Lo que no sería sinónimo de simplicidad, también porque por el momento la única referencia que tenía a su disposición estaba constituida por objetos de un criminal muerto.
A esto se añadía el hecho de que no tuviesen ni la más remota idea de qué les reservase la prolongación de la misma investigación.
Varios interrogantes le rondaban a Zamagni en la cabeza que no dudaría en compartir con el agente Finocchi y el capitán.
¿Qué había conectado a un criminal como Santopietro con la persona que había efectuado la llamada a Antonio Bottazzi?
¿Qué tipo de personalidad tenía Daniele Santopietro y qué le había hecho cometer los delitos por los que había sido incriminado antes de tener nada que ver con Zamagni y sus hombres? ¿Quién podía ser la persona a la que les llevaría todo?
Y, sobre todo, ¿cómo pensaban obtener resultados en la investigación partiendo de algo que había pertenecido a una persona que no podía ya jamás ser interrogada?
Con todas estas preguntas sin respuesta el inspector Zamagni tomó una de las primeras cajas por examinar, la abrió y comenzó a sacar de uno en uno los distintos objetos.
En cada una de las cajas habían escrito con un rotulador negro DANIELE SANTOPIETRO y 3347820A, el nombre y el número de detención, respectivamente, de la persona a la que se le había retenido el material.
Una navaja... nombró el agente Finocchi. Quizás la usaba durante los atracos.
Es probable admitió Zamagni volviendo a poner la navaja y extrayendo de la caja otro objeto.
Un encendedor continuó el agente ¿Sabemos si era fumador?
No contestó el inspector o al menos yo no lo sé.
Marco Finocchi asintió.
Si consideramos que Daniele Santopietro estaba loco, podríamos pensar también que el encendedor le sirviese para provocar incendios continuó el inspector con ironía.
Cierto, no debemos excluir nada admitió el agente. No será fácil comprender qué buscar entre todas estas cosas y lo que todavía no nos ha sido entregado.
Cualquier pista puede ser útil dijo Zamagni Deberemos seleccionar los objetos útiles y aquellos que en cambio no lo son o que nos podrían hacer equivocar el camino. Recordemos que ahora ya no podemos interrogar a Santopietro y que la persona que estamos buscando es otra distinta. Esos objetos personales y cualquier otro material que tengamos a nuestra disposición en lo sucesivo nos podrá ser útil para entender qué tipo de persona fuese realmente este criminal y quizás también como indicio para sacar a la luz al propietario de la Voz.
Será como buscar una aguja en un pajar admitió Finocchi.
Tienes razón asintió el inspector pero ya nos ha ocurrido encontrarnos en una situación similar, y sin embargo nos las hemos apañado perfectamente, ¿no?
Se refería a cuando, poco antes, habían pasado días enteros leyendo el diario de Marco Mezzogori con la esperanza de encontrar algunos datos útiles para comprender el motivo de su muerte y posiblemente el nombre del culpable.
Sí. Esto significa que deberemos intentarlo de nuevo, con la consciencia de nuestra potencialidad.
Exacto dijo Zamagni con la diferencia de que esta vez no tengamos ninguna certeza de que examinar todo esto nos servirá efectivamente para algo.
Debemos intentarlo dijo Finocchi como exhortación para los dos En el fondo, por el momento, no tenemos mucho más, ¿verdad?
Por desgracia, así es.
Bueno, pues entonces continuamos. Quizás lleguemos a algo útil y, si no fuese así, intentaremos coger otro camino.
El inspector asintió con la mirada, luego sacó de la caja algunos paquetes de jeringuillas.
¿Y esto? preguntó Finocchi.
No sabría decir admitió Zamagni pero recordemos que no todos los objetos que encontremos aquí dentro nos servirán para nuestra investigación.
Lo sé dijo el agente. Y nosotros deberemos ser listos incluso para entender cuáles serán útiles y cuáles no.
Exacto.
Por el momento no se me ocurre nada constató el inspector pero, mientras tanto sabemos lo que pertenecía a Santopietro. A lo mejor, más tarde, sabremos lo que nos servirá y qué será un simple objeto... de relleno.
Zamagni y Finocchi continuaron hasta vaciar la primera caja, sin que, por otra parte, encontrasen nada aparentemente útil, así que hicieron una pausa para beber algo en los distribuidores automáticos que se encontraban en el pasillo.
Después de un cuarto de hora volvieron al escritorio del inspector para retomar el trabajo.
Al hombre le gustaba Sevilla porque, de alguna manera, le parecía distinta de las otras ciudades en las que había estado en los últimos años.
La capital de la Comunidad Autónoma de Andalucía, además de capital de provincia, le daba una sensación de serenidad y de libertad.
Le encantaba pasar el tiempo paseando entre la calle Sierpes, Cuna, Tetúan, tres calles paralelas que representaban el núcleo viejo de la ciudad, y las otras callejuelas, para después, a lo mejor, pararse de vez en cuando en una confitería para degustar un dulce andaluz.
Ahora ya conocía la ciudad bastante bien por lo que cada vez que volvía sentía como si Sevilla fuese su segunda casa. Y además adoraba la gastronomía local, con tantas exquisiteces que generalmente prefería saborear como tapas, porque las porciones pequeñas siempre le daban la oportunidad de degustar un mayor número de comida.
Ahora ya sólo faltaban dos días para su vuelta a Italia y le fastidiaba un poco dejar España porque se estaba bien. Aparte de los meses estivales, en los que las temperaturas eran demasiado elevadas, el clima era siempre bueno, la gente era cordial... y, de todas formas, estar lejos del trabajo para él siempre era algo positivo.
Aunque podía trabajar siempre con el calendario que él mismo decidía, le resultaba, de todas formas, una pequeña fuente de estrés.
Desde hacía poco tiempo había conocido, aunque últimamente sólo hablaban por teléfono o no se encontraban nunca en persona, a esta persona que le había hecho algunos servicios, todos bastante sencillos, y que, para ser sinceros, pagaba incluso bien y puntualmente.
Cada vez que se ponía en contacto con él le daba un encargo, incluso bastante detallado, y sabía que en el transcurso de pocos días le pagaría.
Un día lo llamaba para darle un trabajo que hacer, él lo llevaba a término y el hombre le pagaba.
Además de eso, lo había ya recibido hacía poco, pero nunca dos veces consecutivas en la misma cuenta bancaria.
Pensándolo bien, entendía su necesidad de anonimato, porque él se encontraba en la misma situación... y también él poseía más de una cuenta bancaria, luego tarjetas de débito... en fin, lo fundamental eran dos cosas: que le pagasen y no ser rastreado.
Se habían conocido por casualidad en una fiesta de personas de una cierta clase social.
Él debía encontrarse con un cliente, así que le habían invitado, mientras que el otro estaba en el mismo lugar porque conocía a una de las personas presentes en la fiesta y se había colado de alguna manera.
Habían charlado mientras tomaban un cocktail y esta persona le había propuesto trabajar para él, explicando enseguida que serían encargos muy sencillos, no regulares y que deberían ser llevados a cabo sin dejar rastro.
Era la manera de trabajar que le gustaba más, por lo que se pusieron de acuerdo inmediatamente.
Por los motivos enunciados, volver a Italia sabiendo que debería trabajar para esta persona le dio al hombre la certeza de una ganancia asegurada, pero sabía también que ahora sería más complicado de lo habitual: a diferencia de todas las otras veces, este servicio contemplaba un objetivo que podría ser una molestia en el caso de que no consiguiese hacer todo de la manera correcta. Además, el objetivo en cuestión era de un nivel de dificultad superior respecto a los estándares de los últimos tiempos. Por esto, hablando por teléfono, había preferido poner en claro enseguida los aspectos relativos a la remuneración, precisando, obviamente, que se trataría de un precio más alto con respecto a las otras veces.
Por los motivos enunciados, volver a Italia sabiendo que debería trabajar para esta persona le dio al hombre la certeza de una ganancia asegurada, pero sabía también que ahora sería más complicado de lo habitual: a diferencia de todas las otras veces, este servicio contemplaba un objetivo que podría ser una molestia en el caso de que no consiguiese hacer todo de la manera correcta. Además, el objetivo en cuestión era de un nivel de dificultad superior respecto a los estándares de los últimos tiempos. Por esto, hablando por teléfono, había preferido poner en claro enseguida los aspectos relativos a la remuneración, precisando, obviamente, que se trataría de un precio más alto con respecto a las otras veces.
Y su cliente se lo tomó con calma.
III
La comprobación del material con respecto a Daniele Santopietro seguía adelante sin que Zamagni y Finocchi encontrasen nada aparentemente útil para comprender la conexión que podía haber entre este criminal y la Voz.
¿Crees que podríamos hacer un trabajo cruzado? propuso el agente Finocchi, llegados a un cierto punto.
¿Qué quieres decir? preguntó el inspector.
Podríamos alternar este trabajo de oficina que ya estamos desenvolviendo con un trabajo más dinámico, por ejemplo hablando con personas que hayan conocido a Santopietro o que, de alguna manera, hayan tenido que ver con él explicó Marco Finocchi ¿Todavía tenemos la dirección del piso en el que se encontraba Santopietro al comienzo de la investigación que llevó luego a su muerte?
¿A la que fue Alice Dane? preguntó Zamagni.
El agente asintió.
Seguramente, sí dijo el inspector Estará escrito en el informe del caso.
Perfecto. Por lo tanto en esa dirección puede haber alguien que todavía se acuerda de Santopietro y que sabría darnos alguna información útil.
También podríamos intentar seguir ese camino, a pesar de que existe una probabilidad bastante baja de que lleguemos a algún sitio.
Ahora ya somos expertos en la búsqueda de agujas en los pajares, ¿no?
El agente se refería a la investigación sobre Marco Mezzogori cuando, para buscar al culpable, habían ojeado los diarios del muchacho hemiplégico quedándose a trabajar incluso hasta bien entrada la noche.
Es verdad asintió Zamagni pero primero debemos hablar con el capitán. Por lo menos deberá ser informado sobre esto.
Entonces, vamos lo exhortó Finocchi.
Dejando sobre el escritorio todas las cosas desordenadas Zamagni y el agente fueron a buscar al capitán para contarle su propuesta.
Se cruzaron con él en el pasillo que llevaba a su oficina y le dijeron que le querían hablar. Los tres continuaron hasta la oficina del capitán, luego Finocchi cerró la puerta a sus espaldas y el inspector explicó lo que habían pensado hacer.
Cada camino puede ser bueno dijo Luzzi después de que el inspector hubiera terminado de exponer su idea pero recordemos que ahora ya nuestro objetivo es encontrar a la Voz y que cada recurso, temporal o de otro tipo, debe apuntar a este objetivo. Por el momento no tenemos nada que nos pueda llevar en una dirección o hacia otra, por lo tanto cada idea puede ser la correcta. Lo importante es no perder de visto nuestra meta final.
Zamagni y Finocchi asintieron.
Mientras tanto, volved a revolver en aquellas cajas, ya iréis mañana a hablar con las otras personas que habitan en el edificio donde hemos encontrado a Santopietro la primera vez respondió Luzzi Allí podrá haber algo que nos pueda ayudar a encontrar una conexión entre Santopietro y la Voz. Si realmente los dos se conocían, deberemos hallar una pista.
Haremos todo lo posible, como siempre concluyó el agente Finocchi saliendo de la oficina y volviendo a cerrar la puerta a sus espaldas por segunda vez en poco tiempo.
Independientemente del material que recibirían en los días sucesivos, lo que ya tenían a su disposición parecía mucho pero, de todas formas, aunque seguían hurgando no encontraban nada aparentemente útil para su investigación.
Y los interrogantes aumentaban: ¿estaban realmente seguros de que aquellas indagaciones les llevarían a algún sitio o estarían perdiendo un tiempo valioso? ¿Qué podrían encontrar, en aquellas cajas, que tuviese, aunque fuese una mínima utilidad, para encontrar a la Voz?
Los efectos personales de Santopietro parecían ser sólo objetos que podrían haber pertenecido a cualquiera.
A continuación, a Zamagni le volvieron a la mente el libro rojo y el artilugio que, por el informe de Alice Dane, el criminal utilizaba para mantener atadas a sus víctimas.
Deberemos preguntar al capitán para hacernos con estas dos cosas dijo Finocchi, asintiendo en dirección al inspector.
Después de un par de horas de búsquedas infructuosas, los dos hicieron una última pausa para comer algo y exponer su petición al capitán.
Fueron al bar cercano a la comisaría para consumir velozmente un bocadillo, luego volvieron y encontraron a Giorgio Luzzi en su oficina.
Cuando Zamagni terminó de explicar su idea, el capitán consintió y aseguró que haría buscar el libro rojo en los archivos de la policía y añadió que para el artilugio al que se refería el inspector se informaría con respecto a dónde habrían podido verlo.
Probablemente ha sido llevado a un almacén de nuestra propiedad en algún sitio fuera de la ciudad, de todas formas os haré saber el lugar exacto en el que encontrarlo.
Zamagni y Finocchi le dieron las gracias, luego volvieron de nuevo al escritorio del inspector y, cuando llegó la noche, dejaron la comisaría sin haber encontrado todavía nada que pudiese servir de pista para encontrar a la Voz.
Después de llegar a su apartamento en San Lazzaro di Savena, Stefano Zamagni se preparó una cena rápida con pan ácimo y una ensalada mixta, y se puso en el sofá del salón a mirar el telediario.
En los veinte minutos siguientes escuchó noticias de política, economía y sucesos locales.
La noticia más destacada fue la liberación de algunos detenidos de la cárcel de la Dozza debido a una reducción de la pena por buena conducta, luego el periodista habló de un par de accidentes de tráfico provinciales que afortunadamente no habían causado daños personales, de un excursionista que había llamado a los socorristas en el Corno alle Scale porque se había perdido saliendo de un sendero señalizado del C.A.I. y otras noticias de menor importancia.
Cuando llegaron las noticias deportivas, Zamagni apagó el televisor, lavó los cubiertos, puso un poco de orden en el apartamento y a las diez de la noche decidió irse a dormir para estar en forma a la mañana siguiente.
El trabajo de investigación que estaban haciendo lo cansaba mucho, sobre todo porque parecía que no produjese ningún resultado.
Antes de dormirse volvió a pensar en una frase que había dicho Marco Finocchi: ellos estaban habituados a buscar agujas en los pajares. De todos modos, esto le produjo una nueva fuerza nerviosa y determinación para continuar con aquella parte de la investigación.
El hombre era consciente de que en los días sucesivos su trabajo no sería nada fácil, por lo que decidió gozar del último día en Sevilla respirando el aire andaluz, dando un paseo entre las calles y terminando la velada saboreando un buen número de tapas a un coste irrisorio.
Siempre había mucha gente caminando por la ciudad, quien para ir de compras, quien para ir a beber algo a un bar, quien, simplemente, por placer de vivir la capital andaluza, y él se sentía muy contento de poder mezclarse con la gente del lugar bajo su aureola de anonimato.