Pero después de incontables llamadas y gestiones, conseguí lo que quería, a pesar de que tuve que aceptar algunos invitados casi impuestos, como fue el director del Museo de Arte Faraónico del Cairo (Cairo, Egipto) o del Museo Nacional Chino, en la mítica plaza Tiananmen, la más grande del mundo (Beijing, China). Estos querían dar sus respectivos puntos de vista, contextualizando según ellos la importancia de la muestra a la idea global de humanidad.
Una imposición por los fondos que nos iban a ceder temporalmente, un cambio justo, aunque temía que llegase el día en que tuviesen que hablar, pues podría ser cuando menos desmotivador desolador escuchar a un ponente tan renombrado deshacerse en elogios en sus propios descubrimientos pormenorizando el trabajo de la muestra.
Pero el riesgo era aceptable, logrando hacerles un hueco, en donde entendía que no iba a ir demasiada gente, pues coincidía con un evento deportivo en la ciudad, por lo que sin ellos saberlo se iban a encontrar con un público reducido, con lo que el efecto de sus quejas sobre mi exposición iba a ser poco efectivo.
Para la muestra me tuve que desplazar varias veces a la zona, yendo museo por museo pidiendo piezas que presentar en la muestra. Habré recorrido tantos museos grandes y pequeños que me es imposible recordar el número.
Lo que más me ha sorprendido es saber que la gran mayoría de las piezas de esta civilización se encuentran en manos privadas y sólo las más grandes están en los museos.
Esto me llevó a un atolladero, pues ningún gran coleccionista quería dejar su tesoro ni por un momento y menos a un desconocido.
Pero ahí es donde volvió a entrar en juego quien fuera mi director de tesis, él es un reputado investigador en su campo y gracias a su renombre me hicieron caso y me prestaron piezas que nunca habían visto la luz.
Tanto es así que para nosotros nos resultó sorprendente ver algunas piezas pues no teníamos ni la datación, ni siquiera idea de lo que se trataba ni significaba.
Tuvimos que llamar a algunos de esos conferenciantes para que nos ayudasen en la tarea de organizar aquellas piezas aparentemente inconexas y sin sentido; poco a poco formamos aquel puzle que me llevó tanto tiempo desde que se fraguó la idea hasta que tuvo forma.
Un nutrido grupo de expertos a última hora quiso colaborar para conseguir así que sus nombres apareciesen en los créditos de agradecimiento. Pero al final no fueron admitidos, primero por motivos de seguridad, pues según decía la policía cuantos menos fuésemos, más fácil sería su tarea de control y segundo por una cuestión de principios.
Sabía que no podía contentar a todos, pero aquello era un asunto personal y por ello el éxito o fracaso de la muestra me lo quería atribuir exclusivamente a mí y a los pocos amigos que desde un principio creyeron en el proyecto.
A pesar de las muchas discusiones que he tenido que mantener con todo tipo de personas que ostentaban cargos públicos y privados, aquella colosal obra parecía que iba a dar sus frutos, ya solamente quedaban tres días para la inauguración.
Los carteles anunciando el evento se llevaban puesto por toda la ciudad semanas, igualmente se acometió una campaña publicitaria difundiendo el evento mediante prensa y radio para estimular el interés del público en general, al cual no le quedaba muy claro a priori de qué civilización se trataba.
Eso fue mi mayor desconcierto al conocer la opinión de la calle cuando un taxista me comentó que aquello hubiese atraído más público si hubiese llevado las palabras Egipto o simplemente Oriente Medio.
Estaba tan ilusionado en mostrar al mundo lo que fueron sus orígenes, un dato tan fundamental para su propia historia y lo único que querían era ver momias, sarcófagos y dioses antiguos con cabeza de chacal.
Aquello me irritó bastante, pero no me había hecho flaquear, por el contrario, me motivó para ser aún más tenaz en mi intento de dar un poco de luz a una población neoyorquina, que por lo menos a ellos les suenen los primeros padres de la humanidad.
Los pendones colgantes ondeaban desde hacía semanas en los tres arcos de la puerta de entrada. El de en medio en que se anunciaba el nombre de la exposición y la fecha de la misma. A ambos lados de esta se mostraban las imágenes de las piezas más significativas de la muestra, el códice de Hammurabi y la estela en que se conmemora la victoria de Naram-Sin.
Cada una de ellas tiene su particularidad y encanto. El códice de Hammurabi, un bloque de basalto negro de cerca de dos metros y medio es uno de los primeros conjuntos de leyes descubiertos y de los mejores conservados inscritos en caracteres cuneiformes acadios.
Leyes inmutables de procedencia divina, tal y como lo indica su cabecera donde se muestra cómo el Dios de la justicia le entrega estas leyes al rey Hammurabi. Una pieza arqueológica que, a pesar de ser de origen Babilónico, una civilización posterior asentada en el mismo lugar geográfico, es una recopilación de leyes Sumerias.
En este códice como en otros similares se establecen las normas de vida del pueblo, destacando entre otros asuntos los derechos de la mujer, de los menores, un salario justo y días de descanso al mes para los obreros, así como el castigo para cada una de las normas infringidas, condenas que podían llegar hasta la pena de muerte.
Éste constituye un claro ejemplo de la Ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, o como se dice modernamente Ley de la acción y reacción, siendo las consecuencias proporcionales a los hechos, pero con la particularidad de que el castigo se identificaba con el crimen cometido.
Algunos estudiosos defienden que éste es el origen de algunas de las leyes recogidas en la Ley de Moisés por la que se rigen los judíos.
Estos mismos investigadores apuntan que fueron adoptadas durante el cautiverio de este pueblo en tierras de Babilonia, cuando estuvieron recluidos fuera de sus tierras por espacio de casi cincuenta años en el siglo VI antes de nuestra era.
Un éxodo de buena parte del pueblo judío tras la destrucción del primer Beit Hamikdash (Templo de Jerusalén) situado en el monte Moria o Moriah por Nabucodonosor II.
La estela sobre la victoria de Naram-Sin realizada en arenisca rosada representaba el éxito de la campaña de este rey sobre sus enemigos. Lo que ha dado tanto que hablar ha sido que sobre la cabeza de este rey se representa nuestro sistema solar, con el sol en el centro y diez planetas en su órbita, con la luna alrededor de la Tierra.
Según algunos investigadores los antiguos Sumerios conocían la cosmología tan bien que fueron capaces de identificar los nueve planetas actuales y de registrar un décimo planeta en nuestro sistema solar al que se denominó Niburi.
Hay que tener en cuenta que lo que nos puede parecer una obviedad, que cualquier niño desde pequeño es capaz de identificar correctamente al conocer que nuestro sistema solar está formado por nueve planetas, no ha sido igualmente conocido a lo largo de la historia.
Desde la Grecia Clásica se creía que la Tierra era el centro del Universo y todos los astros incluido el sol giraba a su alrededor, postura formulada por Aristóteles y conocida como teoría geocéntrica, la cual que estuvo en vigor hasta el siglo XVI.
Hasta hace un poco más de setenta años no se llegaron a conocer todos los planetas que conforman nuestro sistema solar, de ellos los tres últimos en descubrirse fueron Urano en 1.781, Neptuno en 1.846 y Plutón en 1.930.
Alcanzando la cifra de nueve planetas, eso por supuesto antes de que la comunidad científica en el año 2006 eliminase de la lista de planetas a Plutón, creando una nueva categoría específica para denominarlo llamado plutoide o planeta enano.
Sobre el décimo planeta, llamado Niburi, este estaría aún más alejado que Plutón, con una órbita alrededor del sol de unos 3.600 años; algunos investigadores han intentado identificarlo, aunque con escaso éxito, pues si el resto de sus cálculos han sido correctos ¿Cómo se iban a equivocar en éste?
Por esto se ha convertido un icono de los misterios todavía sin resolver de esta civilización tan adelantada a su tiempo; igualmente aquella imagen es la prueba en la que se basan algunos para preconizar la existencia de un meteorito alrededor del sol que chocará próximamente con la Tierra, al parecer esto está relacionado con una antigua profecía Maya.
Aunque las fotografías exponían las dos caras de la muestra, la del significado de lo antiguo y de lo actual, todavía quedaba una sorpresa para el visitante que no quise desvelar en la publicidad emitida y presentada.
Para aquellos que por fin se decidiesen a entrar, podrían gozar de una sección de la muestra donde se presentaban obras inéditas y cuyo simbolismo y significado nos son todavía desconocidos, a pesar de las innumerables conjeturas que se hayan podido plantear.
Piezas provenientes sobre todo de las colecciones privadas que han sido escasamente estudiadas por los científicos y por lo tanto dejan volar la imaginación de los visitantes hacia sus posibles significados, otorgándoles por un día el papel de eminentes investigadores para poder realizar sus propias conjeturas sobre su sentido y significado.
Pero por si acaso no se les ocurre nada, en un panel interactivo se muestran piezas similares de otros emplazamientos y el significado que tenían, invitando con ello a que se pongan en la piel de los antropólogos y traten de dar coherencia y sentido a piezas de las cuales carecemos de toda información, salvo su datación y la localización geográfica.
En ningún momento se les quiere dar la solución, la pista definitiva que les conduzca a la resolución de misterio, primero porque ni siquiera nosotros mismos estábamos seguros de su significado, sino que se le quiere hacer partícipe de la tarea de descubrir el sentido de las piezas al visitante.
A pesar del considerable tamaño de la sala de la exposición, se nos había quedado pequeño el recinto por la cantidad de piezas que llegaron, por lo que al final bastantes permanecieron en una sala contigua sin poderse presentar a los asistentes, envueltas en grandes arcones debidamente embaladas y conservadas a baja temperatura para evitar que alguna se deteriorase.
Todavía no tenía decidido qué hacer con aquel excedente que tan generosamente habíamos recibido. Tenía varias posibilidades, devolverlas adjuntando carta de agradecimiento o esperar a ver cómo funcionaba la muestra y si era de interés, realizarlas en otras ciudades e incluso en otros países.
Lo había visto hacer a otros colegas, en vez de hacer ostentación de todo el repertorio de piezas que conformaban las colecciones del museo en el que trabajaban, realizaban exposiciones temáticas y parciales para mostrar los restos más significativos.
Podía siguiendo su ejemplo, crear una exposición itinerante en que la que fuese variando la temática, dando de este modo salida a todos aquellos baúles que como los antiguos cofres de los corsarios conservaban en su interior de reliquias y joyas de la historia de incalculable valor.
Sea como fuera, la seguridad de aquellas cajas de madera era máxima, estando prohibido a nadie acercarse a ellas salvo que yo estuviese presente.
De momento no me había descartado por ninguna de las dos opciones, aunque la segunda era la que más me agradaba, pues así daba la oportunidad a conocer distintos matices de aquella civilización tan amplia, y que nos había dejado un legado tan amplio difícil de conocer en una sola visita.
Mientras llegaba el momento de adoptar la decisión oportuna, quise que aquellas piezas no expuestas permaneciesen en la biblioteca. Para mí aquel era el lugar más seguro de toda la ciudad, además teniéndolas cerca me sentía más tranquilo, pues si por algún motivo tuviese que sufragar de mi bolsillo el coste originado por el desperfecto o extravío de tal solo una de las miles de piezas, no tendría suficientes años de mi vida para pagarlo.
Lo más difícil de aquella colosal gestión fue el conseguir a una compañía aseguradora que respaldase aquella exposición, requisito impuesto por la dirección de la biblioteca, aunque particularmente creía que era una pérdida de tiempo y sobre todo de dinero, ¿Quién iba a querer una pieza así?
Además, con el catálogo que habíamos realizado, ahora digitalizado, cualquier policía del mundo podría en segundos identificar la procedencia legal de las obras y evitando con ello su compraventa.
A pesar de lo cual, y para evitar males mayores había tenido que contratar un seguro multimillonario de acuerdo con el valor de las piezas, que gentilmente me pagó la alcaldía de la ciudad, con la condición de que a su inauguración asistiese el alcalde para decir unas breves palabras y sobre todo para salir en las fotos.
Un gran acontecimiento, requiere una gran ceremonia de apertura y ésta por supuesto, precisa de un gran anfitrión me comentaba el asistente personal del alcalde cuando supervisaba los preparativos de la ceremonia.
No sabía si el público, iba a querer acercase allí para admirar las piezas, pero para la noche de la inauguración ya tenía confirmada más de cien personas, entre celebridades, cantantes y otros artistas de la ciudad.
Todo para poder realizar ese pequeño paseo casi de pasarela para que los cientos de periodistas acreditados desplieguen sus flashes en busca de la foto de portada de las revistas del corazón. Pocos eran los medios que habían solicitado su presencian en la inauguración que perteneciese a alguna cadena medio seria, que estuviese realmente interesada en propagar la cultura y el conocimiento.
A mí eso, a pesar de saber que era un mal necesario de aquella ciudad, el lidiar con ricos y famosos para que tu sitio sea conocido, no me dejaba de parecer banal y superficial, propio de galas benéficas, de presentaciones de nuevas funciones de teatro o del estreno de películas, pero no tanto de una muestra.
Mi director me había tenido que consolar viéndome en algunos momentos desesperado por organizar algo memorable, que fuese tan sublime que se quedase en la retina de los presentes, más allá de averiguar si el último famoso de moda se había separado o no de su mujer.
No compitas con la prensa, ella es tu aliada, deja que haga su trabajo. Cada foto que aparezca en la revista será una publicidad para ti, pues el marco en donde se produce, este evento, es lo que contarán a todos y más de uno vendrá simplemente para ver el lugar por donde acaba de pasar su ídolo me aconsejaba con paciencia mi director.
A mí aquella parafernalia me parecía innecesaria e impropia de un lugar como aquel; seguro que ninguno de los asistentes de la inauguración terminaría el día sin recordar el nombre o, la época o algún otro dato relevante de la exposición.
Además, y para colmo, me asignaron una asesora de imagen para que yo mismo fuese quien guiase a las personalidades del mundo de la política y de los deportes por las piezas más importantes.
Aun cuando había estado preparando a un equipo de personas que sería las encargadas de guiar a los turistas en grupos de diez entre las distintas colecciones, me tenía que presentar para un puesto algo tedioso para mi gusto, más propio de un estudiante de tercero de facultad que de un profesional de carrera.
Había tenido que escoger, para esta breve pero mediática visita, las obras más relevantes que les iba a mostrar y explicar, dejándoles el resto del tiempo para que admirasen por sí mismos las restantes obras.