Y empezó viendo largos y vacíos años, paredes grises y barrotes ante él.
¡No! gritó. Miró al cuerpo sin vida a su esposa.
No, creo que te gustaría, ¿verdad? No dejaré que ocurra, no a mi. Tengo cosas demasiadas importantes para hacer.
Una sorprendente calma se estableció en su mente haciéndole ver de manera clara lo que había echo. Destrozó el todavía humeante cigarrillo que su esposa había dejado caer. Luego fue hasta el estante de los utensilios y tomó un cuchillo enrollando su pañuelo sobre el mango a fin de no dejar huellas. Salió y cortó un trozo grande de cuerda de tender. De vuelta a la cabaña, ató las manos de su esposa por detrás doblando su cuerpo para poder atar sus pies a su cuello.
Tomando el cuchillo de nuevo, procedió a realizar un corte limpio sobre el cuello de Stella. Sangre goteó poco más de unas pocas gotas por tener ya su corazón sin bombear.
Dio hachazos a sus pechos creando una obscena masacre en su vestido a la altura de su entrepierna. Por si no hubiera sido suficiente, siguió su trabajo en el abdomen de ella, cara y brazos. Le sacó los ojos e intentó cortarle la nariz, pero era demasiado dura para su cuchillo.
A continuación, hundió el cuchillo en la sangre y escribió con él Muerte a los cerdos en una de las paredes. Como acto final, cortó el cordón telefónico de un solo golpe. A continuación, dejó el cuchillo en el suelo junto al cuerpo a la vez que recogía la nota que ella le había escrito sobre su intención de divorciarse. Se la colocó en el bolsillo de sus pantalones.
Permaneció de pie observándola una vez más. Sus manos y su ropa estaban literalmente untados con sangre. Pensaba que no lo haría nunca. Tenía que deshacerse de ello de alguna manera.
Limpio sus manos a consciencia en el fregadero hasta que logró sacar todo rastro de sangre.
Miró alrededor de la habitación y encontró algo que le hizo recobrar el aliento: una pequeña caja de cerillas sobre la mesa que había junto al cenicero. Lo cogió, pensando que sería de locos dejar una pista como aquella para que la policía. Colocó la caja de cerillas con cuidado en su bolsillo.
Luego fue donde había dejado su maleta y saco ropa limpia de ella. Rápidamente se cambió, pensando que debería enterrar su ropa vieja en algún lugar a una milla o más de allí para que no la encontraran. Entonces regresaría a la cabaña y haría ver haber encontrado el cuerpo. Ya que el cable del teléfono estaba cortado, tendría que conducir hasta algún lugar para llamar a la policía. El vecino más cercano con teléfono estaba a dos millas de ahí.
Stoneham examinó su trabajo. La sangre estaba embadurnando todo el suelo y parte de los muebles, el cuerpo estaba desmembrado de una horripilante manera, y el mensaje estaba escrito en la pared. Aquella era una escena parecida a una pesadilla surrealista. Ningún asesino hubiera realizado tal carnicería como aquella. Toda la comuna se sentiría culpable, quizás Polaski también. Eso serviría para dos propósitos: cubrir su culpabilidad y quitarse de encima de una vez por todas de aquellos jodidos hippies de San Marcos.
Había una pala dentro de una pequeña caja de herramientas fuera de la cabaña. Stoneham la cogió y caminó hacia el bosque para enterrar su ropa. Puesto que no había llovido durante meses, la tierra estaba seca y compacta; no dejó huellas algunas mientras andaba.
* * *
No le llevó mucho tiempo a la criatura grande matar a la pequeña. Pero tras hacerlo, el asesino parecía no poder hacer nada por culpa de sus acciones. Cautelosamente, Garnna accedió a la mente del asesino. Sus pensamientos eran un batiburrillo de confusión. Todavía quedaban trazos de ira, pero parecían ir desvaneciéndose lentamente. Otros sentimientos iban creciendo. Culpabilidad, pena, miedo al castigo; estas eran todas las cosas que Garnna conocía bien. Profundizó un poco más en su mente y supo que la criatura muerta pertenecía al mismo subgrupo que la superviviente; de hecho, era su pareja.
El horror de Garnna en este punto era tan fuerte que le provocó desconectar de su mente. Por sus capacidades intelectuales podría aceptar la idea de asesinar, incluso la de su propia pareja. Pero emocionalmente el shock de la experiencia en primera persona provocó que su mente se estremeciera.
Permaneció allí durante minutos, esperando que pasara tanto el shock como el disgusto. Al final, su entrenamiento le puso los pies en la tierra y empezó a observar de nuevo los alrededores. La gran criatura estaba dando machetazos al cuerpo de la criatura pequeña con un cuchillo. ¿Qué tipo de costumbre horrible era aquella? Si era habitual, aquellos omnívoros deberían ser evaluados de nuevo por tal potencial. Incluso los carnívoros que Garnna había observado no se comportaban de una forma tan obscena.
Necesitó todo su autocontrol para poder entrar en contacto con el cerebro del extraterrestre una vez más. Lo que vio lo confundió y perturbó. Por primera vez, había sido testigo en directo de un plan individual para llevar a cabo una acción que lo llevaría directamente hacia el dios de aquel Rebaño. Había culpabilidad y vergüenza en su mente, lo que le llevó a Garnna a creer que aquel asesinato estaba lejos de una práctica común. El instinto de rebaño todavía funcionaba, pero estaba bastante reprimido.
E ignorarlo todo era el miedo al castigo. La criatura sabía que lo que había echo estaba mal, y aquella serie de horribles acciones eran un intento de evasión, algo que Garnna no podía decir, del castigo que llegaría de forma natural.
Era una situación nueva. Nunca antes, según recordaba Garnna, un Explorador había terminado envuelto en una situación individual a este extremo. Lo que siempre había importado era el conjunto. Pero quizás había ganado algunas percepciones observando como se desarrollaba aquella situación. Incluso cuando pensaba en ello, escuchaba una campana sonar en su mente. Aquel aviso fue el primero durante la Exploración antes de terminar. Deberían quedar algo más de seis minutos y tendría que volver a casa. Decidió quedarse y contemplar la escena, aunque nunca pensó que terminara ocurriendo lo que ocurrió.
Sondeó un poco más a fondo la mente del extraterrestre y fue testigo de su engaño. La criatura estaba intentando evitar su remordimiento echándole la culpa del crimen a algún inocente. Si el crimen original había sido espantoso para Garnna, todo aquello era innombrable. Había una cosa que dejaba a la pasión entre tanta violación de las normas del Rebaño, pero resultó ser otro engaño más que perjudicaría a cualquiera. La criatura no solamente sobreponía su bienestar por encima del Rebaño, sino que también por encima de otros individuos.
Garnna no podía seguir manteniéndose neutral y despreocupado. Aquella criatura tenía que ser alguien anormal. Incluso aceptando ciertas diferencias en nuestras costumbres, ninguna sociedad aguantaría mucho si aquello fuera la norma. Caería en pedazos debido a tanto odio y desconfianza mutua.
La criatura ya había abandonado la cabaña, y caminaba despacio entre los árboles. Garnna lo siguió. La criatura llevaba consigo la ropa que había llevado puesta dentro de la habitación, sí como la herramienta de fuera la cabaña. Cuando se había alejado una milla del edificio, soltó la ropa y empezó a usar aquella herramienta para cavar un agujero. Cuando este fue lo suficientemente profundo, el extraterrestre enterró la ropa vieja y la tapó de nuevo, sacudiéndose el polvo con cuidado para no levantar sospechas.
Garnna capto imágenes de la mente de la criatura. Había satisfacción por haberlo terminado con éxito. También había un alivio del miedo desde que había evitado el castigo. Y una sensación de triunfo por haber derrotado o quizás haber sido más listo que el Rebaño. Este último sentimiento hizo temblar a Garnna. ¿Qué tipo de criatura era aquella que se revelaba al resto de su Rebaño causando tal daño? Era algo malo para los estandartes, lo tenía que ser. Algo había que hacer para que aquel ser fuera descubierto. Pero...
Garnna capto imágenes de la mente de la criatura. Había satisfacción por haberlo terminado con éxito. También había un alivio del miedo desde que había evitado el castigo. Y una sensación de triunfo por haber derrotado o quizás haber sido más listo que el Rebaño. Este último sentimiento hizo temblar a Garnna. ¿Qué tipo de criatura era aquella que se revelaba al resto de su Rebaño causando tal daño? Era algo malo para los estandartes, lo tenía que ser. Algo había que hacer para que aquel ser fuera descubierto. Pero...
La segunda alarma sonó dentro de su mente. ¡No! Pensó. No quiero regresar. Tengo que estar aquí y hacer algo con esta situación.
Pero no tenía elección alguna. No se conocía hasta cuanto una mente podía permanecer fuera de su cuerpo sin provocar problemas el uno con el otro. Si estaba demasiado tiempo su cuerpo podría morir, y también sería un problema si la mente viviera más allá de él. No sería algo bueno si su mente fuera destruida por culpa de su falta de cuidado.
A regañadientes, Garnna sacó su mente de aquella escena de tragedia en aquel mundo azul y blanco y regresó a su cuerpo situado a más de cien parsec de allí.
* * *
De vuelta a la cabina, Stoneham sintió cierta satisfacción tras haber superado con éxito aquella mala situación. Incluso si la policía no culpara a los hippies, no habría evidencia alguna contra él, o eso creyó. Ningún motivo, ninguna evidencia, sin testigos.
Una milla de allí, una chica llamada Deborah Bauer se despertó gritando tras tener una pesadilla.
CAPÍTULO 2
No iba a ser un buen día, cuando John Maschen decidió conducir por la costa hacia su oficina en la ciudad de San Marcos. A su derecha, el cielo empezaba aclarecía desde un oscuro azul a uno claro cuando justo el sol empezaba a subir por encima de las colinas sobre el horizonte; pero todavía estaba fuera del alcance de la visión de Maschen los acantilados que se levantaban por el lado este de la carretera. Al oeste, las estrellas habían desaparecido en aquel azul aterciopelado, lo único que quedaba de la noche.
No hay día que pueda ser bueno si empieza teniendo que ir a trabajar a las cinco y media de la mañana continuó diciendo Maschen sobretodo cuando hay un asesinato de por medio.
Condujo hasta su oficina con cierta sensación de desaliño. El subjefe Whitmore lo había llamado con urgencia, y Maschen no había tenido tiempo ni de afeitarse. No había querido molestar a su esposa que dormía, y, en la oscuridad, se había puesto el uniforme equivocado, el que había llevado el día anterior. Olía como si hubiera jugado un partido completo de baloncesto con él. Solamente había tenido quince segundos para peinarse su escaso pelo, tomándolo como única concesión a su higiene.
Un día que empieza así, repitió, no puede ser otra cosa que una metedura de pata.
Su reloj mostraba las cinco cuarenta y ocho cuando entró por la puerta de la oficina del Sheriff.
Muy bien, Tom, ¿de qué se trata?
El subjefe Whitmore se quedó mirando como entraba su jefe. Tenía aspecto juvenil, aunque solamente les separaba medio año, y su falta de experiencia lo hizo ideal para el puesto de agente en el turno de noche. Su largo y rubio cabello permanecía siempre limpio, y su uniforme planchado sin ninguna mancha. Maschen sentía cierto arrebato de odio hacia cualquiera que pareciese inmaculado a esa hora, aunque sabía que aquel sentimiento era inaceptable. Era parte del trabajo de Whitmore parecer eficiente, y Maschen tenía que llamarle la atención si no tuviera tal aspecto.
Hubo un asesinato en una cabaña privada cerca de la costa a medio camino entre aquí y Bellington dijo Whitmore. La víctima era la señora Wesley Stoneham.
Los ojos de Maschen se abrieron de golpe. Tal como pensaba, el día había empeorado todavía más. Y no eran ni las seis. Suspiró.
¿Quién se encarga del caso?
Acker hizo el informe inicial. Está estudiando la escena del crimen, reuniendo toda la información que pueda. Al menos, se asegura que nada se toca hasta que tu le eches un vistazo.
Maschen asintió con la cabeza.
Está bien. ¿Tienes una copia del informe?
Un minuto, señor. Me lo han pasado por radio, y he tenido que mecanografiarlo yo mismo. Acabo con dos frases más y estará.
Bien. Voy a por una taza de café. Quiero el informe en mi mesa cuando regrese.
Siempre había una cafetera de té reposando en la oficina, pero siempre estaba imbebible y Maschen nunca lo tomaba. En su lugar, cruzaba la calle hacia el restaurante que abría toda la noche. Dejó de leer el periódico.
¿No es demasiado pronto para ti, Sheriff?
Maschen ignoró la cordialidad que había en tan educada pregunta.
Café, Joe, y lo quiero negro sacó unas monedas de su bolsillo y las soltó sobre el mostrador. El dependiente olvidó la actitud del sheriff y procedió a llenar la copa de café en silencio.
Maschen se lo tomó en grandes tragos. Entre tragos, pasaba largos periodos de tiempo observando la pared que estaba enfrente suyo. Parecía recordar haberse encontrado con la señora Stoneham no lograba recordar su nombre una o dos veces en alguna fiesta o cena. Recordaba haber pensado en ella como una de las pocas mujeres que había vivido su edad adulta como algo más que una carga para ella cultivando cierta gracia madura sobre ella misma. Parecía una buena persona, y le sabía mal que estuviera muerta.
Pero lo que le sabía peor de todo es que había sido la esposa de Wesley Stoneham. Eso lo complicaría mucho más. Stoneham era un hombre que había descubierto lo importante que era y esperaba que el mundo también lo hiciera. No era solamente rico, si no que su dinero contaba en términos de influencia. Conocía a todas las personas correctas, y la mayoría de ellas le debían algún favor de una manera u otra. El rumor que se había extendido fue que había sido considerado para el puesto del Consejo tras la renuncia en pocos días de Chottman. Si le gustabas a Stoneham, las puertas se abrían como por arte de magia; si fruncía el ceño, terminaría golpeándote en tu cara.
Maschen llevaba en la policía durante treinta y siete años, y como sheriff desde los últimos once. Volvería a presentarse para la reelección el año siguiente. Quizás era sensato estar del lado de Stoneham, cualquiera que fuera. Todavía no conocía los detalles del caso, pero ya tenía la sensación que sería uno bien ruin. Murmuró algunas palabras sobre el cuerpo de policía.
¿Perdón, Sheriff? dijo Joe.
Nada gruñó Maschen. Terminó su café de un trago, soltó la taza en el mostrador de un golpe y salió del restaurante.
De vuelta a la oficina, el informe estaba esperando en su mesa tal como había pedido. No había gran cosa en él. Había llegado una llamada a las 3.07 am informando de un asesinato. La persona que llamaba era el señor Wesley Stoneham, desde la residencia del Sr. Abraham Whyte. Stoneham dijo que su mujer había sido asesinada por un grupo desconocido mientras estaba sola en su cabaña. Stoneham había llegado al lugar hacia las dos y media descubriendo su cadáver, pero la línea de teléfono en la cabaña fue cortada, por lo que tuvo que llamar desde casa de un vecino. Se envió una patrulla para investigar.