Elvie y Alice no vienen. Había pensado en dejarle una nota a Candice en la recepción para invitarla, ahora bien, no me la imagino en un bar de playa con su eterno traje de alta costura.
Emma le lanzó una mirada asesina.
No. Para nada. Se la ve tan soberbia y austera. Me da miedo confesó Emma.
Yo ya me he preguntado si conoce la definición del verbo divertirse. Hasta estoy convencida de que su hijo debe concertar una cita para verla.
¡Qué triste!
Emma soltó un suspiro y fue a sentarse en la cama. Se puso a jugar febrilmente con los bajos de su vestido. Este tic, lo había heredado de su padre que siempre jugaba con la punta de su camisa. Era un hombre nervioso por naturaleza y ella sabía que repetía su gesto cada vez que se encontraba en un momento en el que la tensión estaba al máximo. Aun así, estaba contenta de parecerse a él más que a esa madre que les había cobardemente abandonado, a su hermano, a su hermana y a ella, hacía ya mucho tiempo.
Fue en la primavera de sus ocho años. El día después de su cumpleaños. No le gustaba recordar ese momento. Era la época en la que la mujer que debería haber sido su referente femenino en la vida había abandonado la casa. Se había marchado del domicilio familiar de manera vergonzosa, dejando una simple nota de despedida que su padre había tirado a la basura. La niña que era en ese momento había cogido el papel arrugado de la papelera. Lo había plegado cuidadosamente y escondido en su caja de secretos.
¿Crees que esto es una buena idea? preguntó Emma.
¿Esto qué?
¿Esta noche? Ir a ver a este tío. Este desconocido.
¡Sí! Una idea excelente, diría yo. Y sé en quién estás pensando. Patrick. SE ACABÓ. Te dejó por una estudiante de policía que parece más un chico que una chica. Quién sabe, quizás sea un hombre.
Patrick Vinet era el exnovio de Emma. Informático de profesión, vivía todavía con su madre. Después de unos años saliendo juntos, ella quería pasar a la etapa de la cohabitación, pero él no. Estaba feliz como una perdiz en casa de su madre. Vivía a cuerpo de rey y no estaba dispuesto a cambiar eso. Había roto con ella para irse con otra mujer.
¿Es necesario que me recuerdes cada vez lo que me hizo?
No tengo elección. Siempre le das vueltas a la misma historia. Te irá bien ver gente nueva. Divertirte, reírte. ¿Y por qué no una pequeña aventura sin compromiso?
¿Y si es un asesino en serie?
Morir entre los brazos de un dios griego, no es un mal final
Emma esbozó una pequeña sonrisa, mientras que Charlotte rompió a reír. Cogió su bolso que estaba sobre la mesita de noche y se adelantó a Charlotte para salir de la habitación y dirigirse al pasillo, muy estrecho, y luego al ascensor. Estaba contenta de haber obtenido este nuevo contrato con la revista y de pasar tiempo con su amiga, incluso en la esfera profesional. Ninguna de las dos había tenido la oportunidad de quedar a menudo durante las últimas semanas. Charlotte tenía una agenda bastante ocupada, mientras que la de Emma era más flexible. Trabajaba por su cuenta desde su pequeño apartamento o desde el café debajo de su piso, dependiendo de su estado de ánimo.
No se relacionaba con mucha gente desde su ruptura con Patrick. Su círculo de amigos no era muy grande, pero aún tenía algunos compañeros de universidad con quien podía salir de vez en cuando para cambiar las ideas y ver otra cosa que su salón.
Charlotte pulsó el botón del ascensor para ir a la planta baja. La puerta se abrió casi de inmediato. Las dos jóvenes sonrieron educadamente al hombre y a la mujer que se encontraban dentro del ascensor.
¿No parezco muydesesperada? susurró Emma.
¡No! Él te ha invitado. Nosotros respondemos a su invitación. Para ya de dudar, me pones nerviosa respondió Charlotte recolocando una mecha de pelo rebelde detrás de su oreja.
El hombre se volvió hacia ellas y les dedicó una gran sonrisa, revelando una hilera de dientes muy rectas y muy blancas. A Emma le hizo gracia, porque le hizo pensar en un anuncio que había visto por la televisión el día anterior.
¿Sois quebequesas? dijo él apartando una pelusa invisible de su impecable traje negro y con un francés casi sin acento.
Sí respondieron las jóvenes al unísono.
Es bastante raro escuchar hablar francés por aquí, pero os voy a confesar que se agradece. Gabriel Jones. Vivo en Montreal dijo presentándose.
¡Qué pequeño es el mundo! respondió Charlotte estudiando al hombre de la cabeza a los pies.
Nosotras también vivimos en Montreal, ¡qué coincidencia! añadió Emma sonriendo tímidamente.
Un sabio dijo una vez que no hay casualidades, sólo encuentros replicó el hombre haciendo un guiño cómplice a la joven.
Emma observó al hombre y lo encontró, a primera vista, muy atractivo. No hubiera podido compararlo con Ian, porque se trataba de dos tipos completamente distintos. Gabriel debía de medir alrededor de 1 metro 80. Su mirada era azul claro y poseía un brillo particular. Su larga nariz hacía una ligera curva. La joven se imaginó que se lo había fracturado durante un partido de hockey. Su sonrisa era franca y parecía sincera. Iba bien afeitado. Sus cabellos eran negros y ondulados, peinados un poco a la ligera. Se mostraba muy jovial y simpático. Era fácil de ver que estaba acostumbrado a hablar con desconocidos y socializar. No tuvieron tiempo de presentarse antes de que el ascensor hiciera una parada en el cuarto piso y el hombre se dirigiera a la salida.
Seguramente volveremos a vernos. ¡Que paséis una bonita velada, señoritas! dijo antes de que la puerta volviera a cerrarse frente a él.
¿Qué? murmuró Charlotte, que podía leer la mirada expresiva que le lanzaba su amiga.
¡Este era realmenteguau!
Sí, pero se le ve demasiado serio.
CAPÍTULO 2 NOCHE INOLvIDABLE
Charlotte empujó la puerta del bar, precediendo a Emma que se mantenía en un segundo plano. El sitio era acogedor, pero no estaba tan lleno como ella hubiera imaginado. Era un pequeño local a pie de playa, situado a unos pocos pasos de su hotel. Había una barra al fondo de la sala frente a la cual algunas personas estaban sentadas, y un camarero estaba instalado detrás, preparando bebidas y cócteles de todo tipo. Emma reconoció a Ian, de pie, cerveza en mano, que hablaba con un grupo de personas. Puso su mano sobre el brazo de Charlotte para mostrarle dónde se encontraba el joven. Su amiga reconoció algunas de las caras que habían estado presentes durante la partida de voleibol de la tarde.
La música, muy alta, la tocaba un grupo formado por tres hombres: el cantante, el guitarrista y el teclista. También había una batería, pero no había nadie sentado detrás que tocara el instrumento. Charlotte se fue hacia el bar para pedir dos cosmopolitans, mientras Emma escogía una mesa apartada. Aprovechó para observar a Ian.
Llevaba un pantalón tejano azul oscuro que estaba roto en lugares estratégicos. También vestía una camiseta blanca con la inscripción Born To Be Wild, cosa que la hizo sonreír. Se imaginó que era seguramente el tipo de hombre nacido para ser libre e independiente de los demás. Una especie de intuición. Lo encontraba particularmente guapo y atractivo. Llevaba sobre la cabeza una pequeña boina gris que le daba un estilo un poco bohemio y cierto aire de poeta. Ian parecía absorto por la historia que estaba explicando a sus amigos. Gesticulaba mucho y sus brazos hacían grandes movimientos circulares.
Ve a hablar con él dijo Charlotte, posando las dos copas que llevaba en las manos sobre la mesa.
No. Quizás ni se acuerda de mí.
¡Ve a decirle que sus tejanos le hacen un culito de muerte!
Emma respondió con una carcajada al comentario de su amiga.
¿Es así como lo harías tú?
Para nada. Yo le diría: ¿En tu casa o en la mía? No me ando con rodeos. Cuando un hombre me gusta, voy directa al grano.
Me cuesta imaginar que puedas hacer eso.
¿Quieres verme en acción?
No, gracias. Te creo. No hace falta que me hagas un espectáculo
¿Qué espectáculo? preguntó una voz grave detrás de ellas.
Emma titubeó al darse cuenta de que Ian estaba a su lado. Él le dedicó una gran sonrisa y saludó a Charlotte con la cabeza. Llevaba una lata de cerveza en la mano.
¿Entiendes el francés? preguntó directamente Charlotte.
Mi tía vive en Westmount desde hace unos 20 años. Mi madre tuvo la maravillosa idea de mandarme allí durante el verano cuando era niño, para aprender francés y ampliar mi cultura. Lo entiendo mejor que lo hablo. Falta de práctica respondió Ian.
Sus ojos no dejaban de mirar a Emma. Estaba totalmente hipnotizado por la joven. Sólo tenía ojos para ella. Decidió tomar la silla a la derecha de Charlotte, la que estaba colocada frente a Emma. Ian no podía explicarse la atracción que sentía hacia ella. Era más fuerte que él. Charlotte rompió el silencio que se había instalado.
¿Vuelves a Quebec de vez en cuando?
No tengo muchos motivos para volver, a decir verdad dijo él clavando su mirada en la de Emma que escuchaba sin decir palabra.
Te puedo dar un millón de razones para venir más a menudo. ¿Vives en Nueva Jersey?
No. Mi ciudad, es Nueva York. La llevo tatuada en mi corazón. Disfruté mis visitas a Montreal de todos modos. Una ciudad animada en mis recuerdos.
Hay coincidencias realmente curiosas en la vida. Nos hemos encontrado a un hombre de Montreal en el ascensor del hotel hace un momento dijo Emma acariciando su copa con las puntas de sus dedos.
Ian seguía devorando a Emma con la mirada. Charlotte no era una ingenua y sentía la tensión que había entre él y su amiga. Se dijo a sí misma que era el momento de dejar a la pareja sola. Bebió de un solo trago lo que quedaba en su copa, y luego se levantó.
La banda se puso a tocar una canción que le hizo pensar por un momento en un antiguo amante que la escuchaba a menudo en la época en la que compartían la misma cama. Sonrió al pensar en el bailoteo ridículo, que se suponía que debía impresionarla. Habían roto al cabo de unas semanas. Él quería comprometerse, mientras que Charlotte no quería dar ese paso.
Voy a pedirme otra copa y luego daré la vuelta al bar para buscar amigos dijo levantándose.
Emma le lanzó una mirada que le suplicaba que no la dejara sola con Ian, pero la ignoró por completo y se fue en dirección a la barra. Ian le propuso a Emma ir a pasear por la playa y ella aceptó. Había luna llena y su reflejo se extendía sobre el océano, azul como la noche. Era una noche muy agradable. Hacía calor, pero no era sofocante como recordaba haber experimentado los últimos veranos. A pesar de la puesta de sol, la oscuridad no era fresca. Reinaba una ligera humedad que calentaba el aire. Ian cogió instintivamente la mano de Emma que no le evitó ni retiró la mano ante su gesto. De hecho, le parecía casi natural sentir su mano con la suya, aunque fueran completos desconocidos.
¿A qué te dedicas? Háblame de ti , dijo Emma de repente para cortar el silencio mientras seguía avanzando por la arena.
Ian estaba muy cerca de ella. Ella inspiró y respiró su olor. Era una fragancia especiada y a la vez dulce que llenaba su nariz de delicia. Se sentía atraída por él. Impulsivamente. Sin control alguno, su cuerpo iba hacia él, mientras que su mente lo rechazaba. Una lucha feroz tenía lugar en lo más profundo de su ser.
Charlotte le repetía con frecuencia que pensaba demasiado y que no disfrutaba lo suficiente del momento presente. Le decía a menudo además esa frase llena de sentido: ¡Sólo se vive una vez! ¡Carpe diem! Emma sabía que llevaba razón, pero estaba arraigado en ella. No poseía la impulsividad de su amiga. Necesitaba actuar como ella esta noche y comportarse sin pensar en las consecuencias al día siguiente. Quizás era el lugar lo que le daba ganas de hacer locuras, no lo sabía. De todos modos, siempre había sido un poco demasiado seria; era un hecho.
Mi vida no es nada interesante. Pinto. Quiero decir que expongo mis pinturas en una pequeña galería de Brooklyn, pero no soy conocido. Soy una persona non grata. Vivo en Nueva York, en un gran loft cerca de Times Square. Hago pintura abstracta, pero me gano la vida pintando casas. Es irónico cuando uno lo piensa. Soy un artista fracasado. Háblame de ti, Emma. Me tienes intrigado.
Yo no soy ninguna artista. Tengo un recorrido bastante convencional. Hice estudios de traducción y me gano la vida traduciendo libros del inglés al francés o a la inversa. Nada que sea muy creativo. Nada súper apasionante tampoco. Vivo en un pequeño piso sobre la zona del Plateau por el que pago el doble de lo que vale por la superficie que tiene. Tengo un compañero con el que comparto el territorio, Barney, mi gato siamés. Ahí lo tienes, un resumen de mi vida.
Ella se rio al hablar de su fiel amigo de cuatro patas. Ian sonrió también. Absorbía sus palabras con asiduidad. Se dejaba seducir fácilmente por las mujeres. Las amaba a todas, sin excepción. Las rubias, las pelirrojas, las morenas, las negras, las bajitas, las altas, las flacas, las gordas. Sin embargo, la que tenía delante poseía algo que había buscado desde siempre. No conseguía definir exactamente lo que llegaba a despertar en él. Estaba lúcido y sabía que era más que una atracción física. No tenía intención de acostarse con ella una noche y olvidarla al día siguiente. Quería aprender a conocerla. Poseerla, tanto en cuerpo como en alma.
¿Tienes novio?
Emma se ruborizó y apartó los ojos.
No. Nadie.
Su respuesta le alivió. Dejó de andar y le propuso a Emma que se sentaran un momento delante del mar para admirar las estrellas, y disfrutar del momento presente. Emma se sentó primero. La arena se colaba en sus zapatos de tacón y bajo su vestido, haciendo la posición incómoda.
Esta sensación le recordó a la época en la que su padre trabajaba en una cantera en su ciudad natal. La había llevado allí, junto con su hermano Tommy y su hermana Lizzie, y se habían divertido entre las pilas de arena. Ella se hundió demasiado en la arena y su padre había tenido que interrumpir su trabajo para ir a sacarla, bajo los gritos de Lizzie, totalmente aterrorizada, mientras que Tommy se hacía el valiente intentando ayudar a su padre. Billy Tyler la regañó por haberle desobedecido, cuando les había prohibido jugar allí tan sólo unos minutos antes. Era la última vez que había osado hacerse la rebelde. Su padre era un trozo de pan, pero cuando levantaba la voz, se hacía escuchar.
Y entonces, Emma pensó en Charlotte a quien había dejado sola en el bar y se sintió culpable. La sensación desapareció rápidamente en cuanto se acordó de todas las veces en las que su mejor amiga le había hecho lo mismo. Estaba bien con Ian. Quizás no sea un asesino en serie después de todo, pensó con una sonrisa.
Estoy contento de saber que no hay nadie , dijo él al cabo de un rato.
¿Ah sí? respondió Emma mirando el perfil del joven.