito y se aproximó callado a los niños ahí reunidos.
El pie de Lorencito pisaba demostrativamente su propiedad. Sentía el respaldo tácito de los compañeritos de equipo parados detrás de él. Ellos quedaron admirados de que uno de sus líderes no se hubiera asustado siquiera. La confrontación desigual entre el audaz capitán y el adulto musculoso don Juan, que resultó ser ladrón, podría terminar quién sabe cómo…
– Nunca ansiaba poseer los bienes ajenos. Me sobra lo que tengo – se puso a hablar tranquilamente Juan Miguel – Eso se lo estoy enseñando a Eliancito. Es que ayer alguien echó a la basura un objeto inservible, no apto para nada. Tuve que trabajar con mucho ardor para volverlo a la vida. Primero hubo que rellenarlo hasta el tope, luego coserlo con una aguja muy gruesa. Además, varias veces me herí el dedo. No habría posibilidad de corregir la situación de otra manera., es sabido que en toda la barriada no hay ni una bomba para este tipo de pelotas. Sea como sea – la pelota es tuya, pues llévatela. Lo que nosotros con mi hijito la aprovechamos jugando, que sea eso el pago por la reparación…
Juan Miguel y Elián se encaminaron lentamente hacia su casa. Los acompañaban doce pares de ojitos infantiles.
– ¿Eliancito, no quisieras jugar con nosotros? – de improviso se oyó una tardía invitación de Lorenzo.
Elián se volvió asustado, luego esperanzado alzó los ojitos hacia el padre. Juan Miguel meneó la cabeza aprobativamente, y el hijo feliz se precipitó a correr apresuradamente hacia los niños mayores. Estos se desbandaron al instante por la cancha y con mucha seriedad iniciaron el sorteo. En esta ocasión Lorencito repartía a los niños en equipos. No permitirá más que el pendenciero Enrique ordene aquí. ¿Pero dónde habrá de jugar el chiquitín Elián, naturalmente, en mi equipo, y yo personalmente voy a proteger al hijo de Juan Miguel, si los chicos de Enrique se atreven a empujarle y jugar duro…
Satisfecho con el resultado del partido y la rica cena, que había preparado su papá, ya hacia la noche Elián se puso a bostezar. Juan Miguel lo tomó en sus brazos y lo trasladó a la cama. Cuidadosamente lo tendió de costado en ella y se acostó al lado, contemplando al chiquitín que se dormía.
– Duerme, querido mío, yo le dije a un ángel que te besara por mí, pero este volvió y dijo: “Los ángeles no besan a los ángeles” … Por eso yo mismo debo besarte.
Le dio un beso ruidoso en la mejilla y, mirando el reloj, comunicó:
– Son las dos. Pronto vendrá mamá.
Pero Elián ya no oía nada. Dormía dulcemente, inmerso en panoramas agradables y sueños dorados.
* * *
Elizabeth sorprendió al ex marido y al hijo durmiendo abrazados. Llegó por la mañana el insaciable Lázaro de improviso hizo un enroque, sin que se tomaran en consideración los planes de ella. Cabe decir, que Eliz no se reveló mucho cuando el amante la llevó, en vez de Cárdenas, a un lugarcito a la muy concurrida casa de trueno del Varadero nocturno. Allí se hallaba la discoteca “La Cueva del Pirata”, ubicada en una gruta natural.
…Los extranjeros y las extranjeras, que iban y venían en ansiosas búsquedas del amor cubano, fácilmente encontraban a muchachos y muchachas interesados en hacer zambullir a los turistas en, el poco acostumbrado para el ciudadano occidental, mundo de una sincera y despreocupada cordialidad, condimentada con un sexo excelente y bien ensayado.