Claro que no. No iba a volver. De ninguna manera.
No. Me quedo aquí. Se sorprendió a sí mismo por lo calmado que estaba al decirlo. Estaba incluso un poco feliz. Bueno, ¿y qué si le desterraban? Él ya se había autodesterrado. La pena que le impondrían sería que no podría regresar cuando quisiera. ¿Cuánto tiempo duraría? ¿Diez? ¿Veinte años?
Se produjo un golpe de silencio antes de que Lash y Uri saltaran al mismo tiempo.
Jeremy, debes reconsiderarlo.
¡Ni pensarlo, hermano! Te llevaré a rastras yo mismo si tengo que hacerlo.
Jeremy levantó la mano, silenciándolos a ambos.
Esto es lo que quiero hacer.
Podemos encontrar una solución dijo Lash. Naomi...
Esto ya no tiene que ver con ella. Tiene que ver conmigo. No puedo explicarlo.
Apenas era capaz de comprenderse a sí mismo. No quería regresar. Quería quedarse. Tal vez estaba siendo un terco. Y si de verdad fuera honesto consigo mismo, vería que su versión inmadura estaba tratando de hacérselas pagar a su versión de hombre, o más bien a los arcángeles.
Dile a la familia que estoy bien y que no se preocupen dijo Jeremy, acallando los argumentos de Lash. No quería dejar a su consternado hermano, pero tenía que marcharse antes de que cambiara de opinión.
¿Estás loco? gritó Lash. Que le diga a la familia que no... Lo siento, hermano, tengo que hacerlo.
Se escuchó un fuerte gruñido y a continuación Jeremy sintió un golpetazo en la espalda. Cayó de cara contra la arena. Lash empezó a ladrar órdenes mientras Jeremy agitaba los brazos.
¡Rápido, Uri, cógelo por las piernas! Maldita sea, Jeremy, ¿por qué no te cortas las uñas de vez en cuando?
¡Apartaos de mí!
¡No!
¡Soltadme! gruñó Jeremy, dando un empujón a Lash. Antes de que pudiese levantarse, Lash estaba de nuevo sobre él.
¡Que no, joder! ¡Tú te vienes conmigo!
Jeremy volvió a apartar a Lash y por fin consiguió ponerse en pie.
Lash resolló. La arena le cubría el pelo y la cara mientras sus ojos color miel, llenos de determinación, aguantaban la mirada a Jeremy.
Uri y yo sacaremos de aquí tu culo a rastras y te llevaremos a casa. ¿Verdad, Uri?
No podemos dijo Uri.
¡Los cojones, no podemos!
Me refiero a que él tiene que venir por su propia voluntad. Jeremy, tienes que saber a lo que te expones si te quedas. Ahora eres más vulnerable y Saleos se aprovechará de esa vulnerabilidad.
Yo puedo encargarme de Saleos. Jeremy apartó a un lado el hecho de que hacía poco tiempo estuvo vagando por el desierto de Nevada.
No solo tu familia te necesita. Todos te necesitamos. La guerra es inminente. Es solo cuestión de tiempo.
Y tienes mi palabra de que estaré a vuestro lado en el momento en que eso ocurra. La guerra siempre parecía ser inminente y por eso Jeremy no estaba preocupado.
Por favor, Jeremy suplicó Lash. No queremos perderte.
A Jeremy se le encogió el corazón al ver la expresión del rostro de Lash. No podía regresar. Todavía no.
No te preocupes, hermano. No hay nada que Saleos pueda hacer para que yo llegue a unirme a él.
7
Cualquiera podría pensar que se habría preocupado aunque fuera un poquito por el juicio al que Michael iba a llevarle a causa de sus acciones. Cualquier ángel en su sano juicio se habría dejado ver al menos.
Jeremy cambió a su forma de ángel y, con un rápido movimiento de sus alas, saltó hacia el cielo. Adoraba volar. Si había una sola cosa que lamentaba, era no poder volar. Cuando Lash fue desterrado ese don le fue limitado.
Jeremy no podría lidiar con ello. Necesitaba volar. Era todo lo que él era. No había nada como el viento golpeándole en la cara y el ruido blanco para sacar toda la basura su cabeza.
Batió las alas, propulsándose más rápido. Tío, esto era justo lo que necesitaba para aclarar su mente. No había nada que le preocupara. Habían pasado semanas desde que Uri y Lash le visitaron y todavía podía hacer uso de sus poderes celestiales.
A estas alturas el juicio ya debería haberse celebrado. Pero nada había cambiado; ni el fuego ni el azufre se cernían sobre él, tan solo sentía paz. Así que este debía de ser su castigo: un paraíso en la Tierra por quién sabe cuánto tiempo.
Se rió mientras se elevaba sobre las verdes cumbres de las montañas. Las vistas eran impresionantes. Abajo, el agua azul rodeaba la exuberante Isla Jardín. Sobre él, las blancas nubes de algodón iban a la deriva en el cielo azul.
Sí, este era su tipo de castigo.
Aunque echara de menos a su familia, sin duda esta era la mejor decisión que había tomado: poner distancia entre Naomi y él. Quizás ella ya le había olvidado, pero él no se fiaba de sí mismo estando a su alrededor.
Retomó su vida en Kauai como si nunca se hubiese ido. Buscó a Bob y a Susan con la esperanza de volver a alquilar la pequeña casa de la playa. Afortunadamente, la estaban reformando y no tenían otro arrendatario. No le importaba que las paredes estuvieran sin pintar o que el suelo estuviera a medio terminar. De hecho, echar una mano a Bob a pintar y a colocar el suelo fue muy beneficioso para él, fue incluso terapéutico.
Lo único que echaba de menos era su moto. No pudo encontrar otra como la que tenía, así que tuvo que conformarse con la triste chatarra que encontró en un concesionario de segunda mano. Quería algo más bonito y rápido, pero tenía que ser más cuidadoso con el dinero, considerando que iba a estar en la Tierra durante un largo periodo de tiempo.
Y luego estaban Leilani y Sammy.
Cuando sobrevolaba el restaurante Candy, escuchó una música que le resultó familiar. Era la canción Kalua. Sonrió al ver a Leilani sobre el escenario, bailando, justo como la había visto bailar hacía unas semanas y como la vería bailar todos los viernes y sábados.
Era su momento favorito de la semana. Volaba un poco y después iba a ver a Leilani al trabajo mientras Sammy se sentaba en una mesa a hacer sus deberes o a leer algún cómic de zombis.
La palabra "acosador" estuvo rondando por su cabeza las dos primeras veces que fue al restaurante Candy a verles. Discutió consigo mismo repitiéndose que era porque estaba preocupado por ellos, pero después de ver a Leilani, le quedó perfectamente claro que ella lo tenía todo controlado. Se le llenó el pecho de orgullo al comprobar lo duro que trabajaba yendo y viniendo para servir a los clientes al mismo tiempo que ayudaba a Sammy con los deberes. Asimismo, se las arreglaba para tranquilizar a Candy cada vez que tenía una de sus rabietas, que más que ocurrir a diario, solían darle cada hora.
El Ángel DoradoEl Ángel Dorado (El ángel roto 5)
Escrito por L.G. Castillo.
Copyright © 2019 L.G. Castillo.
Todos los derechos reservados.
Traducido por Teresa Cano.
Diseño de portada Mae I Design.
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Epílogo
Libros de L.G. Castillo
1
Leilani sintió un tembleque en el ojo derecho. Estaba segurísima de que se le iba a salir de la cuenca en los próximos diez segundos, cinco si Candy no cerraba la boca.
Mi padre es daltónico o algo así. O sea, ¿en serio? Le dije que lo quería en rosa metalizado. ¿Para qué se molesta en preguntarme el color del Porche Baxter que quiero si luego no me lo va a conseguir? Me refiero a que, en serio, míralo.
Candy hizo un gesto rápido con la muñeca, salpicando gotas de agua al señalar a la ventana con un tenedor húmedo.
¿A ti te parece que eso sea rosa metalizado? Ni se le acerca.
Leilani agarró el cuchillo de la carne que había estado limpiando, mientras el ojo le temblaba aún más rápido.
«Tendría que haberme quedado con la limpieza de los servicios». Cualquier cosa era mejor que seguir escuchando a Candy hablar una y otra vez sobre el maldito coche deportivo.
Estás muy callada hoy. ¿Es que no vas a decir nada sobre mi regalo de cumpleaños?
Si Candy batía esas pestañas postizas una sola vez más, Leilani juró que lo haría...
«Necesito este trabajo. Necesito este trabajo. Piensa en Sammy».
Luciendo la más dulce de sus sonrisas, Leilani colocó cuidadosamente el cuchillo en la bandeja junto a los otros cubiertos. Uno de los ayudantes de camarero se los llevó rápidamente y dejó la bandeja sobre el mostrador.
Es bonito dijo con voz chillona mientras miraba la pesadilla rosa que se encontraba estacionada en los aparcamientos donde solía estar el puesto de tacos Sammy. ¿Sabes? Algunas no tenemos la suerte de tener un regalo tan bonito como ese.
Sí, tal vez. Candy se echó sobre el mostrador, enrollándose un mechón de pelo en el dedo. Supongo. Podría ser peor. O sea, podría no tener coche y que me tuvieran que llevar a todos lados, como a ti.
«No acaba de decir eso. ¿Dónde ha ido ese ayudante de camarero?»
No te ofendas, Leilani. Me refería a que es estupendo que seas tan... eh... autosuficiente, especialmente después de la muerte de tu madre y tu padrastro y todo eso.
Apretó los puños, lista para darle un puñetazo a Candy si no cerraba el pico de una vez. De hecho, ni siquiera podía creer que fuera amiga de esa chica. Hacía tiempo, Candy era una chica guay. Entonces un día... ¡Pum! Aparecieron las tetas y el cerebro desapareció.
No me ofendes. Se tragó la ira y el orgullo. Pese a ser una Barbie cabeza hueca, si no fuera sido por Candy y por su padre, nunca habría conseguido el trabajo. Fue idea de Candy preguntarle a su padre si podía darle trabajo a Leilani en el restaurante. Aunque ella pensaba que lo hacía más por culpabilidad que por amistad. Solo unos meses después de que sus padres murieran, derribaron el puesto de tacos Sammy y pusieron un cartel anunciando el Restaurante y Resort Hu Beach.
Oye, ¿sabes qué? Te dejo mi coche para que lo pruebes. Te gustará. Pero asegúrate de darte una ducha antes de cogerlo. Los asientos son de un cuero especial.
Ignorando el paseo en coche que Candy le proponía, Leilani se frotó el pecho. El dolor continuaba ahí. Siempre estaba ahí. Desde el mismo día en que se despertó en el hospital y vio el rostro de la tía Anela, un inmenso dolor se instaló en su pecho.
Tiene gracia cómo las cosas que una vez odiaste de repente se convierten en las cosas que más deseas.
Tras la muerte de sus padres, se encontró sentada sola en el puesto, deseando tener su antiguo trabajo. Deseaba que su madre saliera de la cocina bromeando sobre su corte de pelo y la fastidiara con el tema de las mesas. Deseaba que su padrastro apareciera barriendo el suelo y se acercara sigilosamente a su madre por detrás para agarrarla por la cintura y darle una vuelta en el aire. Deseaba poner los ojos en blanco cuando este besara a su madre intensamente y Sammy gritara "¡Eh! ¡Viejos!".
«Los deseos son sueños que jamás se hacen realidad».
Cogió una bayeta y secó enérgicamente el ya limpio mostrador, luchando contra el escozor de sus ojos.
Fue una estúpida al pensar que podría sacar adelante el puesto de tacos con la ayuda de la tía Anela. La realidad le abofeteó en la cara cuando averiguó que su padrastro tenía una enorme hipoteca y una deuda espectacular. Además, la tía Anela vivía gracias a una ayuda estatal. Apenas tenían lo justo para mantenerse. ¿Y qué banco iba a hacer un préstamo a una chica de quince años?
Sí, eso fue muy estúpido. Desear, soñar. Ya se había acabado toda esa tontería de niña pequeña.
¡Dios mío! Candy se inclinó y le susurró: Hablando de ser una chica afortunada. Kai te lleva a casa todas las noches.
Kai estaba junto a la puerta de la cocina, vestido con su traje de la danza del fuego. Sus enormes bíceps exhibían su fuerza mientras se ajustaba el haku lei, un tocado hecho de hierba.