No empieces, no empieces. Tenemos la ocasión de ganar dinero y ya te estás echando para atrás.
Correríamos solo riesgos limitados explico. Volar sin el certificado aeronavegabilidad, no declarado a la autoridad civil. En mi opinión no hay sanciones penales, y si las hubiera, serían de poca importancia. No tenemos antecedentes, así que nadie tendrá que ir a visitarnos a la cárcel.
Efectivamente, conozco gente que ha hecho de todo y siguen trabajando tranquilamente comenta Aurelio. Y después vuelve a preguntar ¿pero para qué lo quieren? ¿Por qué tanto secreto?
No lo sé, y no le he preguntado. Nosotros lo construiremos, como nos pide el cliente, y después será su problema el uso que quieran darle.
Sante se tapa los oídos con las manos.
No me digas nada. No quiero saberlo. No me hables de ello.
Si supiéramos para qué lo usan seríamos cómplices continúo. Así, como mucho, nos podrán acusar de haber sido incautos. A lo mejor perdemos la licencia de piloto y de mecánico.
Es cierto que nuestras licencias, excepto tú, las usamos ya muy poco, o nada añade Aurelio.
Exacto coincido. Ahora mismo soy el único de nosotros que la usa y, si me pagan el equivalente de los próximos diez años de mísero salario, puedo hasta regalarla.
Diez por cero es cero. Mejor que sea más dice Sante. Después pregunta ¿cuánto?
Lo miro en silencio. Ya he comprendido que lo harían incluso por menos de la cifra que he convenido tan fácilmente solo porque alguien había dicho al abogado que yo era un tipo capaz y disponible.
Capaz, no hay duda, pero disponible, ¿en base a qué podrían decirlo? ¿Es posible que aquel misterioso empresario me conozca mejor de lo que yo me conozco a mí mismo? Aunque, al final, allí estaba, intentando organizar el trabajo.
¿Entonces? ¿Se te han roto las cuerdas vocales? Sante me sacude dándome un golpe en la espalda.
Son ciento cincuenta mil euros.
¿Ciento cincuenta mil? pregunta para obtener una confirmación. Por cincuenta por cabeza le construimos incluso la Sojuz. Conozco un par de comerciantes con contactos dentro del antiguo Ejército Rojo.
Esperaba que lo vieran así. No he especificado a posta, para hacer un mayor efecto cuando anuncie el salario real.
Habéis entendido mal. Son ciento cincuenta mil por cabeza.
Sante reacciona primero. Después de unos segundos durante los cuales enmudece, explota con un:
Grandísimo hijo de puta, ¿cómo has conseguido que te den tanto dinero?
Se lo he pedido y ha aceptado.
¿Sin regatear?
Yo he aceptado su petición y él ha aceptado la mía. Le he dicho que sois indispensables.
Has sido astuto dice Sante.
Nada de particular. Solo he dicho la verdad. Sin vosotros no podría hacerlo y, si no aceptáis, yo también lo rechazaré.
Perdonad se integra Aurelio en la conversación. ¿Cómo podemos estar seguros de que nos pagará? Con tanto dinero es fácil que, acabado el trabajo, el cliente desaparezca.
Cojo, con ademán teatral, la bolsa del respaldo de la silla. Extraigo los tres paquetes, los pongo encima de la mesa haciendo suficiente ruido en la tabla de madera. Quito una parte del envoltorio de papel de uno de ellos para enseñar el montón grueso de cincuenta billetes de cien euros. Los tres dejamos de respirar, como hipnotizados por esa visión surrealista.
No podremos hablar de esto con nadie repito, dirigiéndome principalmente a Aurelio. Lo siento, pero a Lara también tendrás que decirle lo mínimo indispensable.
Después vuelvo a hablar en general:
No hablaremos con nadie, por íntimo que sea, del helicóptero ni del lugar en el que trabajaremos. Nos inventaremos una mentira creíble y la mantendremos los tres.
Cómo me gusta esta parte. Siento un placer físico al mantener el suspense en mi discurso. Consigo ponerme en el lugar de ellos y casi captar sus pensamientos.
Haced un gesto de que habéis comprendido y estáis de acuerdo.
Sante coge el paquete ya abierto.
Entiendo. Estoy de acuerdo. Cojo este porque no me gustaría que los otros tuvieran recortes de periódicos.
Nos reímos con el chiste pero, por la duda que se infiltra en nosotros, decidimos controlar el contenido de los otros sobres.
Me alegro de que den por descontado que mi compensación será igual a la suya. Podría justificar fácilmente la diferencia argumentando que la proposición me la han hecho a mí y que soy yo el que les elije a ellos. Pero sé que, al final, la diferencia podría crear rencores. Mucho mejor así. No necesito mentir y el problema no se presenta.
Salvo que yo sí lo sé y esto no me hace sentirme contento conmigo mismo. Por primera vez en mi vida no soy sincero con mis compañeros. Siempre hay una primera vez para cualquier cosa, por lo que parece.
Decido no pensar más en ello.
Nos vemos de nuevo la semana que viene. Que cada uno desarrolle sus ideas sobre cómo realizar el proyecto. Recordemos que, como hemos aceptado el anticipo, ya no podremos echarnos atrás. Dentro de un año, como muy tarde, el helicóptero deberá poder volar.
Los dos asienten.
¿Tengo que contratar a Bogard? pregunta Sante.
Sin pasarte. Pregunta solo si tiene disponibles las piezas de recambio, de la turbina hasta la transmisión, y las palas. O sea, todo. Él y los otros proveedores solo te conocerán a ti. Cada uno de nosotros, una vez que tenga un contacto, ya sea para el mantenimiento, para la provisión de piezas o para la logística, continuará solo. Así nadie podrá hacer asociaciones.
¿Y yo? ¿Qué hago mientras tanto? pregunta Aurelio.
Empieza a buscar los manuales de mantenimiento para poder realizar el ensamblaje. Inventa las excusas que quieras.
Conozco bien ese helicóptero, pero la versión civil, no el Cayuse, la versión militar. Has hablado del excedente del ejército americano...
La base será un Hughes civil, quizá un viejo Breda Nardi, que conoces bien. Deberás adaptar algunas cosas, pero estoy seguro de que podrás hacerlo perfectamente.
¿Dónde lo has encontrado?
Todavía no lo tengo, pero tengo algo en mente. En nuestra próxima reunión espero poder daros buenas noticias. Mientras tanto deberías hacer una lista de las herramientas que necesitarás, y pensar dónde comprarlas. No todas en el mismo sitio, mejor con distintos proveedores. Darás a Sante la descripción de las herramientas especiales, que las conseguirá a través de sus contactos.
Muy bien confirma Sante.
¿Qué tamaño tiene la cabaña? insiste Aurelio que, estoy seguro, ya está pensando en cómo organizarse y cuánto espacio necesitará.
No lo sé, iremos la semana que viene. Me han asegurado que es muy amplio y tiene un portón de grandes dimensiones.
No me hagas trabajar en un cuartucho, ¿vale?
Claro. Y vosotros tened cuidado con todo este dinero. Si huis soltaré a los asesinos más sanguinarios para que os persigan digo bromeando, pero no del todo. Y si no lo hiciese yo lo haría el cliente.
A propósito me interrumpe Aurelio. No has dicho quién es.
Es un abogado de Milán, os lo presentaré en la primera ocasión que se presente. Por ahora conformaos con esta información.
Me levanto. Cojo la bolsa y meto mi paquete de billetes.
¿Quieres meter el tuyo? le pregunto a Sante. Te llevo a casa. Puedes fiarte, verás que no se nos olvidará.
¿Quieres meter el tuyo? le pregunto a Sante. Te llevo a casa. Puedes fiarte, verás que no se nos olvidará.
Sonríe y mete su fajo. Después imita una pistola con los dedos. Muy elocuente.
Adiós, Aurelio. Te llamo yo. No me llames si no es por asuntos que no puedan esperar. Dile a Lara que no puede hablar con nadie de nuestra reunión. Tenemos que acostumbrarnos a no hablar de nada que esté relacionado con este trabajo.
Por este dinero no hablaré ni conmigo mismo.
Yo, ¿con quién quieres que hable? Como mucho, con el gato añade Sante.
Sabía que volveríamos a formar un buen equipo.
IV
31 de mayo
A las ocho ya estoy en la calle. Tengo prisa por llegar a Caorso. Durante el encuentro con el abogado me había acordado de que, unos quince días antes, conduciendo por la autopista, había visto en un depósito de desechos militares, tanques y máquinas terrestres, la silueta familiar de un helicóptero Hughes 500C
La complicidad con Sante y Aurelio es buena. Si no se hubieran cumplido estas condiciones, ni pudiera contar con su ayuda, creo que no habría aceptado. Eso ya está hecho y ahora intentaremos trabajar lo mejor posible. Espero.
Dentro de poco veré el helicóptero. Si está entero o solo hay que parchear la carcasa o alguna costilla, está todo resuelto. Todo lo demás lo arreglaremos sin problemas.
Pero qué extraño gastar todo este dinero solo para que actuemos en secreto. Querrán hacer algo que vale mucho más.
Basta, no quiero pensar en esto. No sé nada y no sospecho nada. Me han pedido que les ayude a construir un helicóptero y les ayudaré. Tendré que enseñarles a pilotarlo y les enseñaré.
Jessica, mi alumna. Si yo tuviera diez años menos.
Todavía tendría cincuenta y cinco y ella seguiría teniendo menos de treinta. A lo mejor si tuviera el dinero que tiene el abogado... Aunque no me gustaría que estuviera conmigo por el dinero.
Pero, ¿pretendo gustar a una chica por lo que soy? Aunque hay algunas a quienes les gustan más los hombres mayores. Por no decir auténticos viejos. Es una patología, tienen algo que no funciona bien. Pero, ¿entonces? ¿Todas las chicas a las que gustan hombres mayores están enfermas?
Casi siempre les gustan viejos con dinero.
Hay mujeres así y si eso es lo que les gusta, ¿por qué no podría darles lo que quieren? Pero, ¡oooh!.... ¿qué estás pensando? ¿Te acuerdas de lo que dijo el abogado? «Le confío un tesoro...»
Ocupo la hora larga de viaje necesaria para llegar a Caorso con más elucubraciones sobre las mujeres, el dinero, los helicópteros, sobre mi vida y sobre mis demasiados años.
Poco después del peaje llego a la entrada de una gran explanada donde están alineadas decenas y decenas de furgonetas, camiones, tractores, excavadoras, grúas, hormigoneras y vehículos similares. Es la sede de la organización de ventas donde se expone el helicóptero. Entro, aparco y me dirijo hacia el helicóptero, que sigue estando en el mismo sitio. Ahora que lo veo de cerca lo reconozco: es un helicóptero construido en Italia por Breda Nardi con licencia de Hughes. Por las siglas de registro veo que es un aparato que usé hace muchos años para algunos vuelos de instrucción. Siento una pequeña nota de nostalgia.
Buenos días, señor. ¿Puedo ayudarle en algo?
Me ofrece una tarjeta de visita junto con la más típica sonrisa de vendedor. Leo: Primo Airoldi - Máquinas nuevas y usadas de todo tipo - Venta y alquiler. Debajo la dirección, los números de teléfono y el correo electrónico.
Buenos días, soy Cavicchi. Creo que sí. Iba por la autopista, he visto este helicóptero y me ha entrado curiosidad. No me importaría llevármelo a mi jardín para que jugaran con él mis sobrinos.
Bueno, aún no se puede decir que sea una chatarra. Todavía está en buen estado y podría incluso volar. Lo que le impide volar en realidad es la burocracia, porque ha sido inhabilitado por el RAN y no tiene documentos válidos.
Deja de hablar. Entiendo que espera mi petición de una aclaración y decido contentarlo. No quiero que sospeche de mis conocimientos.
¿Qué es el RAN? la sonrisa de satisfacción que ilumina la cara de Airoldi me hace comprender que he dado en el clavo.
Es el Registro Aeronáutico Nacional, el equivalente del Público Registro de Automóviles, el PRA.
Ah, entiendo. ¿Y por qué ha sido inhabilitado?
Como con los coches, si el registro sigue siendo válido hay gastos anuales aunque no se utilice el vehículo. Además, muy importante, entra en el cálculo de la declaración de la renta. Si el dueño no quiere revisarlo por el alto coste que eso conlleva y no encuentra un comprador por esa misma razón prefiere anular los documentos oficiales.
Entonces es verdad que podría volar.
Uf..., con unas cuantas reparaciones... podría intentar reconstruirlo como un helicóptero para aficionados... si quiere me puedo informar.
No, se lo ruego. Solo me interesa para tenerlo en el jardín. Soy un apasionado de la aviación, pero en el suelo. Solo vuelo con aviones de aerolíneas para ir de vacaciones.
Estoy satisfecho de ser un incompetente creíble. Prefiero exagerar que hacerle sospechar que pensamos repararlo para que pueda volar.
¿Quiere verlo?
Sí, y también saber cuánto cuesta. Sabe, me ha hablado sobre todo del buen estado en el que está y esto me hace pensar que se está preparando para apuntar muy alto.
Por favor, no cuesta nada. Por lo menos le querrá dar el valor del aluminio, ¿no?
¿Que sería...?
Sería... se lo puedo dar por la mísera cantidad de cincuenta mil euros.
Abro mucho los ojos y digo con aparente sorpresa: ¿Cincuenta mil? ¿Hay cincuenta mil euros de aluminio en ese armatoste?
No quiero que piense que ya estoy convencido y que le daría incluso cien mil si me los pidiese.
Mírelo bien, también por el interior, todavía tiene todos los instrumentos y la tapicería es perfecta.
Mientras tanto hemos llegado, pasando entre camiones y tractores, hasta el sector de la vasta explanada donde se encuentra el helicóptero. A primera vista las palas no me parece que estén en buen estado, pero de todas formas, por seguridad, las habría cambiado. El interior está bien, tal y como ha dicho el vendedor. A pesar de que falta algún instrumento.
¿Y esos agujeros? pregunto señalando espacios vacíos en el tablero de mandos.
Bueno, sí, esos faltan, pero si lo va a usar para jugar podrá taparlos con piezas de metal. No quedará feo.
No digo nada. Le pido que abra todas las puertas.
¿Dónde está el motor? Hago como si no supiera dónde debería estar.
No hay. En este helicóptero el motor es una turbina, que sola valdría más de trescientos mil euros afirma descaradamente Airoldi.
Muestro, con teatralidad, un poco de desilusión.
Qué lástima, habría estado bien abrir los compartimentos y ver el motor.
De ninguna manera puedo decirle que, si hubiera estado, lo habríamos sustituido de todas formas.
Continúo, con la actitud de un ignorante, controlando los aspectos que me interesan más: la estructura, las costillas, los patines de aterrizaje. Me parece en buenas condiciones y no veo signos evidentes de corrosión o daños provocados por aterrizajes violentos o golpes.
Pero esto está completamente vacío, me imagino que habría un engranaje para hacer girar la hélice inquiero usando términos de incompetente.