âClaro, no pienso dejarle salir. Debe permanecer allà para siempre, y aun con eso no pagará lo que hizo.
âComprendo y respeto eso, peroâ¦
â¿Pero qué? ¿Ahora va a defenderlo?
âNo es defensa, es más bien una justificación. Déjele salir de vez en cuando y quién sabe si podrÃa sacarle la verdad. Tal vez obtendrÃa una ventaja.
âNo es mala idea para salir del cerebro de usted, señorita Lara. Pensaré en ello y, si lo veo factible, lo haré.
âBien. Ahora hábleme más sobre su amor por los libros, o más bien su extraña manera de ver la lectura.
âNo lo disfrace. Me llama obsesivo en pocas palabras, no habla con un analfabeto. Recuerde que he leÃdo tantos libros como cabellos tiene usted en la cabeza.
âLo sé. Es que⦠es rara su forma de ser, señor Paradize. Tengo que admitir que es usted único.
â¡Por fin dijo algo espontáneo y real sobre mÃ! La felicito. Esto merece que nos tomemos el té. Debe estar por enfriarse.
Bebieron en medio del silencio y de cierto protocolo. Ãl miraba con desconfianza a Lara, ella dejaba notar poco el temor que sentÃa. Como tenÃa las manos sudadas, a ella se le escurrió la taza, que cayó al suelo y se rompió.
â¡Es usted unaâ¦! âexclamó élâ. ¿Sabe cuánto cuesta esa taza? Es una fina pieza de vajilla que me regaló mi abuela. La trajo de la India en uno de sus viajes antropológicos. Llevaba conmigo más de treinta años. ¡Qué torpeza!
â¡Lo siento! ¡Lo siento! Se la pagaré, puedo pagarla. âdecÃa ella mientras recogÃa los restos de debajo del diván.
â¡Margaret! âllamó el señor Paradize a voces.
âDÃgame, señorâ¦
âRecoja esa taza rota, por favor.
âSÃ, señor.
âPuedo pagarla. DÃgame dónde puedo encontrar esa taza, por favorâ¦
âNo podrÃa, aunque quisiera. Es una pieza genuina. Acaba de descompletar la vajilla más cara de esta mansión, merece un aplauso, terapeuta paupérrima.
âA través de otros nos convertimos en nosotros mismosâ
Lev S. Vygotsky
CAPÃTULO II
Ecos del pasado
Tras el incidente con la taza la terapeuta Lara Nova se sintió mal, culpable de la torpeza cometida, pero más por las palabras del Paradize, quien aprovechaba cada mÃnima oportunidad para menospreciarle de forma absoluta.
Aquella culpa era recompensada por la compañÃa que él le proporcionaba. Los insultos y malos tratos no eran del todo desagradables para ella, sabÃa que pronto llegarÃan los halagos a los que se habÃa hecho adicta.
¡Qué forma tan asqueante de mendigar un poco de atención! Ese era un pensamiento que pasaba frecuentemente por su anestesiado cerebro. AdmitÃa levemente en su subconsciente que estaba algo equivocada con la absurda ilusión de ser lo que él creÃa que era ella.
Después del silencio de aquellos minutos, él permaneció en aquel asiento, tranquilo. La bebida habÃa surtido su efecto.
âMe parece que después del té luce usted un tanto⦠más sereno. Quisiera que pudiese permanecer asà un buen rato, por su propio bien.
âLa serenidad, señorita Nova, no es una elección, es una condición. Como psicóloga debe saberlo.
âSÃ, es verdad, pero no podemos negar que es más cómodo cuando es usted más accesible, más fácil y más manejable.
â¿Le gusta?
â¿Qué? ¿Que si me gusta qué?
âQue sea yo manejable, como manso corderito.
Paradize se puso de pie y se colocó detrás de la silla donde ella estaba sentada, solo sintiendo sus manos sobre los hombros. Lara estaba algo asustada. Se sonrojó, sonrió y, tras de un trago seco, suspiró.
âSÃ, no puedo negar que me gusta tener el control âSonrióâ. Pero con usted es algo casi imposible. Soy dominante y eso la perturba.
âNo, en absoluto, más bien me inquieta. A medida que escucho sus relatos más me interesa, es como una de esas novelas adictivas.
Lara se puso de pie y quedaron frente a frente.
âAh, ya veo⦠me ve como una historia de entretenimiento⦠¡Asombroso! âdijo muy sereno.
âNo es eso. âLara rio a carcajadasâ. Esto es un tanto confuso. Señor Paradize, es usted único⦠y no le estoy alabando. Su vida es muy interesante. Escucharle hace que me sienta⦠con deseos de saber más. ¿Adónde nos llevará todo esto? No lo sé, y es lo que más me agrada, el misterio de lo que desconozco.
âSu explicación es cómoda y satisfactoria. Me gusta que piense asÃ.
Sus miradas eran cambios de luces, disfrutaban de un intenso flirteo, coqueteaban el uno con el otro de una forma escondida. Era como una especie de código amoroso, pero a ninguno le convenÃa que eso aflorara.
âMe alegra que la calma haya llegado, porque debemos continuar hablando.
âQuiero hacerle una pregunta, Lara.
âAdelante. âLara lo miraba mientras él regresaba a su asiento.
âSi un dÃa quisiera que me acompañara a un viaje, ¿lo harÃa?
Ella tardó en contestar y eso le molestó un poco a él.
âYa veo, me teme. ¿Soy un ogro quizás? âdijo con cierto desconcierto.
âNo, nada de eso. Es queâ¦
âNada de excusas. Conteste y punto.
âSÃ, aceptarÃa. ¿Por qué me pregunta eso?
âPor nada. Ahora continuemos. Nos quedamos enâ¦
âSÃ, hablaba de su madre.
âLo sé, solo querÃa saber en qué grado está usted concentrada en esto.
âYa ve, soy asÃ. âSonrió.
Ãl la mira con ojos serios. Ella tose para disimular la incomodidad y se recuesta nuevamente mientras continúa escuchando.
La conversación da un giro un tanto brusco.
â¿Por qué es usted racista?
â¿De dónde ha sacado eso? âpreguntó molesta Lara.
âPor favor, deje de negarlo, se nota en su forma de ser. Se suma a eso su manera clasista. Estoy totalmente seguro de que denigra a las personas.
âMe está ofendiendo.
âLa verdad ofende, pero es necesaria.
âYa sabÃa yo que no durarÃa mucho tiempo usted sereno.
âMi serenidad es relativa.
â¡Ya basta! ¿Continuará narrando o qué pasará entonces?
âEstá bien, seré objetivo.
â¿Lo promete?
âSà ârespondió cortante.
âContinúe, por favor.
âBien. Como le decÃa, mi madre fue vÃctima de mi padre.
â¿Se refiere al Innombrable, al que está encerrado en una de las habitaciones de arriba?
âSÃ, ese mismo, el que está encerrado y estará siempre encerrado. Bueno, por lo menos mientras yo viva.
Ese dato llenó de tristeza a la terapeuta, quien preferÃa a veces guardar silencio en relación a ese encierro. En este momento decidió cambiar el tema. Era doloroso indagar acerca del Innombrable.
â¿Su madre fue una esposa abnegada?
âDemasiado. Aunque viajaba mucho, siempre sacaba tiempo para mÃ.
â¡Qué bueno!
â¡Qué bueno!
âSi la hubiese conocido la admirarÃa, se lo aseguro.
Un deseo interno por saber lo que conocÃa perfectamente hizo que retrocediera; necesitaba encontrarse con ese pasado inexistente. Era necesario escuchar lo que sabÃa, porque, aunque resultaba imposible, para él todo aquello era ahora su mundo.
â¿Y qué sucedió con el Innombrable? ¿Por qué dejaron de amarse él y su madre?
âFue él quien dejó de amarla. Ella le amó. Bueno, fue un tiempo después del matrimonio, pero le amó. Es lo que vale, ¿no? Lo leà en el diario de mi madre.
âSeñor Paradize, ¿cómo es posible? Los diarios son privados.
âLo sé. Cuando ella murió yo era un joven inexperto. Un dÃa me topé con su hermoso libro color rosa. En él escribió que tenÃa uno anterior, asà que indagué entre sus cosas. Al encontrar el anterior, decÃa lo mismo, que habÃa otro anterior, y asà sucesivamente, hasta que en el viejo sótano de la abuela pude encontrar una caja repleta de diarios que databan desde que mi madre era adolescente. Fue mi oportunidad de conocerla en profundidad.
âMe imagino que fue una experiencia desbordante. ¿Cómo se sintió al principio? ¿Cómo reaccionó ante los detalles más Ãntimos de su madre?
âSi supiera⦠No habÃa nada morboso en esas lÃneas, no todas son zorras oportunistas como usted. En aquel libro todo era amor, menos cuando se referÃa al Innombrable.
â¿Cree que me ofende al llamarme zorra? Algunos creen que ser zorra es malo, pero para mà ser zorra es ser sagaz, inteligente y no dejar que los demás te usen.
âSus defensas son válidas. Es justo que quiera dar la cara por usted misma.
â¿Y usted? ¿DarÃa la cara por mÃ?
Se acercó a él, que se puso de pie. Ella también. Quedan frente a frente.
Sus cuerpos se aproximaron lentamente. Ãl no pudo más. La tomó a la fuerza por la cintura y le dio un beso apasionado, que dejó a aquella mujer fuera de este mundo, viviendo una fantasÃa que no le correspondÃa, engañada. Pero no importaba, Lara se sentÃa genial.
Ãl trató de colocarla sobre el asiento, pero la silla se rompió y ella calló al suelo. Arthur pestañeó y movió la cabeza tratando de entender por qué se habÃa caÃdo.
Los intentos por ayudarle fueron fallidos, hasta que por fin Lara pudo levantarse.
â¿Cómo pudo suceder? ¿Está bien? ¡Qué torpeza! Lo lamento. âSe miraron con complicidad.
AllÃ, mientras su dolorida pierna empezaba a molestarle, ella recordaba su apartamento, la soledad de aquellas insÃpidas cuatro paredes, el sonido del silencio tortuoso y desesperante, el vacÃo de aquella gigantesca cama, la posibilidad de la existencia de la nada en su aburrida vida. La verdad no era agradable, saber que debÃa volver a esa vida llena de vacÃos y más que todo lleno de ella, repleto de su ser, de su realidad y de una mujer muy distinta a la que Arthur esperaba.
Mientras se ponÃa de pie vino a su mente la primera caÃda que tuvo. Era un enero lleno de esperanza. Estar en aquella Escuela preparatoria fue en ese momento muy alentador, pero por desgracia las cosas se empañaron con aquel suceso que no le traÃa buenos recuerdos: caerse frente a Jack Sinclair, el chico más popular y hermoso, fue una gran equivocación. Desde ese dÃa todos se burlaban de ella, serÃa recordada como la chica que se cayó frente a todos tras resbalar mientras miraba a Jack. Todos se dieron cuenta de que ella estaba enamorada de esa estrella de la preparatoria, un ejemplar masculino lleno de atributos sorprendentes; sin embargo, ella sabÃa que no estaba a su alcance. Jack la ayudó a levantarse y a evitar que siguieran riéndose de su ropa interior rota. Jack, que era un âcaballeroâ, mandó callar a todos y rescató a la dama en peligro. Levantarse y quedar ambos frente a frente fue más que suficiente para ella. En ese momento estaba convencida: Jack era todo lo que querÃa. Ãl sonreÃa y le tocaba la mejilla, aunque más como una amiga.
â ¿está bien? âdijo, dejando ver la sonrisa infame y peligrosa que habÃa hechizado a muchas chicas en aquella escuela.
Arthur habÃa notado que durante unos instantes ella se habÃa ido de este mundo. Ignoraba que precisamente ese mundo era toda una pesadilla para ella, que regresar allà no era agradable.
MEDIA HORA DESPUÃS
âAfortunadamente no se ha roto nada. HabrÃa sido el colmo.
âNo se preocupe, ya todo está bien.
âEntonces continuemos.
â¿Qué más quiere saber?
âHábleme más sobre su madre y el Innombrable⦠¿Cómo define la relación entre ambos?
âFrustrada, desigual y tortuosa.
âUn momento, no entiendo. ¿No me habÃa dicho que se amaron?
âSÃ, pero fue después de que sus padres les obligaran a casarse por conveniencias económicas. El padre del Innombrable era un importante diplomático canadiense, el de mi madre un empleado de la casa de mi padre.
âYa entiendo.
âSÃ, es confuso, pero fue asÃ. Bueno, asà lo relatan los diarios de mi madre.
â¿Qué pasó luego? ¿Tuvo entonces su madre que aprender a amar al Innombrable?
âAsà es. Es usted muy lista.
âDÃgame una cosa, señor Paradize. Si su madre llegó a amar a su padre, ¿cuál fue el problema entonces?
âÃl sabÃa que ella se casó sin amarlo. Al principio lo ocultó, fue sigiloso. Le halagó con detalles y llenó su vida de emoción, lujos, vanidad. Luego, cuando mi madre estaba perdidamente enamorada, él tiró de la soga. Simplemente dejó de atenderla como antes. Ella lo pasó muy mal. Sus diarios hablan más de dolor y sufrimiento que de amor.
âEs una pena. El innombrable fue⦠muy cruel.
â¿Escuchaste eso, maldito Innombrable, maltratador de madres, aniquilador de mujeres amadoras, buenas y abnegadas? ¿Lo has escuchado? âgritó Arthur con tono acusador, señalando y mirando al segundo piso.
â¡Cálmese! No creo que pueda escucharle. âLara bajó la cabeza con tristeza.
â¡Claro que puede! Esta mansión tiene pasadizos secretos en las paredes; además, él tiene un excelente nivel auditivo, lo ha desarrollado durante su encierro.
âSiéntese, por favor. âSe inclinó y le tocó en el brazo para que se volviera a recostar.
Prosiguió:
âCuando mi madre pudo por fin quedar embarazada de mÃ, empezó a ser feliz.
âBueno, es una alegrÃa saber que uno es el motivo de felicidad de sus padres.
âNo, no para el Innombrable. Ãl más bien me odiaba.
â¡No puede ser! ¿Cómo puede un padre aborrecer a su hijo?
âSÃ, tenÃa miedo de que yo algún dÃa heredara toda esta fortuna, el negocio de la fabricación de cruceros, señorita Nova, es muy retributivo, sus ganancias son sorprendentes.
âEs algo que no creo que concuerde. ¿Está seguro de lo que dice?
âSÃ, lo dice claramente, de puño y letra de mi madre.
âEntonces, ¿su padre sentÃa celos de usted?
âSÃ, porque sabÃa que mi madre me amó limpiamente sin imposición desde que llegué a su vientre; en cambio él siempre tuvo presente que aquel matrimonio fue arreglado por conveniencias económicas.