El joven Marcos no estaba entre los seguidores del rabino, pero al ser oficialmente el amo de la casa y religiosamente mayor de edad desde hacÃa dos años,8 habrÃa tenido el derecho a sentarse en el lugar de honor sobre las esteras de la mesa pascual junto a los invitados. Sin embargo, habÃa renunciado a ello porque, siguiendo las costumbres farisaicas de su padre, él, junto con su madre y sus servidores, festejarÃan la Pascua la tarde siguiente y de hecho se habÃa sacrificado otro cordero en el templo para ellos. Asà que se habÃa dejado a los trece solos en el comedor, completamente libres para celebrar la fiesta entre ellos.
Inesperadamente, en un cierto momento de velada, uno del grupo, ese Judas que habÃa proporcionado el cordero, habÃa descendido a la planta baja con una fea mueca en el rostro, las mejillas enrojecidas y se habÃa dirigido a la puerta de la casa sin siquiera saludar a Marcos, que estaba en el vestÃbulo. El joven se habÃa preguntado si ese hombre habÃa recibido un encargo imprevisto y urgente del maestro y por su carácter le agradaba mucho investigar sobre hechos oscuros. Evidentemente habrÃa querido ante todo descubrir a los asesinos de su padre, pero en ese momento lo consideraba inviable: faltaban varios años para el sueño extraordinario que le incitarÃa a investigar. Al no ver volver a Judas, la curiosidad del joven habÃa aumentado. Cuando el grupo del nazareno habÃa dejado la casa siguiendo al maestro para irse a dormir, con autorización de MarÃa, en la cabaña del olivar llamado GetsemanÃ, que Marcos habÃa heredado, el jovencÃsimo propietario habÃa dicho a la madre que acompañarÃa a los doce, se quedarÃa con ellos a pasar la noche y volverÃa con el alba: sospechaba interiormente que poco a poco averiguarÃa las razones de la salida imprevista del Iscariote y de la falta de su retorno.
MarÃa seguÃa protegiendo mucho a su hijo, como solÃan hacer las madres hebreas, al menos en esos tiempos. Alarmada, habÃa exclamado con tono acalorado, aunque sabiendo que sus palabras no servirÃan de nada contra la testarudez de joven:
â¿Pero qué vas a hacer allà de noche? ¿Es posible que siempre hagas que me preocupe? ¿Por qué no escuchas por una vez a tu madre?
MarÃa tenÃa solo quince años más que su hijo y era todavÃa una mujer bella, pequeña, pero de rasgos finos y un cuerpo exuberante que gustaba mucho en esos tiempos, y una vez terminado el luto habÃa recibido propuestas de matrimonio de varios viudos, también porque heredarÃa otros bienes a la muerte de sus padres: propuestas todas rechazadas porque la mujer habÃa decidido dedicarse enteramente a Marcos.
Con el rostro triste, sin añadir más palabras, la madre habÃa ordenado a los sirvientes preparar lo necesario, tres linternas para iluminar el camino y trece telas de lino en las que envolverse para dormir. Cuatro de los discÃpulos habÃan cargado la ropa blanca, tres habÃan tomado cada uno una lámpara encendida y el grupo se habÃa ido detrás del maestro, con Marcos a la cola, que se habÃa ido ignorando a su madre. MarÃa se habÃa quedado justo fuera de la puerta y habÃa seguido en silencio su paso, con los ojos humedecidos, acompañándolo solo con la mirada hasta que el grupo desapareció de la vista.
El rabino nazareno estaba silencioso, sumido en graves pensamientos. Los suyos, para no molestarle, hablaban en voz baja y a Marcos le parecÃan inquietos: ¿tal vez temÃan un arresto? Sin embargo, razonaba el joven, era imposible que esos hombres fueran localizados en el olivar, fuera de la ciudad y en la oscuridad e indudablemente estarÃan a salvo si, antes de amanecer, dejaran la zona y se volvieran a su Galilea. Más todavÃa, añadÃa para sÃ, porque, tras haber cumplido con la obligación de la fiesta pascual en Jerusalén, no tenÃan ningún otro motivo para quedarse.
Marcos no habÃa resistido mucho y habÃa preguntado uno de ellos, algo menor que los demás, Juan Bar Zebedeo, que estaba a la cola del grupo a su lado y era el único que parecÃa completamente tranquilo:
â¿Por qué tu condiscÃpulo ha abandonado casi corriendo la cena y no ha vuelto?
âHa recibido un encargo imprevisto del maestro âhabÃa respondido el otro, confirmando su hipótesisâ, pero no sabrÃa decirte cuál, porque le ha hablado en voz baja. Sé que, en un tono más alto, le ha exhortado finalmente diciéndole: «¡Lo que tengas que hacer, hazlo rápido!». HabÃa supuesto que le habÃa enviado a buscar más provisiones, pero, visto que Judas no ha vuelto todavÃa, ahora no sé qué pensar, ni me atrevo a preguntárselo al rabino.
HabÃa intervenido Jacobo Bar Alfeo, pariente del maestro, que marchaba justamente delante de los dos y, girando al cabeza habÃa susurrado a su condiscÃpulo:
âNo estoy en absoluto tranquilo desde que en la cena el rabino nos ha anunciado que uno de nosotros le traicionará y él será arrestado, mientras que nosotros huiremos.
â¿No podrÃa ser Judas el traidor? âhabÃa intervenido Marcos.
âNo âhabÃa considerado Bar Alfeo, siempre en voz bajaâ, ¿le harÃa el maestro un encargo de confianza su hubiera sospechado de él? Y, además, solo después de que Judas se ha ido nos ha dicho que le abandonarÃamos, asà que pienso que el renegado está entre nosotros once, aunque sin duda no soy yo.
â⦠¡Ni mucho menos yo! âse habÃa picado Juan, como si el otro hubiera sospechado de él, y habÃa proseguidoâ: Te has olvidado de añadir que el maestro también ha dicho que uno de nosotros sin embargo no huirá y estará con él hasta su muerte y creo que seré ese discÃpulo âSu voz apasionada habÃa atraÃdo la atención de todo el grupo, incluido el rabino, que se habÃa detenido y girado hacia él. En este momento habÃa empezado un vocerÃo en torno al maestro, en primer lugar, por parte de un tal Simón Pedro, que habÃa exclamado:
â¡No te abandonaré nunca, nunca, nunca!
Su hermano Andrés, para no ser menos habÃa dicho con furor:
â⦠¡Y no pienses que yo me iré, rabbonì! âPalabra que significa maestro mÃo e imprime la máxima devoción posible hacia el propio rabino.
De Jacobo Bar Alfeo habÃa salido un grito, o casi:
â¡No escuchéis a Juan! Yo soy el que no le abandonará.
Uno de nombre Tadeo habÃa dicho:
â¿Y quién podrÃa abandonar a un maestro como tú?
En resumen, uno por uno, todos habÃan prometido fidelidad absoluta, asà que, como si se hubieran puesto de acuerdo antes, habÃan dicho al unÃsono:
â¡Ninguno de nosotros te abandonará nunca, oh, rabbonì!
âPedro, tu que has prometido el primero, has de saber que, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres âhabÃa profetizado el maestroâ, y como os habÃa anunciado, todos vosotros escapareis dentro de poco, salvo uno: y ahora os digo que este es el joven Juan âLuego, tras dar la orden de no hablar más, el maestro se volvió a sumir en sus propios pensamientos.
Llegados al terreno de GetsemanÃ, Marcos y ocho de los once habÃan entrado en la amplia cabaña de las herramientas y se habÃan tumbado en el suelo, en las zonas libres de utensilios, para dormir. Por el contrario, los discÃpulos Simón Bar Ioná, llamado Pedro y los hermanos Juan y Jacobo Bar Zebedeo, obedeciendo una orden del maestro, habÃan intentado en vano mantenerse despiertos en oración con él entre los olivos.
Uno de nombre Tadeo habÃa dicho:
â¿Y quién podrÃa abandonar a un maestro como tú?
En resumen, uno por uno, todos habÃan prometido fidelidad absoluta, asà que, como si se hubieran puesto de acuerdo antes, habÃan dicho al unÃsono:
â¡Ninguno de nosotros te abandonará nunca, oh, rabbonì!
âPedro, tu que has prometido el primero, has de saber que, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres âhabÃa profetizado el maestroâ, y como os habÃa anunciado, todos vosotros escapareis dentro de poco, salvo uno: y ahora os digo que este es el joven Juan âLuego, tras dar la orden de no hablar más, el maestro se volvió a sumir en sus propios pensamientos.
Llegados al terreno de GetsemanÃ, Marcos y ocho de los once habÃan entrado en la amplia cabaña de las herramientas y se habÃan tumbado en el suelo, en las zonas libres de utensilios, para dormir. Por el contrario, los discÃpulos Simón Bar Ioná, llamado Pedro y los hermanos Juan y Jacobo Bar Zebedeo, obedeciendo una orden del maestro, habÃan intentado en vano mantenerse despiertos en oración con él entre los olivos.
Apenas un par de horas más tarde, en el momento más oscuro de la noche, se habÃa sabido que el traidor anunciado era Judas, como habÃa sospechado Marcos. Entonces habÃa aparecido el Iscariote a la cabeza de unos guardias del sanedrÃn que empuñaban espadas y bastones y habÃa identificado al rabino, que habÃa sido arrestado. Sabiendo la intención del maestro de subir al olivar por la noche, el malvado discÃpulo debÃa haber informado a los jefes de Israel, que habÃan visto la posibilidad de poder arrestar secretamente al odiado y peligroso nazareno aprovechando la oscuridad y el aislamiento de la zona, sin correr el riesgo de una sublevación de la gente que simpatizaba con él. En realidad, al dÃa siguiente, sujeto como siempre a las últimas sugerencias superficiales instigadas por los agentes del sumo sacerdote Caifás, esta pedirÃa a Pilatos que el arrestado fuera eliminado.9
A Judas, como se sabrÃa luego en Jerusalén, le habÃan dado como recompensa treinta monedas de plata, el precio de un esclavo robusto o de un pequeño terreno. La exhortación que le habÃa lanzado el maestro, «Lo que tengas que hacer, hazlo rápido», podÃa tener además un significado. PodÃa tratarse, como habÃa pensado Marcos, del deseo del nazareno de no estar mucho tiempo presa de la ansiedad: el rabino debÃa haberse dado cuenta de que no tenÃa escapatoria, de que entonces, al ser muy odiado por los jefes de Israel por sus innumerables ataques contra ellos, aunque hubiese huido le habrÃan encontrado y, por tanto, que era inevitable su martirio. Una vez conocida la voluntad de Judas de denunciarlo, debÃa haberla considerado una liberación de la angustiosa espera y, por tanto, tras informar al discÃpulo que sabÃa todo, debÃa haberlo exhortado a no demorarse.
Con el alboroto que habÃa seguido a la llegada de los guardias, los nueve que reposaban en la cabaña se habÃan despertado y habÃan corrido a ver qué pasaba. Marcos, que para estar más cómodo dormÃa sin ropas envuelto en la tela, habÃa salido en ese estado. Un soldado, temiendo que escondiera un arma bajo la sábana, se la habÃa arrancado violentamente y el joven, desnudo, habÃa huido precipitadamente en la oscuridad. Se habÃa parado algo más allá para recuperar el aliento, junto a un olivo pluricentenario, rechinando los dientes por el frÃo de la noche y maldiciendo su costumbre de dormir desnudo. HabÃa oÃdo pasar a muchos hombres huyendo: habÃa sabido enseguida que se trataba de los discÃpulos del arrestado, que, después de haberle prometido que no le abandonarÃan nunca, estaban escapando precipitadamente. Mucho tiempo después, cuando estuvo completamente seguro de que los guardias habÃan abandonado el lugar del arresto y Getsemanà habÃa quedado desierto, el joven habÃa vuelto a la cabaña a recuperar sus ropas. Tras vestirse, se habÃa dirigido a su casa con cautela. Una vez llegado, habÃa relatado los últimos acontecimientos a su madre, que, en cuanto se dio cuenta del peligro que habÃa corrido marcos, le habrÃa gritado con gran severidad;
â¿Has visto qué pasa cuando desobedeces a tu madre? ¡Sé un buen hijo! ¿Por qué eres tan malo conmigo? âSolo después de desfogarse se habÃa preocupado por el maestro arrestado.
Madre e hijo habÃan conocido el resto de los acontecimientos por los discÃpulos del rabino Pedro y Juan: los once, como el propio Marcos, habÃan huido en la oscuridad tras el arresto, pero nueve habÃan vuelto rápidamente uno a uno al comedor, mientras que los dos primeros habÃan seguido a escondidas los acontecimientos hasta el alba. Luego Pedro se habÃa refugiado en casa de MarÃa y Marcos y les habÃa referido lo que habÃa visto, mientras que Juan habÃa asistido además a la muerte del nazareno en la cruz antes de volver y narrar el último acto de la tragedia. En resumen: esa noche el rabino habÃa sido condenado oficiosamente por aquellos miembros del sanedrÃn que habÃa podido reunir en la oscuridad el sumo sacerdote en su propio palacio y luego, con las primeras luces, este habÃa sido conducido atado ante el procurador Poncio Pilatos para obtener una sentencia oficial de muerte por sedición, condena capital que, según los acuerdos con Roma, el sanedrÃn no podÃa imponer nunca, ni reunido informalmente y sin todos sus miembros, como en ese caso, ni haciéndolo oficialmente y en sesión plenaria. Pilatos, para apaciguar a la multitud instigada por los sacerdotes, habÃa hecho flagelar al prisionero horriblemente y luego le habÃa condenado a la muerte en la cruz en el lugar de las ejecuciones, la pequeña colina cerca del exterior de las murallas llamada Calvario.
En la mañana del tercer dÃa después de la muerte del maestro nazareno, algunas seguidoras que habÃan participado en su sepultura y conocÃan la ubicación de su sepulcro se habÃan acercado para rendir los honores fúnebres al cadáver, ungiéndolo, algo que no habÃa sido posible cuando estaba colgado en la cruz, antes de la puesta de sol del viernes y por tanto poco antes del sábado, dÃa del sagrado reposo de los hebreos. De forma completamente inesperada, las valientes mujeres habÃan encontrado abierta la tumba y, como testimoniarÃan luego, sin ser creÃdas, habÃan visto a un hombre joven vestido de blanco, sentado sobre la piedra sepulcral, que se habÃa vuelto hacia ellas afirmando que el crucificado habÃa resucitado y pidiendo que dieran a los once la orden del maestro de volver a Galilea, donde le volverÃan a ver. HabÃan quedado estupefactas y en lugar de obedecer habÃan vagado sin rumbo por Jerusalén. Finalmente, una de ellas, una tal MarÃa originaria de Magdala, al pasar por delante de la casa de MarÃa la viuda, su amiga, se habÃa decidido a entrar para contar lo acaecido. La madre de Marcos le habÃa llevado hasta los once, a quienes finalmente la mujer magdalena habÃa referido los últimos hechos extraordinarios. Todos, salvo el joven discÃpulo Juan, habÃan permanecido incrédulos y se habÃan dicho unos a otros algo asÃ: ¿Cómo se podÃa confiar en las mujeres? Ni siquiera tienen derecho a dar testimonio en un juicio salvo sobre cosas banales, imaginaos si es posible creer esa noticia. ¿Un mensajero del cielo? Histeria femenina. También Marcos se habÃa mostrado escéptico, aunque guardando en su mente las palabras de la mujer. Juan sin embargo habÃa querido ir al sepulcro y Pedro, movido por la curiosidad, se habÃa armado de valor y le habÃa seguido. Les habÃa guiado MarÃa de Magdala, porque, al no haber participado en la sepultura, no conocÃan la tumba. La habÃan encontrado realmente abierta y vacÃa, salvo por las telas sepulcrales.