Sangre Pirata - Federico Renzi 4 стр.


Wynne levantó la cabeza, mirando a su interlocutor, pero no parecía verlo. Él pensó ver un resplandor verdoso procedente de uno de sus ojos. Contuvo la respiración. No podía estar seguro, ya que el pirata tenía el pelo presionado contra su rostro. Entonces se convenció que no era más que el reflejo de la antorcha que colgaba de la pared.

«El Triángulo del Diablo» comentó en voz baja Wynne, después de unos minutos.

«¿De verdad han navegado por esos mares?» preguntó Rogers.

«No tenía que dejar mi lugar. Órdenes del capitán. Estará muy enojado.»

«Sigue diciendo siempre lo mismo» comentó Morgan, con un cierto fastidio. «Solamente se preocupa de regresar con Bellamy. Ni siquiera los latigazos de Kane han logrado sacudirlo.»

Al oír esas palabras, el pirata jadeó, murmurando como un pez fuera del agua y emitiendo ruidos sordos procedentes del fondo de su garganta .

«¿Estaban bajo el mando de Samuel Bellamy?» Rogers movió sus dedos cuidadosamente, agarrando su brazo con delicadeza. Estaba claro que Wynne estaba intimidado por la presencia de Morgan. Si no hubiera sido capaz de calmarlo, se habría vuelto a cerrar en su mutismo.

El hombrecito dejó escapar una expresión de sorpresa. «Nos perdimos.»

«Por favor, explíquense con mayor claridad.»

«La niebla estaba en todas partes.»

«¿Cual niebla?» insistió Rogers. «¿Que trata de decirme?»

«Me tengo que quedar de centinela» Wynne cambió el tono de voz. Parecía más la de una persona que estaba buscando compartir secretos. «Órdenes del capitán.»

Rogers se quedó en silencio, nuevamente en espera.

«No hay nada que podemos hacer» confirmó Morgan. «Estamos perdiendo nuestro tiempo. Usted logró, capitán, que le dijera algunas cosas más. Eso hay que admitirlo. Pero»

«¡Es esto que ustedes no entienden!» exclamó el pirata. Parecía que una chispa de lucidez hubiera aparecido nuevamente en su cerebro. «Hay un precio a pagar por aquellos que buscan el tesoro. Un tesoro que puede cambiar el destino de quien lo encuentra.»

«¿Cual tesoro?» preguntó de inmediato el gobernador.

Wynne empezó a agitarse. Se liberó del agarre del corsario y terminó acurrucándose en el camastro de paja, en posición fetal. Desde ese ángulo, Rogers podía ver las marcas todavía frescas de los latigazos.

«¡Wynne!» exclamó Morgan, con tono amenazante. «¿De cuál maldito tesoro está hablando? Conteste, ¡maldito!»

El pirata expresó una serie de lamentos y ya no habló más. Ni los insultos del Gobernador tuvieron éxito .

«¿Era esa la información que buscaba, su señoría?» Más que una pregunta la de Rogers era una afirmación. «¿Usted me usó para descubrir la posible existencia de un tesoro?»

El rostro de Henry Morgan expresaba molestia. «Yo no me aproveché de usted, capitán. Tenía una tarea específica. Capturar a Wynne. Y lo logró de una forma excelente.»

«Más que nada fue gracias al caso, como usted ya comentó.»

«Obvio.»

«¿Dígame Henry, usted está jugando conmigo?»

El hombre lo miró con una expresión de asombro.

«Usted me debe una explicación» siguió diciendo Rogers. «He cumplido con mi deber. Y pensé que así estaba bien. Pero ahora usted me está involucrado en esta historia.»

Desde el final del pasillo se podían escuchar los tonos de unos pasos, acompañados por el ligero silbido de Kane. Obviamente habían permanecido en la celda durante demasiado tiempo y el verdugo regresaba para asegurarse que no hubiera pasado algo malo.

«Es mejor no discutir este tema en este lugar, capitan» dijo en voz baja Morgan.

«Yo al contrario creo que sea mejor discutirlo» contestó Rogers.

«¿Que quiere saber?»

«La verdad.»

«De acuerdo» añadió el gobernador. «Al fin y al cabo usted es un hombre de confianza.»

«¡Dese prisa!»

«Bellamy vino personalmente a contarnos lo que estaba pensando hacer. Nuestro pasado no es un misterio, usted lo sabe muy bien. Así que no tiene que sorprenderse por nuestras amistades.»

De hecho no me sorprenden por nada pensó Rogers.

«Nos pidió un préstamo.» Morgan hablaba rápido y de vez en cuando se aseguraba que Kane no llegara de un momento a otro. «No tenía recursos suficientes para poder emprender un viaje tan peligroso. A cambio reclamamos la lista de los tripulantes. La experiencia nos ha enseñado que si gastamos dinero, a cambio queremos saber quién lo recibirá. Y el único nombre en la lista que conocíamos era el de Wynne.»

«Así que me han enviado a buscarlo» comentó Rogers.

«Exactamente. Cuando supimos que Bellamy había desaparecido no podríamos hacer lo contrario.»

Sólo entonces el francés retomó la palabra. Había vuelto a sentarse sobre el camastro de paja, con las piernas cruzadas. «Me castigan por fomentar el motín. Pero no fue mi culpa. Puedo jurarlo. No confíe en el hombre con los dientes dorados.» No obstante tenía el rostro escondido por el pelo, era evidente que estaba sonriendo. «A parte yo era el único que podía ver bien. Por este motivo estaba de centinela. Tenía que observar, como el chamán nos había dicho.»

Rogers se inclinó hacia delante otra vez. Estaba a punto de abrir la boca, con la intención de preguntarle a qué se refería. Pero el pirata lo anticipó.

«¡Los ojos muchas veces nos engañan, capitán Rogers!» dijo.

«¿Y el tesoro?» preguntó Morgan.

No hubo otra contestación. Emanuel Wynne inclinó la cabeza hacia atrás y estalló en una risa obscena y poderosa, que contrastaba con la delgadez de su cuerpo. Siguió haciéndolo incluso cuando el verdugo volvió. El gobernador ordenó que lo azotaran una y otra vez, con la esperanza de obtener más informaciones. Cuanto más lo torturaba Kane, más el pirata se reía. Él siguió hasta que no se le rompieron las cuerdas vocales, y de la boca nada más empezaron a salir ruidos repugnantes, tanto que Rogers se vio obligado a taparse los oídos.

SEGUNDO CAPÍTULO

LA EJECUCIÓN

A última hora de la tarde, Johnny se regresó a su casa. Recordando lo que había ocurrido en la mañana, decidió tomar la vuelta más larga. De este modo evitaría cortar por el barrio español. Seguramente su madre estaba en el trabajo, sumergida como siempre en el abrumador olor de las especias que apestaban la cocina del Pássaro do Mar. Así que no se iban a preocupar por él, en el caso hubiera llegado tarde.

Caminó por la parte oriental del puerto, cruzando los muelles y las ensenadas. De vez en cuando miraba a los barcos amarrados. La mayoría de las tripulaciones habían desembarcado. A menudo sentía el deseo de embarcarse y abandonar Port Royal. ¿Pero cómo? No habría resistido ni siquiera una semana en el mar.

En ese momento la voz de Anne regresó, tan poderosa como sólo ella era capaz de hacer, cuando lo acusaba de ser igualito a su padre. Recordó la historia concebida con la complicidad de Avery.

Tenía que pasarle una pinza repasó mentalmente, buscando hasta convencerse a sí mismo. Me dijo que me diera prisa, así que me di la vuelta. No me di cuenta de una viga inferior y terminé en contra de ella.

Podría ser una historia creíble, a pesar de que ya veía la mirada preocupada de su madre, sus ojos brillantes, su boca abierta. Seguramente lo iba a llenar con su habitual ola de reproches, sobre lo peligroso que era el mundo y todo lo demás. Obviamente, era de esperar que le pidiera al anciano que le explicara cómo habían pasado los hechos de verdad. Él le confirmaría todo esa misma noche tan pronto hubiera llegado a la taberna para tomar.

Esperando que no se emborrache pensó.

Más tarde, el terreno estaba como a forma de terraza, seguido por una escalera construida cerca del muro del puerto. Johnny trepó sin pensarlo demasiado. Conocía la zona como sus bolsillos. Cuando llegó a la cima, se detuvo para admirar la bahía.

Había contemplado ese espectáculo varias veces, pero percibía ese día una emoción diferente, nunca experimentada. La luz del atardecer envolvía todo con pinceladas color morado. Por un momento tuvo la sensación que el mismo aire estaba saturado de electricidad, casi presagiando algún cambio.

«El viento está cambiando.»

Johnny frunció el ceño. Un hombre se le había acercado sin que él se diera cuenta y, al igual que él, tenía la mirada fija en la dirección del arroyo. Llevaba puesta una chaqueta azul y una camiseta abierta en la parte delantera, apretada en la cadera con un cinto verde. A sus pies llevaba botas altas hasta bajo las rodillas. El rostro marcado, como si hubiera sido picado por centenares de insectos voraces, estaba rodeado por un par de largas y gruesas patillas oscuras, que hacían que su rostro se viera largo como él de una faina.

«¿Esta por pasar algo, verdad?» le preguntó, sin saber tampoco él porque le estaba dirigiendo la palabra.

El hombre asintió.

«Regrésate a tu casa, jovencito» le dijo. Puso sus manos a los lados y al hacerlo movió su indumentaria. Abajo apareció la empuñadura de una espada. «Muy pronto se desencadenará una tormenta. Mejor que no te encuentres por esa área cuando todo esto pasará.»

Johnny no respondió. Se dio cuenta que ese hombre no le gustaba. Especialmente cuando sonrió: tenía los incisivos superiores hechos en oro.

Es un pirata pensó, y mientras se alejaba le oyó sonreír. Era una risa desagradable y desagradable. Se volvió, empujado por el miedo que este pudiera perseguirlo. Al contrario, el pirata no le estaba prestando la mínima atención.

Mientras tanto, la frenética vida de la colonia estaba bajando. Los caminos se vaciaron. El que no tenía un hogar a donde regresar eligió entrar en alguna cantina. Los encargados de las linternas habían comenzado su turno para encender las farolas y llenarlas de nuevo aceite. Extrañamente, no parecía haber ningún muerto tirado en el barro. Pero la noche aún era larga y todo podía suceder.

Johnny caminó por la calle que lo separaba del Pássaro do Mar en un estado de agitación tan grande que no podía entender el porqué. Seguramente todo se debía al encuentro con ese hombre misterioso. Y continuó pensando en él incluso cuando llegó a uno de los muchos sitios de guardia esparcidos por todo el camino, donde un niño, de no más de doce, estaba clavando un aviso. Algunos soldados la rodearon, curiosos.

«¡Por fin!» comentó uno de ellos.

«Ya tenía miedo que el Gobernador hubiera perdido todo su valor» comentó otro.

«Cállate» le ordenó una tercera persona. «¿No querrás acabar ahorcado tú, también?»

La discusión continuó con poco interés. Para Johnny era diferente. Tan pronto como el niño terminó, decidió seguir adelante, atraído por las palabras que se podían leer por encima del anuncio.

POR VOLUNTAD DE SU MAJESTAD REY JORGE DE INGLATERRA

EL GOBERNADOR DE PORT ROYAL SIR HENRY MORGAN

ORDENA

LA EJECUCIÓN DEL PIRATA EMANUEL WYNNE

A LAS PRIMERAS LUCES DEL ALBA

Las observó durante mucho tiempo. Después de la declaración seguía una lista de crímenes cometidos por Wynne. Cuando terminó de leerlos, siguió caminando.

Regresó con sus pensamientos a cuando su padre lo había acompañado por primera vez para asistir a una ejecución. Lo tenía cargado sobre sus hombros, para que pudiera ver más allá de la multitud. Johnny seguía sonriendo divertido, hasta que algo había cambiado. Su infantil emoción de asistir a ese espectáculo se había convertido en horror en el momento en que la cuerda había sido puesta alrededor del cuello del condenado. Por alguna razón no se esperaba de verlo colgar muerto en solo unos pocos segundos. Las lágrimas se habían apoderado de su rostro casi de inmediato.

«¿Porque estás llorando?» le había preguntado su padre.

«Ese hombre allá» había contestado, apuntando el dedo hacia el cadáver que estaba colgado.

«Era una persona mala.» Stephen Underwood había intentado tranquilizarlo. «Debía pagar por sus crímenes.»

Johnny asintió, aunque no sabía exactamente qué quería decir con esas palabras su padre. El suyo había sido un gesto instintivo, debido al irreprimible impulso de irse de allí lo antes posible.

«No te olvides que en la vida encontrarás a muchas personas» continuó diciendo Stephen. «Todo el mundo comete algún error. Algunos se arrepienten y eligen olvidar el pasado. Otros, sin embargo, los traen puestos con orgullo en su cara como si fueran máscaras. Por favor, no confíes en esos tipos de personas. Ellos continuarán cometiendo errores justificándose, argumentando que la culpa es tuya. Y lo peor es que realmente creen en lo que dicen. Exactamente como el hombre que fue ejecutado hoy.»

Pensando en esa frase se dió cuenta que su padre le hacía mucha falta.

***

A juzgar por el ruido proveniente del Pássaro do Mar, se dio cuenta de que los clientes habían abierto los bailes. Alguien también había comenzado a tocar, ya que a los gritos se agregaba el sonido estridente de un violín.

Johnny permaneció un momento bajo el porche y se asomó a la única ventana, apretando las palmas contra el vidrio. Una gran sala era el cuerpo central de la posada, cuyas paredes estaban cubiertas de paneles agrietados, tanto que recordaban las paredes de un viejo velero. En la parte inferior había un mostrador y, justo a la izquierda, la boca sucia de una gran chimenea. A un lado estaba la puerta de la cocina.

Decenas de velas estaban dispuestas a lo largo de las mesas y candelabros. Lo más agradable de ese lugar era exactamente eso: la luz. A diferencia de otras posadas de Port Royal, Bartolomeu se jactaba que la suya era la más luminosa.

El muchacho lo vio trabajar duro entre las mesas, llevando platos y jarras de un lado a otro. Se esperaba de ver también su madre, pero no había rastro de ella. Por lo general, era Anne que se preocupaba de servir a los clientes.

Dio un paso atrás en la calle y miró hacia la única ventana de la habitación del piso de arriba. Las ventanas estaban cerradas.

Sin embargo, recordó que las había dejadas abiertas. Puede ser que regresó y eligió cerrarlas pensó. De inmediato una voz insistente penetró en su cabeza: ¿Y si acaso le pasó algo? Esa fea tos no le da paz. Empeora cada día que pasa.

Una dolorosa sensación ardiente envolvió su vientre. Era como si una rata hubiera prendido fuego, y, a pesar de eso, siguiera carcomiendo su estómago.

Corrió por el callejón que atravesaba la posada, abrió la puerta de atrás y subió las escaleras. Los ruidos de los huéspedes se hicieron confundidos, lejanos. Era como atravesar un túnel excavado dentro de una montaña. Una galería en cuyo fondo brillaban los dientes dorados del pirata.

«¿Madre?» gritó, tocando a la puerta del departamento. Del otro lado pero no llegó ninguna contestación. «Madre, soy yo. Estoy entrando.»

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