Las Sombras - María Acosta 6 стр.


-Así que, ¿no podemos hacer nada hasta dentro de un par de días?

-Tan sólo representar el papel que nos han pedido –dijo volviendo a andar.

Se cogieron otra vez de la mano, se habían serenado un poco, arriba la gente hablaba y reía, pasando de un pub a otro, ellos continuaron su paseo, de repente Steven se paró y la miró a los ojos, le gustaba aquella chica, tenía algo indefinido que le atraía, ella aguantó la mirada con firmeza y curiosidad, él la cogió de la cintura y la atrajo hacia sí, quien los viese desde el paseo pensaría en una pareja de novios. Parecía todo tan inocente. Luego desasiéndose volvieron al bullicio. Entraron en un pub, pidieron cerveza y subieron a jugar un billar; él jugaba muy bien y le enseñó algunos trucos. Fueron un par de partidas más tarde cuando Steven creyó ver de nuevo aquella cara conocida, miró hacia abajo mientras ella estaba concentrada en el juego, había demasiada gente, no estaba seguro pero su instinto le decía que no se equivocaba, aunque no pudiese en ese momento reconocer a la persona. Se acercó a ella y en voz baja le informó de sus sospechas, no le dieron la menor importancia, más tarde quizás se plantearan el descubrir quién los seguía, no deseaban llamar la atención. Quien quiera que fuese no conocía a María y podía pensar que todavía Steven no había contactado con su enlace, si asumían bien sus respectivos papeles despistarían a quien les observase. Acabaron la partida y pagaron la consumición, luego la acompañó a su casa y cogiendo un taxi volvió a la pensión.

La playa es un buen sitio para morir

Dio dos vueltas en la cama, casi estaba despierta pero le gustaba remolonear un rato antes de levantarse, había que aprovechar que la habían dejado sola y que no se encontraba nadie en casa para gritarle ¡es la hora!, comenzó a pensar en Steven, en lo bien que lo habían pasado estos días rulando de aquí para allá, recordaba…

-¡Buenos días, queridos radioyentes! Los cuatro jinetex del Rock-polisis comienza su emisión, vuestro amigo Hamid os hará pasar una mañana de lo más marchosssa, tenemos cuatro horas por delante para disfrutar de la mejor música del momento, sin olvidarnos, por supuesto, de los maestros…¿cómo, qué no sabes a qué me refiero?, ¿qué es la primera vez que nos escuchas?. Pero ¡eso es imperdonable! Espero que a partir de ahora, ya, subsanes tu desconocimiento y te enganches a escuchar el magazín más enrollado de todo el noroeste del país. Vamos a ponernos las pilas escuchando a uno de los grandes: Deep Purple. ¡Control! ¿Preparado? Pues ahí tenéis el Child in time del MADE IN JAPAN.

¡Qué susto! Había olvidado que había programado la radio para que la despertase, rápidamente saltó de la cama y bajó el volumen, aunque no demasiado, cogió ropa limpia y se dirigió a la ducha.

Mientras, en la radio, Hamid manejaba con soltura los controles, hacía el programa solo pero el hablar en plural daba impresión de profesionalidad al oyente. Dentro de una hora empezarían las llamadas, una de ellas…ya tenía preparado el disco, pronto estarían en acción…pero no debía pensar en eso, debía concentrarse en el programa. Después de estar cuatro años rulando de emisora en emisora y llevando a cabo pequeños trabajos, proyectos, controles y algún que otro guión, le dieron la oportunidad de desarrollar sus ideas. Llevaba un año en antena con Los cuatro jinetex del Rock-polisis y desde hacía dos meses se había convertido en un magazín diario, tenía que trabajar duro para a mantenerlo a flote pero no le importaba porque disfrutaba con todo esto. El tema estaba a punto de terminar, fue bajando la música y abrió micrófono:

-¡Tope! Bien, os voy a contar lo que haremos hoy: en primer lugar me voy a dar el gustazo de poner la música que más me mola, es como sabéis la sección yo, yo, yo y nadie más que yo, de vez en cuando os tengo una sorpresa, hoy también, estad muy atentos porque os voy a preguntar algo con respecto a…no os lo voy a decir, así que tenéis que escucharme. Luego vendrá la sección Babilonia: podéis llamar todos los que queráis haciendo peticiones de lo que más os gusta. A continuación El cuento de nunca acabar, os recuerdo que estamos en el capítulo 159 de Alma de rock, podéis mandar sugerencias en cuanto al tema o desarrollo del argumento, animaros, escribid al apartado de correos número 80, poniendo en el sobre el nombre del programa y la sección del mismo. Cada loco con su tema entrevistará hoy a cuatro personajes de lo más curioso: dos ficticios y dos reales. Ya está bien de charlar, Hamid, que te estás poniendo muy pelma, ¿verdad que lo pensáis? Yo también, así que dejémonos de rollos y vamos a oír a Aerosmiths. Ahí va.

María estaba terminando su desayuno mientras escuchaba la radio, tenía que salir a la calle, hasta dentro de una hora no había nada que hacer, luego llamaría a Steven pero antes debía preparar todo lo necesario para pasar un día en la playa, su papel de guía turístico tenía que se irreprochable, no se podían permitir el lujo de despertar sospechas, el futuro de todo un pueblo dependía de que ellos supiesen desempeñar su trabajo escrupulosa y eficazmente. Prefería no pensar en ello en estos momentos, no hasta que Hamid les diese las instrucciones. Recogió los cubiertos; se puso una cazadora y salió a la calle, hacía un día estupendo, primero fue al estanco a comprar tabaco, luego se hizo con lo necesario para unos bocadillos, el periódico y por fin volvió a casa; Hamid seguía hablando por la radio pero no le prestó atención. Iba de aquí para allá buscando bañadores y toallas, de vez en cuando llegaba hasta ella la música: Black Sabbath, Cinderella, Ángeles del Infierno, Corazones Negros…a Hamid le chiflaba el heavy metal. Era el momento en que tenía que hacer la llamada: marcó el número de la emisora.

-¡Piu, piu, piu, piu!

-Parece ser que tenemos aquí a un oyente –dijo Hamid, cogiendo el teléfono –Hamid al habla, pide por esa boquita.

-…

Sí, lo he encontrado, ahora mismo.

-…

A ti –dijo colgando el teléfono –la primera llamada pide una canción de Alaska y los Pegamoides cuyo título es El plan; personalmente prefiero cualquiera de las otras que componen ese LP, pero esta sección se hizo para vuestros caprichos así que me tengo que fastidiar y atender las peticiones. Así pues, colega, escucha tu canción.

En cuanto la música comenzó a sonar llamó a Steven, podía pasar a recogerla, ya estaba todo listo; colgó el teléfono, reunió todos sus bártulos y bajó las escaleras. Salió y se dirigió al bar de al lado a esperarlo, a los diez minutos Steven entraba por la puerta, aún no había desayunado por lo que se dispuso a hacerlo cómodamente sentado en una de las mesas.

-Vamos a ir a Miño, o sea que date prisa porque tenemos que pillar un autobús –le apremió.

-Tranquila, tenemos todo el día por delante, esta tostada está estupenda –replicó él, relamiéndose, al tiempo que bajaba la voz y se acercaba a ella –tranquilízate, todo marcha bien, no te pongas nerviosa, debemos estar alerta pero sin nervios. Recuerda que somos dos enamorados.

Ella se rió, llamó al camarero y pidió otro café.

Ella se rió, llamó al camarero y pidió otro café.

-Ya verás, te encantará Miño.

Durante unos minutos hablaron de cosas banales como el tiempo, las playas, los planes que tenían para el día…pagaron y se fueron hacia la estación de autobuses. Bajaban las escaleras cuando por los altavoces se escuchó una voz que anunciaba la salida del autobús con destino a Miño, tuvieron que correr un montón pero el conductor les abrió la puerta y entraron en él de un salto. Pasaron el día bañándose, revolcándose por la arena y caminando, luego cuando tuvieron hambre buscaron un sitio en el pinar y dieron buena cuenta de sus bocadillos. Steven sacó de su mochila unas latas de cerveza que, sorprendentemente, estaban frías.

El día transcurrió apaciblemente, serían cerca de las siete cuando cogieron el autobús de vuelta a Coruña. El tiempo necesario para dejar las cosas en casa y se lanzaron a la noche coruñesa; pero, a diferencia de los otros días, éste era especial, Hamid los esperaba en la playa a las once de la noche, y debían de tener cuidado. Era sábado y la gente tomaba los bares por asalto, llegaban sedientos, toda una semana de abstinencia y por fin la liberación, las copas , el flirteo, el baile. El Orzán era en aquellos momentos la zona más poblada de Coruña; ellos paseaban esperando que llegara la hora de hablar con Hamid. En el momento apropiado bajaron a la playa y se dirigieron a las barcas, esperaron, esperaron más de una hora pero no apareció, algo había salido mal, posiblemente alguien lo estaba siguiendo: se escondieron debajo de una de las barcas y aguardaron en silencio. Cerca de la una de la madrugada oyeron voces que se acercaban a su escondite:

-Cuidado con lo que haces, más te vale no engañarnos.

-…

-¿Dónde lo has escondido? –dijo amenazadora aquella voz –no grites o eres hombre muerto, mi cuchillo se encargará de tu preciosa garganta.

-Ya no lo tengo, intenté decírtelo antes.

-¡No te creo! ¡Llevo más de un mes vigilándote!

-Lo he mandado por correo, te lo juro.

-Tú lo has querido –y diciendo estas palabras clavó la navaja en el cuerpo de Hamid. Empezó a buscar frenéticamente por los bolsillos del hombre asesinado. Desde su escondite María y Steven fueron testigos de todo: aquel hombre había matado a su compañero, si lo apresaban la misión se iría al garete, tenían que esperar a que se marchase puede que Hamid le hubiera dicho la verdad pero no era probable. Debía de estar escondido en algún sitio. Como el hombre no encontrara nada interesante entre la ropa del cadáver, se fue. Aguardaron unos minutos antes de salir siguiendo al asesino de su amigo, tenían que averiguar para quién trabajaba, pero no se puso en contacto con nadie: entró en un bar, tomó una cerveza y, cogiendo un taxi, desapareció. Ellos volvieron a las barcas, Hamid estaba inconsciente, apenas tenía pulso, no podían hacer nada por él.

-Tiene que tenerla encima.

-Lo he registrado bien y no la tiene, sabemos que los Otros no han logrado hacerse con ella.

-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.

-Es posible, pero ¿dónde está, dónde ha podido ocultarlo?

En Venecia siempre ocurren cosas extrañas

Nada más meterme en cama quedé dormido, soñé con Venecia, un duelo a espadas en una ermita o castillo abandonado, yo los veía a ellos pero, aun cuando no me escondía ni procuraba pasar desapercibido, parecía que no se daban cuenta de mi presencia, me ignoraban, era como si estuviésemos en dos tiempos distintos aunque coincidiésemos en el lugar; la lucha era desigual: tres hombres, vestidos enteramente de negro y embozados en sus capas, rodeaban a otro que se defendía valientemente de los continuos ataques de los que era objeto. Fue retrocediendo sin dejar que las espadas tocasen un pelo de su persona y logró meterse en el edificio, al que iluminaba la luna llena dándole un aura misteriosa. Los seguí. El hombre perseguido, que vestía a la moda veneciana del siglo XVI, o algo parecido ya que la historia nunca fue mi especialidad, escapó escaleras arriba, los otros le siguieron intentando detenerlo, pero ¡cuál no fue la sorpresa de todos cuando lo único que encontraron en el piso superior fue una habitación desnuda de muebles y el hombre había desaparecido! Tan sólo una sombra en la pared era el único ornato del habitáculo. Asombrados y rabiosos por no haberle dado alcance los tres hombres se fueron; entonces me desperté.

¡Qué barbaridad! ¡Bah, no tenía nada que ver con la investigación! El cansancio y las fantasías de estos chicos habían hecho posible que tuviese tan extraño sueño. Miré el reloj, aparentemente habíamos dormido más de doce horas, me vestí, descorrí las cortinas y vi que era de día. Lo primero era bajar a comprar el periódico, a mi vuelta los despertaría. ¡Dos días! Habían pasado dos días desde que nos acostáramos, llamé a la oficina: no, aún no había acabado el informa, estaba interrogándoles y quedaban muchas cosas por explicar. Sí, me daría prisa en terminarlo pero el jefe debía comprender que la historia tenía múltiples ramificaciones y todavía tardaría un tiempo en conseguir localizar a un par de testigos que faltaban, a los que oyeron en la playa de Riazor y que estaban relacionados con el hombre muerto; los compañeros de la comisaría de La Coruña estaban a punto de conseguirlo, pero no sería hasta dentro de cuatro o cinco días. Me despedí del jefe prometiéndole que le tendría informado de los adelantos que hiciese y entré en la panadería a comprar unos bollos para el desayuno. Cuando regresé ya estaban levantados y enfrascados en una conversación:

-Puede que no se lo crea pero sabes que es la pura verdad –decía Teresa.

-No hubiésemos descubierto nada a no ser por las sombras dichosas –añadió Sofía.

-Hola a todos. ¿Habéis aclarado vuestras ideas? Hoy he tenido un sueño bien extraño, esta historia parece ser que me ha afectado, era absurdo: ¡testigo de un duelo a espada!

-¿En una ermita o castillo abandonado, tal vez? –inquirió Teresa.

-Sí, ¿cómo lo sabes?¿Acaso hablo mientras duermo o algo parecido?

-No, no es eso; usted vio el comienzo de toda esta historia.

-No te entiendo. Explícate.

-De alguna manera los antepasados de Carla han logrado comunicarse con usted y le han mostrado al inventor de las sombras perseguido por los monjes-soldados jesuitas que intentaban hacerse con el secreto de la construcción de las sombras; ocurrió allá por el siglo XIV o XVI, de eso no me acuerdo bien. Pietro Francesco di Monte-Ollivellachio había heredado de sus antepasados un palacio en Venecia, pero muy poco dinero, las dos generaciones anteriores a la suya se habían dedicado a dilapidar la fortuna familiar. Con una de las mejores bibliotecas de la época y manteniendo una vida frugal disponía de mucho tiempo para recorrer el palacio así como para leer; vivía con su hermana, soltera, y comprometida por entonces con un rico mercader, miembro de una familia con la que los Monte-Ollivellachio habían mantenido relaciones cordiales por espacio de dos siglos. En ese tiempo los lazos entre las familias se habían estrechado, bien de manera estrictamente comercial bien por medio de enlaces matrimoniales, que siempre, cosa extraña, habían sido llevados a buen término. Tenía más hermanos: uno en Módena, otro en el Vaticano, pues siguiendo la costumbre de su tiempo las familias consideraban muy positivo y prestigioso tener a un miembro dentro de la Iglesia, dos más habían elegido la carrera militar y debían andar en alguna guerra de las que mantenía Venecia con sus vecinos; otros dos viajaban en sus barcos comerciando. La hermana era la única mujer de la familia y también la menor de ellos. Ya que sus padres habían muerto dos años atrás se reunieron los hermanos y decidieron que uno de ellos se quedaría en la casa cuidándola hasta que encontrase marido, entonces quedaría el elegido liberado de su obligación; en contrapartida, el resto dotaría a la hermana y también compartirían, de acuerdo con las posibilidades de cada cual, el mantenimiento material de ambos.

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