A Jukka le divertían esas sesiones. Sobre todo, la parte de rolplay en la que debían tratar de convencer a uno de ellos mismos, que asumía el papel de encargado de supermercado y cuya única respuesta era invariablemente negativa, de la pertinencia de implantar la promoción o el producto. Debían ensayar como presentar las promociones, como argumentar frente a una negativa, llevando el final de la conversación a un estandarizado si aumentan las ventas de este champú o el producto que fuera ganamos todos. A media mañana solía haber una pausa para un desayuno que solía consistir en bollería y café.
Ese día, Jukka fue al aseo antes de participar del desayuno. Se estaba lavando las manos cuando entró Peter Wageman, uno de los americanos. Lo saludó con un gesto de la cabeza mientras se secaba las manos en la máquina de aire. Cuando acabó, Wageman se dirigió a él.
Hola, ¿Jukka? preguntó con un marcado acento anglosajón.
Sí, exacto.
¿Cómo ves la nueva campaña de otoño?
Bien contestó con la mayor neutralidad posible, ya que a él no le correspondía juzgar la pertinencia o no de objetivos, estrategias y demás asuntos.
Perfecto dijo Wageman sonriendo y mostrando una blanca y cuidada dentadura. Bueno, oye, necesito pedirte un favor. Me han dicho que eres el encargado de visitar las tiendas de la zona de Calpe, Benissa y Moraira.
Sí, entre otras.
Vale, vale, vale. Mira, es que estoy buscando a una persona que conocí hace unos meses. Si no es molestia me gustaría que pasaras a ver si está en la dirección que me dio.
Ya. Entiendo. ¿Una mujer? ¿Un hombre?
¡Je, je, je, je! rio nerviosamente Wageman. Una mujer desde luego.
Bien dijo Jukka encogiéndose de hombros. Dame los datos y la próxima semana tengo visita por esa zona. Si me das tu número te llamo con lo que averigüe.
¡Ok, perfecto!
Wageman le dio un papel en el que había garabateado un nombre y una dirección. Sin prestarle mucha atención lo guardó en el bolsillo de la camisa y volvió con el resto de los compañeros al curso. Las horas pasaron plomizas. Objetivos, argumentos, materiales nuevos, recordatorio de protocolos para presentar facturas, incidencias, espíritu de equipo. Cuando acabaron a media tarde Jukka volvió a su piso. Preparó el material para el día siguiente, organizó mentalmente su ruta. Cenó. Fideos de sabor incierto. Cerveza en la terraza mirando sin prestar atención alguna al horizonte. Nueva sesión de sueño agitado ante la expectativa de un nuevo día.
5
Le gustaba despertarse temprano y hacer el recorrido pronto. Prefería viajar por la carretera de la costa en lugar de hacerlo por la autopista. La empresa abonaba los desplazamientos por ésta, pero él prefería el viejo camino. Podía deleitarse con el mar, así como con el espectáculo del sol cuando comenzaba a surcar el horizonte para alumbrar un nuevo día. Desde luego había partes del itinerario que eran lentos debido a las curvas y las cuestas, pero así y todo los disfrutaba.
Salió pronto esa mañana, aun era de noche. Condujo por la carretera una saturada N332 hasta llegar a Benissa, lugar donde empezaba la ruta del día. Allí esperó en una cafetería en la calle Doctor Vicente Buigues, justo enfrente estaba el Super Plus. Desayunó un café con leche y un cruasán. Desde donde estaba sentado observaba el rítmico movimiento de los empleados que estaban dentro del supermercado a través de un gran ventanal. La puerta principal estaba cerrada y ya se empezaban a reunir personas con bolsas y carritos de la compra esperando que a las nueve en punto se levantara la reja metálica. Casi todos eran ancianos. Jukka se deleitaba viendo como cada dos semanas a la misma hora veía las mismas caras, en las mismas actitudes. Una vez dentro los encontraba siempre en los mismos pasillos comprando los mismos productos y llenando los carros con monótona eficacia. Los años de rutina habían producido esta curiosa coreografía. A las nueve en punto la verja se empezó a levantar y los clientes que esperaban fuera iniciaron el ritual de la compra. Jukka pagó su desayuno, salió y se dirigió al supermercado. Una vez dentro saludó a una de las cajeras y preguntó por Vanesa, la encargada. La avisaron por megafonía. Se acercó una chica joven de rostro redondo, con el pelo recogido en una coleta, ojos vivos y amplia sonrisa. Caminaba deprisa y parecía alegrarse de ver a Jukka.
¡Hola Jukka! ¿Qué me traes esta semana?
¿Qué tal Vanesa? Pues mira, la promoción del mes es para la nueva línea de champú Flaw.
¿El anticaspa o el nuevo?
El nuevo, Flaw Total.
Vale. ¡Joder, mira que es bueno!
¿Ya lo has probado?
Sí claro. ¿No lo notas?
Pues no, con esa coleta que llevas
Vanesa comenzó a reírse y Jukka sonrió. Le encantaban estas conversaciones triviales. Sin mayores razonamientos. Sin segundas lecturas ni cargadas de contenidos. Tampoco tenía que soportar envidias de colegas, ni egos exagerados de recién llegados a una profesión que le quedaba grande, ni intrigas por ocupar un puesto de gestión. En este trabajo cada uno tenía asignada un área y debía cumplir con sus objetivos e incluso superarlos lo que suponía un incentivo económico sin pisar a nadie. La competencia, en todo caso, era con otras empresas, otros comerciales y promotores a los que no conocía.
Si quieres me suelto la coleta dijo Vanesa sonriendo.
Anda, déjalo para otro día bromeó Jukka.
Jukka puso a Vanesa al corriente de la promoción. Debía poner unos stopper en el lineal de los champús para llamar la atención de un posible cliente. A cambio, la encargada del supermercado recibía un talonario de descuentos para cada producto de la empresa. Vanesa aceptó y acompañó a Jukka para seguir charlando con él. Ninguno de los dos tenía interés en el otro más allá de las bromas que gastaba Vanesa. Ella, con veintinueve años, acababa de casarse con el cajero de un banco que estaba al lado del supermercado. Se habían conocido en el bar de enfrente, el mismo donde solía desayunar Jukka. Su carácter extrovertido le hacía bromear y hablar con todos los que entraban en la tienda. Jukka vio que habían retirado una estantería en la zona de los frutos secos.
Vanesa, ¿hay hueco en ese sitio?
Sí. Se nos cayó la estantería, se rompió una pieza y la central no nos va a mandar nada. ¿Por qué lo preguntas?
Tengo unos expositores montables en el coche. Son para el lavaplatos Etching.
¡Joder Jukka! ¡No se te escapa una! dijo riendo. Venga va, ve por uno y lo pones. Ya sabes. Me dejas la tienda limpia.
Descuida.
Cuando terminó, se despidió de Vanesa quien estaba hablando con el comercial de una empresa de refrescos. Se dirigió luego al otro supermercado que debía visitar en la misma localidad. La Botiga El Saladar, una pequeña tienda que vendía frutas y verduras pero que de manera inexplicable había aceptado comercializar uno de los productos estrellas de la multinacional americana, el refresco Siberian Fresh. Cuando se lo comunicaron a Jukka no se lo creía. En el último rincón del mundo y llega este refresco con nombre a Guerra Fría. ¡Alucinante! fue lo primero que pensó. Pero en efecto, la primera visita que hizo encontró una reluciente nevera, suministrada por la compañía a los clientes selectos, llena de botellas de medio litro de un líquido azul que sabía agradablemente a frutas. Jukka cuando vio por primera vez el refresco tuvo un pensamiento siniestro: Parece limpia cristales. Lo mismo les da por vender anticongelante y la gente lo consume. Si viene de Estados Unidos por fuerza creen que está bueno. Aunque cuando lo probó, con las reservas de un catador de comidas envenenadas, claudicó: Está bueno de cojones.
Llegar hasta la tienda solo lo conseguía gracias al navegador, ya que estaba ubicada en una recóndita calle de una abigarrada zona de urbanizaciones. La insistente voz femenina del dispositivo GPS lo iba guiando por la CV741 en dirección a Benimeit, hasta que lo obligaba a desviarse e introducirse en un camino que no tenía ni clasificación en la nomenclatura de carreteras. Llegaba al camino de Fanadix, confiando en el buen criterio de la máquina, para luego serpentear entre las colinas que se iban acercando a la costa y que habían sido ocupadas por adosados, chalets y algún pequeño edificio. Todo un ejercicio de atención constante a la hora de conducir debido a las cambiantes de rasante y a las pronunciadas curvas que jalonaban el camino. Llegaba a la calle Urbanización San Jaime, pero debía dar unas cuantas vueltas antes de poder aparcar, ya que la zona estaba llena de chalets con la señal de vado en las entradas y el sitio libre escaseaba. Le llamaba la atención el criterio del Ayuntamiento correspondiente, o al menos el del responsable de urbanismo, ya que a la derecha de la calle por la que transitaba las cuatro calles existentes tenía nombres de comunidades autónomas españolas: Catalunya, Castella i Lleó, Asturies y Castilla La Mancha; mientras que a la izquierda parecía que el responsable de nombrar las calles había estado leyendo Las mil y una noches, ya que los nombres eran más exóticos: Larache, Casablanca, Orán, Amman, Bagdad, Basora. Eso, o es que era especialista en Medio Oriente y mundo islámico.
Tras aparcar debajo de la frondosa sombra que proporcionaba un árbol enorme, se dirigió a la Botiga El Saladar donde entabló conversación con el dueño. Nada importante. La carestía de la vida, los impuestos, las facturas, la jubilación que aún tardaría en llegar. Por su parte Jukka escuchaba, asentía, y llegados al incómodo punto del silencio por no saber qué decir. Explicaba la promoción, entregaba el material y poco más. En este caso, además, no había nada que dejar, ya que este mes no había promoción por el refresco. El verano, temporada alta de consumo en la que se entregaron camisetas, gorras y un sorteo del que no se sabía quien había resultado ganador, había terminado y esta tienda no tenía ningún otro producto. Jukka se limitó a apuntar que la nevera estaba medio llena y que no había ningún otro producto de la competencia dentro de ella, lo cual era una política que llevaba la compañía a rajatabla. Si se detectaba el empleo de la nevera con otro producto que no fuera el propio automáticamente se retiraba del establecimiento. Jukka se despidió, volvió al coche y marchó al siguiente destino.
Volvió sobre el camino, condujo de nuevo por la N332 y luego se desvió a la derecha en dirección a Teulada por la CV740. Llegó a su siguiente visita, de nuevo un Super Plus en la calle Tabarca, pero no encontró al encargado. Avisó al cajero que iba a revisar los productos de Dicker & Stake. El cajero le respondió con una especie de gruñido y un gesto afirmativo. Como si le digo que vengo a ver una cabra pensó Jukka. Revisó todo y puso un stopper donde los champús. Salió y se metió en el coche. Condujo a través de la Avenida del Mediterráneo y al final de la misma se desvió a la derecha tomando la CV743. No le gustaba este tramo del itinerario. La carretera, estrecha, era muy traicionera. Largas rectas y de repente curvas peligrosas a derecha e izquierda, a lo que había que unir cruces, rotondas e intersecciones por las que solían incorporarse los vehículos de manera brusca sin respetar las normas de conducción. Finalmente llegaba a Moraira.
El primero de los supermercados que visitaba estaba cerca de una salida de la CV743, en la calle Móstoles. Se trataba de un supermercado que ocupaba toda la manzana. En la fachada destacaba un toldo con los colores de la bandera española y un rótulo en letras de molde en el que se podía leer, en letras rojas y amarillas, Super Paco. Construido en los años setenta en un descampado, había resistido el paso del tiempo y en la actualidad había acabado engullido por los bloques de apartamentos que habían proliferado desde los años ochenta en adelante. Por su situación, siempre estaba lleno de gente comprando. A Jukka le constaba, porque se lo habían comentado en un curso de formación, que numerosas empresas del sector habían intentado comprar el local para incorporarlo a su red, incluso una empresa francesa había llegado a hacer millonarias ofertas en varias ocasiones, pero el dueño no pensaba ni por un momento en desprenderse del negocio. Un dueño, que actuaba de encargado a pie de cañón, con el que Jukka sufría cada vez que visitaba la tienda.
Francisco Ramírez, así se llamaba, era de poca altura, alrededor de un metro sesenta. Tenía la cara cuadrada y apenas le quedaba pelo, el poco que tenía estaba cubierto de canas. De mirada viva, sus ojos verdes brillaban maliciosamente cuando bromeaba. Solía acompañar sus comentarios con una sonrisa burlona y un gesto desconcertante consistente en mirar a los lados, como esperando aprobación a sus palabras. A diferencia de otros encargados, le gustaba recibir a los promotores y comerciales en su despacho. En un espacio de apenas seis metros cuadrados tenía una mesa de madera de estilo rústico, una silla de director forrada en cuero y una desvencijada silla de comedor, seguramente rescatada de algún contenedor, para las visitas. Sin ventanas, la única corriente de aire que existía era un destartalado ventilador que estaba sujeto a una de las paredes y que apuntaba siempre hacia su sitio, por lo que el aire pasaba sin efecto alguno por encima de la visita que se encontrara con él. Para acabar de rematar la claustrofobia reinante en tan minúsculo despacho, Francisco Ramírez tenía colocado un retrato de Franco en la pared justo encima de su sillón de director. No se trataba de una foto cualquiera. Como el mismo Ramírez recordaba hasta el aburrimiento, se trataba de: Un auténtico retrato de Jalón Ángel. Francisco Franco en su Cuartel General. Me avisaron a tiempo antes de que lo tiraran a la basura. Estaba en el almacén de la Delegación de Hacienda de Alicante. ¡Tirar a la basura al Generalísimo! ¡Al Caudillo! Así nos va. Este relato lo hacía invariablemente a cada visita.
No era el único símbolo de aquella infame época. Junto al sillón, Ramírez tenía una bandera del régimen franquista. Una rojigualda con el escudo de la época más gloriosa como solía decir Ramírez, es decir, la que terminó con la muerte del caudillo. A Jukka le indignaba ver el águila de San Juan con toda la parafernalia que la acompañaba. El yugo, las flechas, y el lema una grande y libre le parecía fuera de lugar en el momento actual en el que se encontraba la sociedad. Pero siempre han existido los nostálgicos. Con Ramírez las conversaciones empezaban siempre de la misma manera, referencias al Generalísimo, la pervivencia del contubernio comunista masónico, la ocasión perdida por los héroes del 23 de febrero. Luego derivaba en la necesidad de mantener la casta española. Momento en el que comenzaba a presumir de su mujer cien por cien española que estaba en casa ocupándose de la familia como Dios manda. Le contaba una y otra vez la historia de sus tres hijas, todas con nombres de advocación mariana: Macarena, Lourdes y Rocío; y sus cuatro hijos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. A lo que Jukka, pacientemente, asentía con una expresión ausente, ya que había escuchado tantas veces la historia que ya no tenía la tentación de reír al escuchar juntos los nombres de evangelistas y vírgenes.
Cansino, es lo que se repetía Jukka en su interior ante la verborrea nostálgica e irracional de su interlocutor. De modo que su estrategia era escuchar, desconectando lo máximo posible y aprovechar un momento de respiro, para atacar con la última promoción que llevaba. Así hizo ese día y consiguió únicamente colocar los stopper en el lineal de champús.