Me subo al coche y después de haber dejado la bolsa en el asiento de atrás, vuelvo a la capital, con los pulmones llenos de aire limpio y los zapatos sucios de tierra. Hoy de verdad que me gustaría volver a verla, pero sé muy bien que tendré que esperar a mañana por la mañana para nuestro habitual intercambio de miradas. Durante el trayecto devuelvo la llamada a Lucía y le cuento mi mañana campestre, quedamos para la tarde y me despide diciéndome que tiene que darme una noticia. Su tono de voz está lleno de entusiasmo, parece una niña delante de un árbol de Navidad lleno de regalos para ella. ¿Tal vez vuelve a Italia? La idea me hace sentir bien y empiezo a hacerme a la idea de volver a tenerla de nuevo cerca de mí, laboralmente hablando. Ambos somos fotógrafos freelance o, mejor dicho, todavía yo lo soy, mientras que ella trabaja para una famosa revista satinada de fotografía en Francia. Llegando a Roma, me paro para hacer unas fotos a las lejanas balas de heno en los campos en torno a la autovía, aprovechando una pequeña área de descanso donde puedo detener el coche. Me dan ganas de trepar la valla y correr alrededor y tumbarme en el suelo a tomar un poco de ese sol que transforma el grano en hilos de oro. Sería agradable quedarme con la espalda sobre la hierba recién cortada para luego levantarme lleno de briznas de paja en los cabellos. A lo lejos, dos caballos justo delante del sol permiten algunas fotos más vivas: parece que están corriendo dentro de sus rayos, da casi miedo a que se incendien y que su correr adelante y atrás sea un desafío contra esa bola ardiente. Luego desaparecen en el horizonte y el sol pierde su aspecto que infunde temor y pasa a ser solo el fondo de un escenario para enamorados. Perdido en mil pensamientos y tras unas pocas fotos, me doy cuenta de que estoy retrasado en mi plan de trabajo y así, a mi pesar, debo volver a la gran ciudad para ser fagocitado por las tareas cotidianas antes de que llegue la esperada cita de la tarde.
CAPÍTULO 2
MIRADAS EN EL BAR
El despertador suena como cada mañana cuando ya estoy con los ojos abiertos desde hace al menos un cuarto de hora revolcándome en la cama y sintiendo el primer frescor de la mañana que se mete bajo el edredón de plumas de oca. Un pequeño momento solo para mí, para pensar como será el día, aunque en los últimos meses el primer pensamiento es para él. Es absurdo pensar lo primero de todo en un completo desconocido, que ahora es sin embargo parte de mi vida cotidiana. Estoy tan colada por esta persona que todos los preparativos se centran en él, en tratar de saber qué le puede gustar y cómo atraer su atención. Al final solo quiero esto, atraer la atención de mi hombre misterioso, reduciéndose todo a esta primera aproximación, esperando que no pase nada, pero sin arriesgarme a que nada arruine este mágico momento del inicio de la mañana. En nuestro bar, donde nos vemos todos los días, siempre a la misma hora, me siento siempre en el mismo lugar, mirando al mostrador para poder verlo bien. Él sabe que estoy ahí y la primera mirada cuando llega es siempre para mí.
Me levanto, con los pies descalzos y el camisón por encima de las rodillas también en invierno para sentir el frescor de las sábanas junto al calor del edredón. También la almohada, escrupulosamente perfumada con el suavizante, debe estar siempre fresca y así, hasta que me duermo, le voy dando la vuelta en cuanto se calienta un poco con el calor del cuerpo para recuperar en las mejillas esa agradable sensación que solo el fresco puede dar. Antes de ducharme, caliento un poco el pequeño servicio, ese espacio solo mío en el que no entra nadie más. Mi pequeño refugio cuidado hasta los más mínimos detalles, con hilo musical y ducha con cromoterapia. Preparo mi playlist preferida, abro el agua caliente y me meto en la ducha cálida y perfumada. Acabi enseguida, hoy me acucia la idea de volverle a ver, después de un fin de semana fuera de Roma.
Es increíble lo fuerte que me hace latir el corazón un gesto tan sencillo como un intercambio de miradas. Me basta y me llena tanto que huyo de cualquier paso posterior. En esta loca historia he liado incluso a Camilla, mi compañera de trabajo. Nos conocimos cuando me encomendaron el nuevo proyecto de control de consultores familiares junto a ella e inmediatamente surgió una gran simpatía y enseguida un trato frecuente. Las dos solteras, era fácil que nos viéramos a menos una vez a la semana para ir al cine o a ver alguna pequeña exposición paseando por el centro. Conoce a tanta gente que casi siempre tenemos una invitación a algún evento y siempre nos lo pasamos bien, hagamos lo que hagamos esa tarde.
Ayer por la noche ya había preparado lo que me iba a poner esta mañana, unos vaqueros y una blusa de encaje blanco con un suéter ligero y ceñido de color violeta oscuro. No podría irme a la cama sin haber preparado todo para el día siguiente. También la cocina tiene que estar ordenada, con la taza para el café con leche ya dispuesta sobre la mesa, encima del mantelillo azul. Es una manera de no tener que correr por la mañana en busca de lo que se necesita antes de salir y también un modo de tener la casa siempre perfectamente ordenada en cualquier momento del día. Al abrir las ventanas veo que el sol ya está dispuesto a calentar ese día frío y me aparece una sonrisa en la cara. Los días bonitos en invierno me ponen siempre de buen humor, el sol me recarga y me basta con mirar por la ventana para superar también los momentos malos. Después de unos minutos, ya estoy en la calle lista para tomar el autobús que me lleva al trabajo. Por suerte no estoy tan lejos de mi trabajo que no pueda ir también a pie, pero hoy quiero apresurarme para llegar al bar antes que él. También quiero charlar con Camilla, que me tiene que contar lo último sobre su nuevo «chico», que ha conocido hace poco más de un mes en el gimnasio al que suele ir a la hora de comer. Una historia más normal que la mía y que espero que acabe bien. El sábado pasado salieron solos por primera vez y tengo que saber todos los detalles de la cita. Mi felicidad por su historia se mezcla con un poco de celos con respecto a mi amiga, que tendré que compartir con el recién llegado
Está ya en nuestro punto de encuentro habitual y por la sonrisa que alegra su cara entiendo de inmediato que la cita debió ir mejor de lo previsto. En cuanto me ve, corre a mi encuentro, arriesgándose a tropezar en algún agujero en la acera que sostiene sus altísimos tacones, que normalmente lleva con mucha desenvoltura. De inmediato me veo rodeada en su fuerte abrazo y sus cabellos rubios y larguísimos acaban en mi cara. Me impresiona su alegría y por un momento me siento como si estuviera viviendo yo misma su felicidad. Cuando me libera de su abrazo, veo que está muy emocionada, que los ojos le brillan como nunca y por un instante me siento como si la estuviese perdiendo. Alejo de mí estos tristes pensamientos y recupero mi alegría habitual, tanto que la tomo de la mano y me dirijo rauda hacia el bar:
¡Me tienes que contar todo!
La cita de mi amiga fue de manual. Él la recogió en casa con su potente moto, ella se dejó llevar por la euforia de correr hacia las playas de Roma para una tarde junto al mar, en un pequeño restaurante especializado en pescado que está abierto también en invierno. Decididamente romántico, habría rendido a casi cualquier mujer Así, quitándose el casco, vaso de vino junto a varias delicias de pescado, de la mano toda la tarde y durante el paseo a la orilla del mar, finalmente se decidió a darle el beso tan esperado. Así que ahora es como si hubieran estado siempre juntos, el día siguiente lo han pasado contándose cosas una al otro y esta tarde se volverán a ver, envueltos en el mágico momento de las primeras citas. Pero todo sigue igual entre nosotras, la cita del miércoles para ir al cine y me siento más aliviada. Mientras me tranquiliza la idea de no haber perdido a mi amiga de aventuras, llega más deportivo de lo normal, me mira y me sonríe para dirigirse luego rápidamente al mostrador del bar para la conversación habitual con los clientes de primera hora de la mañana. Como es habitual, está el simpático abuelo que acaba de dejar a los nietos en la escuela, listo para pasar la mañana libre de encargos paseando por la ciudad. Poco después llega la pareja siempre bien arreglada, para tomar el café entes de volver a toda prisa al auto aparcado allí cerca. No falta la joven que estudia en la Universidad y debe tomar el metro antes de llegar a sus clases, junto al novio que trabaja en el supermercado de aquí atrás. Y luego estamos nosotras, siempre esperando cada mañana para escuchar nuestras nuevas historias en píldoras que se cuentan en quince minutos, antes de reanudar nuestra vida. Oír la historia de la nueva relación de Camilla me ha hecho recordar lo que sufrí por mi última historia con Carlo. Estuvimos juntos diez largos años sin llegar a otra cosa que al aburrimiento y la lejanía, aunque estuviéramos siempre juntos. La gota que colmó el vaso de nuestra relación fue irnos a vivir juntos y después de dos años aburridísimos nos separamos al descubrir que estábamos mejor como amigos que como amantes. Así que nos vemos con frecuencia y el tiempo que pasamos juntos es sin duda más divertido de lo que hacíamos antes. Nos hemos librado del peso de una relación que no funcionaba bien para ninguno de los dos, para redescubrirnos desde otro punto de vista más apropiado para ambos. Lo primero que me viene a la cabeza es precisamente llamarle en cuanto llegue al trabajo para contarle lo de Camilla y su nueva pasión. Por suerte, hemos sido lo suficientemente sensatos como para no dejarnos llevar por los acontecimientos, sabiendo dejarlo a tiempo. Habíamos incluso pensado en casarnos y llegamos hasta a elegir iglesia, para encontrarnos luego dentro de la nave principal, en el silencio de esta pequeña pero imponente casa de Dios, con el perfume de incienso que llega hasta los huesos, al lado de un desconocido, una sensación que tuvimos ambos. Diez años juntos para descubrirnos desconocidos dentro de una iglesia, entendiendo por fin que seguíamos adelante solo por costumbre y para simplificar nuestra vida. Nos bastó mirarnos a los ojos para empezar a reírnos, luego a llorar juntos como dos niños y luego a acabar nuestra historia diciéndonos adiós en la escalinata donde normalmente se prefiere recibir el arroz del festejo y no un abrazo que disuelve todo definitivamente. La primera noche, en la casa vacía, no fue fácil y por primera vez no dormir tuvo para mí un significado distinto del habitual. Como digo siempre, dormir roba tiempo a la vida, pero en aquella noche permanecer despierta sin cerrar los ojos ni un minuto solo sirvió para echar cuentas conmigo misma, reencontrándome de nuevo sola, pero más fuerte que antes. He echado cuentas con una mujer diez años más madura, con un bagaje sobre las espaldas lleno de cosas bellas, pero también de muchos momentos vacíos y desperdiciados, encontrándome entonces con poca arena en las manos que poco a poco se estaba desvaneciendo totalmente por los dedos entreabiertos.
Después de un primer momento de soledad buscada con todas mis fuerzas, fue Camilla la que pudo devolverme a la vida social y, en poco tiempo, recuperé todo lo que había perdido en los años junto a Carlo. Entretanto, él se ha comprometido y está a punto de casarse y su nueva unión nos ha permitido convertirnos en grandes amigos, abandonando para siempre los recuerdos de haber estado juntos de una manera equivocada. En este último período, el cambio de trabajo y las nuevas amistades han dado paso a una serie de cambios que me han hecho redescubrirme como persona, no solo como la novia de Carlo, como un apéndice de él. He cambiado de peinado, presto mucha más atención a la decoración y trato de arreglarme, incluso para ir a la compra debajo de casa. En resumen, me quiero más que antes, lo hago por mí y ahora también por esa mirada matinal que me espera para empezar el día juntos y separarnos rápidamente dejando espacio al misterio de una «no relación» así de especial. Entre mi hombre misterioso y yo, todo funciona al revés. Una vez cruzada la primera mirada y entendido el interés recíproco, todo se acaba y no debe pasar nada más. Casi me parece revivir siempre el mismo día y por un lado esto me da una gran seguridad y serenidad. Sé que antes o después deberá acabar y tal vez se desvanezca también el interés por una simple mirada que no lleva a nada, pero por ahora no lo quiero pensar y disfruto de aquello que me da una sacudida y me hace llegar hasta la tarde con la sonrisa en las mejillas.
Hoy nos vamos del bar arregladas como siempre y mañana será otra mañana llena de historias a escuchar y miradas a esperar. Así empieza nuestra jornada, aunque luego en el trabajo todo el entusiasmo por el bello día soleado acaba en la habitual sala del consultorio fría y rancia que hemos conseguido obtener con tanto esfuerzo para poder trabajar con nuestros ordenadores portátiles teniendo al menos una silla y una mesa sobre la que apoyarnos. Hoy es el día del curso preparatorio para el parto y por eso ya a las nueve la entrada está llena de mujeres con ropa de gimnasia con sus grandes barrigas. Unas se acarician la barriga y otras buscan un lugar donde poder sentarse para relajar los primeros dolores de espalda. La mayor parte de ellas lleva un botellín de agua en una mano y una toalla en la otra. Muchas ya se conocen y por eso hay un vocerío de consejos y opiniones entre las que están viviendo más o menos los mismos momentos que luego desembocarán en el gran cambio de su vida al traer al mundo algo nuevo que las reflejará, al menos en parte. Muchas de ellas han visto cambiar su cuerpo, dejándose llevar también un poco, mientras que otras parecen listas para un desfile de premamás con ropa a la última moda y pelo y uñas bien arreglados. Atravesamos la sala con algo de dificultad, porque no queremos molestar al grupo de gestantes, que esperan a las obstetras que están allí por ellas. Por fin en nuestro despacho, cerramos la puerta a nuestras espaldas lanzando un suspiro de alivio, aunque con un poco de amargura y deseo de estar también en aquella sala antes o después. Sería bonito tener hijos a la vez, para enfrentarnos juntas y en el mismo momento a todo, siempre nos lo decimos, aunque seguramente no sea precisamente la cosa más probable y fácil el mundo.
La oficina conseguida está oscura y hoy me falta ese rayo de sol que he dejado a la entrada. Aquí todas las estaciones son iguales y si no fuera por el gran frío del invierno y el calor del verano no podríamos saber en qué periodo del año nos encontramos. Cuando salimos a las seis es horrible entrar con la luz y salir cuando ya está oscuro. Parece como si hubiéramos perdido una parte de nuestra vida entre documentos y estadísticas poco útiles para nuestra existencia. Poco después de que llegamos desciende el silencio sobre todo el consultorio: en cuanto empieza el curso las futuras mamás se sumergen completamente en los ejercicios de respiración y en la gimnasia de parto en la sala adyacente a la entrada y solo se oye a lo lejos la débil voz de Anna, nuestra obstetra faviorita, que con su voz dulce y suave guía a las mujeres en el momento más bello de su vida. Así podemos también nosotras empezar a encender los ordenadores y a preparar las cosas, ya que mañana será la reunión con la responsable de todos los consultores familiares de zona y esta quiere tener todos los datos al alcance la mano, con muchas estadísticas demográficas y los nombres de quienes han prestado servicios en los últimos seis meses.
En cuanto se enciende el PC, la imagen de mi fondo de escritorio me lleva inevitablemente a soñar unos minutos. Desaparecen en la nada todos los ruidos de fondo en mi vida y vivo solo en mi mente, con los recuerdos ligados a esa foto. La hice yo, no hay nadie en la imagen, pero sé quién está detrás del objetivo y esto la hace más especial y única, con un significado que sólo yo puedo entender del todo. Se ve un hermosísimo valle, que parece tan infinito que su fondo se confunde con el cielo al atardecer. Las hojas rojas de los árboles y el prado que comienza a amarillear en la claridad de la tarde muestran al mismo tiempo el rojo sol y la luna a un lado, que abraza tímidamente sus horas diurnas. Ninguna persona, ningún animal, ningún sonido, pero una sensación de paz y serenidad que solo puede dar una foto de este estilo. Todavía siento las manos sobre la máquina fotográfica y la mirada perdida dentro de la cámara para luego ir más allá y perderse en la infinidad de la naturaleza. La puerta se abre de repente y me devuelve brutalmente a la vida real: se asoma una cara desconocida, por un momento nos preguntamos quién puede ser, hasta que nos fijamos en su voluminosa barriga y entendemos que es alguien que se ha retrasado en el curso y se ha equivocado de habitación. La acompaño y aprovecho para tomar un poco de aire, ya que hoy, no sé por qué, me parece que me falta, y para llamar a Carlo, visto que en nuestro despacho la señal telefónica es prácticamente inexistente y telefonear se convierte una empresa imposible. Unos pocos minutos y vuelvo adentro, quiero darme prisa en terminar el trabajo para evitar permanecer encerrada aquí dentro hasta tarde.
CAPÍTULO 3
LA MARGARITA DE VILLA BORGHESE
Cansado del estupendo paseo por las afueras, acabo decidiendo volver a casa y trabajar un poco en la tranquilidad de mis cuatro paredes. Tengo un retraso de correos electrónicos que evitar y quiero trabajar sobre mis últimas fotos tomadas hace ya demasiado tiempo. También tengo que entregar el trabajo realizado hace unas semanas, que recoge en unas pocas imágenes la vida en el mar después de las vacaciones de verano. He decidido hacer todas las fotos en blanco y negro, colores que reflejan muy bien el estado de ánimo que se puede tener delante de la extensión de agua salada cuando se ha acabado el buen tiempo. Y, sin embargo, a mí, ir al mar de invierno me impacta fuerte. Fui solo, saliendo muy pronto por la mañana, capturando las primeras luces del alba que salían de dentro del mar. Armado con una manta y un gorro de lana, me coloqué sobre la arena todavía húmeda que crujía bajo mi peso. Solo yo en toda la playa, yo y lo mastodóntico delante de mí, con su dulce rumor y el ir y venir de la orilla. Así esperé a que saliera el sol, un espectáculo increíble que iría a ver todos los días si viviera más cerca de la costa. Sentado sobre mi manta, con los guantes para evitar tener las manos congeladas en el momento de tomar la primera foto, el frío en las mejillas y la nariz roja. Entonces llega el sol, delante de tus ojos con toda su belleza y el mar empieza a colorearse y a brillar como siempre, y el aire fresco se apaga poco a poco sobre la piel. En estos momentos soy una sola pieza con la cámara fotográfica y tengo avidez de fotografías, como si tuviera que detener cada instante concreto, porque sé que nada se repetirá del mismo modo. Mientras hacía las primeras fotos, se acercó un perro de tamaño mediano, que había llegado a la playa con un señor anciano que se ha quedado justo al inicio de la arena, mirando al mar con un esbozo de sonrisa que denotaba un estado de ánimo despreocupado y sereno. Entretanto, el perro corría como un loco, volviendo siempre a sus pies, para luego lanzarse de nuevo en una carrera entusiasmada hacia las pequeñas olas que mordían la arena. Para romper la soledad que probablemente debía ser la situación natural cotidiana para él, el hombre se me acercó lentamente para ver qué estaba haciendo. Después de un primer saludo de cortesía, empezamos a hablar de ese lugar encantador y de la belleza que solo puede verse en invierno. De nuevo a solas, comencé a apreciar ese lugar un poco melancólico, pero lleno de tantos matices. Los perfumes de las plantas habían empezado a hacerse más diferenciados y cerrando los ojos conseguían llevarme atrás en el tiempo, a otros lugares y otras situaciones marinas. La arena todavía fría entre las manos, con la que jugar sin dejar rastro. El mar siempre allí, con su movimiento constante, que permite ver ahí abajo algunas pequeñas conchas y que te parece que te está invitando a atravesarlo, a entrar para nadar hasta el horizonte. Solo me despierta el olor del restaurante cercano sobre el mar que está empezando a preparar la comida con mucha anticipación, probablemente para alguna fiesta o acontecimiento especial.