Cronobiología - Juan Moisés De La Serna 2 стр.


5) La creación y perfeccionamiento del lenguaje, sobre todo el escrito, como vehículo indispensable de difusión del conocimiento, superando así las limitaciones del aquí y del ahora, pudiendo transmitir mensajes a personas que se encuentran en lugares muy distantes e incluso en épocas diferentes.

6) El desarrollo de las matemáticas, como lenguaje universal y medio de comprensión del entorno que rodea, lo que ha facilitado acercarnos al entendimiento de los diminutos microorganismos y a las estrellas más alejadas.

Pero todos estos ingenios y desarrollos palidecen ante uno, que se ha convertido en imprescindible para nuestro día a día allá donde encontremos, el reloj. Un invento que trata de dar cuenta de un fenómeno que ha marcado todo acontecimiento de la vida de la humanidad, y del resto de los seres vivos, desde que surge hasta su fin, el necesario e ineludible paso del tiempo.

La simple observación de su transcurrir ha maravillado a la humanidad desde sus albores, ya sea para adaptarse a las condiciones climáticas de cada estación, recoger los frutos tras la época de la floración, o simplemente al comprobar cómo van creciendo los recién nacidos, aumentando así el número de miembros del clan.

Entre las muchas evidencias de dicho transcurrir, quizás el más llamativo a la vez que intrigante ha sido el suscitado por la enorme variación de luminosidad a lo largo del día, que descendía hasta desaparecer.

Si el día proporcionaba luz y calor, la noche, por su parte, traía oscuridad y la bajada de temperatura, lo que ha sido motivo de gran temor para nuestros antecesores, que, a diferencia de otras especies animales, no estaban especialmente adaptados para sobrevivir en ausencia de luz, pues su buena visión, tan necesaria para la caza, a esas horas era bastante limitada.

Para lo cual fue muy útil uno de los primeros descubrimientos, ya comentados, el domino del fuego, el cual no les era del todo desconocido, ya que lo habían encontrado de forma natural, en los árboles prendidos tras caerle un rayo, o en las zonas de actividad volcánica.

Este descubrimiento les otorgó un nuevo estatus en la cadena alimenticia, ya que podían usarlo como arma o para preparar la comida cazada. Igualmente era muy útil para protegerse de los depredadores que a menudo merodeaban por las inmediaciones de los lugares en donde se refugiaban.

Además, no tardarían demasiado en servirse de otras propiedades como la de generar calor, tan importante para las noches más frías o las estaciones invernales; y de su luminiscencia, algo fundamental para la vida en las cavernas escasamente iluminadas por pálidos rayos de Luna.

La admiración por el ciclo día-noche y sus efectos en los seres vivos, ha sido uno de los fenómenos que más han influido en la cultura de los primeros pueblos, enraizándose profundamente en sus tradiciones y creencias, generando a su alrededor multitud de mitos y leyendas que tratan de dar cuenta de este extraño fenómeno, en el que se ven implicados dos grandes cuerpos celestes, el Sol y la Luna.

El primero de ellos está asociado con la vitalidad ya que a partir de que surgía la claridad, subía la temperatura, y la mayoría de los seres vivos recuperan su movimiento saliendo del letargo de la noche; iniciando la actividad del día.

Los varones homínidos salen a cazar, mientras que las hembras se quedan para realizar las tareas de recolección de las frutas silvestres de la zona. La caza se convierte así en el eje de la vida social, donde una buena pieza es celebrada por todos, ya que proporcionará alimento para varios días.

Así el sol se ha convertido en el símbolo que representa al mundo masculino, la fuerza y vitalidad de la naturaleza, considerado por algunas culturas como la deidad principal y padre del resto de deidades; pudiendo encontrarse numerosos ejemplos de ello a lo largo de toda la Tierra, desde las civilizaciones bañadas por el Mediterráneo como la egipcia (Ra) o la griega (Helios), a las americanas como la Azteca (Tonatiuh) o la Inca (Inti), o las asiáticas como la China (Ri Gong Tai Yang Xing Jun).

Además, esa cálida y vital bola de fuego parece describir en el cielo siempre el mismo trazado a modo de camino que comienza en el Este por donde sale, pasando por el cenit, a mediodía, hasta llegar al Oeste en donde se pone; trayecto que ha sido recogido por diversas tradiciones como que el Astro Rey era trasladado por un carro o barca solar a lo largo de la bóveda del cielo, del cual regresaba pasada la noche.

Una poderosa convicción que tuvo que esperar para poder ser explicada al siglo XVII por Galileo Galilei. Se trata de un efecto visual provocado por la rotación de la Tierra sobre su propio eje con un movimiento continuo hacia el Este, lo que hace que, tomándonos como referencia, cualquier astro externo parezca que gire en sentido contrario, tal y como le sucede al Sol, al que se le ve pasar por el firmamento de Este a Oeste.

Pero quizás el fenómeno más misterioso y atrayente, que ha sorprendido y encandilado por igual a la humanidad ha sido el originado por el astro más próximo a la Tierra, la enigmática Luna.

La actividad que se lleva a cabo por la noche es muy distinta a la del día, es el momento que aprovechan los mayores para transmitir su sabiduría y experiencia a los más jóvenes, utilizando cuentos y fábulas que les ayuden a recordar sus enseñanzas, reunidos al calor de una hoguera, antes de ir a descansar hasta el amanecer del nuevo día.

Y todo ello bajo la supervisión de ese brillante cuerpo celeste que en ocasiones parece iluminar tanto como el Sol, y al cual suele acompañar una bajada notable de temperatura, a parte de la oscuridad y el surgimiento de millones de diminutos puntos brillantes en el firmamento.

Al único satélite de la Tierra se le han atribuido llamativas características, desde, quizás sobre el que existe mayor consenso, influir en las mareas, hasta el más discutido, liberar instintos primitivos en los humanos.

Por todo lo anterior, la Luna tradicionalmente ha sido asociada al mundo de la sutileza y delicadeza, siendo representada como una deidad femenina, ya sea entre los pueblos del Mediterráneo, como la egipcia (Isis) o la griega (Artemisa), de las americanas, como la Azteca (Coyolxauhqui) o la Inca (Mama Quilla), o las asiáticas como la China (Chang E).

Ese drástico cambio de luminosidad entre el día y la noche, permitió a nuestros antepasados empezar a darse cuenta que algo fuera de su entendimiento afectaba a todos los seres vivos de forma inevitable, el paso del tiempo.

Cada nuevo amanecer, era un día de vida más para aquellos primeros homínidos, que poco a poco van tomando conciencia de la importancia de atender a esas variaciones para poder comprender lo que sucede a su alrededor.

Pero a diferencia del Sol, que se puede observar siempre con la misma esfericidad, la Luna parece cambiar de forma a medida que pasan las noches, viéndose más o menos redonda según la fase en la que se encuentra.

Iniciando el ciclo lunar desde su aparente forma más completa y redondeada, similar a la del Sol (Luna Llena o Plenilunio), pasando por una posición en la que únicamente se muestra una pequeña porción semicircular de su superficie hacia la derecha (Cuatro Creciente), hasta desaparecer, dejándose de ver por completo (Luna Nueva o Novilunio o Luna negra), para luego volver a presentarse poco a poco ahora por la parte de la izquierda (Cuarto Menguante), hasta completar el ciclo con la Luna Llena de nuevo.

Un fenómeno astronómico que empezó a registrarse, dado su ciclo predecible de veintinueve días, durando una semana en cada fase. Tras comprobar cómo se iban sucediendo de forma exacta los cambios lunares, se pensó que esa podía ser una buena medida del tiempo, para poder, de alguna forma, comprender el cambiante mundo que les rodeaba.

Y así es como surgió el primer calendario, basado precisamente en las lunas, lo que permitía contar cada cuántos ciclos aparecería la abundante primavera o cuándo tendrían que emigrar por la aparición de los primeros fríos que anunciaban el duro invierno; lo que dio origen a los primeros registros sobre cambios estacionales.

Pero no han sido sólo estos fenómenos que se repiten con cierta regularidad los que han asombrado a la humanidad, dejando constancia, primero mediante pictogramas para pasar luego a la lengua escrita. En distintas latitudes encontramos registros de las apariciones de fenómenos atmosféricos extraños, como las auroras o de cuerpos cósmicos que, atravesando la gran bóveda celeste, como antiguamente se denominaba al cielo, van dejando una luminosa estela.

En cambio, otros muchos fenómenos pasaron desapercibidos pues carecían de regularidad suficiente, aunque gracias a las crónicas de la época tenemos noticias de ellos, tal y como auroras, terremotos, inundaciones o sequías.

Un mundo remoto lleno de cambios imprevisibles que intentaban ser comprendidos por nuestros antecesores, utilizando inicialmente para ello explicaciones basadas en grandes fuerzas de la naturaleza que se comportaban caótica y caprichosamente, muchas veces personificadas en sus deidades mitológicas, a los cuales en muchos casos se adoraba e incluso se realizaban ofrendas para obtener su beneplácito y alejar su ira.

Ejemplos de ello los tenemos repartido por toda la geografía del mundo en las tradiciones y culturas de nuestros antecesores, así podemos encontrar referencias a deidades como Thor, deidad del Trueno en la mitología nórdica; Namazu, deidad japonesa de los terremotos; o Eolo, deidad griega de los vientos.

Pero la curiosidad humana no se quedó ahí, el paso siguiente a la acumulación por años de estos minuciosos registros, fue buscar, en la medida de lo posible, algún tipo de explicación, una relación entre estos eventos externos que tenían tanta influencia en las condiciones de vida, afectando tanto a la caza como a la cosecha.

Quizás la relación más evidente se encuentre al observar diversos cambios en la naturaleza, a nivel climatológico que acarrea multitud de pequeñas variaciones en cuanto a disponibilidad de alimentos y agua, como a medida que lo hace cada una de las cuatro estaciones a lo largo del año.

En primavera, florecen las flores y surgen los frutos, a la vez que se aparean los animales para procrear; todo parece ser propicio para la vida.

En verano, se incrementan las temperaturas y disminuyen las lluvias y en algunos lugares el agua disponible es tan escasa que obliga a trasladarse hacia localizaciones más benignas.

En otoño, considerado como un tiempo de transición, donde se suceden los cambios de temperatura, con las frecuentes lluvias y la caída de las hojas de los árboles, es además cuando los pájaros emigran buscando lugares más cálidos.

En invierno, por contraposición al verano, es la época de más frío, donde la luz es más tenue, las noches más largas y la vegetación y los animales escasean en las latitudes más elevadas.

El interés ya no se limitaba a dejar por escrito aquellos fenómenos y tratar de darle un significado, sino que se empezó a buscar la posibilidad de predecirlos y con ello buscar alguna forma de prepararse tanto para remediar en lo posible las adversidades, como para aprovechar los buenos momentos.

Todavía no se regían por los años de 365 días, tal y como los conocemos hoy, sino que se guiaban por las estaciones, empezándose a usar para conocer la edad de cada uno, por el número de primaveras que había vivido, tal y como siguen usando todavía algunos pueblos que mantienen un contacto directo con la naturaleza.

Pero en la antigüedad no sólo se han interesado por la observación de los acontecimientos atmosféricos o astronómicos, sino también por todo aquel fenómeno que pudiese afectar al normal desarrollo de la vida, tal y como lo muestran los antiquísimos registros del nivel de las aguas con el que se intentaban predecir las inundaciones del Nilo en el Egipto antiguo.

Para ello se desarrolló un invento denominado nilómetro, a través del cual se realizaban mediciones anuales del nivel máximo de caudal alcanzado en la época de las lluvias en distintos lugares para saber si esa agua inundaría los campos o si ese año habría sequía.

Se calcula que en su momento hubo hasta quince nilómetros distribuidos en todo el curso del río, desde la isla de Elefantina (Asuán) en el Nilo Alto hasta el de Rawdan o Roda (El Cairo) en el delta del Nilo, pero ¿Cómo llegaron a la conclusión de que había pasado un año?

Para poder tener un buen sistema de predicción, primeramente, la humanidad debía desarrollar una medida efectiva del tiempo, para lo cual se inició una intensa carrera por mejorar el sistema de evaluación cada vez más preciso que aún hoy en día se continúa.

De ésta necesidad surgió el calendario lunar, donde un ciclo completo de la Luna se consideró como la unidad de medida del tiempo denominada mes lunar o lunación, de lo cual existen algunos registros en hueso del tiempo del paleolítico. Utilizado actualmente por algunas religiones, como la musulmana, para el cálculo de las fechas en que celebrar sus festividades más importantes como el Ramadán.

Los primeros habitantes del imperio egipcio lo abandonaron para empezar a calcular el tiempo en función del movimiento aparente del Sol, un sistema bastante simple de contabilizar el transcurrir de los días; de ésta medición surgió el calendario solar tan extendido en la actualidad.

Éste invento ha posibilitado situarnos en un presente, pudiendo conocer la distancia en siglos, lustros, décadas, años, meses o días que hay con respecto a un determinado acontecimiento del pasado.

Dicho calendario fue perfeccionado definiéndose con trescientos sesenta y cinco días e implantado por Julio César en todo el Imperio Romano en la primera mitad del siglo I a.C., estableciéndose cada 4 años los bisiestos, donde se añadía un día extra.

A pesar de lo ajustado de los cálculos todavía se producía cierto desfase con respecto al año natural o astronómico (el tiempo que tarda la Tierra en dar la vuelta al Sol), y no fue hasta que el Papa Gregorio XIII lo modificó implantando un nuevo calendario que lleva su nombre, siendo el más extendido y utilizado actualmente.

Estableciéndose de ésta forma el año solar o tropical (el tiempo transcurrido en pasar el Sol entre dos equinoccios iguales, por ejemplo, de primavera a primavera) en 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos; siendo esas horas, minutos y segundos los que se corrigen gracias a los años bisiestos.

Una evolución del calendario solar, es el que tiene en cuenta tanto el ciclo lunar como el solar, denominado lunisolar, para lo cual precisa de aplicar complicadas fórmulas matemáticas, y ha sido adoptado únicamente por unos pocos pueblos en la actualidad, como el judío o el chino.

Un asunto en el que tampoco se ha alcanzado un consenso ha sido a la hora de determinar a partir de qué momento se inicia el calendario, es decir, decidir lo que se tiene en cuenta para establecer el año cero.

En el calendario más extendido, el Gregoriano, al igual que lo fuese el Juliano, se inicia a partir de la fecha en que se estima que nació Jesús-Cristo, indicándose las fechas según hubiesen sucedido antes de dicha fecha, a.C. (antes de Cristo) o más tarde, d.C. (después de Cristo).

En cambio, otras religiones estiman el momento cero de sus calendarios a partir de otros hechos relevantes para ellos, como el caso de los judíos que lo inician 3761 a.C., fecha de la formación de la Tierra según cálculos basados en el Génesis; los musulmanes a partir del inicio de la Hegira (migración de Mahoma de la Meca a Medina) en el 622 d.C.; los budistas a partir del nacimiento de Buda Guatama, en el 563 a.C.

Назад Дальше