Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ 10 стр.


 ¡Eh, tú! dijo Helena desde la puerta mientras Jukka se detenía y se giraba para mirar. Mine vittu!

Se quedaron mirándose fijamente a los ojos. Una especie de duelo esperando la reacción del otro. Jukka fue quien dio el primer paso.

 ¿Estonia?

 ¿Finlandés? preguntó ella mientras asentía con la cabeza.

Jukka volvió a subir. Tendió la mano.

 Jukka Lehto, creo que hemos empezado mal.

 Helena Härma, aunque bueno, eso ya lo sabes. Por el imbécil de Wageman.

 Vale. Veo que no lo aprecias. Le diré que no te he encontrado.

 Muchas gracias dijo ella sonriendo. Mira, tengo mucho trabajo esta tarde, pero me gustaría que pudiéramos hablar con más calma. ¿Te importa que nos veamos en otro momento?

 No, claro que no. Pero aquí a Calpe vengo una vez al mes.

 Bueno, pues mira te doy mi número de móvil y cuando puedas me llamas y nos vemos.

 De acuerdo. Toma el mío Jukka apuntó su número en un stopper que tenía en el bolsillo del pantalón. Helena se echó a reír cuando se lo dio.

 ¡Qué original!

 Mejor que una tarjeta. Es más visible. Me dedico a esto de las promociones.

 Vale, Jukka Lehto. Nos vemos cuando quieras.

 Perfecto. Ya te llamaré.

Se despidieron y Jukka bajó la escalera. No se dio cuenta de cómo lo miraba Helena. Con curiosidad. Una inquietante curiosidad. Salió a la calle, se metió en su coche, arrancó puso la radio y condujo hasta la Playa de San Juan. Un merecido descanso se dijo mientras entraba en el ascensor. No se dio cuenta, pero entró otra persona en el ascensor. Una chica joven, estatura media, rubia, no pudo verle los ojos ya que llevaba unas gafas de sol. Vestía camiseta ajustada, unos shorts vaqueros y sandalias. Llevaba un voluminoso bolso de tela que se veía cargado.

 ¿A qué piso vas? preguntó cómo era costumbre.

 Diecisiete respondió ella.

 Vale. Vamos al mismo dijo Jukka antes de sumergirse en sus pensamientos.

Al llegar y abrirse la puerta, ella tropezó con un vecino que esperaba el ascensor. Dio un traspié y casi cae, pero recuperó el equilibrio y se fue hacia la izquierda por el pasillo que llevaba a las puertas de los apartamentos. Jukka tras saludar al vecino e intercambiar las típicas frases acerca del estado del tiempo, la tranquilidad de la playa en septiembre y algunas cuestiones de la comunidad de vecinos, se dispuso a entrar en su casa. Fue entonces cuando se dio cuenta de algo que había en el suelo. Justo delante de la puerta de los ascensores. Se acercó, lo cogió y se sorprendió al verlo. Un DVD de cine clásico. Los Nibelungos de Fritz Lang. Edición coleccionista. ¡Joder! Cuánto tiempo sin ver una de estas se dijo sorprendido. Recordó a la chica que había salido con tanta prisa del ascensor que casi cae. Dedujo que sería de ella, pues el vecino con el que había intercambiado unas palabras no llevaba nada en las manos y, por lo que sabía, su afición era el fútbol. Decidió pues acercarse al apartamento de la chica para preguntar si era suyo el DVD. Recorrió unos pocos metros hasta llegar a la puerta B. No había duda. El apartamento A era el más grande de todos los tipos y pertenecía a una familia de Madrid que venía durante los meses de junio a agosto. El C y el D eran propiedad de un rico industrial de la provincia que pasaba largas temporadas en Suecia. Solo quedaba el B. Llamó al timbre y esperó. Nada. Sin respuesta. Volvió a llamar con el mismo resultado. Jukka no quiso ser pesado. Pensó que a lo mejor la vecina estaba ocupada y no podía abrir. Sabiendo donde vivía ya pasaría a ver si el DVD era suyo. Volvió a su piso. Se dio una ducha. Preparó unos fideos, los comió mientras rellenaba el informe online de la jornada del día. Salió a la terraza con una cerveza bien fría. Apoyado en la barandilla observaba como anochecía. El azul grisáceo de última hora de la tarde fue cambiando a morados y finalmente azul oscuro intenso y negro. En el horizonte las luces de las estrellas comenzaron a confundirse en las luces de los barcos de pesca que acudían cada noche a la bahía. El olor a salitre, llevado por una sueva brisa, llegaba hasta la terraza acompañado del tenue ruido de las olas que se fundía en una melodía de frecuencias con el canto de los grillos. Jukka miraba al horizonte. Sin moverse, sin pensar en nada más que en esa línea inalcanzable.

6

Nuevo día de rutina. La ruta más lejana al límite de la provincia. En esta Jukka prefería comenzarla en orden ascendente siguiendo en primer lugar la eterna N332. Gata de Gorgos, Ondara y El Verger. Desde ahí luego continuaba por la CV723 hasta Denia. Cuando hacía esta ruta, en lugar de volver a la carretera nacional prefería seguir el camino de la costa que unía Denia a Xábia, atravesando el parque natural del Montgó. Salía de Xábia a lo largo de la carretera del cabo la Nao en dirección a Portitxol, seguir a continuación por la carretera de la Granadella, el camí Vell del Morro del Castell, serpentear por las calles de Cumbre del Sol y finalmente enlazar con la carretera de Moraira a Teulada y de ahí seguir por el camino a Calpe. Solía llegar a tiempo de comer en uno de sus habituales restaurantes.

Lo que se salía de la rutina ese día fue que nada más empezar el recorrido recibió un mensaje en el móvil de parte de Prisca Blanco, la supervisora de la zona, quien una vez al mes acompañaba a los promotores para ver in situ como aplicaban las promociones, como desarrollaban el argumentario que la empresa les explicaba durante el curso de formación mensual. También tomaba nota del tiempo que se empleaba en cada visita, la distancia recorrida optimizando el tiempo y ajustando el kilometraje ya que la empresa corría con los gastos de desplazamiento.

Prisca era de estatura media, escuálida, con un eterno corte de pelo estilo masculino, gafas redondas y profundos ojos negros. Oriunda de Porcuna, su acento jienense estaba cargado de resentimiento. En una ocasión un compañero le contó a Jukka que Prisca se fugó cuando era joven del pueblo debido a que su familia la había comprometido en nupcias con un señorito del lugar. Una manera de medrar en la escala social a costa de la voluntad ajena. Tras recorrer media España llegó a Alicante donde finalmente se instaló. Los infortunios del pasado habían conformado a una persona engreída, de ego desarrollado hasta el absurdo y con una fijación constante por humillar a sus empleados por los detalles más insignificantes. A Jukka no le caía bien, pero era parte de la cúpula directiva y no había más remedio que aguantar sus reniegos. Esa mañana, pues, no había más remedio que aguantar la compañía de Prisca. Lo único positivo era que no iba a efectuar todo el itinerario, por cuestiones de agenda, tan solo estaría con Jukka en Denia.

La visita a los supermercados de Denia fue bien hasta que llegaron a un Super Plus que se encontraba en el Camí de Sant Joan, ya a las afueras de la ciudad. El encargado, Rodrigo Arnaiz, apenas llevaba un mes y medio en su puesto y no conocía al detalle las dinámicas de promociones. Acababa de incorporarse a este trabajo y no estaba acostumbrado a la dinámica del mismo. Tampoco tenía desarrollado el sentido del humor por lo que los diálogos eran de una sequedad y frialdad absoluta. En las dos ocasiones que Jukka había visitado el supermercado había tenido que recordarle que la tienda no era suya sino de la empresa y que si sus jefes habían accedido a que se implementara la promoción él tenía que indicarle donde estaban los productos y proporcionarle un lugar para materiales de merchandising. Nada más. Normalmente esas conversaciones acababan en llamadas telefónicas que Arnáiz hacía a sus superiores y que terminaban con él volviendo cabizbajo e indicando con mirada bovina dónde tenía espacio para un expositor, o para las camisetas y balones. Espero que hoy el bobalicón este no me entretenga y no me haga ni perder tiempo ni quedar mal delante de Prisca pensó Jukka. Pero como temía, Rodrigo se enzarzó en una discusión sin sentido acerca del espacio disponible, del agravio que suponía para otras marcas que los productos de Stake emplearan reclamos más vistosos en el punto de venta. Intento de razonamientos acompañados de gestos y actitudes simplonas. Jukka, interrumpió y con tono exasperado dijo lo que tantas veces había repetido: ¿Pero no te enteras de que la tienda no es tuya? Si tus jefes ya han cerrado este trato pues lo aceptas y punto. O te cambias de curro, que hay gente más despierta esperando para trabajar. Acabó de decir la frase mirando de reojo a Prisca que tomaba notas en su libreta con gesto de comisario político. Rodrigo murmulló algo incomprensible y dejó que Jukka hiciera su trabajo, seguido por Prisca.

Al salir de la tienda, empezó la reprimenda. Los transeúntes se quedaban atónitos al ver como Prisca recriminaba con voz agitada el comportamiento de Jukka. Que si no había tenido respeto, que si había sido prepotente, que si las formas una y otra vez, que si esto y lo otro. Hasta salió la manera en la que conducía. Jukka optó por murmullar un lo siento no ocurrirá más para poder seguir con las visitas y salir de Denia cuanto antes, lo que significaba perder de vista a Prisca. Poco le importaba el informe que mandara a los jefes superiores.

El resto de las visitas, un par de Super Plus y una tienda independiente. Sin mayor problema en ninguna supuso que pudiera terminar la ruta. Se despidió de Prisca, quien le recordó una vez más lo importante de la profesionalidad, del comportamiento impecable e impoluto en el trabajo antes de dejarlo.

Jukka llegó a Calpe para la hora de la comida. Se dirigió al restaurante que le correspondía ese día para comer. Sentía una sensación agridulce tras la jornada de hoy. Contaba con que Prisca le echaría alguna bronca para no perder la costumbre. Pero no se esperaba que fuera por una tontada que encima era responsabilidad de otra persona. Este Rodrigo es un imbécil. A ver si algún día aprender a hacer su trabajo y no jode a los demás. Malabarista, es lo que es. Un malabarista.

Pensamientos que iba desgranando mientras comía su ensalada y un filete de lubina a la plancha. Cerveza, agua con gas, y café en lugar de postre. Pensamientos que se retiraron paulatinamente al empezar a observar a una pareja que llegó y se sentó en la mesa que estaba justo delante de la suya. Eran ya de cierta edad, entrados en los sesenta. Ella era gruesa. Con pelo canoso rizado. Vestía un pantalón de chándal y una blusa floreada. Gafas de sol oscuras. Él, de apenas metro sesenta, tenía pelo engominado hacia atrás. Canoso. Vestía vaqueros ajustados y camisa negra remangada sobre unos brazos fibrosos y tostados por el sol. Destacaba un viejo tatuaje de un ancla y un nombre que Jukka no apreciaba a leer desde donde estaba. La camisa abierta hasta el cuarto botón dejaba ver una gruesa cadena de oro de la que pendía un grueso crucifijo. Apenas intercambiaron unas palabras entre ellos cuando llegó el camarero. Sin hablar nada se tomaron una crema de bogavante y luego, cuando les trajeron una enorme mariscada, cada uno, con matemática precisión fueron pelando gambas y langostinos. Tenían el ritmo propio de una máquina. En el centro, un centollo esperaba su turno. Fue el hombre quien empezó a manipularlo y a extraer la carne que le iba pasando a su mujer. Un trozo para ella otro para él. El sentido del amor. A eso se reduce, pensó Jukka.

Mientras apuraba su café mirando al mar pensó en llamar a Helena, pero no insistió mucho en ese pensamiento. Pensó que lo mejor era hablar con Wageman esa misma tarde y decirle que había encontrado a la mujer y que ella ya le llamaría. Esa sí que era una manera inteligente de quitarse el tema de encima.

El regreso hasta su piso fue complicado debido a una retención por obras en Altea. Si bien esta circunstancia le regaló un momento desconcertante cuando en pleno atasco, con el carril lleno de vehículos detenidos, el conductor que iba delante bajó de su coche, abrió el maletero y sacó una cerveza de una nevera portátil. El mismo conductor le hizo a Jukka el gesto de compartirla a lo que amablemente renunció. «¡Qué cosas! pensó. Cuando llegó, tras una ducha necesaria, se percató del DVD que había encontrado el día anterior y que había dejado en la mesa del salón, junto al portátil. Volvió a mirar la carátula y esbozó una media sonrisa. Decidió acercarse de nuevo a intentar devolver la película a la vecina. Salió. Llamó a la puerta y escuchó pasos. Se dio cuenta que lo observaban por la mirilla, aunque no abrían la puerta. Puso el DVD delante para que lo vieran al otro lado. Se escuchó el ruido de un par de cerrojos descorriéndose. Finalmente, una cabeza se asomó cautelosamente. Jukka se encontró con unos marrones que le miraban con curiosidad. Una melena rubia platino, un rostro ovalado, de piel muy blanca, en el que llamaban la atención unos labios puntiagudos pintados de rojo intenso. Una nariz ligeramente respingona completaba lo que podía ver. El cuerpo se cobijaba detrás de la puerta como si fuera un escudo y temiendo a algo desconocido.

 Hola buenas tardes comenzó a decir Jukka educadamente, soy el vecino del apartamento de al lado, bueno, de la letra E.

 ¿Sí? dijo la chica con curiosidad aferrándose a la puerta con más intensidad.

 No sé si te acordarás, pero ayer coincidimos en el ascensor y al salir se te debió de caer esto Jukka le alargó el DVD. Vine enseguida, pero debías estar ocupada. Hoy he venido en cuanto he llegado del trabajo.

 Gracias dijo ella.

 Buena película, por cierto añadió él, aunque se dio cuenta de que la chica no tenía ganas de conversación. Bien, que la disfrutes. Hasta luego.

Jukka volvió a su piso sin dejar de pensar en la frialdad y falta de interés demostrado por la dueña del DVD. En fin, todos tenemos rarezas esbozó mentalmente mientras llegaba a su apartamento. Encendió el ordenador, buscó la plantilla de documento para el informe del día. Se preparó unos fideos como cada día. Al abrir el correo para enviar el informe se llevó una sorpresa. En la bandeja de entrada, junto a la publicidad de siempre, había una notificación de Facebook: Helena Härma le solicitaba amistad.

Recordó que hacía cuatro años que no lo usaba. No es que fuera un fan de las redes sociales, pero lo empleaba para comprobar el impacto que tenían las prácticas de sus alumnos ya que les pedía que estrenaran los cortos que realizaba. Algunos alumnos abusaban de este método y lo buscaban cuando se conectaba para preguntarle asuntos relacionados con las asignaturas, las prácticas, las calificaciones, o simplemente para chatear sobre música o cine. Otros colegas directamente facilitaban sus números de móvil para que los llamaran o les enviaran mensajes. Pero Jukka prefería este método. En ocasiones si notaba que empezaban a ponerse pesados con las conversaciones y las preguntas, o si detectaba que se entraba en una especie de bucle irracional o si alguien empezaba una especie de tonteo virtual desconectaba rápidamente; pero las más de las veces sí que empleaba horas para hablar, compartir videos y referencias a películas de cierto interés. Pero hacía cuatro años que había borrado todos sus contactos, toda su información. No tenía explicación a porque no desactivó la cuenta. Quizás debería haberlo hecho. O quizás no. El caso es que tenía una solicitud de amistad de alguien que acababa de conocer. Jukka entró en Facebook con cierto temor. No tenía ningún mensaje ni foto ni absolutamente nada. Buscó el perfil de Helena antes de decidirse a aceptar la solicitud de amistad. Había unas cuantas fotos en las que aparecía visitando monumentos, comprando libros, y unas cuantas fotos de unos planos arquitectónicos. Revisó los amigos que tenía Helena y se trataba de personas con intereses semejantes. Animado por lo que había visto le dio a aceptar la solicitud de amistad. Automáticamente apareció en la columna derecha, habilitada para el chat, la minúscula imagen de Helena. Indicaba que hacía una hora que se había conectado. En algún momento coincidirían.

Estaba a punto de empezar a comer sus fideos cuando sonó el timbre. No esperaba a nadie. Cuando abrió se encontró a la vecina, la chica del DVD. Se quedó asombrado, entre otras cosas porque ahora pudo ver con detalle que era bastante joven. Apenas veinticinco o veintiséis años. Un metro setenta y cinco calculó Jukka. Los labios armoniosos estaban sin el carmín rojo que los cubría cuando fue a verla antes. Vestía una camiseta morada de manga corta, muy ajustada marcando unos senos pequeños; mallas deportivas ajustadas a unas piernas de contorno perfecto.

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