Donde Habitan Los Ángeles - Emmanuelle Rain 2 стр.


Cogió la chaqueta y el bolso, y salió de la tienda para dirigirse a casa.

«Mori, ¿estás ahí?».

«Sí, aquí estoy. ¿Dónde quieres que vaya? Escucha, ¿de qué conoces a Jess?».

Magda se detuvo de golpe.

«¿Acaso no lo sabes?».

«¿Y por qué debería?».

«Porque estás en mi cabeza. Probablemente sabrás muchas cosas sobre mí. ¿O me equivoco?».

«No es así cómo funciona. De todos modos, no me atrevería a espiar tus recuerdos, especialmente cuando, según tengo entendido, haces todo lo posible por escondértelos a ti misma...».

«¡Mori! Basta de hablar de mí. No tengo nada que ocultar, aun así, te agradezco que no hayas curioseado».

¡Eh, Jess! ¿Bajas o qué? La comida está lista.

Kira, no me jodas... No tengo hambre.

Jess se pasaba una mano entre el denso cabello ondulado mientras iba de aquí para allá en su habitación.

«Todavía no me creo que la haya encontrado. He estado tan preocupado estos últimos años que debo ir a su casa hoy mismo. Debo saber cómo está y qué ha hecho todo este tiempo».

Hablando consigo mismo, caminó hacia la ducha, abrió el grifo y, cuando el agua alcanzó la temperatura ideal, se metió debajo.

Mientras se enjabonaba, notó bajo sus manos las dos cicatrices de la espalda. Ya no tenía sus alas, pero valió la pena. Con gusto habría perdido una pierna o un brazo por salvarla. Lo que le hicieron no tenía nombre: la violaron y golpearon, la traicionaron aquellos que debían protegerla...

Las lágrimas empezaron a bajarle por las mejillas, lágrimas de rabia.

Le habría gustado matarlos a todo, si tan solo... Si tan solo... Ya no importaba. Era un ángel y los ángeles no asesinan, son sus enemigos quienes hacen esas cosas.

Técnicamente, la joven no tenía un ángel de la guardia. Magda contaba con sus espíritus guía, y él no debería haberse metido en su vida, ya que ella, aunque de modo inconsciente, había renegado de su dios. Sin embargo, se sintió atraído por esa chica de ojos verde jade, ojos de otra época, que posiblemente pertenecían a un alma antigua, y se dejó atrapar por ella, por su cabello pelirrojo, por su perfume de canela y miel, por aquella piel tan clara que parecía porcelana. La espiaba de noche mientras dormía y la seguía de día, y cuando las cosas se descontrolaron, poco después de la muerte de su madre, no pudo evitar ayudarla, incluso a costa de sacrificarse, incluso a costa de sacrificar su naturaleza de ángel. Así fue como perdió las alas. Cayó, pero lo habría hecho un millón de veces, habría dado su propia vida por Magda.

Capítulo 3

Una tenue estela

Magda se pasó por el supermercado antes de ir a casa.

Le asustaba el tiempo libre con el que, inesperadamente, se había encontrado aquel día. Tanto tiempo para pensar no le haría ningún bien... de modo que compró unas cuantas cosas y decidió que pasaría la tarde cocinando. Era una actividad que lograba calmarla, aunque casi nunca la ponía en práctica.

Tras pagar, caminó hacia casa.

«Tengo un extraño presentimiento, ¿sabes? No sé cómo explicarlo... Es como si estuviera esperando algo».

«Quizás es justo lo que estás haciendo», le respondió Mori.

«¿Eso crees? Ya veremos... Mientras tanto nos aguarda un aburrido día entre fogones».

Cuando entró a casa, encontró a sus dos gatos, uno gris de pelo largo y una negra de pelaje corto y brillante, durmiendo en el sofá, y también al perro, un mestizo de pelo blanco y negro, acurrucado sobre la alfombra roja.

¡Hola! Ya estoy en casa dijo a sus mascotas, las cuales se levantaron y fueron a su encuentro. ¡Sorpresa! Hoy estaremos juntos más tiempo de lo normal. ¿Contentos?

Jugó un poco con ellos, repartiendo caricias y mimos detrás de las orejas, tras lo cual se preparó para darse una buena ducha y ponerse cómoda.

Chicos, voy a salir. No sé cuándo volveré. Jess bajó las escaleras, derecho a la gran puerta de entrada.

Vas a su casa, ¿no es así? le preguntó Terence.

Métete en tus asuntos.

A ver, Jess, sé que esto no es fácil para ti, pero no la pagues con nosotros le recriminó inmediatamente Sante.

Disculpa, tienes razón... Había perdido toda esperanza. Después de tanto tiempo esperaba haberlo superado, pero nada ha cambiado.

¿Sabes al menos dónde buscarla? le preguntó Otohori.Yo podría echarte una mano. Tus poderes ahora son limitados.

No, pero la encontraré de una modo u otro. Gracias igualmente. Me voy.

En cuanto salió de casa, corrió tan rápido como pudo hacia la gran cancela de forja negra, que se abrió permitiéndole salir y seguir la tenue estela áurea que Magda había dejado. Técnicamente ya no era un ángel de la guarda y, de todos modos, nunca había sido el de Magda, pero, a pesar de todo, sentía un fuerte vínculo con la muchacha.

Siguiendo su instinto, tomó el mismo camino que Magda, hasta llegar a un barrio un tanto sucio, en la periferia de la ciudad, y se paró en las inmediaciones de una tienda de animales.

«Bueno, esto era obvio», pensó al acordarse de su pasión por los animales y, sin más dilación, entró.

Buenas tardes lo saludó el propietario.

Hola. ¿No está Magda? preguntó al mismo tiempo que escudriñaba el local.

No. Se ha cogido medio día libre, no se encontraba bien. ¿Eres amigo suyo?

Sí dijo luciendo su mejor sonrisa.

Encantado. Yo soy Mark, su jefe.

El propietario del establecimiento sonrió al recién llegado. Le agradó saber que Magda no se apartaba del todo de la vida social...

El placer es mío. Me llamo Jess.

¿La conoces desde hace mucho tiempo? Hace casi tres años que trabaja conmigo y jamás la he visto con alguien...

No soy de por aquí mintió el ángel. Conozco a Magda de hace mucho, incluso antes de que se mudara a esta zona. Me comentó que trabajaba aquí, así que me he pasado.

Jess miraba a su alrededor, aparentemente interesado por los productos a la venta, para aparentar que estaba lo más relajado posible.

Como no está, intentaré pasarme la próxima vez que el trabajo me traiga a la ciudad... Esperaba que se lo tragara y le diera la dirección.

¿Por qué no te pasas por su casa? Total, seguramente la encontrarás allí. No sale mucho...

A decir verdad, no tengo su dirección... Desde que se mudó, hemos estado en contacto por correo electrónico o por teléfono. He probado a llamarla, pero no contesta. Quizás esté descansado.

Si le decía dónde vivía Magda, le ahorraría un montón de tiempo, dado que ya había perdido bastante para llegar hasta ese punto.

Espera... Mark cogió papel y boli y le apuntó la dirección. Toma, creo que un poco de compañía le vendrá bien, esta mañana parecía muy deprimida.

«Un tipo tan atractivo debe poner de buen humor a cualquiera», pensó Mark.

Gracias, Mark. Eres muy amable.

Dicho esto, salió y se dirigió a casa de Magda.

Ni siquiera sabía qué le iba a decir, pero, aun así, debía verla, no podía perder más tiempo. Ahora que la había encontrado, no la dejaría marchar.

Capítulo 4

Para no pensar

«Ya está. La tarta de queso está lista. Ahora prepararé también las magdalenas que tanto le gustan a Nathan».

Magda estaba inmersa en la preparación de una marea de dulces, únicamente para perder el tiempo y tener la mente ocupada para no pensar...

Después de hornear las magdalenas, empezaré a preparar la cena dijo dirigiéndose a nadie en particular. Mientras sacaba los ingredientes del frigorífico, el sonido del timbre le hizo sobresaltarse. Se limpió las manos en el delantal rojo y fue a contestar. ¿Quién es?

Magda, soy Jess.

¿Jess? su corazón empezó a latir con fuerza por la sorpresa.

Nos vimos esta mañana. Quería saber cómo estabas.

Jess no sabía muy bien qué decir, solo esperaba que Magda le dejara entrar.

Pasaron unos segundos que a él le parecieron una eternidad, y, finalmente, oyó el portal abrirse.

Tercer piso le informó la muchacha.

Con el corazón en un puño, el ángel subió las escaleras y llamó a su puerta.

Ya voy. Un segundo.

«¿Y ahora qué hago? Soy un desastre, voy perdida de harina».

«Ya está, pequeña. No te da tiempo a cambiarte. Además, así estás muy mona y femenina», le dijo Mori entre risas.

«Muchas gracias por el apoyo, Mori...».

¿Magda, me dejas entrar?

Sí, ahora mismo voy. Abrió la puerta y se encontró, por segunda vez, delante de aquel hombre altísimo de boca sensual y ojos oscuros. Menudas cosas pienso justo ahora dijo en voz baja.

Disculpa, ¿qué dices? le preguntó Jess.

Nada. Cuidado de que no salgan los animales mientras pasas.

Se dirigió a la cocina un poco agitada.

Acabo de hacer tarta de queso, ¿quieres?

Jess siguió a Magda hasta la pequeña cocina roja que tenía una minúscula mesa cuadrada de madera clara justo en el centro.

Sí, gracias. A decir verdad, tengo un poco de hambre. Apenas he comido desde ayer por la noche.

Más o menos como yo. ¿Te apetece té o café?

No te preocupes por mí. Con la tarta basta.

Pues hago té. Magda sonreía al hombre sentado en su cocina, el cual parecía todavía más inquieto que ella. Disculpa por esta mañana, no pretendía tratarte mal, solo que no me esperaba verte. Ha sido como viajar al pasado.

Se dirigió a los fogones sobre los que colocó la tetera.

Jess permanecía impresionado mientras observaba su dulce sonrisa. La joven le pedía perdón a pesar de que no tenía por qué... Pero ella siempre había sido así: amable y comprensiva. Evidentemente, los horrores del pasado la habían cambiado, y eso la volvía aún más apreciada en su corazón. Se dijo que la protegería a toda costa, que no habría razón en el mundo por la que Magda sufriría de nuevo.

No tienes que disculparte. Estabas en tu derecho a sentirte molesta, y yo no he hecho nada por facilitar las cosas.

La verdad es que no me apetece hablar del tema. El pasado, pasado está. No importa. Fue al fregadero y se puso a lavar los platos que había usado para los dulces. ¿Quieres quedarte a cenar? Había pensado en preparar risotto cantonés.

No lo sé... Lo cierto es que no quiero molestar.

No es ninguna molestia. De hecho, me gustaría comer con alguien, para variar. Las orejas se le pusieron coloradas de repente. Naturalmente, si no puedes, no pasa nada. Supongo que ya tendrás otros planes se apresuró a añadir para no parecer una chiflada desesperada por encontrar compañía.

De acuerdo. «Mírala. Se ha ruborizado», pensó el ángel. Era tan bella, tenía el cabello rojizo recogido de modo descuidado y el delantal lleno de harina. Me encantaría quedarme a cenar.

Vale, entonces ponte cómodo. Le pasó la tarta de queso y sirvió el té en una taza. Si quieres puedes ir al salón y recostarte en el sofá mientras que yo termino de preparar.

Le resultaba extraño tener a una hombre en casa y, aun así, no se sentía amenazada, todo lo contrario, se sentía curiosamente reconfortada por su presencia. Un cuarto de hora después, fue al salón y se encontró a Jess en el sofá, con los dos gatos en el regazo y el perro a sus pies.

Disculpa. Lo lamento, si te molestan puedo...

Jess no le dejó terminar la frase.

No me incordian, son encantadores y él es muy bonito dijo señalando al gato gris de pelo largo.

Está bien, es hora de presentaros Magda señaló a sus animales. Este peludo es Diego, la pequeña pantera negra es Isabel, y el perro a tus pies se llama Tristán. Jess, te presento a mi familia. Tesoros, os presento a Jess.

Encantado de conoceros, tesoros dijo Jess entre risas.

Te gustan los animales, ¿verdad?

Así es. Son agradables, suaves, te dan mucha alegría y, sobre todo, no tienen segundas intenciones. Magda cogió a Diego entre sus brazos y le pasó la mano sobre el denso pelaje. A él lo encontré en el arcén de la carretera. Lo había atropellado un coche que lo había dejado morir allí. Lo llevé al veterinario más que nada para que pusiera fin a su sufrimiento, y, sin embargo, milagrosamente este testarudo minino se recuperó de maravilla. A Isabel la encontré en un contenedor, todavía tenía los ojos cerrados, y Tristán es un perro callejero... Los animales son puros, son tal y como los vemos, y yo los respeto por su valentía y lealtad.

Tú también eres como ellos. Has permanecido fiel a ti misma a pesar de todo. Tú también eres pura y valiente.

No soy ni pura ni valiente. No me conoces lo suficiente como para decir eso y diciendo eso se dirigió a la cocina. Voy a terminar de preparar la cena.

Magda temblaba tantísimo que no conseguía sujetar nada con las manos. Se apoyó en el balcón de espaldas al salón para esconderse de Jess. Respiró profundamente intentando recobrar un poco de calma, y cuando le pareció haber recuperado, al menos, una pizca de control, volvió a los fogones.

Trataba de llegar al mueble que estaba en alto para coger el arroz, cuando notó una mano que le rozaba el brazo y un cuerpo masculino detrás sí.

¿Necesitas ayuda? le preguntó el muchacho. Magda dio un salto de repente y se alejó para poner tanta distancia entre sus dos cuerpos como aquella pequeña cocina permitía. Observaba, asustada, con el corazón desbocado y la respiración pesada, al magnífico hombre que ahora estaba en frente de ella, con el paquete de arroz en la mano y una mirada profundamente afligida en aquellos ojos oscuros. Magda, disculpa. No pretendía asustarte, solo quería ayudarte. Se acercó, pero ella extendió un brazo tembloroso para mantenerlo a raya. Magda, te lo ruego, debes creerme, por favor. No quería asustarte, puedes fiarte de mí.

Estoy bien le dijo con voz tenue. Tú también te has asustado, ¿no es así? ¡Dios! Tengo los nervios a flor de piel desde esta mañana.

Lo lamento, no pretendía...

Olvídalo, Jess, no pasa nada. Me has pillado distraída, ya está. Señaló la cocina con un gesto con la cabeza. ¿Puedes echar el arroz en la olla, por favor?

Sí, yo me encargo. Jess se preocupaba por ella. Le dolía tanto verla temblar y, a pesar de todo, intentaba que no se sintiera culpable. Le habría gustado abrazarla fuerte entre sus brazos y estar así para siempre, pero ella no parecía dispuesta a dejar que se acercara. Magda, por favor, mírame. Jamás te haré daño, debes creerme. Preferiría morir antes que hacerte sufrir.

Déjalo, por favor. Te he dicho que estoy bien, basta, y no me mires así, no necesito tu compasión.

No te compadezco, al contrario, admiro tu fortaleza y te respeto.

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