¿Siempre has vivido en Montreal?
No. Nací en un bonito pueblo de la región de Beauce, muy cerca de la frontera americana. Mi padre es americano.
¿A qué se dedican tus padres?
Mi padre trabaja en una pescadería. Mi madre nos abandonó cuando yo era pequeña. Ya no es parte de mi vida.
A Emma no le gustaba hablar de su familia. Habitualmente se limitaba a responder de forma breve a las preguntas que a menudo le hacían. Sin añadir detalles innecesarios. Desvió la conversación interesándose por Candice y sus orígenes.
Ésta no se había enterado de nada de lo bebida que estaba. Candice se puso entonces a explicarle que una leyenda urbana había aparecido acerca de su nacimiento. Ella jamás la había negado. Algunos habían exagerado la historia llegando a decir que tenía sangre real. Hasta decían que sus ancestros descendían directamente de una princesa, pero era todo falso. Candice venía de una familia humilde de un pueblo costero de Inglaterra. No había estudiado en Oxford, sino que había hecho cursos de comunicación por correspondencia. Candice había conocido a su marido, Nicolas Campeau, no en una recepción de la alta sociedad a la cual los dos estaban invitados, sino mientras servía bebidas en un bar dónde él había venido a celebrar la firma de un contrato importante con un cliente de la zona. Él la había seducido, le había prometido que no saldría de allí sin ella. Ella había terminado cediendo, sin saber que se trataba de un hombre de negocios influyente en su país de origen. Estaba muy contenta de abandonar su pueblucho dejado de la mano de Dios y de vivir por fin la vida que se había inventado. Candice se había marchado sin pensarlo y no se había imaginado que ese hombre sería aún su marido muchos años más tarde. Su monólogo se volvió rápidamente inconexo, por lo que Emma le propuso que se marcharan y volvieran al hotel.
CAPÍTULO 4 EL ASCENSOR
Candice andaba dando tumbos, sostenida por Emma que la ayudaba a avanzar. Se preguntó por un instante en qué berenjenal se había metido queriendo hacerse la bienhechora. No se había atrevido a mandar un mensaje a su mejor amiga para que viniera con ella al rescate. No quería que Charlotte viera el espectáculo desolador que le ofrecía su jefa. La joven le había confesado con anterioridad que tenía una cierta admiración por Candice, y no quería arruinar la imagen que debía tener de ella. Además, por el orgullo de Candice, sabía que era preferible que ninguna de sus empleadas pudiera verla en un estado tan lamentable.
Emma había llamado a un taxi para volver al hotel, aunque este estuviera cerca. Había tenido que soportar todas las etapas de embriaguez de Candice. Le había hablado, casi en estado depresivo, sobre sus hijos que habían ido por el mal camino. También le había hablado de su marido que la engañaba, sin ni siquiera esconderse, con mujeres más jóvenes que él, y que tenía una aventura amorosa con una de sus asistentas. Candice temía que terminara dejándola por esa puta, como ella la había llamado. Emma no se hubiese podido imaginar ni por un segundo que la noche se terminara así, haciendo de psicóloga improvisada para una rica mujer de negocios. Sentía simpatía por esta mujer que, detrás de un grueso caparazón, escondía una persona herida, lastimada y que tenía una vida complicada, a pesar de todo el dinero que poseía.
Candice se había mostrado tal y como era. Con toda su vulnerabilidad y sin sutilezas. Emma no podía hacer más que respetar esta osadía, animada por el alcohol. La embriaguez se había convertido en una muleta para Candice. Una forma como cualquier otra de escapar de la realidad que se volvía demasiado difícil. Bajo esa fachada fría y fuerte se escondía un alma herida. Una mujer con una sed irremediable por ser amada. ¿Y quién no necesitaba serlo? Emma la primera. No obstante, como esta mujer que llevaba una máscara para alejar a la gente, ella hacía todo lo posible para que las personas no se acercaran demasiado. Charlotte era una de las únicas que aceptaba en su pequeño círculo. No daba ninguna relación por sentado.
¿Cuál es el número de su habitación? preguntó Emma entrando en el ascensor.
Esto wait a minute. Its ho I think
Candice, apoyada sobre Emma, rebuscó en su bolso y sacó una tarjeta electrónica que le entregó. Emma vio que no estaba en el mismo piso que ella y marcó el número correcto que correspondía al piso de la habitación de Candice. Arrastró a Candice por el pasillo hasta el número 349 y metió la tarjeta en la cerradura. Cuando abrió la puerta, constató que el lugar se parecía más a una suite que a la habitación minúscula que ella y Charlotte compartían. Debería haber imaginado que, con sus medios económicos y su estatus, podía permitirse el lujo.
Ya ha llegado a su destino dijo Emma con voz suave, empujando a Candice dentro de la habitación.
Muchas gracias murmuró la mujer.
¿Estará bien?
La mujer le dedicó una sonrisa a Emma, y luego la tomó entre sus brazos y la presionó contra ella durante unos segundos antes de darle un beso en la mejilla y alejarse. Su aliento apestaba a alcohol, lo que hizo estremecer a Emma.
Todo OK, Emma acabó por responder mientras encontraba la dirección de la cama, impecablemente hecha, para tumbarse sobre ella, completamente vestida.
Emma se acercó para asegurarse por última vez de que la mujer estaba bien, pero ya estaba roncando. Tiró de uno de los edredones y lo puso sobre Candice, que entreabrió los ojos por unos segundos antes de volverlos a cerrar, con una sonrisa en los labios. Emma fue a dejar el bolso de Candice sobre una butaca situada en la esquina de la habitación. Se dirigió seguidamente hacia la salida y apagó la luz antes de marcharse de allí enseguida. Se apoyó contra la pared después de haber marcado el número de su piso. La puerta se cerró, y ella cerró los ojos hasta que el ascensor se paró para dejar entrar a Gabriel Jones. A pesar del cansancio visible en su rostro, le dirigió una calurosa sonrisa a Emma.
Las dos quebequesas, ¿verdad? dijo con una pequeña sonrisa que hizo que la joven se derritiera.
Emma asintió con la cabeza y le ofreció una sonrisa. Se acordaba de ella y hasta le había dirigido la palabra, a diferencia de lo que había pasado durante su breve encuentro de la mañana. Estaba emocionada.
¿Gran fiesta? preguntó ella tímidamente sin dejar de sonreírle.
Sí. ¿Quién lo hubiera dicho, que un seminario sería más agotador aún que hacer veinticuatro horas en urgencias? replicó él, con tono burlón.
¿Eres médico?
Él iba a responder cuando el ascensor hizo un ruido extraño y se paró de golpe en su descenso. Emma fue propulsada sin querer hacia Gabriel y lo empujó involuntariamente contra la pared a su izquierda. Farfulló unas disculpas, respirando de paso la fragancia fresca y viva que él desprendía, muy agradable a su olfato. Su olor le hizo recordar la imagen de un profesor de francés de secundaria que llevaba un perfume similar y del que había estado encaprichada un tiempo. Emma se separó rápidamente del hombre. Confundida.
¿Estás bien? preguntó él preocupado.
Sí, sorprendida, pero estoy bien. Creo que el ascensor nos ha abandonado , respondió Emma sonrojándose.
Gabriel cogió el teléfono rojo de emergencia y marcó el número de servicio para avisar de la avería. Intercambió algunas frases, y después colgó.
Creo que corremos el riesgo de pasar un rato largo juntos dijo antes de continuar, era alguien nuevo en la recepción y parecía completamente perdido. Va a llamar para tener una asistencia inmediata.
Gabriel cogió el teléfono rojo de emergencia y marcó el número de servicio para avisar de la avería. Intercambió algunas frases, y después colgó.
Creo que corremos el riesgo de pasar un rato largo juntos dijo antes de continuar, era alguien nuevo en la recepción y parecía completamente perdido. Va a llamar para tener una asistencia inmediata.
Emma respiró lentamente. Intentaba estar mantener la calma a pesar del pánico que crecía en ella. Estar en un lugar cerrado y sin salida la ponía un poco nerviosa.
Con suerte, quizás sólo sea una pequeña avería...
Eso espero. Tengo que coger un avión muy temprano mañana por la mañana para volver a casa. No es que no esté contento de estar atrapado aquí con una joven tan encantadora dijo Gabriel con una sonrisa cautivadora.
Emma se rio sin querer por su comentario, pero prefirió guardar silencio. Se imaginó, vista su vivacidad, que era un mujeriego. Todavía se sentía incómoda por estar atrapada en un espacio sin ventanas y sin ninguna salida posible. Imitó a Gabriel cuando este decidió sentarse en el suelo y usar su teléfono para consultar sus correos. Emma oyó el sonido del suyo y se puso a rebuscar en el fondo de su bolso para encontrarlo, sacando de paso algunos elementos extraños que no eran habituales en el bolso de una mujer, bajo la mirada divertida de su compañero. Cuando, finalmente, puso la mano sobre su móvil, vio un mensaje de texto que le había dejado Ian y que leyó a toda prisa. Lo siento por esta noche. Una emergencia. Estaba pensando en ti. Besos. Emma hizo una mueca sin darse cuenta.
¿Malas noticias?
No, para nada. Alguien que me ha dado plantón y que me pide disculpas.
Más vale tarde que nunca, supongo. No es muy amable dejar colgado a alguien.
Emma mantuvo su mirada en Gabriel. Le resultaba muy agradable y, al contrario que Ian, parecía un tipo mucho más serio. Vestía un elegante traje negro. Se había desabrochado los tres primeros botones de su camisa y había desecho su pajarita. Una señal muy clara de que su fiesta había terminado. Emma observó un momento la pequeña cicatriz que tenía en la frente. Una línea recta, horizontal, por encima de su ojo izquierdo. Se preguntó realmente cómo había podido hacérsela. Supuso que había sido probablemente jugando a hockey. Lo cual le pareció gracioso, ya que no sabía ni si a él le interesaba este deporte ni si lo había practicado. Emma sentía una gran felicidad al inventarse historias. No es que habitara un mundo paralelo, pero estaba en su personalidad el inventarse cuentos que acababa plasmando sobre papel. Sólo por el placer de inventarse anécdotas y de crear personajes más vivos que en la realidad.
Creo en las segundas oportunidades contestó Emma volviendo su mirada hacia su teléfono para leer el segundo mensaje que había recibido.
Yo también creo en ellas. La vida a menudo nos brinda más de una oportunidad, pero habitualmente, es la gente la que no sabe utilizarlas respondió él. Entonces decidió cambiar de tema : ¿cómo está la señorita Riopel?
Puso su teléfono a su lado.
¿Charlotte?
Emma sintió una pequeña pizca de celos en su interior. Aunque estaba acostumbrada. Los hombres se acordaban constantemente de Charlotte. Le pedían habitualmente su número, si tenían la mínima oportunidad, o si estaba saliendo con alguien. Aunque quería mucho a su mejor amiga, a veces resultaba fastidioso. Le hubiera gustado despertar el interés de los hombres tanto como ella. No obstante, era consciente de que su amiga desprendía un aura de sexo, de placer sin complicaciones, y era a menudo todo lo que un hombre normal y corriente quería. En ese aspecto, ella siempre ganaba. Emma también sabía que la fuerza de Charlotte podía ser una debilidad. Personalmente ella era más reservada, más discreta, pero buscaba relaciones más serias y no competía sobre el número de amantes que pasaban por su cama.
Sí, Charlotte. Pasamos un rato muy agradable juntos ayer por la noche. Consiguió hacerme reír con su vivacidad y su humor...
Emma suspiró y puso su teléfono a su lado, alzando la mirada hacia Gabriel. Él esperaba, observándola minuciosamente.
Supongo que está bien. Al menos, estaba bien la última vez que hablamos. ¿Quieres que te dé su número, supongo?
Emma sabía que Charlotte aceptaba los números, pero daba raras veces el suyo.
Las palabras habían salido de un modo expeditivo, sin que ella pudiera filtrarlos de antemano. Gabriel tenía un aire perplejo y fijó su mirada, ahora divertida, en la de su compañera de ascensor. Comprendió fácilmente que había tocado una fibra sensible, sin querer.
Es muy amable de tu parte, pero no. Cuando quiero el número de una mujer, se lo pido directamente. No soy ningún adolescente, las mujeres no me dan miedo. ¿Tienes novio?
Gabriel observó a Emma más intensamente. Sonrió cuando su mirada se posó sobre su boca, ligeramente carnosa, que hacía una graciosa mueca enfurruñada. Comprendió que estaba causada por la irritación de haberle preguntado por Charlotte. Había preguntado educadamente para entablar una conversación entre dos desconocidos obligados a compartir un espacio tan minúsculo. Aunque las dos mujeres eran muy amigas, había podido adivinar que existía una mínima rivalidad entre ellas. Charlotte había conseguido despertar su interés la noche anterior, pero encontraba a Emma mucho más atractiva e interesante. Tenía un aspecto misterioso y serio que se correspondía mucho más a su propia naturaleza. Desprendía algo más profundo, menos superficial, que le incitaba a querer saber más sobre ella. También parecía que su personalidad era más cercana a la suya que la de Charlotte.
No, no tengo novio.
¿Qué edad tienes?
Emma rio brevemente. Gabriel no pudo evitar comparar su risa con una dulce melodía.
¿No sabes que no se debe preguntar esto a una dama? reaccionó ella fingiendo severidad.
Soy realmente imperdonable. También es que soy muy curioso dijo él levantando las dos manos en el aire y bromeando.
¿Qué edad tienes tu?
Treinta-y-nueve primaveras bien contadas.
El teléfono de Gabriel sonó en aquél mismo instante y respondió al segundo tono. Se puso a hablar en inglés y Emma se levantó para que no pareciera que escuchaba la conversación. Era casi inevitable en un espacio tan pequeño. Él colgó al cabo de dos minutos. Gabriel, hombre como era, dejó que sus ojos se posaran sobre las nalgas bien redondeadas de la mujer y sobre la cintura delgada y bien definida. Se imaginó perfectamente sus manos posándose sobre la curva de sus caderas, pero apartó rápidamente las imágenes de su cabeza. Estaba cansado y no era de su estilo dejarse llevar por ese tipo de pensamientos en este contexto. Esto no le impidió admirar el pecho de la joven, realzado por el cuello en V de la camiseta que llevaba puesta.
Hace un momento, ¿decías que eres médico?
Sí, soy especialista del corazón respondió apartando la mirada.
Le incomodaba el contexto. Emma no le dejaba indiferente y tenía miedo de que ella pudiera adivinar el efecto que le provocaba. Se levantó y volvió al teléfono de emergencia para obtener un seguimiento de la situación. Su mano rozó la de Emma cuando pasó a su lado y se sintió turbado en lo más profundo de su ser. Emma le miró y se imaginó por un instante deslizar sus dedos por sus cabellos espesos. El deseo de ser Charlotte, por una noche, se hizo más fuerte. Una aventura sin compromiso durante un viaje de negocios. ¿Por qué se ponía tantas barreras? No lo sabía. Gabriel había colgado el teléfono de manera brusca y parecía irritado. Levantó la mirada hacia ella y le dio explicaciones, visiblemente intentando tranquilizarla.